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Domicilio conyugal

Comedia. Drama. Romance Antoine y Christine son una pareja de recién casados. Mientras él se gana la vida vendiendo flores secas por las calles de París, su mujer imparte clases de violín. Pasa el tiempo y tienen un bebé, pero Antoine, que sigue siendo un hombre emocionalmente inestable e inmaduro, tiene una aventura extramatrimonial. (FILMAFFINITY)
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Críticas 14
Críticas ordenadas por utilidad
5 de diciembre de 2007
31 de 33 usuarios han encontrado esta crítica útil
Décimo largometraje de François Truffaut, rodado en exteriores y en escenarios naturales de Paris. Se estrena en "première" el 1-IX-1970 (Paris).

La acción tiene lugar en Paris, en 1969/70. Analiza el amor conyugal de Antoine (Jean-Pierre Léaud) y Christine (Claude Jade), recién casados. Sitúa frente a frente dos maneras de ser, dos modos de entender el amor, dos educaciones diferentes y dos extracciones sociales contrapuestas. La historia traspira el encanto y la poética propios del realizador. Christine llena la pantalla de elegancia, sensibilidad y sensualidad. Antoine desborda vitalismo y simpatía. La vida en común trascurre al amparo del amor de recién casados, que en general facilita la adaptación a la nueva vida y permite la superación de algunas dificultades. El entorno que les rodea viene marcado por la excentricidad de los personajes que pueblan el patio de vecinos de la vivienda que ocupan (cantante de ópera exageradamente puntual, veterano de la IGM recluido en casa desde hace 20 años, un curioso personaje apodado "el estrangulador", etc.).

El humor y la ironía salpican el metraje con ocurrencias y lances que mantienen la sonrisa a flor de labios casi sin interrupción. Se hace uso de recursos sencillos e imaginativos: aviso en japonés, cena de potitos y similares. En otras ocasiones se recurre al surrealismo y al humor negro, como en la escena en la que una chica enamorada da fe de su amor diciendo al amante: "Si tuviera que suicidarme, me gustaría hacerlo contigo".

La fotografía es de Néstor Almendros, en su segunda colaboración con Truffaut, sobre un total de ocho. Ofrece encuadres de gran precisión, un dibujo magnífico y combinaciones armónicas de colores suaves (blanco, azul, verde, gris). Construye composiciones novedosas y efectivas (imagen de Antoine de pie en el suelo junto a Christine de pie sobre una tarima con encuadre a la altura de la cabeza de él). Algunas tomas provocan desconcierto y sorpresa, como el derribo de un tabique visto desde el lado opuesto al de quien lo derruye con gran estrépito. Para desvelar al espectador un feliz acontecimiento futuro se utiliza la imagen inmensa de una valla estática. La música ofrece temas predominantemente románticos, de formación orquestal, que suenan con brío y fuerza. Destacan las composiciones "Christine", "Kyoko", "Les charmes du Japan", "Hereuxs en menage" y otros.

El realizador no oculta su amor al cine de los grandes maestros y su deseo de contagiarlo al espectador. La vida en el patio de vecindad parece inspirarse en Jean Renoir, la excentricidad de algunos vecinos posiblemente evoca a Jacques Tati, las miradas furtivas desde la ventana podrían ser de Hitchcock, el silencio que se produce al paso del "estrangulador" recuerda a Lubitsch, los encuadres de piernas rinden homenaje a Buñuel (de moda entonces en Francia). La caracterización de Christine subraya su parecido con Catherine Deneuve. Abundan las citas cultas, sobre todo las cinéfilas y literarias.
Miquel
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4 de agosto de 2009
24 de 27 usuarios han encontrado esta crítica útil
Esta frase forma parte de uno de los continuos gags y desmanes que van conformando este fascinante film de François Truffaut, el director enamorado del cine.
Son las flores de Antoine, su perpetua búsqueda de trabajo e inquietudes y, sobre todo, las situaciones que se reflejan, cotidianas por una parte, y surrealistas y delirantes por otra, las que hacen de este desenfreno una película excepcional.
Porque es con este personaje y alter-ego de Truffaut cuando encontramos al director francés en su faceta más surrealista y extravagante. Ahí lo demuestran el claro homenaje a Jacques Tati en el andén del metro, la afortunada entrevista de trabajo, el conocido que siempre pide dinero o el inquietante vecino que resulta ser famoso o el resto del pintoresco vecindario.
Además, son sus picarescos diálogos los que envuelven a la cinta en un aire tremendamente perspicaz e ingenioso, lo que le hace desmarcarse y posicionarse como una película sumamente por encima de todas aquellas que se le asemejan en este subgénero de la vida cosmopolita en pareja.
hpbordon
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17 de mayo de 2007
16 de 21 usuarios han encontrado esta crítica útil
En mi opinión, films como este son necesarios. Porque yo no sé qué concepto se tiene hoy en día del amor. Ni qué concepto pretenden dar sobre él, en especial los yankees con su moralina barata y sus productos de dudosa honestidad. Aunque no sean los únicos, claro.
Pero aquí Truffaut, en un ejercicio por impregnar la cinematografía de vitalidad, nos muestra un concepto sobre la pareja que es, precisamente, el que se debería tener hoy en día, y más estando en una sociedad tan avanzada como se supone que estamos, aunque en múltiples ocasiones no parezca eso. Un concepto donde los sujetos que conforman la pareja deben aceptar tanto las virtudes como los DEFECTOS de la persona con quien conviven, y saber tratar con ellos.
Olvídense de esas frases oídas mil veces sobre ir a mejor, ofrecer cambios en algunos aspectos e intentar pulir las imperfecciones. Que no errores, pues son cosas distintas. Una imperfección es algo que forma parte del sujeto en sí, y está claro que se puede pulir, pero entonces.. ¿donde quedaría el amor que sentimos por una persona a la que conocimos y queremos tal COMO la conocimos? El error está claro que puede y debe ser pulido, pues no es más que eso, equivocos y fallos que se pueden cometer. Y aquí el cineasta galo lo muestra como nunca lo había visto yo en una pantalla de cine.
Pero no sólo eso. El amor también es la necesariedad de estar con esa persona tan querida, la necesariedad de estar a su lado, compartir momentos, buscar regazo en los peores instantes y, sobretodo, sentir añoranza cuando no se está a su lado. Y hay secuencias como la del teléfono o la del coche que lo demuestran sobradamente, y por ello son veraces y decididas.

Además, Truffaut lo tiñe todo con un halo de comedia ligera que le viene a la perfección, porque otorga frescura a lo largo de todo el metraje y consigue resultar del todo acertado sin que parezca innecesario, que no lo es. Porque donde puede haber llanto, también pueden haber sonrisas.
Si a ello añadimos una de las mejores interpretaciones que servidor haya visto del señor Léaud en su cuarta colaboración con el director galo, además de la de su acompañante, que realiza un papel perfecto, encontramos en "Domicilio conyugal" una cinta tan necesaria como bella y áspera al mismo tiempo. No tiene desperdicio.
Grandine
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6 de noviembre de 2009
8 de 10 usuarios han encontrado esta crítica útil
Tras la aparente sencillez que se desprende de muchas de las comedias de pareja del, a menudo, gran realizador galo Truffaut, se esconde mucha más intensidad de la que se aparenta en la pantalla (véase "Besos robados"). Aquí, su pasión por las piernas femeninas (idea que también recogía Buñuel en Viridiana ó El fantasma de la libertad, por poner dos ejemplos) son el comienzo de una comedia tan ligera y poco liviana como apasionante. Que esconde todos esos juegos de la vida cotidiana y fantasea con la rutina y el aburrimiento que provoca la vida diaria de dos jóvenes enamorados de la vida. Bonito guiño a Tati y película a reivindicar.
enyel
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8 de septiembre de 2012
5 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
La cuarta entrega de las aventuras del antihéroe de Truffaut presenta a un protagonista recién casado. Antoine ha consumado la relación que iniciara con Christine en Besos robados pero sigue siendo un bohemio con tendencia a la ensoñación y el infantilismo. El director lo retrata una vez más con ternura, tanto en sus absurdos oficios -vendedor de flores tintadas, operario de maquetas de barcos- como en esa mirada ingenua que prefiere el vuelo de los pájaros a la realidad del suelo, pero esta actitud le costará cara cuando se embarque en una aventura amorosa con una joven japonesa (Hiroko Berghauer). Aunque la excentricidad de algunas de las situaciones de la película pueda parecer excesiva, Truffaut sabe hacer creíble al protagonista, consiguiendo incluso que la conversación telefónica en la que este se queja de su amante a su mujer no chirríe.

Truffaut vuelve a recurrir a una serie de gags en los que lo cotidiano se mezcla con el surrealismo, la paternidad, la vida burguesa o el matrimonio. Así sucede con la excéntrica comunidad de vecinos que podría encontrar su eco en los parroquianos del café de Amélie. Como viene siendo habitual, los homenajes del film son incontables, desde el Hulot de Jacques Tati que irrumpe en la estación a la intervención del imitador televisivo citando a Resnais o las autorreferencia a Besos robados. Especialmente bien están Jean-Pierre Léaud y Claude Jade -convertida en una especie de clon risueño de Catherine Deneuve- a los que acompañan secundarios habituales del director como Daniel Boulanger o el habitual cameo del productor Marcel Berbert. Se consolida también el tándem Duhamel-Almendros. En definitiva, una excelente comedia y probablemente la mejor de las películas de la serie de Atoine Doinel desde Los 400 golpes.
Keichi
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