A un dios desconocido

Compleja película que necesita de la mirada atenta del espectador.

Puede resultar confusa, pero es entonces cuando se impone la figura del GRAN Héctor Alterio. Inmenso. Cada palabra que sale de su boca es una sentencia. Una sentencia enigmática e indescifrable. Te hipnotiza con su mirada como si de un mago se tratara.

Y recuerdas las palabras de aquella excelente película argentina "El secreto de sus ojos", y cómo un inmenso Darín decía: "Los ojos, los ojos hablan...". Los ojos de Héctor Alterio también hablan. Esconden secretos que de manera magistral nos va desvelando, en este viaje al pasado cargado de nostálgia y soledad.

Con unos diálogos brillantes, un guión sólido firmado por Elías Querejeta y Jaime Chávarri en su segunda colaboración juntos, después de "El desencanto".

Pero solo puedo hablar de ese Dios desconocido... el mio, no Lorca. Héctor Alterio.

Tanto en el cine como en la música, el artista debe saber EVOCAR en el espectador una serie de sentimientos para llegar al punto esperado.

Esa evocación, generalmente, debe ser propiciada tras un clima adecuado, una buena profundización del personaje que se pretende dar a conocer y un acompañamiento musical suficientemente atinado. También puede funcionar, en ocasiones, un montaje acertado y determinados acontecimientos o diálogos que se den durante el film.

Y con ello no digo que esté mal realizada. Al contrario, Chávarri imprime un ritmo perfecto. Parsimonioso sí, pero perfecto. Muy acorde con la personalidad que pretende trazar.
Acompaña, además, un Héctor Alterio que está verdaderamente soberbio, cuya interpretación es espléndida.

Sin embargo, la historia es excesivamente escueta, la realización un poco plana y los acontecimientos descritos en ella, faltos de interés.
Las formas son buenas, pero el contenido hueco. Una pena.

Un hombre rememora su infancia desde la madurez que le da su situación de homosexual desencantado. Una interesante aunque finalmente fallida película de Chávarri, que si bien plantea con acierto la crónica de este desencanto mitigado por los placeres grandes o los "pequeños" placeres (poesía, música, comida, sexo), deriva en un conjunto irregular que no supera el lastre de una marcada indefinición argumental y una dispersión de personajes poco cuidados o desaprovechados (qué decir sino de Mirta Miller, por ejemplo). Solo el epicentral de Alterio parece preocupar a Chávarri, lo cual es loable y legítimo, pero no acaba resultando del todo satisfactorio al no estar éste suficientemente arropado por un argumento que no es tal (elipsis, recuerdos y silencios son la base narrativa) ni por unos personajes que, aunque bien interpretados, se antojan desdibujados.
Por momentos, la película recuerda a cualquier film alegórico de Saura (¿sensación de no estilo?) pero, al menos, Chávarri acaba logrando una capacidad autoral tan críptica como palpable, tangible aunque no brillante.
Merece una revisión, pues para no pocos críticos es una de las mejores películas en la Historia del Cine español (¿?).

Como en otras películas de Jaime Chávarri, hallamos el tema de los problemas familiares como eje de la historia.
El comienzo es malo, y creo que deberían haber eliminado ese prólogo situado en la Guerra Civil (guerra que destruye ese cierto paraíso donde el protagonista vive su primera juventud).
La cosa mejora algo cuando pasan 40 años y el prota, ya maduro y encarnado por Héctor Alterio, vive agarrándose a esos gratos recuerdos, pero incapaz de sentir y disfrutar la vida presente.
La historia no da para los ciento y pico minutos que dura la película, y la manera de desarrollarla es más bien lentorra, fría y basada en escenas aisladas donde apenas se aprecia una evolución. Algunas de ellas funcionan bien, como esa fiesta donde un personaje canta una habanera nostálgica y preciosa, que evoca muy acertadamente los años perdidos e imposibles de recuperar.
Héctor Alterio está bien como ese mago homosexual, incapaz de volver a vivir algo parecido a aquellos destellos de felicidad adolescente que se fueron para no volver.
Xavier Elorriaga (el profesor de “Tesis”), está sosísimo como su amante.
Mercedes Sampietro creo que hacía aquí su debut como la hermana del protagonista.
En general, demasiada quietud y seriedad. Me lo pasé mucho mejor con las delirantes y salerosas “Las cosas del querer” o “Besos para todos” (también de Chavarri).

La poesía debe ser el género literario más difícil de llevar al cine porque se compone de palabras que van engarzadas para dar una idea y a su vez tienen una sonoridad para el que las lee o las escucha recitar. Convertir esas palabras en imágenes no es nada fácil y unir las imágenes para que en el espectador produzcan el efecto de la poesía es mucho más difícil. Se puede hacer cine poesía, si, cuando el director es el poeta de las imágenes, y un buen ejemplo de ello fue Pasolini. Otra cosa que no es cine consiste en una voz en off que vaya recitando poemas o partes de poemas, o alguno de los personajes que se convierta en rapsoda. Por eso ha sido y es tan difícil llevar la vida de los poetas al cine y de todos Federico García Lorca debe ser de los más difíciles porque su poesía se basa en palabras evocadoras de sentimientos y no de objetos o hechos en si. El guión es un elemento muy importante en esta película y está muy trabajado, más aún si consideramos el momento en que se escribe y en el que se realiza la película. Ante tanta vulgaridad de destape cuando la censura desaparece, Jaime Chavarri y Elías Querejeta hicieron un guión de acuerdo con lo que los espectadores amantes del cine estaban esperando aunque con concesiones al destape taquillero. La realización está muy al tono con ese cine entre político y social de la época, mostrando diferentes ambientes y formas de vida que perduran del franquismo y que se confía que pueda cambiar. Lo que José (Héctor Alterio) dice de los políticos en 1977 está de plena actualidad 35 años después.