El sol del membrilloDocumental
7.4
5,718
Documental
Ésta es la historia de un artista (Antonio López) que trata de pintar, durante la época de maduración de sus frutos, un árbol —un membrillero— que hace tiempo plantó en el jardín de la casa que ahora le sirve de estudio. A lo largo de su vida, casi como una necesidad, el pintor ha trabajado sobre el mismo tema en muchas ocasiones. Cada año, con la llegada del otoño, esa necesidad se renueva. Lo que el artista no ha hecho nunca en su ... [+]
5 de mayo de 2019
5 de mayo de 2019
8 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
Hace unos años atrás, y en ocasión de un curso de critica de cine, me topé con la película El sol del membrillo (Víctor Erice, 1991) no como un encuentro casual sino más bien como una cita obligada. Luego de haber visto en un cine de la calle Corrientes y casi por azar, la mágica y hermosa El Sur (1982) no me hubiese perdonado dejar pasar por alto ningún largometraje de este enorme cineasta que es Víctor Erice, autor también de El espíritu de la colmena (1972), otra maravilla.
Quedé tan fascinado con El Sur, con esas coloridas imágenes casi pictóricas, con esos inolvidables personajes, con sus sentidos diálogos o hasta con sus silencios que acá estoy intentando hacer un análisis de lo que fue el último largometraje conocido en Argentina de este inteligente director Donostiarra, que parecería realizar un largo cada diez años.
Resulta obvio afirmar que esta película, algo así como un documental ficcionalizado, resultó algo muy distinto a sus dos largometrajes anteriores fuertemente ficcionales. Ocurre que El sol del membrillo es un producto audaz y distinto, una rareza dentro del cine y que bien vale la pena revalorizarla nuevamente.
El propósito del film consiste en registrar el trabajo de un artista plástico, Antonio Lopez García, que intenta pintar un membrillo que florece en el jardín de su casa. Para ello el cineasta no hace otra cosa que situarse con su cámara en el mismo sitio y a la misma hora en que el pintor lo hace con su caballete y sus pinceles.
No hay ningún intento por parte del film de elaborar un documental de arte, realizar un tratado sobre cine y pintura, ni de declarar tesis alguna: la ausencia de guión y un casi nulo movimiento de cámara otorgan la libertad necesaria para dejar al artista en su soledad para captar los rayos de sol que bañan a su membrillero. De allí el nombre del film. Y de allí también surge uno de los conflictos principales que atraviesa el relato. El clima horrible, con la presencia constante de nubes y lluvias torrenciales atenta contra la producción del pintor que solo encuentra momentos de sol muy intermitentes. Además aparece un apuro porque su cuadro debería desarrollarse en los momentos en que en España transcurre ¨el veranillo de San Miguel (fines de septiembre), cuando los membrillos maduran y cuando los rayos generan una luz y un calor misterioso¨ según rezan antiguas leyendas del país ibérico.
Con esos detalles temporales tan precisos, el film se halla narrado en forma de diario, detallando fechas y horarios. Lo que supondría de esta manera un registro casi documental, la captación de un sujeto pintando un cuadro, se integra a la vez a un registro ficcional. Y la introducción sutil de los toques del cineasta así lo certifica.
En una elegante maniobra de la banda sonora, el realizador transforma astutamente el ruido ambiente de una radio hasta elevarlo y convertirlo en el sonido de las noticias. Recurso que le permite, panorámica vertical mediante, desviar la atención desde el cuadro hacia su contexto: el cielo, la ciudad, Madrid y su actualidad a la hora de la siesta.
De al misma manera hay una voluntad por captar todo lo que rodea la actividad del pintor mientras dibuja su cuadro, sea un grupo de albañiles extranjeros construyendo una pared, un amigo que relata anodinas anécdotas, una mujer que colorea un retrato, o un perro que entra y sale de la casa. Erice va consiguiendo su film en paralelo con la historia de los acontecimientos.
Por todo eso la presencia intencional de la cámara filmadora dentro del universo ficcional, con su ruido mecánico, su timer y hasta con su sombra proyectada. Porque ella también sería como un personaje más dentro del relato de los sucesos.
Una luz artificial se enciende solitaria cuando la cámara se queda sola en medio de la oscuridad de la noche frente a unos frutos que vencieron a su rama y yacen en el suelo al borde de la descomposición. Pero a la mañana siguiente el brillo del sol aparece y el cineasta asalta a su personaje inspirado dibujando otros pimpollos. Esta vez la composición de los planos se hace diáfana, aunque un irónico primer plano sobre la tela distancie al espectador mostrando algo bastante parecido a un mamarracho un tanto ridículo.
Lo importante entonces se juega en el ejercicio de la contemplación. La pintura, los artistas y el cine se convocan pero cada uno atiende su juego. ¨Se trata sobre todo de partir cada uno con sus útiles de trabajo y acudir a una cita junto a un árbol¨, declaraba Erice antes del rodaje.
Se trata, en mi caso personal, de acercarme una vez más a una singular filmografía. Para pensarla y para contemplar este lindo e interesante cine que nos ha ofrecido este poco conocido pero muy valioso director español.
Quedé tan fascinado con El Sur, con esas coloridas imágenes casi pictóricas, con esos inolvidables personajes, con sus sentidos diálogos o hasta con sus silencios que acá estoy intentando hacer un análisis de lo que fue el último largometraje conocido en Argentina de este inteligente director Donostiarra, que parecería realizar un largo cada diez años.
Resulta obvio afirmar que esta película, algo así como un documental ficcionalizado, resultó algo muy distinto a sus dos largometrajes anteriores fuertemente ficcionales. Ocurre que El sol del membrillo es un producto audaz y distinto, una rareza dentro del cine y que bien vale la pena revalorizarla nuevamente.
El propósito del film consiste en registrar el trabajo de un artista plástico, Antonio Lopez García, que intenta pintar un membrillo que florece en el jardín de su casa. Para ello el cineasta no hace otra cosa que situarse con su cámara en el mismo sitio y a la misma hora en que el pintor lo hace con su caballete y sus pinceles.
No hay ningún intento por parte del film de elaborar un documental de arte, realizar un tratado sobre cine y pintura, ni de declarar tesis alguna: la ausencia de guión y un casi nulo movimiento de cámara otorgan la libertad necesaria para dejar al artista en su soledad para captar los rayos de sol que bañan a su membrillero. De allí el nombre del film. Y de allí también surge uno de los conflictos principales que atraviesa el relato. El clima horrible, con la presencia constante de nubes y lluvias torrenciales atenta contra la producción del pintor que solo encuentra momentos de sol muy intermitentes. Además aparece un apuro porque su cuadro debería desarrollarse en los momentos en que en España transcurre ¨el veranillo de San Miguel (fines de septiembre), cuando los membrillos maduran y cuando los rayos generan una luz y un calor misterioso¨ según rezan antiguas leyendas del país ibérico.
Con esos detalles temporales tan precisos, el film se halla narrado en forma de diario, detallando fechas y horarios. Lo que supondría de esta manera un registro casi documental, la captación de un sujeto pintando un cuadro, se integra a la vez a un registro ficcional. Y la introducción sutil de los toques del cineasta así lo certifica.
En una elegante maniobra de la banda sonora, el realizador transforma astutamente el ruido ambiente de una radio hasta elevarlo y convertirlo en el sonido de las noticias. Recurso que le permite, panorámica vertical mediante, desviar la atención desde el cuadro hacia su contexto: el cielo, la ciudad, Madrid y su actualidad a la hora de la siesta.
De al misma manera hay una voluntad por captar todo lo que rodea la actividad del pintor mientras dibuja su cuadro, sea un grupo de albañiles extranjeros construyendo una pared, un amigo que relata anodinas anécdotas, una mujer que colorea un retrato, o un perro que entra y sale de la casa. Erice va consiguiendo su film en paralelo con la historia de los acontecimientos.
Por todo eso la presencia intencional de la cámara filmadora dentro del universo ficcional, con su ruido mecánico, su timer y hasta con su sombra proyectada. Porque ella también sería como un personaje más dentro del relato de los sucesos.
Una luz artificial se enciende solitaria cuando la cámara se queda sola en medio de la oscuridad de la noche frente a unos frutos que vencieron a su rama y yacen en el suelo al borde de la descomposición. Pero a la mañana siguiente el brillo del sol aparece y el cineasta asalta a su personaje inspirado dibujando otros pimpollos. Esta vez la composición de los planos se hace diáfana, aunque un irónico primer plano sobre la tela distancie al espectador mostrando algo bastante parecido a un mamarracho un tanto ridículo.
Lo importante entonces se juega en el ejercicio de la contemplación. La pintura, los artistas y el cine se convocan pero cada uno atiende su juego. ¨Se trata sobre todo de partir cada uno con sus útiles de trabajo y acudir a una cita junto a un árbol¨, declaraba Erice antes del rodaje.
Se trata, en mi caso personal, de acercarme una vez más a una singular filmografía. Para pensarla y para contemplar este lindo e interesante cine que nos ha ofrecido este poco conocido pero muy valioso director español.
19 de agosto de 2012
19 de agosto de 2012
5 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
Sólo una opinión de espectador: ¿Qué se siente con este producto? ¿Qué se siente frente a esta posición de hacer arte? Como en todas las propuestas de Erice, la sencillez toma el carácter de depurada elaboración estética. Quizás, al final, quedan tantas preguntas que bien valdría la pena detenerse otra vez en el filme, buscar esas tesis que bien pueden llegan a ser un arte poética para todos los campos. No creo que sea excesivo el tiempo, que la lentitud en la exposición de ese diario agobie al espectador. Más bien habría que indagar la manera en que ese día a día en la obra de un artista está lleno de asuntos por resolver.
15 de junio de 2013
15 de junio de 2013
5 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
Vi esta película el día de su estreno, Granada 1992, Palacio de Congresos recien inaugurado; un pase especial para alumnos de bellas artes y me invitó a tamaño evento un amigo profesor de dicha Facultad. El documental, por calificarlo de algún modo en este punto, exponía con la nitidez y la densidad de atmósfera propia de Vermeer a Antonio López intentando captar con su pincel los cambios y entresijos de un membrillero que tenía en el jardín de su casa durante horas, días, meses, incluso cuadricula el árbol con cuerdas para mejor captar sus formas y los haces de luz que sobre él caían en el otoño madrileño. Y todo captado por la savia mano de Víctor Erice que quiere hacer cine documental pero que le sale cine cine, cine de verdad, cine sobre la existencia y nuestro papel en el mundo, y lo poco que sabemos y podemos captar de ese mundo cotidiano que sale a nuestro paso en cada minuto.
Habían asistido en aquella primavera de 1992 muchos alumnos de Bellas Artes al Palacio de Congresos de Granada donde se hizo el estreno del film y no miento si digo que al menos el sesenta por ciento, más de la mitad de los asistentes, se salieron de la sala para mi absoluto asombro. Porque el Sol del membrillo raya con la experiencia superior de un artista y nos señala y dice cuán difícil es aprehender la cambiante realidad, en este caso reflejada en un árbol, a través de la pintura, pero también en general. Es un desvarío, un sueño.
Para mí es una gran suerte poder explicar en esta página de Filaffinity un poco de la enorme experiencia e impacto que sobre mi tuvo la genial película de Erice con Antonio López como protagonista. Se trata de cine puro, puro arte, sin contaminación, sin falsedad, para saborearlo lentamente. Por eso los impacientes y los amantes del ruido en el cine no la soportan, no la toleran. No es, pues, un cine de mayorías. Y qué. Es un producto Erice, como el Sur, como tantas otras obras grandes de nuestra cinematografía que la mayoría olvida y no tiene en cuenta y que, eso sí, van a ver Batman o Resacón dos o cuatro, e incluso al chabacano Almodóvar con sus Amantes pasajeros. No, miren ustedes, esto es Vermeer van Delft -como decía antes-, esto es Bergman, esto es el límpido cielo, el ambiente que flota, la ingente tarea de vivir.
En el bello film de Víctor Erice, "El sol del membrillo", el gran pintor que es Antonio López claudica en su afán quimérico de plasmar en el lienzo los cambios que se van produciendo en el árbol con el avanzar de las estaciones. Su genio creativo se declara impotente para aprehender las transformaciones que acontecen en un árbol, al fin vegetal. Entonces la pregunta es: ¿cómo podemos desvelar con la certeza que querríamos la esencia de las modificaciones que la vida y el tiempo van desencadenando en nosotros, en nuestra vida, en la Historia que nos entorna, en la sociedad que nos circunda, en nuestra relaciones con los demás? “Tempus fugit”, y además inquietante.
Habían asistido en aquella primavera de 1992 muchos alumnos de Bellas Artes al Palacio de Congresos de Granada donde se hizo el estreno del film y no miento si digo que al menos el sesenta por ciento, más de la mitad de los asistentes, se salieron de la sala para mi absoluto asombro. Porque el Sol del membrillo raya con la experiencia superior de un artista y nos señala y dice cuán difícil es aprehender la cambiante realidad, en este caso reflejada en un árbol, a través de la pintura, pero también en general. Es un desvarío, un sueño.
Para mí es una gran suerte poder explicar en esta página de Filaffinity un poco de la enorme experiencia e impacto que sobre mi tuvo la genial película de Erice con Antonio López como protagonista. Se trata de cine puro, puro arte, sin contaminación, sin falsedad, para saborearlo lentamente. Por eso los impacientes y los amantes del ruido en el cine no la soportan, no la toleran. No es, pues, un cine de mayorías. Y qué. Es un producto Erice, como el Sur, como tantas otras obras grandes de nuestra cinematografía que la mayoría olvida y no tiene en cuenta y que, eso sí, van a ver Batman o Resacón dos o cuatro, e incluso al chabacano Almodóvar con sus Amantes pasajeros. No, miren ustedes, esto es Vermeer van Delft -como decía antes-, esto es Bergman, esto es el límpido cielo, el ambiente que flota, la ingente tarea de vivir.
En el bello film de Víctor Erice, "El sol del membrillo", el gran pintor que es Antonio López claudica en su afán quimérico de plasmar en el lienzo los cambios que se van produciendo en el árbol con el avanzar de las estaciones. Su genio creativo se declara impotente para aprehender las transformaciones que acontecen en un árbol, al fin vegetal. Entonces la pregunta es: ¿cómo podemos desvelar con la certeza que querríamos la esencia de las modificaciones que la vida y el tiempo van desencadenando en nosotros, en nuestra vida, en la Historia que nos entorna, en la sociedad que nos circunda, en nuestra relaciones con los demás? “Tempus fugit”, y además inquietante.
22 de mayo de 2016
22 de mayo de 2016
5 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
No es una película convencional, tampoco un documental al uso, quizá se trata de un ensayo que guarda relación con el universo de Erice, sea lo que sea, me parece muy respetable y digno al menos de una serena reflexión sobre el cine y la pintura, tantas veces abordado con “biopics” más o menos acertados, o sirviéndose de algunos lienzos como excusa para contar una historia, lo que nunca se había visto es un ensayo de estas características, tan innovadoras y sugerentes. La fusión entre pintura y cine dos artes que tienen mucho en común pero que también muchas diferencias que podemos apreciar una vez finalizada esta historia que no tiene guión ni nada que se le parezca. El fascinante mundo de un pintor, Antonio López, que intenta captar en un cuadro la esencia de un membrillero, presumiblemente para recuperar así un sueño de infancia.
Una película que exige mucha atención y complicidad por parte del espectador y si eso no ocurre, se rompe la magia y el espectador se desentiende de la lo que ve y no siente, luego, se puede aburrir soberanamente hasta decir basta. Un diálogo fundamental entre cine y pintura, un ensayo contemplativo y como tal hay que entenderlo, donde se intenta atrapar el tiempo, la imposibilidad de capturar la realidad cambiante por parte de la pintura, mientras el cine sí que nos lo muestra constantemente a través de la cámara del cineasta, poseedor de un talento descomunal. Se plantea una recuperación de la inocencia de las imágenes que en verdad no es tal: el propósito parece ser únicamente reproducir el proceso creativo de un artista pero la propia realidad se encarga de desmentir el ideal de la mímesis, de ratificar que cualquier acto de creación supone una intervención sobre el mundo que lo convierte en otra cosa, quizá sólo su imagen, quizá su razón de ser.
De todo ello se deduce, que el film de Erice, es más bien un desafío gigantesco, la lucha del artista por ponerse a sí mismo en escena, por entenderse y a la vez entender el mundo que le rodea, por utilizar la cámara ya no como un instrumento de conocimiento sino de exploración de uno mismo a través de la realidad circundante. En breve: su pugna desesperada por obtener un punto de vista que le permita mirar el mundo. Por eso la película no es un documental sobre el pintor, ni tampoco una ficción elaborada sobre ese material, aunque es un ensayo, también es la continuación lógica de films anteriores de Erice (El espíritu de la colmena y El sur), pues la trilogía en cuestión posee a la vez un motivo común, la fascinación por la luz como acceso al conocimiento y principal herramienta de trabajo del cine, la obsesión por desvelar un misterio, por interpretar un elemento de la realidad que se ofrece a la mirada como un desafío, ya se trate del monstruo de Frankenstein para una niña de la posguerra española, de la figura del padre para una adolescente inquieta o de los contornos de un membrillero para un pintor perfeccionista.
El hecho de que se trate de tres personajes en apariencia tan distintos no quiere decir nada al respecto. Muy al contrario, es el pintor quien revela que todo se remonta al origen infantil de un sueño, de su fascinación, un membrillero real de la casa donde vivía de niño. Por lo tanto, es también una reflexión sobre la frontera de la niñez y la edad adulta, inscrita en las dos películas anteriores. El film es absolutamente moderno, elegido el mejor de los años noventa por todas las filmotecas de todo el mundo. Una obra personalísima que la amas o la detestas, no ha término medio, después de lo expuesto, yo personalmente me inclino por lo primero.
Una película que exige mucha atención y complicidad por parte del espectador y si eso no ocurre, se rompe la magia y el espectador se desentiende de la lo que ve y no siente, luego, se puede aburrir soberanamente hasta decir basta. Un diálogo fundamental entre cine y pintura, un ensayo contemplativo y como tal hay que entenderlo, donde se intenta atrapar el tiempo, la imposibilidad de capturar la realidad cambiante por parte de la pintura, mientras el cine sí que nos lo muestra constantemente a través de la cámara del cineasta, poseedor de un talento descomunal. Se plantea una recuperación de la inocencia de las imágenes que en verdad no es tal: el propósito parece ser únicamente reproducir el proceso creativo de un artista pero la propia realidad se encarga de desmentir el ideal de la mímesis, de ratificar que cualquier acto de creación supone una intervención sobre el mundo que lo convierte en otra cosa, quizá sólo su imagen, quizá su razón de ser.
De todo ello se deduce, que el film de Erice, es más bien un desafío gigantesco, la lucha del artista por ponerse a sí mismo en escena, por entenderse y a la vez entender el mundo que le rodea, por utilizar la cámara ya no como un instrumento de conocimiento sino de exploración de uno mismo a través de la realidad circundante. En breve: su pugna desesperada por obtener un punto de vista que le permita mirar el mundo. Por eso la película no es un documental sobre el pintor, ni tampoco una ficción elaborada sobre ese material, aunque es un ensayo, también es la continuación lógica de films anteriores de Erice (El espíritu de la colmena y El sur), pues la trilogía en cuestión posee a la vez un motivo común, la fascinación por la luz como acceso al conocimiento y principal herramienta de trabajo del cine, la obsesión por desvelar un misterio, por interpretar un elemento de la realidad que se ofrece a la mirada como un desafío, ya se trate del monstruo de Frankenstein para una niña de la posguerra española, de la figura del padre para una adolescente inquieta o de los contornos de un membrillero para un pintor perfeccionista.
El hecho de que se trate de tres personajes en apariencia tan distintos no quiere decir nada al respecto. Muy al contrario, es el pintor quien revela que todo se remonta al origen infantil de un sueño, de su fascinación, un membrillero real de la casa donde vivía de niño. Por lo tanto, es también una reflexión sobre la frontera de la niñez y la edad adulta, inscrita en las dos películas anteriores. El film es absolutamente moderno, elegido el mejor de los años noventa por todas las filmotecas de todo el mundo. Una obra personalísima que la amas o la detestas, no ha término medio, después de lo expuesto, yo personalmente me inclino por lo primero.
25 de marzo de 2012
25 de marzo de 2012
4 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Una película bella, creativa, profunda, el proceso creativo de un artista que se levanta todas las mañanas a pintar y ya está, y pasa el tiempo y el artista sigue trabajando todos los días y retrata el paso del tiempo, obra poco conocida, olvidada, una rareza que pasa inadvertida. Un pintor retratando un árbol. El sonido sobra, el arte está por encima de todo.
¡Qué bonita!
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