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Léolo

Drama Léo Lauzon es un niño que vive en un humilde barrio de Montreal, atrapado en una sórdida existencia. Cada noche intenta evadirse por medio de los recuerdos, los sueños y su desbordante imaginación, pero la cruda realidad familiar interrumpe siempre sus fantasías: tiene un padre obsesionado por la salud intestinal de toda la familia, un hermano culturista que vive preso del miedo, dos hermanas que padecen trastornos mentales, un abuelo a ... [+]
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Críticas 147
Críticas ordenadas por utilidad
16 de mayo de 2008
137 de 206 usuarios han encontrado esta crítica útil
Una vez en una tertulia con unos amigos, hablamos de quien era el pueblo o país más engreído y chauvinista. Hubo muchas respuestas y argumentaciones... que si los ingleses, los franceses, los chinos, los indios, los norteamericanos, los argentinos... cuando llegó mi turno respondí con total firmeza los franco-canadienses.

Quebec es un lugar precioso, pero infinitamente onanista. Sus libros, sus monumentos, sus películas son tratadas como si fueran “El Quijote”. Leen en un 99% sólo sus autores, que están hipersubvencionados por el estado y además patrocina fuera de sus fronteras.

Y tienen culturalmente lo peor de los franceses sin serlo -se creen todos unos intelectuales y no saben que es un quercus ilex- pero además tienen el posmodernismo típicamente americano.

Que es lo que sale de todo eso, pues películas como “Léolo”, es decir realismo sucio cercano a la coprofilia envuelto en poesía callejera que se cree elevada y que no llega ni a juego de palabras.

Me parece divertida la sinceridad del director fallecido Jean-Claude Lauzon, en una entrevista que leí hace tiempo, él mismo reconocía que el guión era inexistente. Empezó escribiendo frases sueltas a las que unió sus “escritos” de infancia. Otro caso más de egocentrismo. Antes, en la época dorada de la literatura, a ningún escritor se le ocurría contar su vida en sus primeros libros, eso se hacia al final como recompensa de que se lo había ganado. Ahora no, ahora como ya nadie sabe nada, ni tienen nada que contar, nos cuentan la historia de su familia, la vecina y lo que comen los domingos.

Debo reconocer que no me sorprende lo más absoluto que tantas miles de personas estén atrapadas por “Léolo”, no estamos precisamente en la Ilustración. El subjetivismo, el teatro del absurdo, el feísmo, el emotivismo, el individualismo, la irracionalidad... lleva la delantera en el ¿arte? desde hace varias décadas. Y no se va a detener, cada año inauguran más museos de arte contemporáneo, hay más artistas que nos enseñan sus mierdas en galerías y sin embargo no hay ni el 2% de artistas que merezcan la pena teniendo 2.000 veces más de ellos que en el siglo XVIII.

Que la película es pervertida... da igual, en realidad es poesía onírica. Y se lo creen.

Que la película es de mal gusto... da igual, todas y cada una de las escenas están justificadas. Y se lo creen.

Que la película no tiene guión... sí lo tiene, y si no es así, es que retrata un mundo de ensoñación donde las coordenadas racionales se diluyen. Y se lo creen.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
vircenguetorix
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12 de noviembre de 2008
57 de 66 usuarios han encontrado esta crítica útil
1) En un medio que lo predestina a una existencia degradada y a probable locura, el preadolescente Léolo opone a la realidad circundante, que no puede ser más mísera y cutre, un bronco y radical proceso creador.
Aupándose en la escritura de sus cuadernos, trata de emerger de la ciénaga humana donde ha nacido y, entre velas y linternas, respirar un aire menos ponzoñoso.

En el único libro que hay en la casa [nada menos que “L’avalée des avalés”, del misterioso escritor Ducharme, bastante parecido al personaje del Domador de Versos, pero lo increíble no es problema en la película], Léolo encuentra sus frases-mantra. La principal: “Porque sueño, no estoy loco”. Y encuentra también el ímpetu de anotar cuanto le pasa por la cabeza, disparatado y torrencial, para aislarse tras un escudo manuscrito.

El viejo Domador de Versos recorre los basureros y colecciona montañas de cartas y fotografías. Desde un tiempo posterior lee en voz muy baja los pirotécnicos apuntes de Léolo. Le oímos en off durante toda la película.


2) —¡Baja de las nubes! ¡Deja de escribir tonterías en tus cuadernos! –le reprochan los familiares a Léolo, quien los convierte en personajes de ficción. Con lúcido y despiadado expresionismo, habla de ellos como de extraños, entregados a zampar en su guarida hedionda, un cementerio de muertos vivientes.

Los voluminosos padres se centran en el tubo digestivo, en llenarlo y vaciarlo aplicadamente, reteniendo en el proceso abundantes grasas.
Cabeza de familia, el padre ejerce repartiendo con puntualidad laxantes y fiscalizando la actividad excretora del hogar. “¡La salud florece al cagar!”, es la divisa.
Las hermanas, enajenadas, son asiduas del psiquiátrico.
El hermano, acobardado tras una paliza callejera, se refugia en la práctica obsesiva del culturismo.
El cínico abuelo da rienda suelta a impulsos infanticidas y pederastas.
(...)


3) Negado a reconocerse en su estirpe, Léolo se reinventa a diario, línea a línea. Con su escritura febril y rabiosa se fabrica un espacio virtual donde subsistir (tiene que compartir habitación y cama con su hermano de 100 kg): el quijotescamente sostenido sueño de una feliz e imposible identidad siciliana.

En los cuadernos, Léolo sublima la atracción por la vecina italiana, a quien espía por la claraboya del baño. Se aferra a ese amor (“Bianca, amor mío… mi dulce amor… mi único amor… mi Italia…”), cuya intensificación unilateral le proporciona luminosas visiones de una Sicilia paradisíaca.

Cuando las hormonas se encienden, es la hora de los brutales ritos adolescentes, del anclaje al sexo asequible en solares encharcados. El sortilegio contraofensivo de los cuadernos puede debilitarse; el ideal amoroso que sostienen, desdibujarse, y la peor melancolía amenazar con la proyección de su sombra sobre la mugrienta y cochambrosa barriada donde Léolo apura una liberación desesperadamente poética, el afán de seguir oponiendo al gruñido ambiental esa voz de fuego que lo atraviesa.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Archilupo
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14 de noviembre de 2009
56 de 65 usuarios han encontrado esta crítica útil
Lauzon se aleja de los tópicos del cine norteamericano. Cautiva y estremece. Entrega el alma.

"Ese día comprendí que el miedo habita en lo más hondo de nosotros y que ni una montaña de músculos ni un millar de soldados podrían hacer nada para remediarlo."

===

Léolo es una historia excepcional, como la interpretación de ella que oí en una ocasión. Un compañero me contó que alguien vio en la cinta lo siguiente…
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Servadac
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13 de julio de 2007
123 de 203 usuarios han encontrado esta crítica útil
Me lo he pensado y mucho antes de escribir esta crítica pues uno esta un poco harto de llevarse ostias por todos los lados y parecer que siempre quiere llevar la contraria a todo el mundo, pero no lo puedo remediar uno es así y me pongo al asunto, que como siempre es no estar de acuerdo de que estemos ante ningún tipo de obra de arte. Sé que el final de esta crítica es estar entre las peor votadas, pero me voy a dar el gustazo de decir lo que pienso de este esperpento.

Una dichosa voz en Off, las odio con toda mi alma, nos narra la película. Odio la voz en Off ya que normalmente esconden los tremendos fallos de guión de los film, y suelen tratar al espectador de tonto perdido.

En este caso no llega a ser así, pues la refinadísima voz nos filosofea con palabras supuestamente de gran belleza y trascendencia, que lo que hace es tapar la repugnancia absoluta y el vacío enorme que tiene el film en si, el cual no nos dice nada de nada pese a que alguien ve en él ni más ni menos el mejor tratado filmado sobre la locura ¡Toma ya!

La maravillosa voz, lo admito ¡Venga! la extraordinaria música, y la buena fotografía, acompañan a una película con la que no entiendo que nadie pueda estar identificado, ni de niño ni de viejo, es una cerdada absoluta, con escenas, no surrealistas como se dice por ahí, son escenas guarras a más no poder. Ni siquiera escatológicas, ¿Dónde coño están las escenas escatológicas?, al pan pan y al vino vino, no utilicemos palabrejas las escenas no son escatológicas, son una auténtica marranada con mal gusto extremo, explicaré alguna escena es spoiler.

Tendemos cuando alguien se sale del tiesto a creernos que estamos ante un genio, que quizá lo hubiese sido si no llega a morir, y aunque termine la peli y te preguntes ¿Qué narices acabo de ver? Solemos pensar que ha sido la genialidad del director la que ha creado esta duda en nosotros, pero en general no es así, normalmente estas películas que te dejan el mundo abierto para pensar lo que te de la gana lo que las pasa es que no te están diciendo ni contando nada de nada, como es el caso.

Lauzón era un gran cineasta, eso no me cabe duda, la dirección es más que correcta y las frases que dice el narrador, que he querido constatar pero no he podido si son suyas o sacadas de otros libros, reconozco que tienen cierta poesía, pero mezclada con un asqueroso dolor de estomago, de tripas revueltas, de repugnancia extrema durante toda la película, hay a gente que le gusta esto, pero también los hay masoquistas, fetichistas, sodomitas etc. etc.

Pese a ser una película asquerosa, no la suspendo pues tiene muchísimas virtudes aparte de las estúpidas imágenes, de la estúpida historia. Pienso que la mayoría de la gente la vota tan alto debido al poético narrador y la buena realización general, la historia desde luego un tratado de la locura, Lauzón tenía que haber terminado en el psiquiátrico
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antipseudo
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4 de enero de 2010
40 de 46 usuarios han encontrado esta crítica útil
No le pongo un diez porque no es bueno revolcarse en la tristeza. Ni disfrutar tanto con ella como yo lo he hecho al ver esta película. No le pongo un diez porque me he mirado en el espejo de ese niño y me he reconocido ahí detrás. Me he recordado hace mil años cuando la niña que me miraba era pálida, fea, larguirucha, cuatroojos y sabihonda; y yo la quería linda, dulce, simpática y popular. No le he puesto un diez porque he reconocido a mi madre y mi padre y mis abuelos y mi hermana y primos y todos los seres maravillosos e inolvidables de mi infancia que nunca supe reconocer y querer en la medida que se lo merecían, que era inconmensurable. No le pongo un diez porque no me di cuenta que la imaginación eran unas gafas mal graduadas que idealizaban el mundo de los sueños, engrandeciéndolo, mientras me hacían la realidad tan pequeñita y desenfocada que nunca pude disfrutar de ella. No le pongo un diez porque, con los años, yo también me he perdido en la cordura, y no he sido capaz de mantener viva a la niña que fui: la que leía con la luz de la nevera o la linterna debajo de la manta; la que se enamoraba del vecino porque era idéntico al Ulises de vuelta a Ítaca, del dibujo marrón-azul de su libro preferido; la que cruzaba todos los días los puentes de su barrio de "entre vías" como si fuera una espía del orient express entre Estambul y París; la que iba en autobús con su madre, a visitar al médico, sintiéndose una pionera del viejo y lejano oeste; la que bailaba el lago de los cisnes en el descansillo del tercero mientras aplaudían los millones de sabanas de la casa de enfrente. Y la que escribía todo eso. Sin destino. Escribir para que nadie lo lea, solo para crearlo y recrearlo en el fondo de tu cabeza, dentro de un armario o en el fondo del mar... Lugares llenos de luz donde uno estaba a salvo y no acechaba la vulgaridad, la miseria, la rutina, la enfermedad o la locura. Ni el miedo. Lugares donde uno era libre.

Y no le pongo un diez porque, entre los sueños y la realidad, caímos en una tierra de nadie donde flotamos a la deriva, pero solos no, Léolo, yo contigo y tu conmigo. Tu te pareces a Ulises y yo soy una chica morena de finos tobillos que sabe canciones de islas blancas en medio del mar azul...
paki
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