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Carandiru

Drama Relato ambientado en la tristemente famosa cárcel de Carandiru, en Sao Paulo, donde, en 1992, la policía redujo de forma violentísima una revuelta masacrando a más de cien presos que estaban desarmados. (FILMAFFINITY)
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Críticas 23
Críticas ordenadas por utilidad
13 de agosto de 2006
40 de 43 usuarios han encontrado esta crítica útil
Magnífica película que nos relata un suceso real: la matanza de 111 reclusos, a manos de la polícia y a sangre fría, en el penal de Carandiru en Sao Paulo.
La narración recae en el personaje del médico (maravillosamente interpretado), quien nos irá presentando un nutrido ramillete de personajes, y ellos nos explicarán los motivos por los que acabaron en la inmunda, ruinosa y sobresaturada prisión, con capacidad para 4000 presos y en la que hay 7500.
La ambientación es sobrecogedora, y uno acaba por dudar si es más repugnante la lúgubre cárcel o los barrios marginales en los que habitaban los reclusos que en ella se hacinan.
Los personajes quedan perfectamente dibujados, gracias a algunas interpretaciones asombrosas (Negro -un patriarca a la más antigua usanza-, Majestad -un vivalavirgen bígamo-, LadyDi -un travestí que llega a transmitír ternura-, o Zico -un buen muchacho que comete la estupidez de denunciar a la policía la presunta violación de su hermana- son un buen ejemplo).
La fotografía es excelente, y el sólido guión nos lleva de momentos simpáticos y alegres a instantes de tremenda brutalidad (lo del chico ciego de crak y el agua hirviendo me sentó como una patada en los mismísimos), con toda naturalidad y total fluidez narrativa.
Del todo recomendable, este peliculón carcelario nos muestra, sin concesiones, que si en los llamados paises desarrollados el régimen carcelario es tercermundista, en los paises tercermundistas aún lo es más. Y de que triste manera.
Kingo
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18 de agosto de 2007
32 de 36 usuarios han encontrado esta crítica útil
A nadie se le escapa que Carandiru pretende seguir la senda abierta por Ciudad de Dios, pero se queda muy lejos de alcanzar sus méritos, por una razón fundamental: donde Meirelles tejía un variopinto retrato de personajes al límite, lógica y forzosamente relacionados, Babenco opta por la simple acumulación. Te cuenta ocho historias como te podía haber contado ochenta, el caso es dejar morir el metraje entre anécdotas que no cumplen ningún grado de interrelación más allá del contacto entre rejas; un compendio de sketches tragicómicos sucedidos sin una visión de conjunto clara. Si encima le metemos melaza, personajes tópicos, un médico que es un bendito (por favor...), una cierta suspensión de credibilidad de algunos personajes y situaciones, y un tratamiento hollywoodiense de la miseria y la vida en los infiernos (no hablo del estilo, ojo), pues tendremos un desperdiciado film social que, no obstante, cuenta también con algunas virtudes.

A saber, su preciso ritmo narrativo (hay que saber narrar para que casi dos horas y media se pasen sin asomo de aburrimiento), un sentido del humor bastante malvado, una buena mano para pillar desprevenido al espectador con su contundencia y su juego de contrastes y, sobre todo, lo que constituye la función principal de la película: dar a conocer, de una forma no demasiado exhaustiva pero sí con buenas maneras, el trágico suceso acaecido en dicha prisión de Sao Paulo en 1992, cuando más de cien presos fueron asesinados a sangre fría por la policía brasileña durante una disputa que debió haber acabado de una forma mucho más pacífica (como deseaban los presos, de hecho). Los aficionados al cine carcelario disfrutarán de lo lindo con este descomunal recorrido por los sucios pasillos de tan superpoblada y célebre prisión (felizmente derruida en 2002), brutal foco del virus VIH y espejo en el que se refleja la realidad social de un país consumido por la pobreza y la violencia. Pero el que quiera una visión más seria del asunto supongo que tendrá que recurrir al documental O prisioneiro da grade de ferro, dirigido por Paulo Sacramento.

Lo mejor: su pulso dramático.
Lo peor: la extrema benevolencia del médico.
nachete
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2 de mayo de 2009
21 de 21 usuarios han encontrado esta crítica útil
Con la demolición de la prisión de Carandiru, los sucesos acaecidos el 2 de octubre de 1992 pasarían tarde o temprano al olvido pero gracias a una de las cosas que hace grande al cine, el olvido nunca llegará.

El cine, debido a su capacidad de dramatización y a la imposibilidad de desaparecer, siempre nos recordará los sucesos que nos han hecho avergonzarnos de ser humanos.Esta matanza y el modo de amontonar a gente en cárceles no será menos.

Gracias a esta película he podido ver como se vive en cárceles del tercer mundo, como los hombres son encerrados sin las mínimas normas de salubridad e higiene donde la ley del más fuerte es la que impera. El sexo y la droga son el pan de cada día, y ni los que violan son tan malos ni los violados tan buenos, todos tienen su momento y de eso nadie se libra.

"Carandiru" se aleja de todos los estereotipos creados por la industria americana mostrándonos una cárcel más humana e inhumana al mismo tiempo. Una prisión llena de matices grises, en donde hasta el más malo puede ser bueno y viceversa.

No es sólo un filme sobre el levantamiento y su reducción por la fuerza, es mucho más.

La historia nos atrapa pronto ante la crudeza de las palabras de los prisioneros. A través de pequeños flashbacks podrás entender y empatizar más con ellos. Todo hasta el tramo final es correcto, y el realismo es aplastante.

Lo peor del filme ocurre justo cuando la tensión y el suspense eran mayores. El director tenía todo de cara, pero con la intención de alargar y dramatizar unos sucesos que duraron pocos minutos, mete frases de "supervivientes" contando sus pensamientos mientras veían la matanza. Es un formato de documental que no pinta nada, ni siquiera eran los verdaderos presos sino los actores, o sea que se veía superficial e innecesario. Para mí gusto un error grave, que corta el ritmo pero que tampoco enrarece el resultado final siendo casi igual de efectivo.
capacitivo
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23 de marzo de 2009
7 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
Dirigida por Héctor Babenco, uno de los grandes nombres del cine brasileiro, a la vuelta de su periplo desigual por los EEUU, esta peli es la adaptación del libro Estação Carandiru, escrito por el doctor Dráuzio Varella, en el que cuenta sus propias vivencias justo antes de esa fecha maldita que titula mi crítica, un buen hombre que trabajó voluntariamente en la Casa de Detenção de São Paulo (cárcel con una capacidad para 4000 "inquilinos" pero con una ocupación de casi el doble), en principio para prevenir la extensión imparable del SIDA entre la población reclusa y luego ayudando a los presos en la faceta médica.
Me parece admirable como el director retrata, con una humanidad apabullante, a ese conjunto de personas a las que sus respectivos destinos (malas artes, mala suerte, etc) han llevado a ese lugar semejante a un infierno en vida. En Carandiru lo que eras o lo que hacías ya no importa, es un microuniverso regido por sus propias reglas, en el que una especie de "entente cordiale" entre los reclusos es el código legal no escrito gracias al cual todo funciona de la manera más adecuada posible en esas condiciones extremas. Indudablemente, hay crueldad, hay enfrentamientos, se respira la violencia, pero en el fondo subyace un respeto entre los reclusos, unidos por la fatalidad que les ha llevado a ese agujero. Lejos de pintar a los guardianes, al alcaide o a los propios reclusos a la manera hollywoodiense, el retrato pintado por Varella demuestra una extraña compasión, una solidaridad hacia todos aquellos que deben pagar con su falta de libertad las deudas han contraido en su vida previa.
Formalmente, la peli tiene dos claras partes: la primera, en la que a través de los ojos del médico vamos descubriendo a los distintos reclusos, que en primera persona y utilizando flashbacks explicativos, nos permiten acceder al porqué de su estancia en la cárcel. Todo ello está regado a menudo con píldoras de humor que creo muy oportunas para que tomemos un poco de distincia del tremendo drama por el que pasa toda esa gente.
La segunda parte es aún más terrible, ese motín inesperado surgido no se sabe muy bien por qué, probablemente por una tontería, como unos calzoncillos tendidos en la cuerda de otro, o un debate futbolístico, produce un cambio: aquí sí que el autor deshumaniza a los personajes, en este caso a los militares, que irrumpen como dioses decidiendo caprichosamente quién debe morir y quién debe vivir; la matanza subsiguiente es tremenda, los presos no tienen escapatoria, se esconden, es una auténtica caza humana en la que la cámara adopta una postura casi documental.
Creo que nos hallamos ante una obra brillante, perlada de numerosas escenas de buen cine, con unos reparto coral espléndido (algún rostro conocido vemos, como Wagner Moura, al que podemos ver protagonizando Tropa de Élite, o al Jerjes de 300, Rodrigo Santoro, aquí haciendo de un travesti simpáticamente llamado Lady Di).
babayu
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11 de julio de 2014
6 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
Héctor Babenco hace una clara e impactante denuncia de la situación penitenciaria de un país con tantos claroscuros como Brasil. La hace.
Algunas de las historias son estupendas y apuntan directamente al corazón del espectador, especialmente la del travesti (soberbio Rodrigo Santoro) y su novio y por supuesto la enternecedora participación del doctor Drauzio Varella, testigo de excepción de los hecho (interpretado por un encantador y excelente Luiz Carlos Vasconcelos: atención a las escenas en que pasa consulta en la prisión).
El tono de falso documental contado por los supervivientes de la masacre es original, y la masacre en sí misma está rodada de forma crudísima y terrible en una secuencia que roza el sobresaliente en técnica cinematográfica y emoción.
El problema de Carandiru es que dura dos horas y quince minutos, incluyendo créditos, lo cual es a todas luces... demasiado. Sin más. No hay vuelta de hoja. El ritmo de la propuesta es tremendamente plomizo, y lo es porque hay demasiadas historias, demasiados personajes y demasiados minutos desperdiciados en anécdotas no muy interesantes. Cuando llega el momento que todos los espectadores desean ver, que es el de la historia pura y dura de lo que ocurrió aquel día de 1992, han pasado ya casi dos horas en las que la paciencia del espectador ha sido puesta a prueba en demasiadas ocasiones.
Una lástima de ocasión desaprovechada para hacer una película más corta, más entretenida y con algunos personajes menos, lo que hubiera facilitado la identificación con los que quedaran.

Lo mejor: Los actores y los últimos veinte minutos.
Lo peor: El ritmo tan lento que tiene y lo mucho que se pierde en momentos sin interés.
Sibila de Delfos
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