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La piel que habito

Thriller. Drama Desde que su mujer sufrió quemaduras en todo el cuerpo a raíz de un accidente de coche, el doctor Robert Ledgard, eminente cirujano plástico, ha dedicado años de estudio y experimentación a la elaboración de una nueva piel con la que hubiera podido salvarla; se trata de una piel sensible a las caricias, pero que funciona como una auténtica coraza contra toda clase de agresiones, tanto externas como internas. Para poner en práctica este ... [+]
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Críticas 449
Críticas ordenadas por utilidad
6 de septiembre de 2011
337 de 414 usuarios han encontrado esta crítica útil
La nueva cinta de Almodóvar se da un aire tonal a cierto Cronenberg –‘Inseparables’ y, en menor medida, ‘Videodrome’. Su temperatura no está lejos de ‘Tamaño natural’ (del maestro Berlanga). Uno se imagina sin esfuerzo a Michel Piccoli o Jeremy Irons en el papel protagonista.

‘Abre los ojos’, ‘Vértigo’, ‘Time’, de Kim Ki-duk… la lista de posibles referencias sería interminable.

‘La piel que habito’ tampoco elude la autocita –especialmente ‘Carne trémula’ y, algo menos, ‘Átame’. También ‘Kika’–apunta mi pata Macarrones.

Para mí, las referencias más obvias son ‘El coleccionista’, de William Wyler y 'Los ojos sin rostro', de Georges Franju, mencionada en múltiples textos.

Pero no basta con citar, ni con querer subirse al carro de la Historia por medio de las referencias. Hace falta crear, dar vida a un mundo propio, más o menos alejado de la convención. No tengo claro que Almodóvar lo consiga del todo en este caso.

La atmósfera no acaba de cuajar o sólo lo hace por momentos.

Bien rodada y dirigida, no mal interpretada (pese a ciertos tics made in USA en el gesto de Banderas, al que veo más creíble como doctor monomaniaco que como médico conferenciante), los principales defectos están en el guion: final precipitado, personaje(s) prescindible(s) [El tigre calvo, trillizo de los hermanos Matamoros, la sirvienta Marilia… y sus absurdos parentescos chirriantes, que ni vienen a cuento ni aportan nada al desarrollo argumental], diálogos explicativos y torpones para suministrar los datos al espectador.

Sobra el esperpento de la "conexión brasileña” (el personaje bufo Zeca no funciona; es impagable oír a Marisa Paredes entrando en la quinta El Cigarral diciendo “¡Qué saudade!”) y se echa en falta un desenlace no tan pobretón, más en clave de venganza retorcida o un puntito elaborada.

Me gusta el desarrollo de la trama principal: no hay giro-pirueta, la intriga se desvela de forma pausada y bien medida, sin efectismos TA-CHÁN ni sorpresa con subida de volumen. Los violines no hacen daño a las imágenes.

Elena Anaya está maravillosa.

La última secuencia es un prodigio de funambulismo cinematográfico: evita el descalabro y casi llega a conmover.

‘La piel que habito’ no es la obra de un genio; se queda a las puertas de ser una película notable. Es la obra de un artista que hace lo que quiere, dotado de talento y sin complejos.

Ya quisiéramos la mayoría de mortales fracasar a semejante altura.
Servadac
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4 de septiembre de 2011
403 de 601 usuarios han encontrado esta crítica útil
Leer críticas profesionales como "radical, voraz, quirúrgicamente perfecta" o anónimas que la alaban sin mesura me ha desconcertado.
No me considero ni Almodóvar fan ni un Carlos Boyero del director manchego. He disfrutado con alguna de sus películas y me he sentido defraudado en otras. Mantener un nivel alto en cualquier faceta de la vida es imposible. Pero La piel que habito es mala.
Vendida como thriller de terror psicológico, lo que abundaba entre las butacas eran las risas. Pero no, no es "el humor de Almodóvar". El terror se le ha escapado de las manos con diálogos burdos, interpretaciones surrealistas y una historia propia de telefilme dominguero.

La primera media hora es un truño. Se esfuerza en presentarnos a un doctor sin escrúpulos, con su laboratorio (recuerda más a CSI que a otra cosa), su cobaya y su chalet de la sierra. Solo la fe en que mejore la cosa evita el sopor.

Luego se anima con flashbacks que intentan justificar algo hasta el decepcionante desenlace.

Ni rastro de los geniales diálogos (con alguna excepción). Ni un atisbo de interpretaciones para el recuerdo. Ni por asomo la angustia prometida. Solo se salvan la música de Alberto Iglesias y una Elena Anaya superior a la calidad del filme.

Una hilada promoción puede hacer que acudas al cine con las máximas expectativas y salgas indignado y con el bolsillo vacío.
Si eres muy bueno haciendo lo de siempre, haz lo de siempre. ¿Alguien se imagina a Iñaki Gabilondo presentando Sálvame?
Pues eso.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Camliça
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4 de septiembre de 2011
146 de 209 usuarios han encontrado esta crítica útil
Vengo del cine cabreado. Almodóvar, una vez más, ha metido la pata. Y en este caso hasta el fondo.

Ojo, hablo de técnica, no de gusto. A uno le puede gustar o no una película como, por ejemplo, No country for old men, pero en cualquier caso sabe que se enfrenta a un producto de calidad. Más allá de predilecciones personales (a mí los hermanos Coen no me cautivan), el buen cine se reconoce a leguas. Por eso es especialmente indignante que Almodóvar, un director con talento demostrado, ofrezca a sus seguidores una suerte de telefilme que, moviéndose entre lo esperpéntico y lo kitsch, mantiene al espectador sentado en la butaca con la boca abierta de incredulidad. Eso sí, como típico cine de realizador de culto, la película contiene fuertes dosis de pretensión hueca que provocarán las delicias de sus fanáticos, pero que al resto de los mortales nos resultan vacías.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Adam_Kesher
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4 de septiembre de 2011
124 de 178 usuarios han encontrado esta crítica útil
La última película de Almodóvar permite al espectador cambiar y mutar su propia piel a convicción, distinción y predisposición. La epidermis en la que se mueve es tan fina y sensible que puede producir sopor, dolor, indiferencia o absoluto placer a discreción.
No hay que engañarse tampoco: no es una nueva piel del cineasta ya que vuelve a vestirse sobre membranas que habitaban en sus cintas anteriores. No faltan sus continuados deslices, sus desvaríos y mezcolanza en cuanto al género, referencias y los detalles y recursos del guión que pondrán la piel de gallina a sus detractores e incluso a bastantes de sus seguidores. Pero por encima de todo habita el melodrama aldomovariano tradicional que empapa de sangre vital todas las pieles que la componen.

Si en “Los abrazos rotos” el mosaico quedaba dibujado en esas fotografías partidas, desgarradas y destrozadas en cuerpo y alma, invitando a componer el puzle que formaban, aquí los retales de tela succionados por un aspirador nos dan respuestas aunque no conozcamos realmente las preguntas. Porque “La piel que habito” forma una película con un primer acto oculto y velado en el interior de unos torturados personajes. Unas breves imágenes residuales en un televisor dan completa forma a la historia: un guepardo devorando a una pequeña gacela ante la impotencia de los vencidos y el yoga como salvación interior mediante la calma y paciencia ante la destrucción exterior.

Sus saltos temporales tan marcados como cortes de bisturí y su historia sin retorno, irreversible como la piel y con un inclasificable cruce de venganzas kafkianas, hacen de la “La piel que habito” una película sobre el cuerpo y el alma en su distinción sobre el individuo. Desde la nueva carne Cronenberg, pasando por “El rostro ajeno” de Teshigahara, a los “Ojos sin rostro” sin Franju, desde Buñuel pasando por el giallo… el filme de Almodóvar hará que algunos no paren de buscar entre sus latentes cicatrices, que atan cada una de las pieles con las que se disfraza, y otros nos perderemos en las distancia para disfrutar del cuerpo que compone la película. Una película que realmente empieza a sentirse en la propia piel cuando acaba “La piel que habito”.
Maldito Bastardo
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28 de agosto de 2011
128 de 196 usuarios han encontrado esta crítica útil
En una sociedad en la que la ciencia avanza más deprisa que la propia moral, resulta necesario establecer ciertos límites sobre lo correcto e incorrecto. Así, la bioética ofrece una constante vigilancia sobre el desarrollo adecuado de cada estudio científico. Pero, ¿qué sucede con las investigaciones personales? ¿Cómo regular los experimentos clandestinos? Conociendo la respuesta, el Doctor Robert Ledgard busca, bajo la complicidad de las paredes de su hogar, perfeccionar la piel humana. Sin embargo, el proyecto es demasiado ambicioso como para aplicarlo simplemente a unos ratones de laboratorio.

El nuevo trabajo de Pedro Almodóvar mantiene la característica huella del director en cada plano. Pero "La piel que habito" no es una continuación de su estilo anterior, sino más bien una evolución del mismo. Las historias que escribe Almodóvar suelen ser o demasiado alejadas de lo común ("La mala educación", "Todo sobre mi madre") o demasiado corrientes ("Volver", "Los abrazos rotos"). En esta ocasión se presenta un argumento poco habitual escondido en otro más usual. Para conseguir este efecto, juega con una alteración temporal que dosifica la información, equilibrando una tensión narrativa que se perdería si el relato fuese lineal.

Con respecto al reparto, el director sigue obteniendo mejores resultados de sus actrices que de sus actores. Elena Anaya destaca por encima del propio Antonio Banderas, pese a la poco creíble pelea que ambos mantienen. Marisa Paredes, rostro habitual en sus anteriores filmes, demuestra su veteranía en un papel secundario cuyo único problema es soportar demasiado bagaje dramático, sin que su historia personal se termine de desarrollar.

Sería difícil situar esta película en un solo género cinematográfico. Junto a la clasificación de drama, es necesario añadir un matiz: el de terror. Un ambiente de angustia emana del miedo psicológico creado, pero ya no tanto por las acciones, sino por esa estética de un vestuario tan ortopédico. Es el miedo a la deformación, al deterioro, al irremediable paso del tiempo, y también a la pérdida de la autonomía. Por otro lado, hay algún pequeño momento cómico que concede breves respiros de aire fresco.

En "La piel que habito" pueden resultar desconcertantes los puntos de giro de su guion. Algunos son tan bruscos que pueden dar la sensación de que la película va a la deriva. Pero, tras una historia tan bien desarrollada, es imperdonable terminar con un final tan simple, sencillo e incluso vulgar. Tal vez hubiera sido preferible cortar y suturar o antes o después, pero no donde se ha practicado la incisión. Así, la cicatriz ha quedado al descubierto, y ni el maquillaje de la música o de los títulos de crédito podrá disimular esa marca.
Koonery
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