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El carnicero

Intriga. Thriller. Drama En un pequeño pueblo francés, durante la celebración de una boda, la maestra Helene y el carnicero Popaul entablan conversación. Ella, a pesar de su juventud y belleza, vive como una monja en el segundo piso de la escuela. Él es un hombre muy gentil que sufre terribles pesadillas provocadas por recuerdos de la guerra. Cuando empieza a surgir una relación sentimental entre ellos, dos mujeres aparecen brutalmente apuñaladas en el bosque. (FILMAFFINITY)  [+]
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Críticas 34
Críticas ordenadas por utilidad
26 de noviembre de 2005
99 de 118 usuarios han encontrado esta crítica útil
Obra culminante de Chabrol, rodada en Trémolat (Périgord/Francia) y en la campiña de los alrededores. Dedicada a los habitantes de Trémolat.

La acción tiene lugar en un pequeño pueblo francés de provincias en 1968. Narra la historia del amor que siente Popaul (Jean Yanne) por Helena (Stéphane Audran), directora y profesora de la escuala primaria del lugar, mientras se suceden asesinatos de mujeres jóvenes. Las sospechas de Helena se ven acrecentadas cuando encuentra en el escenario de un asesinato pruebas que incriminan a una persona que conoce. La película se basa en un argumento exquisitamente sencillo y conciso. El autor explora, sobre todo, la personalidad de los dos protagonistas. Popaul es un veterano de guerra con 15 años de servicio en el ejército colonial, resentido contra el padre, trabaja a disgusto en una canicería, lleva una vida solitaria y sin relaciones íntimas. Helena tuvo un desengaño amoroso 10 años atrás, teme al amor, vive sola y se relaciona bien con los alumnos y los habitantes del lugar. Él no tiene estudios y es una persona retorcida y atormentada. Ella es aficionada a la lectura y a la pintura, ha asumido su soltería, que compensa con el afecto que da a sus alumnos y recibe de ellos. Las relaciones entre Helena y Popaul se estancan pronto por las barreras que pone ella. La falta de correspondencia a la oferta de amor provoca en Popaul una fuerte crisis interior. La película ofrece, también, una entrañable descripción de los personajes del lugar y sus vivencias, que reflejan la tranquilidad y la belleza de una campiña fértil. El autor no olvida sus toques personales: exalta la gastronomía y los tipos populares, le fascina la estupidez y la locura, desprecia el yoga. Incluye elementos simbólicos, como la cueva (primitivismo de las tensiones interiores de los dos protagonistas) y el parpadeo del chivato luminoso del ascensor (el latido del corazón).

La música acompaña las escenas de baile con melodías vibrantes, anticipa las escenas trágicas, describe la sospecha, el temor y la angustia y complementa las imágenes de la cueva imitando el sonido de las estalactitas y estalagmitas. La fotografía mueve la cámara en travellings y zooms brillantes, usa enfoques en picado y oblícuos muy atractivos y crea una narración visual de extraordinaria belleza. El guión destaca por su lenguaje conciso y sencillo, elaborado con pasión por la palabra y su fuerza estética. La intepretación de los protagonistas es soberbia y las intervenciones de los habitantes del lugar, incluidos los menores, destilan naturalidad y espontaneidad. La dirección trabaja con su equipo técnico habitual y un equipo artístico muy allegado. De ellos extrae una obra intensa, que emociona y eleva el espíritu.

Una de las tres mejores obras del autor. Desborda belleza visual, sonora, verbal, intelectual y emocional. Es una joya cinematográfica.
Miquel
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17 de marzo de 2011
58 de 62 usuarios han encontrado esta crítica útil
Los ingredientes son negros. En un pueblo del Périgord, crímenes estremecedores: niñas asesinadas. Pueblo corriente, con uno de sus ritos sociales comienza la película. Vemos 15 minutos a los vecinos en un banquete de boda. En grandes mesas comunales festejan a los novios. Escenas típicas: cantan, bailan música de orquestilla, pronto achispados todos.
A la maestra le toca junto al carnicero y charlan desenfadados.
Siguen conversando un rato al salir, en sintonía aunque no pueden ser más distintos.
Sus frases escuetas los retratan.
Ningún signo es malo, contesta ella sonriente cuando él dice que Escorpio es mal signo.
Le he traído una pierna, dice él al presentarse con un obsequio de su carnicería.

Antes, Chabrol da una clave en los créditos. Los nombres se superponen a pinturas rupestres y cavernas con estalactitas, junto a inquietante música atonal que se mantendrá durante toda la película, como recordatorio de lo primitivo.
Después, la maestra lleva a los niños de excursión a unas grutas prehistóricas. En reconocimiento de ese factor primitivo, ella aboga por los ancestros que allí vivieron.
La inteligencia del cromañón era humana, les explica.

El carnicero trocea técnicamente animales. Relata su pavorosa experiencia militar en Indochina: un asco, una verdadera porquería. Su alma se pudrió allí, se nota en cómo habla de las matanzas y los cadáveres. Pero se acerca mansa y devotamente a la maestra. Por qué no tiene novio, le pregunta.

La situación es enseguida tremenda. La gente por la calle y en las tiendas habla de los crímenes, del movimiento de gendarmes. Hay un entierro, multitudinario como la boda. Paraguas negros. Andar lento, tan demorado como el ritmo gélido, las tomas y color fríos, las campanadas esporádicas.

Todos los ingredientes negros están ya planteados cuando aparece el comisario, nervioso, incontinente. Pero hay algo más.
Chabrol abre el foco temático en el personaje femenino, de tal amplitud que encarna al espíritu humano, su poder evolutivo y su capacidad de comprensión al contemplar serenamente y sin juzgarlo el fondo primitivo del hombre, la raíz patológica del crimen, la obsesión enfermiza con la sangre, digno de compasión por atroz que sea.
Compasión a la que Chabrol da rasgo oriental, según se muestra en determinada escena, pese a que la vida del pueblo discurre en ambiente católico.
Compasión que gracias a una maravillosa Stéphane Audran (esposa de Chabrol entonces) no se formula con palabras sino con la profundidad de su mirada, así como con la atmósfera indescriptible de algunas escenas: la suma parsimoniosa de noche, ventana, voces que llaman, plaza desierta, campanadas tétricas y cerrojos; o esa toma subjetiva que capta espectralmente el camino iluminado por los faros del coche según éste avanza, los árboles de los flancos recortados contra las tinieblas por la luz móvil, mientras brilla en el abismo un alma moribunda.
Como en las novelas rusas, pero en imagen en vez de con palabras.
Archilupo
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10 de septiembre de 2007
56 de 67 usuarios han encontrado esta crítica útil
Un relato configurado a partir de tiempos muertos, una cinta serena y directa. Una boda, una profesora en clase de literatura, una mujer paseando por su habitación. Chabrol, así, dispone una situación próxima, provocando en el espectador una sensación de inmediatez que no extrae suspense ni pavor de lo que cuenta, sino que emplea la claridad y ausencia de artificio como instrumentos fundamentales.

Dos personajes distintos en origen, profesión y educación; solos ambos, eso sí. Chabrol configura desde la sutileza ambos personajes, desde ligeros extractos, sucintamente reflejados en algunos diálogos y en sus gestos. Ella, muy joven para ser directora de colegio, vive sola, fuma en la calle, conduce un dos caballos, es una mujer independiente y demasiado sensual para un pueblo así. Él, qué decir de él; un personaje con algo detrás, apuntados los detalles simplemente, sin ser juzgado, sin ser condenado. Nadie expone nada apenas, no hay pasados, no hay madres castradoras en forma de flashback explicativo. La guerra quizás… Ellos se encuentran, hablan, se conocen. Ambos tienen un pasado que les ha marcado, está claro. Eso une, y mucho (ella aislada, dolida, en una especie de destierro voluntario. Él marcado, sin olvidar sus experiencias). No hay romanticismo en esa relación. Al menos no en el sentido estricto del término. Ni siquiera estos caracteres se definen de forma idealizada (como suele hacer el cine). Aquí hay más bien un pacto de conveniencia por parte de ella y una auténtica fascinación por parte de él.

Sobria puesta en escena y sobria trama. Hay aquí una introspección psicológica sincera, de latente violencia. No importa quién, cómo o dónde (la esquelética descripción del descubrimiento del mechero así lo muestra). Lo importante es mostrar algo de ese desorden que algunos esconden es sus cabezas, de cómo pueden romper la paz de una pequeña aldea igual que el campanario, con sus tañidos, rompe el silencio de unas casas ubicadas entre montañas, en medio de ninguna parte. De cómo pueden buscar redención si en algún momento de sus vidas, sin previo aviso, alguien les da un poco de aquello que, probablemente, se les había negado antes.
Bloomsday
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15 de octubre de 2009
39 de 44 usuarios han encontrado esta crítica útil
A la mayoría les parecerá demasiado sobria. Demasiado simple. Demasiado sosa, quizás. Pero “El carnicero” es una de esas pelis que responden a la máxima ‘menos es más’ y que despliegan, de esta manera, un ejercicio de estilo prácticamente impecable.

Para ello Chabrol decide prescindir de cualquier planteamiento hitchcockiano y se limita a construir su thriller a partir de la riqueza psicológica de sus protagonistas: Popaul y Helen. Dos seres que entrecruzan sus vidas en un pueblecito de la campiña francesa e inician una extraña relación. Una relación de funestas consecuencias que, más allá de cualquier entramado argumental y de cualquier oscuro y traumático pasado, evidencia un dato irrebatible: a Chabrol lo que le obsesiona es cómo y de qué manera atrapar al espectador con una historia de amor y de muerte tan sucinta. Nada más. La intriga, por lo tanto, pasa a un segundo término.

Pero Chabrol consigue atrapar al espectador. Vaya si no. Lo consigue a través de una atmósfera inquietante (turbulenta, incluso) y una carga metafórica considerable. Una carga que el propio espectador deberá desarrollar e interpretar por sus propios medios y que, vista desde mi calenturienta perspectiva, contiene un inequívoco trasfondo sexual. Desde su vertiente más patológica, por supuesto. Un ejemplo palpable sería ese cuchillo de innegables connotaciones fálicas que aparece al principio y al final de la peli. Un cuchillo que se hunde en la carne y que simboliza, sin lugar a dudas, ese apetito sexual reprimido y saciado, al mismo tiempo, a través de la muerte.

Una peli, en definitiva, extraña y atípica. Pero buena. Muy buena.
Taylor
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3 de abril de 2010
18 de 19 usuarios han encontrado esta crítica útil
Helene es directora de escuela. Es guapa y atractiva. Sin embargo, lleva una vida ermitaña, pues alguien le rompió el corazón muchos años atrás, y no le quedó otra que alejarse de los encantos de la gran ciudad para refugiarse en un pueblecito francés. Hasta allí llega Pompeau, un hombre que huyó, en su día, de la figura de su padre, alistándose en el ejército, para ahora volver al pueblo a trabajar de lo que siempre ha trabajado, tradición familiar, de carnicero. En una boda se conocerán, y se gustarán. Pronto se encenderá la llama del amor, y el romance aparecerá. Cuando todo parezca andar bien, la inquietud y el miedo llegarán al pueblo en forma de mujeres asesinadas en los montes del alrededor, abriendo el camino para que Claude Chabrol se luzca con uno de los romances más perverso de la historia del cine.

‘El carnicero’ es una cinta extremadamente peculiar. No cae en ningún convencionalismo. El romance se va narrando, viendo las angustias de ambos, con pasados dolorosos marcados por el amor y la guerra (geniales guiños antibelicistas), reconciliando a éstos en la figura del otro, al tiempo que la tensión y la asfixia (la escena en la escuela final es de lo más acojonante que he visto) se va apoderando de uno, mediante una BSO tenebrosa y una ambientación inquietante. El final es desgarrador, con el rostro de Stéphane Audran en la luminosidad que dan los focos de un 2cv. Hubo beso, pero el corazón volvió a romperse.
The Motorcycle Boy
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