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La jaula de oro

Drama Cuenta la historia de dos adolescentes que salen de su aldea y a los que pronto se suma un chico indígena. Juntos vivirán la terrible experiencia que padecen millones de personas, obligadas por las circunstancias a emprender un viaje lleno de peligros y con un final incierto. En el camino aflora la amistad, la solidaridad, el miedo, la injusticia, el dolor. (FILMAFFINITY)
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Críticas 33
Críticas ordenadas por utilidad
3 de mayo de 2014
4 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Si a diario y a lo largo de la vida te hacen creer que los ciudadanos de primera clase se encuentran situados en el norte del planisferio y que en tu país el acontecer de los hechos se torna con mediocridad y acentuado convenientemente por la tiranía al mando de muchos gobiernos, juro que funciona. Para los habitantes de Centroamérica —llámese de Guatemala hasta Panamá—, esta concepción no ajena a las comunidades más desprotegidas de México se les acondiciona para concebirse como "indios" en sentido más peyorativo posible, y que al encontrarse fuera asuman posturas de sometimiento, agravándose cuando lo ejerce tu propio pueblo.

Este acondicionamiento imposibilita el avance de las naciones con la fuga de talentos sin descubrir y relegarlos a tareas pesadas en el campo y restaurantes del gigante del norte, haciéndoles creer a través de los billetes verdes su integración al primer mundo y anular toda expectativa en pro de su crecimiento personal con actividades fuera de estos ámbitos.

A "la jaula de oro" muchos se proponen llegar, sin embargo para lograr el encierro (por cierto, omitido por muchos inmigrantes), hay que pasar el temible México, para confirmar el infierno que representa para el centroamericano atravesar la selva Lacandona. Una vez más y a manera de docu-drama el director va tras un grupo de 4 personajes con el primer propósito de cruzar el país azteca con la ayuda de la bestia, sin embargo los obstáculos jugarán sucio y harán desistir a los jóvenes en su idea por alcanzar la frontera norte.

Escenas de crudeza pura, escenarios plagados de devastación hacen de La jaula de oro, algo palpable. Aquí la línea de la ficción y realidad es casi inexistente. Película no menos impactante que otras filmadas en los últimos tiempos (Sin nombre, 7 soles, Paraíso Travel y la más reciente La vida precoz y breve de Sabina Rivas) bajo el mismo argumento.

Antes de concluir es una lástima sea de las coartadas por otra película sin el poderío para obtener un galardón en los Goya correspondientes a mejor película hispana de América... aquí presente el drama sin sutilezas para la complacencia
Coleccionista Visual
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18 de diciembre de 2014
4 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Las vicisitudes por las que han de pasar gran número de mortales en la búsqueda de una vida digna nos convierte en meros espectadores de la injusticia, cuando no en cómplices, por dar la confianza a una serie de políticos y autoridades al servicio de interesadas leyes, que condenan a seres indefensos, muchas veces niños, a la esclavitud, el escarnio y la muerte.

"La jaula de oro" es un documento suavizado precisamente por su calidad de ficción, la realidad en que está basado es todavía más fuerte. Los latinos, que se arrastran por desiertos mexicanos o cabalgan a lomos de trenes de mercancías, buscando la frontera que divide supuestamente la vida, de la miseria y el hambre, quizás no se hubieran puesto en marcha si hubieran conocido todos los inconvenientes a superar; o tal vez se conforman, en su desesperación, con formar parte de los supervivientes que pillarán las migajas de la mesa de los ricos. Y por si a usted le quedaba alguna duda sobre el proceder de la justicia en los paises "civilizados", sepa que los ilegales no son quienes promulgan leyes contra la humanidad, ni quienes les apalean, roban o tratan como a los animales; si no las víctimas de estas normativas represoras.

Nos gobiernan quienes, entre eructo y eructo, nos defienden de las procesiones de hambrientos y lo peor es que les votamos para que hagan el trabajo que nuestros estómagos no soportan; ellos, los tecnócratas sin escrúpulos, son los carniceros del capital, los que saben convertir en tasajo a los más débiles y más inocentes; porque, como no se cansan de decir, no hay comida para todos, ya que cada uno de nosotros come por veinte.

Como diría León Felipe:
Si no es ahora, ahora que la justicia vale menos, infinitamente menos
que el orín de los perros;
si no es ahora, ahora que la justicia tiene menos, infinitamente menos
categoría que el estiércol;
si no es ahora ... ¿cuándo se pierde el juicio?
Sinhué
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18 de diciembre de 2013
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Día a día aparecen noticias sobre el trágico destino del inmigrante. Sin entrar aquí a discutir sobre la forma en que estas informaciones son dirigidas o filtradas con un fin, el hecho es que quien no está muy cerca del problema se pregunta cómo es posible que sigan saliendo gentes de su país para sufrir.

Bastan los primeros minutos de «La jaula de oro», la primera película del burgalés afincado en México Diego Quemada, para contemplar un poblado rural de Guatemala y comprender.

A partir de dicha presentación, la dificultad de la película es tratar un tema redundante en el cine latinoamericano, la escapada desesperada en pos del sueño americano. Un camino del Calvario donde en la estación final las migajas de unos son manjar para otros.

La apuesta de Diego Quemada es situarnos en el punto de vista de los protagonistas de la epopeya de traspasar fronteras y ríos, perseguidos por alimañas humanas y silvestres.

Su mejor logro, la fusión de imágenes y fondo musical, cuando la peripecia ha arrancado ya toda candidez a espectadores y personajes. Sentir un desamparo que recuerda aquel que engendró el blues en las plantaciones de caña de azúcar. Y que hoy representa el son jarocho que entona la inmigración mexicana en EEUU.

No es una película musical, pero el devenir del luchador que siempre sigue adelante, sobre cuyo hombro nos desplazamos gracias a la cámara de Quemada, aquel que nunca será derrotado aunque acumule desgarros físicos y emocionales, culmina en una panorámica de un tren sobre un paisaje cautivador y un fondo musical interpretado por Son del Centro, grupo medular del Centro Cultural de México en Santa Ana, California. Entonces, la emoción contenida puede desbordarse libremente.

Al tiempo que la certeza sobre la respuesta a aquella duda inicial se desvanece.
Inaki Lancelot
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5 de julio de 2014
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Opera prima del burgalés Quemada-Díez afincado en México y cuyo curriculum profesional abultado se nutre de haber trabajado a las ordenes de Iñárritu, Oliver Stone, Mierelles, Coixet, Spike Lee o Ken Loach, del que se considera deudor en cuanto a sus visión de un cine social que pueda poner de relieve mediante la ficción la crudeza de la realidad que nos rodea.
En este caso, una vuelta de tuerca más al problema de buena parte de los países suramericanos cuya población más desfavorecida ven en el camino del norte la única posibilidad de alcanzar una vida más digna y porque no sus sueños. Ese norte que a la postre a alimentado la miseria de sus pueblos en beneficio propio En el viaje estos tres adolescentes descubrirán cosas mucho más importantes que el bienestar económico: el amor, la amistad, el engaño, la crueldad, el honor...
Quemada ha seleccionado bien al trío protagonista no profesional del que es imposible no hacerles un hueco en nuestro recuerdo. Actores no profesionales, rodeados de auténticos emigrantes contratados para el film.
El director y co-guionista narra con fluidez una historia emotiva que apenas necesita palabras ni explicaciones. Durante años ha convivido y escuchado a aquellos que saben de primera mano todo lo que se narra en la cinta.
Película cruda, hermosa, sorprendente, cuyos galardones acumulados espero muevan conciencias, de quienes levantan muros, físicos o no, de los que se aprovechan de ello y de los que no entienden que los sueños no tienen barreras.
ELZIETE
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16 de febrero de 2015
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Diego Quemada-Diez es un pesimista. O un realista. Toma la fabula de "Stand By Me" y la llena de mugre y hediondez.
Aquí no hay melodías pegadizas, ni gorditos simpaticones, no hay escapadas de ultimo momento, ni siquiera el espíritu de pandilla esta presente.
En esta historia la Latinoamerica verde se convierte en marrón. Destruye los paisajes y destroza la fe de una nueva patria hispana.
En su visión, el amor y la subsistencia no son compatibles. Siempre se impone la segunda. Cuando un miembro
del grupo abandona o cae los demás siguen adelante, con la herida abierta por la ausencia, pero con la luz de esperanza por
delante de un mundo mejor, aun pese al olor a carne podrida y la nieve que cae sobre los ojos, tan parecida a la de una maqueta con un trencito a motor de juguete.

Después de todo, la vida no es muy diferente a un escenario de artificios. El dolor solo parece ser algo trascendental, solo un
túnel negro que tras atravesarlo se va achicando con el transcurrir del tiempo hasta ser algo demasiado pequeño para entrometerse en nuestros sueños. Los sueños no se detienen por las perdidas.

Y en medio de la violencia extrema, del odio a la condición humana, de la perdida total de valores y normas morales, solo aquel
perteneciente a la etnia original de una tierra que hoy le resulta ajena, en la que debe pasar escondido por las fronteras que
solo son un artificio de la tierra por la que antes podía correr libremente, es quien nos da una señal de amor. De espontaneidad,
de cariño primitivo, que no necesita lenguas ni códigos sociales, sino una mirada, una sonrisa, un gesto, una acción de socorro.
Chauk es la entrada de luz tras el largo túnel que compone el filme de Quemada-Diez.

Y el hombre "civilizado" vuelve a ejecutar la barbarie. Contra el indio, contra sus pares, contra las mujeres, contra todos. En
Antaño el oro, luego las tierras, hoy el dinero y la droga. No hay ni un ápice de misericordia en su accionar. El poder no
entiende de eso. Como un tren de carga lento pero seguro avanza llevando consigo a aquellos que a su vez cargaran su ambición blanca como trueque por la ilusión.

Estados Unidos es un desierto. Su entrada un caño de desague y una pared de chapas, alambres y balas. Y la carnicería concluida nos da lugar a un manto blanco como segundo acto. Ese, el mismo de las películas de navidad que importamos para compartir con nuestras familias en la previa de las fiestas mientras los chocolates se derriten y los pan dulce transpiran azúcar impalpable. Y todo vuelve a ser una maqueta. Un par de banderitas por aquí, unos gringos tirando tiros por allá y el trencito de juguete marcha entre los túneles, pasa los largos pinos y abetos, atraviesa las luces altas e imperturbables y nos deja una figura pequeña, de espalda encorvada y ojos que entre sus arterias tienen como testigos los ríos de sangre de América Latina. Después de todo las venas siguen abiertas, 500 años y siguen contando.
darth_matu
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