La piel que habito

No lo podemos negar, cada vez que Almodóvar presenta su ‘última obra maestra’, se nos empieza a bombardear con las supuestas bondades del nuevo film. Que si por un lado, “una magnífica historia”, que si por otro lado, “lo nunca visto en la carrera de Almodóvar”, hasta “la vuelta de tuerca definitiva en la carrera del manchego”... todo para atraer nuestra atención y llenar las salas de cine.

Esta vez no ha sido menos, y aunque en esta ocasión si que es verdad que algo ha cambiado en la historia de esta última película don Pedro: se ha olvidado de ambientar la cinta en los barrios bajos de una gran ciudad, y ha intentado cambiar el drama, por el terror/suspense, quedándose a medias (entendemos las risas que se escucharon en Cannes).

Almodóvar está en horas bajas, más preocupado por estar anualmente en los Oscar (por suerte este año no está) que por aprovechar las buenas ideas (que esta lo era).

En fin, que para nosotros, ‘mediocre’ o como se dice por aquí: ‘regular’ (para no tirar los 7 euros de la entrada de cine)

Hacía tiempo que no veía algo tan malo. No por la hechura técnica (el oficio es el oficio), ni por las pretensiones, sino por los resultados.
Almodóvar tiene una sensibilidad especial para la vida cotidiana, tanto en el drama como en la comedia, pero cuando deja ese filón y se mete en honduras que no controla en absoluto, el guión hace aguas por todas partes. Esta película es simplemente inverosímil y no porque trate de cosas extrañas sino porque su tratamiento no convence.
Pero, claro, es Almodóvar y una inmensa colección de papanatas -algunos han puesto su crítica aquí- no está dispuesta a decir, como el niño del cuento, que el emperador está desnudo.
Esto es cine, sin duda, pero mal cine.
En una de las muchas promociones que hizo Almodóvar de esta película (él, a diferencia de otros, tiene esto muy fácil) decía que lo que más esperaba es que el público se entretuviera.
Pues es un aburrimiento casi insoportable.
Banderas hace el ridículo. José Luis Gómez da pena, siendo, como es, tan gran actor.
¿Qué falta, sobre todo? Sinceridad. Todo es cartón piedra, montaje, infatuación.
Aconsejo que, después de ver esta película, se vuelva a ver, como antídoto, E.T., ejemplo de una historia inverosímil tratada verosímilmente, que eso es el arte.

Quizás estoy ya un poco cansada de que la otrora originalidad haya sido tantas veces metida con calzador, otras tantas exagerada para quedar en agua de borrajas y, no menos repetida hasta el hartazgo que, ese punto que antes me sorprendía y que deseaba encontrar, se me hace ahora ya cansino, cansino,... No se puede vivir de repetirse a uno mismo. Quizás la sorpresa que podía dar Almodóvar a estas alturas sea, precisamente, hacer otro tipo de cine, otro tipo de esquema de pesonajes entre lo friki y lo costumbrista que, finalmente, terminan por chirriar y por hacer que una pierda el interés. En lugar de haber explotado la vena thriller-misteriosa y probar otro camino; no ha podido evitar la tentación de irse por los cerros de Úbeda (de nuevo) para enseñarnos (otra vez) una serie de situaciones y personajes supuestamente originales (que para nada lo son si se conoce algo su particular universo). A los incondicionales esto les parecerá genial pero, sinceramente, a mí que no me encuentro entre sus rendidas admiradoras, me supo a más de lo mismo pero, incluso peor. No puede evitar ese toque cutre de mal gusto que impepinablemente ha de aparecer venga o no a cuento. No puede evitar balancearse entre el snobismo y la cutrez, haciendo que se encuentren a pesar de que para eso, tenga que inventarse escenas de las que no sabes si reirte (de pena) o, sacarte los ojos y dejar que reposen en un cuenco con agua. A mí hay veces que la sensación de vergüenza ajena me invadía cual plaga de piojos en barracón de guerra. No me ha parecido merecedora de la expectación generada y, sospechosa (cada día más fruto del la máquina de márketing que es su productora que del verdadero interés del público, pelín harto ya de esperar a ver si ahora sí...) Creo que vive de las rentas. Que se repite como la cebolla y que, debería ser valiente y tratar de hacer lo que no se espera de él. Eso sí sería tomar un verdadero riesgo y, una demostración de su valía o, una constatación de que su fórmula se ha agotado y, él no vale para otro tipo de cine. No hay ovarios... a pesar de considerarse un experto en temas de mujeres...

Antes de nada aclarar que si tu madre es bizca no debes culparla. Ella hubiera preferido que sus ojos se llevaran bien en lugar de ser lobos solitarios. Cúlpate a ti por llevarla a un asilo donde probablemente comerá papillas de las sobras del menú del personal, y no, esto no es nada personal. Dicho lo cual, y situados correctamente en el contexto de esta maquiavélica historia, ya podemos sentarnos y esperar. ¿Esperar el qué? Si lo supiera no tendríamos que esperar, idiota.

Antonio ‘Estandartes’ muestra una vez más su nacionalismo aférrimo, abrupto y corrupto, y como rima, me tiro un eructo (regüeldo como diría más de un ‘Samu’). Sin embargo el tío, sin mueca condescendiente, se gira sobre sí mismo, frunce el ceño, se pone la mano detrás de la cabeza a modo de peineta, y se canta el “duro de pelar” de Rebeca. ¿Venía realmente a cuento Almodóvar? ¿Es realmente nuestra culpa que te chifle el pan de calatrava? No quiero ponerme agresivo pero siempre me obligas, Pedro almojábanas. Y no sigas mojando las sábanas joder, supera tus miedos, aprende de Concha Velasco.

Y mientras esperábamos llega Elena Anaya para ponernos enérgicos y ‘cirueriles’. Qué soberbia actriz, qué manera más elegante de tener 36 tacos (y no me refiero a palabras malsonantes) y aparentar 17. ¿Qué desayunará esa ninfa del séptimo arte? No creo que chistorra, panceta, huevos fritos y porras con chocolate. Ese desayuno diario es el de los campeones, como yo o Michael Phelps, pero no quiero mezclar a ‘Phelpi’ en todo esto, bastante tiene con el cloro y los manguitos.

Para terminar esta oda a la cochambre fílmica hemos de realizar una profunda reflexión. Supongamos que sales de tu casa un día de fuerte ventisca, llevas los labios deshidratados y la vaselina se esfumó anoche lubricando la puerta trasera de tu vecina. De repente te topas con ella y aprecias que, aparte de una prominente cojera, lleva los labios excesivamente bien hidratados. ¿Es lícito negarle el saludo? Lícito o no, estoy tratando mis herpes labiales mientras sigo aquí sentado, ‘cirueril’ y nostálgico, esperando algo que puede que no llegue, o puede que pasara de largo, lo único seguro es que cuando lo vea le partiré la cara. De eso no hay ningún tipo de duda. Ningún tipo de duda. Ninguna Duda. Ninguna. Duda. Perejil. Apio. Verdoso.

Los que, como yo, somos incondicionales de Almodóvar esperábamos con muchas ganas el estreno de su nueva obra. Creo que no debemos sentirnos decepcionados, a pesar de que, casi con seguridad, no es su mejor película.

La piel que habito reúne una vez más los tópicos que definen el cine de su autor: profundo y respetuoso estudio del alma femenina, pasiones insanas sin control, humor con tintes macabros y aparentemente a destiempo... Pero el ingenio de Pedro ha revestido sus tópicos de una nueva piel, resistente a las críticas de sus detractores, aportando un aire fresco que sorprende y desconcierta al espectador, aunque sin decepciones.

No negaré que en la película se producen altibajos, pero el hilo argumental es tan sólido que nos mantiene atentos a la pantalla.

Elena Anaya brilla con luz propia y será muy difícil que otro director sea capaz de mostrarla tan bella como Almodóvar aquí.

No me atrevo a clasificar a la película dentro de un género concreto, aunque estaría más cerca del thriller. La historia como tal nos aporta sorpresas, pero el final no puede ser más lógico. Sin embargo, lo más importante son las pasiones de los personajes, sus motivaciones y sus luchas para superar las adversidades y seguir viviendo.

La fotografía es insuperable y la banda sonora un auténtico acierto.

Si te gusta el cine de Almodóvar te gustará esta película. En caso contrario, no vayas a verla.