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The Master

Drama Drama sobre la Iglesia de la Cienciología. Lancaster Dodd (Philip Seymour Hoffman), un intelectual brillante y de fuertes convicciones, crea una organización religiosa que empieza a hacerse popular en Estados Unidos hacia 1952. Freddie Quell (Joaquin Phoenix), un joven vagabundo, se convierte en su mano derecha. Sin embargo, cuando la secta triunfa y consigue atraer a numerosos y fervientes seguidores, a Freddie le surgirán dudas. (FILMAFFINITY) [+]
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Críticas 215
Críticas ordenadas por utilidad
2 de enero de 2013
338 de 387 usuarios han encontrado esta crítica útil
El Maestro, La Causa, El Libro I, El Libro II… Así de simple es la retórica de la secta fundada por Lancaster Dodd, el pope retratado en esta cinta. Un desfile de mayúsculas enmarcadas en una sonrisa Profident. Philip Seymour Hoffman borda el personaje, con su presencia a un tiempo encantadora y repulsiva, y, sobre todo, usando los recursos de una voz excepcional.

Joaquin Phoenix, por su parte, da vida a Freddie Quell. Se zambulle tan de lleno en su papel que cuesta distinguir si lo que vemos es persona o personaje. Más que interpretar a Freddie, es Freddie. Sentimos sus angustias y ansiedades a golpe de primeros planos brillantes e invasivos.

Paul Thomas Anderson aborda el espinoso tema de las neo-religiones. Aunque no llega a mencionarse expresamente la Cienciología, es un secreto a voces que Lancaster Dodd se inspira en L. Ron Hubbard. Inquieta (pero no llega a sorprender) que un hombre con tal temperamento haya sido el guía de una institución con miras espirituales.

Hay quien sostiene que el director se muestra equidistante y objetivo, pero para mí resulta obvia su mirada acusadora: Dodd pierde los papeles a menudo y se nos muestra como un charlatán de inspiración irregular. Sus terapias rituales recuerdan, por lo disparatado, a la psicomagia de Alejandro Jodorowsky. Ambos ensalzan la risa –en eso coincidimos– pero no sé si hacen gala de tan buen humor como predican. Desde luego, parece que se toman a sí mismos muy en serio.

Formalmente, abundan los planos cenitales, pausados, virtuosos, tan acordes con el estilo solemne del cine de Paul Thomas Anderson. La presentación de Freddie Quell es excelente: un trozo humano de carne roto por la guerra, obsesionado por el sexo y alienado, cuya tópica vía de escape es la bebida. Perdido, derrotado, se encuentra con Lancaster Dodd. Advierto en la construcción de ambos personajes una simbiosis más allá de la relación entre discípulo y maestro, como si Freddie fuera el álter ego desatado e indomable de Lancaster. La comunión entre los dos es mucho más profunda que la que existe, por ejemplo, entre Lancaster y su hijo natural. En cualquier caso, con ese par de monstruos en escena, el drama está servido.

Freddie elabora (y consume) un cóctel explosivo (da la impresión de que improvisa la mezcla cada vez, igual que Dodd cuando plantea preguntas y ejercicios de psicoterapia) y se dedica a hacer fotografías en un centro comercial. En cierto momento, al disponerse a retratar a un típico burgués, le acerca más y más los focos, hasta casi achicharrarlo. La cosa acaba en bronca, por supuesto. Pero lo que me interesa de la escena, es que lo que hace Freddie con su cliente se asemeja a lo que hace P. T. Anderson con el propio Freddie. La cámara carece de pudor y lo arrincona de forma compulsiva. Nos enseña, muy de cerca, su alma desquiciada.

Freddie, además, retrata a Dodd. No sólo lo fotografía: él mismo es un espejo sucio delante del Maestro. Este juego de retratos y reflejos me parece esencial en la película. Más allá del contexto –la secta–, la clave está en el intercambio de miradas entre los dos protagonistas, que configuran un personaje doble excepcional: Dodd y Freddie se desnudan mutuamente.

Los secundarios cumplen –Laura Dern y Amy Adams lucen con especial intensidad. La fotografía raya a gran altura. La narración avanza con medida parsimonia. Todo está cuidado hasta en el mínimo detalle. Dos escenas paralelas subrayan el camino circular de Freddie en la película: el primer interrogatorio que le hace Lancaster Dodd en el barco (ahí, el gurú desborda de carisma). Y la parodia de esa misma escena, en la que es Freddie quien repite las preguntas a un ligue ocasional. Las enseñanzas del Maestro han pasado de ser promesa curativa a mero juego erótico-festivo. Alcohol y sexo, antes y después de su periplo por La Causa. ¿Acaso hay redención?

PTA domina los recursos de su estilo. 'The Master' tiene calidad. Pero su cine no acaba de llegarme. La cinta pierde fuelle y fuerza a medida que avanza el recorrido. Nos atrapa, de entrada, con la estampa de Quell y el drama de su psique devastada. Logra interesarnos con los pormenores de su relación con el líder de la secta. Pero, poco a poco, la historia deja de importarme. Al terminar, me siento frío, tan frío como ese soberbio plano del recinto inglés en que Lancaster Dodd recibe a Freddie. La inmensidad oscura de la sala aleja a Freddie del Maestro. Y yo me alejo de su cine.



[Texto publicado en cinemaadhoc.info]
Servadac
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16 de septiembre de 2012
210 de 260 usuarios han encontrado esta crítica útil
De Paul Thomas Anderson esperamos lo mejor después de su intensa y brillante "There will be blood". Para aquellos que esperan un nuevo clásico del director norteamericano lo mejor es desengañarles: "The Master" tiene lo mejor del talento visual y de dirección actoral, pero un enorme agujero argumental, que se convierte en un agujero negro conforme avanza el filme.

El mayor problema es que nos encontramos ante una historia que no se decide a definirse: ¿es un retrato de las relaciones de poder (master-servant) a lo Joseph Losey?, ¿es un buceo en la mente de un hombre obsesionado por el sexo (Freddy Quaill)?, ¿es un visionado crítico de la creencia ciega que mira de reojo a la religión?, ¿es una inversión degradada del recuerdo idílico de los 50 ahora en boga? Quién sabe. Y aunque director y críticos acérrimos alaben en la ambigüedad un gran acierto, mi impresión es que la indeterminación testimonia un no saber qué haber con pretensiones.

Uno termina el visionado del filme y se pregunta ¿de qué demonios va la película? Mal andamos cuando, después de 2 horas y pico, terminamos una película y no sabemos ni someramente qué decir. Por ello mi impresión (que no mi opinión: no soy tan osado) es que nos hallamos antes una película fallida. (Hubo en el cine quien la comparó con "The Tree of Life". Para mí, que sí pillé en aquella ocasión de que iba, no hay comparación, pero igual sirve de orientación para el desprevenido espectador).

Si comparamos "There will be blood" ("Pozos de ambición") con "The Master" esta última sala claramente perdiendo: el nivel actoral es tan bueno como en su anterior filme (Joaquin, Seymour Hoffman, Amy Adams están realmente impresionantes); la calidad fotográfica es igualmente alta (aunque yo prefiero el lacerante paisaje baldío de su anterior cinta); entonces llegamos a la historia...

Entonces llegamos a la historia y ahí es donde nos damos contra la pared. No es solo que el hilo argumental no tenga solidez, es que durante toda la proyección uno se la pasa preguntando qué hace uno viendo una película tan a la deriva, en la que uno no se siente para nada implicado o mínimamente interesado. Tomen la imagen de la olas turquesas literalmente: la película es pura marejada.

Yo ahora mismo recuerdo el clímax de la cinta anterior, con un Daniel Day Lewis tremendo, un argumento que enganchaba y un final a la altura de "Taxi Driver"... Bueno, pues, nada de eso va a encontrar en "The Master", donde solo el nivel actoral (Joaquin Phoenix apunta al Oscar) y ciertos momentos de buen cine salvan la película de un estrepitoso naufragio.
Lucien
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6 de enero de 2013
156 de 187 usuarios han encontrado esta crítica útil
El último y nuevamente notable filme de Paul Thomas Anderson se difumina en una cadena de espectros, a modo de caleidoscopio, donde la multiplicación ha sido fragmentada sobre elipsis. La Naturaleza, el Amor… la Tierra, la Carne. La carnalidad y el pecado… pero el pecado como imposición por la religión… Cualquier tipo de religión. Aunque inicialmente el proyecto se enfocara extra-cinematográficamente sobre el padre de la Cienciología, el director de “Pozos de ambición” pretende hablarnos de la domesticación —e hipnosis— del individuo por parte de la religión en un momento concreto e histórico en plena conmoción y cambios del pueblo americano en los años 50 tras la Segunda Guerra Mundial. Nos ubica, eso sí, a través de una secta y su magnánimo líder y una errante alma, torturada por traumas de guerra y de amores imposibles que abren brechas y heridas sin aparente posibilidad de cicatrización… salvo para Dianética.

“The Master” establece el cerco sobre la religión y el hombre. El hombre privado de ese supuesto paraíso inicial —estilo playero-marítimo para Anderson del Edén— para ser dispuesto en la dura realidad: la muerte, el dolor, la vergüenza y el trabajo. El director de “Magnolia” no necesita acudir a las creencias cristianas sino a una peculiar congregación y tampoco escudarse en un hombre extraordinario para retratar su personal tour de force sino a un mortal ordinario, libidinoso y alcohólico. Lo que interesa precisamente es el sexo y el placer dibujados y acortados por el choque de ese otro mundo. Las religiones suelen marcan las distancias con la ciencia respecto a la teoría evolutiva: no somos animales ni inicialmente fuimos tales, nos cuentan. A Paul Thomas Anderson le interesa seguir el lado animal de ese ‘dragón’, cuya historia define perfectamente Lancaster Dood (Philip Seymour Hoffman), y los intentos de la secta y esa ‘Causa’ por domesticarle y que también sea su perro de presa. Con la ‘correa’ puesta y el conductismo como corrección del individuo, las paredes y cristales pierden la corporeidad. La irrealidad es posible y la curación parece viable… pero la naturaleza real del individuo queda amarrada a una mentira.

Existe un doble juego y lucha entre Freddie Quell, interpretado soberbiamente por Joaquin Phonenix, y la familia Dodd. Cada uno intentando llevar a su terreno y seducción personal al otro, como si fueran dos mitades de Test de Rorschach. La ambigüedad de la propuesta convierte a la propia cinta en un ejercicio de predistigitación de Paul Thomas Anderson, en pura hipnosis fílmica. Haciendo suya la propia palabra de Lancaster Dodd, “The Master” se convierte en un ‘Filme Uno’. En la nueva palabra y carne cinematográfica de Kubrick y en la que posiblemente sea una de las mejores películas que ha tratado la relación del hombre con la religión sin necesidad de hablar de Dios y ni siquiera de mencionarlo. Tal vez el secreto de Anderson sea precisamente ser coherente a su propia cinta: si nos quedamos sin Maestro la única solución es convertirse en uno.
Maldito Bastardo
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4 de enero de 2013
124 de 161 usuarios han encontrado esta crítica útil
The Master es lo que denomino una película LEGO, es decir, su creador (Paul Thomas Anderson, guionista y director) nos ofrece una cantidad de imágenes e información que cada uno debemos conectar y fabricarnos con ella nuestra propia película (algo similar a lo que hizo Malick, no hace mucho, con El Árbol De La Vida). Algunos serán capaces de realizar verdaderas virguerías, otros no perderán el tiempo (y se marcharan de la sala de cine) y algunos aún estamos pensando que hacer con todas esas piezas (se nos ocurren algunas cosas, pero realmente ninguna termina de encajar perfectamente).

En principio el señor Thomas Anderson (niño mimado de la crítica que atesora una de las carreras más interesantes de esa nueva Babilonia llamada Hollywwod) tenía todos los ases en su mano para realizar una de las películas más impactantes del año (yo la esperaba como agua de Mayo). Nada más y nada menos que la seudoadaptación a la pantalla grande de la vida de L. Ron Hubbard (aquí se llamará Lancaster Lodd y lo interpreta el siempre estupendo Philip Seymour Hoffman), padre de la Cienciología, y el desarrollo de las ideas filosófico-espirituales en la cada vez mayor congregación de este “Maestro”, todo ello en un mundo deshumanizado y carente de valores. Esta (supuesta) historia de manipulación, fanatismo y sumisión se adaptaba, a priori, perfectamente a las coordenadas opresivas, intensas y asombrosas del autor de títulos tan estupendos como Pozos de Ambición (There Will Be Blood) o Magnolia.

A través de un joven veterano de la Segunda Guerra Mundial, alcoholizado y con graves traumas de la infancia (además de los adquiridos en el conflicto bélico), llamado Freddie Quell e interpretado por Joaquin Phoenix, que fruto del azar cruza su camino con Lodd, se nos conduce a través de los EE.UU. de la década de los 50, donde este falso gurú comienza a erigir su imperio de desvaríos y disparates que se aceptan sin cuestionarse por parte de gente derrotada, perdida y vacía espiritualmente (a pesar de gozar la mayoría de un alto nivel material) que sólo quieren un poco de esperanza (aunque esta provenga del espacio exterior). El desviado perdedor y el “Maestro” no son más que lados opuestos de una misma moneda (Lodd sólo es la versión místico-intelectual del animal e instintivo Quell), por lo que nace entre ellos un vinculo especial, sólo cuestionado por Peggy Lodd, la mujer de Lancaster (Amy Adams), y algunos de sus hijos.

Hasta aquí lo verdaderamente inteligible de la película de Thomas Anderson, dado que una parte (importante) del metraje es un compendio de situaciones grotescas, extrañas (algunas surrealistas) y caprichosas, aunque he de reconocer que hipnóticas y de oscuridad perversa, que se escapan al entendimiento de este humilde espectador que no está a la altura de lo que se le cuenta. Al igual que uno de los personajes principales (en determinado momento) no soy capaz de ver y transcender más allá del habitáculo donde estoy ubicado. ¿Puede alguien decir qué significado tiene toda la escena del desierto? ¿Es tal vez la representación del camino hacia la nada que propone Lodd y al cual conduce a sus seguidores, un páramo yermo que se esconde detrás de la charlatanería y las invenciones de un manipulador que son aceptadas como verdades hasta que somos conscientes que nos encontramos atrapados en el vacío y decidimos escapar? (supongo que esta u otra interpretación pueden ser tan válidas como creer que vivimos desde hace miles de millones de años a través de los confines del universo y ahora nos encontramos encerrados en cuerpos humanos. Sólo es fruto de nuestra imaginación).

La película mantiene el tipo a lo largo de sus (eternos) 140 minutos gracias a la dirección de Thomas Anderson y unas interpretaciones antológicas de los actores principales (aunque todo el reparto está sensacional), Phoneix, Hoffman y Adams. Estos tres monstruos de la pantalla nos brindan, tal vez, las interpretaciones más brillantes de sus carreras. Lo cual es en parte acierto también de Anderson, el cual ha demostrado que sabe sacar un rendimiento extraordinario a los actores que se ponen en sus manos y se dejan llevar por este titiritero.

Anderson planifica de forma sensacional cada una de las escenas, recordando de manera intensa en cada encuadre y movimiento de cámara al “maestro” Kubrick. Apoyado además por una fotografía preciosista y una música envolvente consigue atraparnos e intrigarnos de forma hipnótica en todo momento, aunque me temo que esto no es suficiente para salir totalmente satisfecho al final de la proyección.

The Master ofrece un tortuoso, vehemente , apasionado y a ratos fascinante viaje entre ningún sitio y ninguna parte y si como dice el “Maestro”, el bien y el mal está en cada uno de nosotros, es en nosotros donde debemos encontrar una OBRA MAESTRA o una TOMADURA DE PELO. Yo todavía estoy pensándolo.
Vagabundoespiritual
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8 de enero de 2013
102 de 138 usuarios han encontrado esta crítica útil
Paul Thomas Anderson, director de The Master, es uno de los directores norteamericanos más alabados y respetados por la crítica. Yo debo decir que no me encuentro entre sus acérrimos seguidores. De hecho, su única película que realmente he disfrutado ha sido Boogie Nights, mientras que Magnolia o Pozos de ambición me dejaron bastante indiferente.

Dicho esto, lo cierto es que esperaba el estreno de The Master con bastante expectación. Expectación que se ha convertido rápidamente en decepción, al visionar una película que resulta aburrida y que no consigue mantener el interés en gran parte de lo que está contando.

Esta nueva propuesta de Anderson se inspira, extraoficialmente, en el creador de la Cienciología. Freddie Quell, interpretado por Joaquin Phoenix, es un hombre con problemas psicológicos, sexuales y de represión de ira que, tras finalizar la II Guerra Mundial, es incapaz de mantener un empleo o encontrar la paz en sí mismo, que entra en contacto con el carismático líder de una nueva religión, aquí llamada la Causa, y que está interpretado por Philip Seymour Hoffman, como Lancaster Dodd.

Dodd convertirá en una misión personal la redención y curación del violento e impredecible Quell, que además es adicto a cualquier tipo de brebaje que contenga una molécula de alcohol. La producción nos narra esa relación entre maestro y discípulo, en los entresijos de una secta, con unos métodos más que cuestionables.

Sin embargo, es imposible empatizar con ese hombre al límite, más allá de toda redención, que interpreta magistralmente Joaquin Phoenix, y que es el hilo conductor de la historia. Una historia a veces fragmentada, en escenas muchas veces inconexas y que no aportan ni sentido ni nada especialmente relevante al relato.

Uno tiene la impresión de asistir a un conjunto de escenas reunidas en ocasiones sin demasiada continuidad o significado, sin fluidez o interés.

Lo único realmente notable de esta película es la magnífica interpretación de su reparto. Un intenso Joaquin Phoenix, que llega a transformarse, hasta físicamente, en ese hombre enfermo y perdido; un excelente Philip Seymour Hoffman, tan fantástico como siempre, en la piel del maestro de esta secta; Amy Adams, que nos ofrece un nuevo registro como la fanática y despiadada esposa del personaje interpretado por Hoffman; y una serie de secundarios que mantienen el nivel interpretativo.

No puedo dejar de recordar una gran película de 2011, Martha Marcy May Marlene, que sí conseguía transmitir, con gran acierto, lo que significa caer en las redes de una de estas sectas, tanto en los propios discípulos como en sus familias. Algo que creo Anderson no ha logrado con esta producción más polémica que realmente interesante.

Lo mejor: poder ver en acción a dos monstruos de la interpretación como Philip Seymour Hoffman y Joaquin Phoenix.

Lo peor: una historia que resulta aburrida e inconexa.

http://www.bollacos.com/the-master-dentro-de-la-secta
Beatriz Jimenez
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