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Traición

Drama. Cine negro Horace Vendig es, en apariencia, un generoso filántropo, pero en realidad se trata de un hombre obsesivo con una codicia sin límites y una afición desmedida a enamorar y abandonar mujeres. (FILMAFFINITY)
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Críticas 9
Críticas ordenadas por utilidad
23 de marzo de 2011
18 de 22 usuarios han encontrado esta crítica útil
"Traición" narra la historia de Horace Vending, cuya ambición desmedida por alcanzar posición y dinero, le lleva a destrozar aquellas cosas o personas que forman parte de su entorno.
"Traición" es una curiosa película que, a pesar de su buena historia y sus buenos diálogos no llega a emocionarnos. La idea principal, el acertado uso del 'flash back', el temple narrativo y algunas secuencias espléndidas no van a ser suficiente para que el espectador se involucre y 'sienta' la película. Existe, a mi entender, un error de bulto: la horrorosa interpretación de Zachary Scott justo hasta la mitad de la película. Es una actuación patética. ¿A qué viene esa cara -en especial los ojos- de loco? Durante esa primera mitad parece que está poseído. Incomoda al espectador que se pregunta si un hombre ambicioso tiene que tener esa cara de demente atolondrado. Y, curiosamente, Scott recupera su rostro 'normal' y su naturalidad interpretativa cuando realmente empieza a convertirse en un loco de verdad.
Todo ello, y siendo Scott el personaje principal y, se supone, que carismático de la historia, lastra a ésta de una manera definitiva. Lo que deja bien claro que, la mayoría de las historias, y, por lo tanto el cine, se nutren de personajes, de seres humanos como nosotros y, nos atrapan sus circunstancias y sentimientos hasta los más profundo de nuestras entrañas, siempre y cuando, claro está, esos personajes sean creíbles y llenos de autenticidad.
Como curiosidad señalar que, en el 'flash back' referido a la infancia de los personajes (lo mejor del film) aparece Bobbie Anderson, jovencísimo actor que encarna a George Bailey niño en la obra maestra de Capra "Qué bello es vivir".
el chulucu
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6 de marzo de 2016
8 de 10 usuarios han encontrado esta crítica útil
Un atractivo drama de ese maestro de la eficiencia que fue Ulmer, quien logró excelentes filmes a lo largo de su carrera a pesar de los menguados recursos con que habitualmente contó. No es el caso de esta película, una de las pocas que dirigió disfrutando de un presupuesto más holgado, circunstancia que al menos compensaba el hecho de que el proyecto fuera en realidad un encargo, toda vez que la productora había pensado previamente en Robert Rossen como director.

La historia que se nos propone es la de un ambicioso, Horace Vendig, personaje de infancia difícil (un poco a lo Dickens) que para superar ese trauma de fracaso, mediocridad y desamparo se obsesiona con el éxito, obsesión en la que su nula empatía hacia los que le rodean le asemeja a un psicópata. En efecto, en el rumbo que Vendig ha trazado para triunfar, los que le aprecian, admiran o aman no son más que medios de los que servirse, y su interés en ellos se basa en lo que le aportan o en lo que representan, nunca en lo que son. Esta perspectiva del poderoso solitario recuerda poderosamente a la que estableciera unos años antes Orson Welles en su Ciudadano Kane, especialmente si nos centramos en las relaciones del personaje principal con las mujeres y en el progresivo alejamiento de quien había sido su único amigo, y que lógicamente, deviene en contrapunto moral.

La película se estructura a través de sucesivos flashbacks, algo muy del gusto de Ulmer, que sabe introducirlos e hilarlos con el argumento central. En cierto modo, la fastuosa fiesta benéfica que da pie a toda la narración viene a ser un ajuste de cuentas, pues en ella, que representa la cima del prestigio público de Vendig, el pasado, en forma de recuerdos y personajes, reaparece para atormentarle, para revelar sus miserias. Al igual que ocurría en la mentada obra maestra de Welles el personaje es un seductor que atrae a los demás empleando diversas estrategias, ya sean la amistad (con Vic), el amor (con sus sucesivos ligues), la ambición (con hombres de negocios) o la filantropía (con la alta sociedad y los políticos). Todo ello con el único objetivo del engrandecimiento personal, de ahí que su culminación sea la filantropía, pues cuando ya se tiene el poder que da la riqueza, se aspira a obtener el que concede el prestigio.

Del resto de personajes sobresale Mansfield, también un tiburón como el que ambiciona ser Vendig, y por eso su principal rival, finalmente vencido por mostrar una debilidad, el amor, un sentimiento al que el protagonista ha renunciado, decisión que la aparición de Mallory simboliza, al recordarle a Vendig su primera manipulación interesada.

Película de impecable realización, con apreciable fotografía en el tratamiento de los espacios, cuenta con un guión bien tramado y algunos diálogos excelentes, especialmente en los que interviene Mansfield. Las interpretaciones son en general buenas, destacando el siempre excelente Greenstreet (su escena frente al espejo es desoladora) y la actriz que interpreta a su esposa en la ficción, Lucille Bremer, que aporta una especial amargura. Zachary Scott parece algo forzado en el hieratismo de su rostro, pues si bien se trata de un intento por sugerir la falta de sentimientos del personaje, el resultado es un poco excesivo.

Con un final que remite a los comienzos del personaje (ver spoiler) se cierra esta apreciable película, un estudio moral sobre un ambicioso sin escrúpulos, que consecuentemente escogió el mundo de las finanzas como su particular lugar en la cumbre.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Quatermain80
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1 de noviembre de 2018
4 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
La ostentación de un ambiente sofisticado enseguida muestra en la pantalla la sombra de un misterio que la cámara sabe captar de inmediato porque se detiene en la profundidad de las miradas y en el significado de cada gesto de los protagonistas.
Una larga retrospectiva expone con gran habilidad los detalles de un argumento sólido que cobra interés a medida que avanza. Su sentido de la narración es preciso, su ritmo posee el don de la eficacia y la combinación de tramas resulta tan natural como admirable.
E.G. Ulmer sabe imprimir fuerza expresiva, ofrece una magnífica alternativa de planos sugerentes y conduce el argumento, a pesar de cierta complejidad conceptual, con una fluidez apabullante.
En suma, estupenda interpretación, excelente guión y sobresaliente dirección.
ABSENTA
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2 de noviembre de 2018
2 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Una película tan bien rodada, con la maestría de Ulmer, y con una trama interesante, que anticipa muchos lobos de Wall Street, no llega a ser notable porque la interpretación de Scott es excesiva, sobreactuada. Se requería algo más de matiz en un personaje que ocupa casi toda la película.
En los excelentes flashes se nos cuenta algo de la infancia y juventud de los dos amigos. Y es extraño que Vendig, el malo, aparezca tan bueno de niño. ¿Cómo y por qué se pervierte?
Las tres actrices cumplen un papel no demasido exigente. En cambio, cómo se nota a un actor de raza como Greenstreet. No tiene un rol de mucho riempo pero en el que tiene lo borda.
En resumen, una película que cumple bien los muchísimos años que tiene.
yoparam
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25 de julio de 2023
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La película está contada a lo largo de abundantes y largos flashback.
El ambiente de lujo y ostentación en el que se mueven sus personajes, filmado con profusión y suntuosidad de detalles.
Excelentemente fotografiada, una de sus fuertes bazas.
El título original "despiadado", encaja mejor y no la palabra tan usada que pusieron en España.

En momentos recuerda a "Ciudadano Kane", tanto en el modo de filmar, sobre todo ambientes lujosos y colocación de la cámara, como en el argumento.
La ambición desmedida hasta el mayor grado de la estupidez humana.

Curiosamente los planos que me han entusiasmado con diferencia, son tres en los que sale Buck (Sydney Greenstret) . Actor con una presencia aquí apabullante, que recuerda al Orson Welles, ya metido en carnes.
Mi escena favorita, es la de la vejez y la elegancia como está rodada.
Hubiera encantado y horrorizado a Oscar Wilde, su vivo reflejo en su insana y desdichada decrepitud final.

Sinceramente esperaba bastante más, abusa de los diálogos sin piedad y me sorprende muy mucho la torpe y casi nula utilización de las elipsis, en un director de la experiencia de Ulmer.
Aún así, es moderadamente entretenida hasta su conclusión.
Zappianin
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