Sólo el cielo lo sabe
7.3
3,937
9 de marzo de 2014
9 de marzo de 2014
3 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Una de las mejores maneras de procurarse una vida Infeliz, es permitir que otros decidan sobre tu vida. Cuando tú no obedeces, no sigues, no respetas los dictados de tu conciencia; cuando aquello que anhelas fervientemente lo tiras por la borda porque otros (padres, pareja, hijos, hermanos, amigos…) te impelen a seguir otro rumbo; y cuando terminas eligiendo algo por su beneficio material cuando hay otra oportunidad donde se te ofrece una gran riqueza espiritual… tenlo por seguro: La infelicidad vendrá a tu vida indefectiblemente.
Cary Scott, es la viuda de un hombre de negocios, acostumbrada a vivir en la abundancia y entre un puñado de seres mezquinos, oportunistas, hipócritas y lenguaraces. Pero esa es su rutina y ella, como sus hijos, parecen estar habituados a vivir de esta manera. Ese –sienten ellos- “es su mundo”, y sus amigos y su sociedad, se encargan de reforzarles que no existe otro y que, si existe, no vale la pena.
Pero llega entonces el día en que, la señora Scott, luciendo un atractivo traje rojo, revela que ha vuelto a interesarse en agradar a los hombres… y de hecho, ya es pretendida por Howard el atrevido y por Harry el prudente, dos hombres de su clase que dan la impresión de no lograr atraerla lo suficiente. Más todo cambia cuando, Cary, consigue tratar a su ocasional jardinero Roland Kirby, un experto en árboles y con una visión de la vida en la que prima el desprendimiento y la comunión con la naturaleza, no obstante que de vez en cuando caza para poder sobrevivir (tampoco es perfecto).
Comienza así un interesante choque cultural: Un encontrón entre los que acumulan materia y los que solo buscan la causa del espíritu; una rebatiña entre los que creen que el sexo y la aventura son la razón de cada día, y los que creen que se ama al otro ser en su plenitud o no se ama nunca; un serio conflicto entre los que osan manejar la vida de los demás y los que se debaten por seguir sus propios ímpetus y ser honestos consigo mismos…
Con “SÓLO EL CIELO LO SABE”, Douglas Sirk ha logrado otro filme relevante, primero, porque exalta el auto-reconocimiento y la necesidad de ser fiel a la propia esencia y a los reclamos del alma. Después, hace una ajustada comparación entre los que viven en la prisión de la materia y los que se complacen con la libertad del espíritu. Y finalmente, Rock Hudson y Jane Wyman (quienes ya habían hecho pareja en “Magnífica obsesión”) lucen muy bien tratando de ser honestos y merecidamente felices entre una ampulosa sociedad.
Película muy útil para todos aquellos que sienten que deben fortalecer su carácter.
Título para Latinoamérica: “LO QUE EL CIELO NOS DA”
.
Cary Scott, es la viuda de un hombre de negocios, acostumbrada a vivir en la abundancia y entre un puñado de seres mezquinos, oportunistas, hipócritas y lenguaraces. Pero esa es su rutina y ella, como sus hijos, parecen estar habituados a vivir de esta manera. Ese –sienten ellos- “es su mundo”, y sus amigos y su sociedad, se encargan de reforzarles que no existe otro y que, si existe, no vale la pena.
Pero llega entonces el día en que, la señora Scott, luciendo un atractivo traje rojo, revela que ha vuelto a interesarse en agradar a los hombres… y de hecho, ya es pretendida por Howard el atrevido y por Harry el prudente, dos hombres de su clase que dan la impresión de no lograr atraerla lo suficiente. Más todo cambia cuando, Cary, consigue tratar a su ocasional jardinero Roland Kirby, un experto en árboles y con una visión de la vida en la que prima el desprendimiento y la comunión con la naturaleza, no obstante que de vez en cuando caza para poder sobrevivir (tampoco es perfecto).
Comienza así un interesante choque cultural: Un encontrón entre los que acumulan materia y los que solo buscan la causa del espíritu; una rebatiña entre los que creen que el sexo y la aventura son la razón de cada día, y los que creen que se ama al otro ser en su plenitud o no se ama nunca; un serio conflicto entre los que osan manejar la vida de los demás y los que se debaten por seguir sus propios ímpetus y ser honestos consigo mismos…
Con “SÓLO EL CIELO LO SABE”, Douglas Sirk ha logrado otro filme relevante, primero, porque exalta el auto-reconocimiento y la necesidad de ser fiel a la propia esencia y a los reclamos del alma. Después, hace una ajustada comparación entre los que viven en la prisión de la materia y los que se complacen con la libertad del espíritu. Y finalmente, Rock Hudson y Jane Wyman (quienes ya habían hecho pareja en “Magnífica obsesión”) lucen muy bien tratando de ser honestos y merecidamente felices entre una ampulosa sociedad.
Película muy útil para todos aquellos que sienten que deben fortalecer su carácter.
Título para Latinoamérica: “LO QUE EL CIELO NOS DA”
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14 de julio de 2015
14 de julio de 2015
5 de 9 usuarios han encontrado esta crítica útil
Interesante construcción del agobiante mundo de la burguesía americana. Tengo que decir, por otro lado, que en ningún momento estuve cerca de creerme ese romance entre Jane Wyman y Rock Hudson. Tan de plástico como la sociedad burguesa que se retrata (con mucho éxito a mi entender) es la relación de la pareja principal del film, jamas se llega a vislumbrar un atisbo de química entre ellos. Él, duro (Rock), incapaz de trasmitir un sentimiento y ella, viuda pero ingenua como una niña de 15 años...
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
Tengo que decir que en ningún momento estuve cerca de creerme ese romance entre Jane Wyman y Rock Hudson. Tan de plástico como la sociedad burguesa que se retrata (con mucho éxito a mi entender) es la relación de la pareja principal del film, jamas se llega a vislumbrar un atisbo de química entre ellos. Él, duro (Rock), incapaz de trasmitir un sentimiento creíble y ella, ingenua como una niña de 15 años.
Pareciera al final que su hijo tiene razón cuando le dice, "lo único que ves en él es a un tipo musculoso".
Estuve gran parte de la película esperando enterarme de que en realidad él era malvado y quería casarse con ella solo por la plata; cuando me di cuenta que eso no iba a suceder pensé en cepillarme los dientes e irme a dormir, pero no pude, porque en la película era navidad y estaba nevando, y había un alce paseándose por el bosque, así que llegue hasta el final, y estallé en lágrimas de emoción cuando Rock finalmente despertó y supe que se amarían para toda la vida.
Pareciera al final que su hijo tiene razón cuando le dice, "lo único que ves en él es a un tipo musculoso".
Estuve gran parte de la película esperando enterarme de que en realidad él era malvado y quería casarse con ella solo por la plata; cuando me di cuenta que eso no iba a suceder pensé en cepillarme los dientes e irme a dormir, pero no pude, porque en la película era navidad y estaba nevando, y había un alce paseándose por el bosque, así que llegue hasta el final, y estallé en lágrimas de emoción cuando Rock finalmente despertó y supe que se amarían para toda la vida.
10 de julio de 2018
10 de julio de 2018
2 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Fresco de época. En apariencia un melodrama típico pero en perspectiva un estudio sobre la sociedad norteamericana de los años 50, en particular de la clase alta suburbana, en toda su complejidad y contradicción. Los personajes parecen atrapados en un laberinto de conformismo y buenas costumbres, que los termina acorralando. En paralelo, podría pensarse que la película también nos habla del mismo director, quien huyo del nazismo en 1937, desarrollando luego una carrera muy prolífica en Estados Unidos.
La película cuestiona las bases del sentido común predominante en EEUU durante los años 50, a la vez que narra una historia de amor entre una típica ama de casa que acaba de enviudar y su jardinero. La actuación de Rock Hudson es perfecta por su naturalismo, mientras que la actuación de Jane Wyman destaca por su costado naive.
Si bien la influencia de esta película se puede rastrear en varios directores, hay un caso bastante interesante relacionado con la película Far From Heaven de Todd Haynes. En esta película, Haynes toma varios elementos de All That Heaven Allows para reinterpretarlos 50 años más tarde. Lo interesante es que la temática no pierde actualidad y se pueden observar los mismos comportamientos sociales en una y otra película, más allá de la diferencia de época entre una y otra historia.
La película cuestiona las bases del sentido común predominante en EEUU durante los años 50, a la vez que narra una historia de amor entre una típica ama de casa que acaba de enviudar y su jardinero. La actuación de Rock Hudson es perfecta por su naturalismo, mientras que la actuación de Jane Wyman destaca por su costado naive.
Si bien la influencia de esta película se puede rastrear en varios directores, hay un caso bastante interesante relacionado con la película Far From Heaven de Todd Haynes. En esta película, Haynes toma varios elementos de All That Heaven Allows para reinterpretarlos 50 años más tarde. Lo interesante es que la temática no pierde actualidad y se pueden observar los mismos comportamientos sociales en una y otra película, más allá de la diferencia de época entre una y otra historia.
8 de enero de 2019
8 de enero de 2019
2 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Después de leer una buena cantidad de las excelentes críticas publicadas en esta web acerca de «Sólo el cielo lo sabe» he llegado a la conclusión de que Douglas Sirk es uno de esos directores que indudablemente merecen una reivindicación. Sus detractores argumentan que su cine ha envejecido muy mal, que las tramas resultan obsoletas y que carecen de complejidad, pero sobre todo que buena parte de su filmografía ha sido el germen para ese mal endémico que han resultado ser los culebrones televisivos. Es por esta razón, quizá, que la etiqueta de «melodrama» que suele ir grapada a casi todas las fichas técnicas de sus films provoque cierta refracción en el espectador medio, incubando una especie de prejuicio que, a mi manera de ver, resulta injusto y apresurado.
Personalmente creo que Sirk es un cineasta descomunal. Solamente por la forma de transmitir sentimientos y emociones con el poder de las imágenes ya nos damos cuenta de que estamos ante un maestro de la estética. Todo lo que voy a decir lo refiero, por supuesto, a «Sólo el cielo lo sabe», pero creo que podría aplicarse a muchas otras de sus películas de los años cincuenta, especialmente a «Obsesión» y «Escrito sobre el viento». Cada fotograma de esta película es como una postal en la que el director conjuga a la perfección tres elementos visuales de primer orden: el paisaje, la climatología y la arquitectura. El cromatismo que maneja, en puro tecnicolor, es parte fundamental de su lenguaje cinematográfico. La forma en Sirk es lenguaje y no resulta complicado vincular los estados de ánimo de los personajes con las características visuales de un plano determinado (el verde rozagante de la vegetación, interiores saturados de decoración, otros derruidos y con recovecos ampulosos, un gélido paisaje nevado, un cielo despejado y de un azul intenso, un fuego vivo y abigarrado que arde en una chimenea, etcétera). El director muestra un oficio y una convicción narrativa palpables a lo largo de toda la narración, y el desarrollo de la trama está libre de cualquier tipo de complejos pese a la esquematización de la historia o a lo arquetípicos que resulten los personajes.
«Sólo el cielo lo sabe» nos cuenta una historia de amor imposible y, personalmente, las historias de amores imposibles en el cine me ganan siempre. Es cierto que no es «Breve encuentro», pero en su escueto mensaje transmite de forma inexorable las consecuencias de un conjunto de normas sociales arbitrarias e improcedentes, y aquí no se trata de que el tiempo haya pasado y de que las cosas hayan cambiado tanto que el argumento se haya quedado fuera de foco. Creo que esa es justamente la premisa bajo la que defiendo el corpus narrativo de este film: los prejuicios sociales son otros, los estratos y el juego de apariencias han cambiado, todo ha evolucionado…, pero el ser humano y el sentimiento del amor continúan vigentes, y eso, como corazón conceptual del film, hace que este siga siendo excepcionalmente moderno.
Sirk saca un enorme partido de Rock Hudson y le hace repetir pareja con Wyman después de «Obsesión», otra gran película. El tema, en la sinopsis oficial, puede que sea la diferencia de edad y el salto en la escala social como impedimentos para la consecución del amor imposible, pero si estamos atentos a las imágenes comprenderemos que la película nos habla de muchas más cosas: el desarraigo, la soledad, los anhelos, el amor materno, la relación del hombre con la naturaleza, la lucha por la no alienación social, la amistad, el deseo…
Magnífico Melodrama (con mayúsculas) del maestro Douglas Sirk, un director cuya obra, insisto, bien merece una revisión y un análisis en profundidad. Su habilidad para conseguir la eclosión de los sentimientos en una pantalla de cine lo convierte en uno de los cineastas más personales y reconocibles del cine clásico.
Personalmente creo que Sirk es un cineasta descomunal. Solamente por la forma de transmitir sentimientos y emociones con el poder de las imágenes ya nos damos cuenta de que estamos ante un maestro de la estética. Todo lo que voy a decir lo refiero, por supuesto, a «Sólo el cielo lo sabe», pero creo que podría aplicarse a muchas otras de sus películas de los años cincuenta, especialmente a «Obsesión» y «Escrito sobre el viento». Cada fotograma de esta película es como una postal en la que el director conjuga a la perfección tres elementos visuales de primer orden: el paisaje, la climatología y la arquitectura. El cromatismo que maneja, en puro tecnicolor, es parte fundamental de su lenguaje cinematográfico. La forma en Sirk es lenguaje y no resulta complicado vincular los estados de ánimo de los personajes con las características visuales de un plano determinado (el verde rozagante de la vegetación, interiores saturados de decoración, otros derruidos y con recovecos ampulosos, un gélido paisaje nevado, un cielo despejado y de un azul intenso, un fuego vivo y abigarrado que arde en una chimenea, etcétera). El director muestra un oficio y una convicción narrativa palpables a lo largo de toda la narración, y el desarrollo de la trama está libre de cualquier tipo de complejos pese a la esquematización de la historia o a lo arquetípicos que resulten los personajes.
«Sólo el cielo lo sabe» nos cuenta una historia de amor imposible y, personalmente, las historias de amores imposibles en el cine me ganan siempre. Es cierto que no es «Breve encuentro», pero en su escueto mensaje transmite de forma inexorable las consecuencias de un conjunto de normas sociales arbitrarias e improcedentes, y aquí no se trata de que el tiempo haya pasado y de que las cosas hayan cambiado tanto que el argumento se haya quedado fuera de foco. Creo que esa es justamente la premisa bajo la que defiendo el corpus narrativo de este film: los prejuicios sociales son otros, los estratos y el juego de apariencias han cambiado, todo ha evolucionado…, pero el ser humano y el sentimiento del amor continúan vigentes, y eso, como corazón conceptual del film, hace que este siga siendo excepcionalmente moderno.
Sirk saca un enorme partido de Rock Hudson y le hace repetir pareja con Wyman después de «Obsesión», otra gran película. El tema, en la sinopsis oficial, puede que sea la diferencia de edad y el salto en la escala social como impedimentos para la consecución del amor imposible, pero si estamos atentos a las imágenes comprenderemos que la película nos habla de muchas más cosas: el desarraigo, la soledad, los anhelos, el amor materno, la relación del hombre con la naturaleza, la lucha por la no alienación social, la amistad, el deseo…
Magnífico Melodrama (con mayúsculas) del maestro Douglas Sirk, un director cuya obra, insisto, bien merece una revisión y un análisis en profundidad. Su habilidad para conseguir la eclosión de los sentimientos en una pantalla de cine lo convierte en uno de los cineastas más personales y reconocibles del cine clásico.
31 de enero de 2023
31 de enero de 2023
2 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
La ironía en "Sólo el cielo lo sabe" no es cinematográfica sino de la vida real, pues Hudson como persona quizás tenía más que ver con el personaje incomprendido de Wyman que con su insobornable, incluso intransigente encarnación, a modo de eje moral, de los valores positivos de libertad e independencia personal. En su condición de macho seguro de sí mismo y pobre-pero-feliz, poco tiene que perder, o con que romper, a diferencia de una mujer incapaz de desprenderse de ataduras familiares.
Estamos en la América de posguerra, la de los clubs sociales y las fiestas elegantes, con el dinero y el éxito social como valores y marcadores de identidad; un sistema en teoría igualitario pero edificado en realidad sobre un clasismo atroz y unos prejuicios que profesan incluso quienes pretenden ser la voz del progreso y de la intelectualidad, como una niña bien cuyas convicciones freudianas son objeto de un poco disimulado sarcasmo. Gente de primera y de segunda categoría, cuando no son directamente invisibles. El conflicto de la persona pasiva, que tiene que elegir por sí misma sus propias opciones vitales, es tan moderno aquí como incomprensible ahora (hoy los tiros irían por una historia de iniciación gay), o simplemente ingenuo y utópico en exceso.
La película lo tiene todo bastante claro, pues frente a las apariencias, la frivolidad de esta clase alta, está el mundo mágico y entrañable, auténtico, de quienes serían los proto-hipsters de la época. Pensar por ti mismo, seguir tu camino… todo esto, sin embargo, degeneraría en la autoayuda del individualismo ultraliberal, o lo que viene a ser lo mismo, la ideología oficial de nuestro siglo XXI.
Al final nos queda una película sobre alguien que no pertenece a ninguna parte, que no encaja con esas convenciones rígidas, pero también le cuesta ser un alma libre; de ahí que su decisión (el amor) sea la única certeza sobre la que edificar su vida, pese a su fragilidad. Pues es una amenaza tanto la pura fatalidad (de un accidente en la nieve) como el hecho de ser fagocitado el librepensador por esa colectividad biempensante, que destroza con sus habladurías y mentiras a quienes se salen del camino trazado.
Tenemos un film de firme construcción formal y puesta en escena nada invisible, pero al servicio de la historia, del drama: objetos (el trofeo, la porcelana, la rama de un árbol, “Walden”...), espacios interiores (el hogar y todo lo que lo habita, sea la típica casa de habitaciones enormes, sea un molino en medio del campo) y exteriores (naturaleza, estaciones, una poética del paso del tiempo, con el reloj presidiendo la existencia del vecindario)… y cómo no, colores. Tonos azules y naranjas, dualismos como en el interior de ella, reflejada en cristales, como el de la televisión, elemento invasor y nocivo con que experimentar la vida desde el otro lado, sin sentirla. Sombras también, y no resulta disparatada la comparativa con el expresionismo alemán, entendido de otro modo, o bien con el distanciamiento del teatro moderno y su utilización evidente del artificio.
Estamos en la América de posguerra, la de los clubs sociales y las fiestas elegantes, con el dinero y el éxito social como valores y marcadores de identidad; un sistema en teoría igualitario pero edificado en realidad sobre un clasismo atroz y unos prejuicios que profesan incluso quienes pretenden ser la voz del progreso y de la intelectualidad, como una niña bien cuyas convicciones freudianas son objeto de un poco disimulado sarcasmo. Gente de primera y de segunda categoría, cuando no son directamente invisibles. El conflicto de la persona pasiva, que tiene que elegir por sí misma sus propias opciones vitales, es tan moderno aquí como incomprensible ahora (hoy los tiros irían por una historia de iniciación gay), o simplemente ingenuo y utópico en exceso.
La película lo tiene todo bastante claro, pues frente a las apariencias, la frivolidad de esta clase alta, está el mundo mágico y entrañable, auténtico, de quienes serían los proto-hipsters de la época. Pensar por ti mismo, seguir tu camino… todo esto, sin embargo, degeneraría en la autoayuda del individualismo ultraliberal, o lo que viene a ser lo mismo, la ideología oficial de nuestro siglo XXI.
Al final nos queda una película sobre alguien que no pertenece a ninguna parte, que no encaja con esas convenciones rígidas, pero también le cuesta ser un alma libre; de ahí que su decisión (el amor) sea la única certeza sobre la que edificar su vida, pese a su fragilidad. Pues es una amenaza tanto la pura fatalidad (de un accidente en la nieve) como el hecho de ser fagocitado el librepensador por esa colectividad biempensante, que destroza con sus habladurías y mentiras a quienes se salen del camino trazado.
Tenemos un film de firme construcción formal y puesta en escena nada invisible, pero al servicio de la historia, del drama: objetos (el trofeo, la porcelana, la rama de un árbol, “Walden”...), espacios interiores (el hogar y todo lo que lo habita, sea la típica casa de habitaciones enormes, sea un molino en medio del campo) y exteriores (naturaleza, estaciones, una poética del paso del tiempo, con el reloj presidiendo la existencia del vecindario)… y cómo no, colores. Tonos azules y naranjas, dualismos como en el interior de ella, reflejada en cristales, como el de la televisión, elemento invasor y nocivo con que experimentar la vida desde el otro lado, sin sentirla. Sombras también, y no resulta disparatada la comparativa con el expresionismo alemán, entendido de otro modo, o bien con el distanciamiento del teatro moderno y su utilización evidente del artificio.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
Bordea un poco el kitsch ese final con el cervatillo. ¿Convencional? Sí, pero el romanticismo no es bobalicón sino maduro, puesto a prueba. Casi que me estorban más unos diálogos demasiado explicativos que se apoderan de la parte final.
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