El sol del membrilloDocumental
7.4
5,721
Documental
Ésta es la historia de un artista (Antonio López) que trata de pintar, durante la época de maduración de sus frutos, un árbol —un membrillero— que hace tiempo plantó en el jardín de la casa que ahora le sirve de estudio. A lo largo de su vida, casi como una necesidad, el pintor ha trabajado sobre el mismo tema en muchas ocasiones. Cada año, con la llegada del otoño, esa necesidad se renueva. Lo que el artista no ha hecho nunca en su ... [+]
25 de julio de 2016
25 de julio de 2016
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Recuerdo la noche en que vi por primera vez 'El sol del membrillo'. Era entre semana, en la 2 y debió de empezar a la una de la madrugada. Recuerdo que ese mismo día un amigo de la universidad me la recomendó, y yo, noctámbulo ya desde la adolescencia, la vi en mi hora más lúcida. Quedé fascinado. Ninguna película (que yo haya visto) retrata mejor el paso del tiempo y a la vez la imposibilidad de hacerlo. Estamos ante uno de esos casos donde el sentido de la búsqueda es la propia búsqueda. Nada más y casi nada, vamos.
La lucha constante que supone intentar pintar una realidad (un membrillero) que muta continuamente es de una poética arrolladora. Pocas imágenes definen mejor este imposible como los rastros de la retícula blanca y rectilinea que -tozuda y mecánicamente- el pintor dibuja cada mañana sobre los contonos caprichosos y cambiantes de los membrillos y de sus hojas. Al final, el ansiado cuadro acaba siendo el resultado efímero de la sobreposición de esas marcas sobre el arbol que se quería pintar. El retrato es la vivencia. Cine puro.
Y por si fuera poco, al lado de este diálogo apasionante entre geometría y naturaleza, discurren encuentros cotidianos con amigos, albañiles o familiares que no hacen más que dotar de humanidad ese tic-tac estático y dinámico que es la vida. Y yo terminaré aquí. Aun hoy (décadas después de verla por primera vez) debo contenerme para que mi crítica no peque de un estusiasmo excesivamente empalagoso... cual tierno, maduro y caprichoso membrillo...
La lucha constante que supone intentar pintar una realidad (un membrillero) que muta continuamente es de una poética arrolladora. Pocas imágenes definen mejor este imposible como los rastros de la retícula blanca y rectilinea que -tozuda y mecánicamente- el pintor dibuja cada mañana sobre los contonos caprichosos y cambiantes de los membrillos y de sus hojas. Al final, el ansiado cuadro acaba siendo el resultado efímero de la sobreposición de esas marcas sobre el arbol que se quería pintar. El retrato es la vivencia. Cine puro.
Y por si fuera poco, al lado de este diálogo apasionante entre geometría y naturaleza, discurren encuentros cotidianos con amigos, albañiles o familiares que no hacen más que dotar de humanidad ese tic-tac estático y dinámico que es la vida. Y yo terminaré aquí. Aun hoy (décadas después de verla por primera vez) debo contenerme para que mi crítica no peque de un estusiasmo excesivamente empalagoso... cual tierno, maduro y caprichoso membrillo...
30 de marzo de 2017
30 de marzo de 2017
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
El problema de Erice son los pegotes.
Con ¨El Sur¨, una película maravillosa, que se deja poseer, que se deja crecer en el espectador, todo el tema de Rafaela Aparicio, rechinaba. No por obviar los misterios y traumas guerracivilistas, sino más bien, por depositar una carga dramática que no va pareja a la que se puede desvelar en la trama Padre-hija, núcleo central. Los personajes ¨contexto¨, que no tienen alma finalmente, fin ni ananké, vagando por el celuloide. A veces pasa..., que simplemente, al final, puedan recobrar vida propia, pero no es el caso de Erice.
Aquí, toda la trama rumana, todo ese paralelismo, vuelve a pitar, no sólo por el recado remarcado, sino porque aún así, existía el milagro del secundario que incluso descontextualizado en un film, se alza por su gracia....
Repito, a Erice no le sale esto tampoco en esta ¨El sol del membrillo¨.
Con ¨El Sur¨, una película maravillosa, que se deja poseer, que se deja crecer en el espectador, todo el tema de Rafaela Aparicio, rechinaba. No por obviar los misterios y traumas guerracivilistas, sino más bien, por depositar una carga dramática que no va pareja a la que se puede desvelar en la trama Padre-hija, núcleo central. Los personajes ¨contexto¨, que no tienen alma finalmente, fin ni ananké, vagando por el celuloide. A veces pasa..., que simplemente, al final, puedan recobrar vida propia, pero no es el caso de Erice.
Aquí, toda la trama rumana, todo ese paralelismo, vuelve a pitar, no sólo por el recado remarcado, sino porque aún así, existía el milagro del secundario que incluso descontextualizado en un film, se alza por su gracia....
Repito, a Erice no le sale esto tampoco en esta ¨El sol del membrillo¨.
25 de agosto de 2020
25 de agosto de 2020
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Cuando un director logra la perfección como ocurre en este documental sólo nos queda admirar y recrearnos en su belleza.
Con un guión sencillo y perfecto , asistimos al proyecto y ejecución de un pintor que quiere realizar una obra que es el de pintar el sol en el membrillo, maravillosamente no dirigido por el director y compone un personaje entrañable como todos los que intervienen familiares y amigos del pintor.
Maravilloso documental que queda como un cuadro en nuestra retina fijado.
Con un guión sencillo y perfecto , asistimos al proyecto y ejecución de un pintor que quiere realizar una obra que es el de pintar el sol en el membrillo, maravillosamente no dirigido por el director y compone un personaje entrañable como todos los que intervienen familiares y amigos del pintor.
Maravilloso documental que queda como un cuadro en nuestra retina fijado.
17 de mayo de 2023
17 de mayo de 2023
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Pintas y pintas y no sabes que quedará al final en cada cuadro: una mediocridad por un solo trazo o una obra maestra. Al final solo queda el trabajo y la vida que se va.
El estudio del pintor hiperrealista Antonio López modificando constantemente un cuadro que representa el paso del tiempo y el cambio de luz del en un membrillero. Una y otra vez, una y otra vez, y de paso vive, recibe a un amigo del servicio militar, escucha la radio El dios del cine Víctor Erice con el dios del hiperrealismo Antonio López. Ufff en fin. Cuando se crea el MITO DE DOS ARTISTAS todo vale.
Antonio García Villarán dijo que el proceso creativo de un artista no es como en la película. Tampoco creo que le gustara el concepto cinematográfico documentalista, simbólico, de alguna manera postimpresionista de Víctor Erice.
La película muestra el proceso creativo en que Antonio López pinta un membrillero con sus cambios de luz y de sombras, las visitas de algún amigo, cuando pone la radio para entretenerse o se levanta para hacer cosas por su casa, de ahí su intento de captar el paso del TIEMPO de forma matemática, eso de que cada versión cada parte del membrillero es igual al MEMBRILLERO, cuya ESENCIA no se puede captar como en el Libro de Arena de Borges.
Planteamientos documentales así pero más "divertidos" y humanos ya los tuvieron Picasso o Salvador Dalí y desde un planteamiento más cinematográfico los hizo Fellini en su Fellini 8 y medio, al documentar autobiográficamente cómo era la realización de una película. A mí todo eso me parece bien mientras fundamentalmente me llegue y tenga emociones.
Sin embargo, Erice documenta, divaga y no remata. Todo es casual como la visita de un amigo que cuenta anécdotas insípidas sin aportar nada, subrepticio. Tampoco el cuadro del membrillero me dice nada, no es el cuadro de una mujer que le rechazó y amó hasta el final o el de una hija muerta que ahora tendría treinta años y cuyo rostro falsea continuamente, es un simple membrillero cuyos cambios en el reflejo de la luz no me emocionan.
A mí no me llega, igual que gran parte de la pintura del radiador de Antonio López no me llega. Parece que Víctor Erice como siempre quiso rodar más, y poner más escenas simbólicas, pero gracias a que el sensato y "mediocre" productor no se lo permitió: 139 minutos dan de sobra y se hacen pesados en muchas ocasiones.
El estudio del pintor hiperrealista Antonio López modificando constantemente un cuadro que representa el paso del tiempo y el cambio de luz del en un membrillero. Una y otra vez, una y otra vez, y de paso vive, recibe a un amigo del servicio militar, escucha la radio El dios del cine Víctor Erice con el dios del hiperrealismo Antonio López. Ufff en fin. Cuando se crea el MITO DE DOS ARTISTAS todo vale.
Antonio García Villarán dijo que el proceso creativo de un artista no es como en la película. Tampoco creo que le gustara el concepto cinematográfico documentalista, simbólico, de alguna manera postimpresionista de Víctor Erice.
La película muestra el proceso creativo en que Antonio López pinta un membrillero con sus cambios de luz y de sombras, las visitas de algún amigo, cuando pone la radio para entretenerse o se levanta para hacer cosas por su casa, de ahí su intento de captar el paso del TIEMPO de forma matemática, eso de que cada versión cada parte del membrillero es igual al MEMBRILLERO, cuya ESENCIA no se puede captar como en el Libro de Arena de Borges.
Planteamientos documentales así pero más "divertidos" y humanos ya los tuvieron Picasso o Salvador Dalí y desde un planteamiento más cinematográfico los hizo Fellini en su Fellini 8 y medio, al documentar autobiográficamente cómo era la realización de una película. A mí todo eso me parece bien mientras fundamentalmente me llegue y tenga emociones.
Sin embargo, Erice documenta, divaga y no remata. Todo es casual como la visita de un amigo que cuenta anécdotas insípidas sin aportar nada, subrepticio. Tampoco el cuadro del membrillero me dice nada, no es el cuadro de una mujer que le rechazó y amó hasta el final o el de una hija muerta que ahora tendría treinta años y cuyo rostro falsea continuamente, es un simple membrillero cuyos cambios en el reflejo de la luz no me emocionan.
A mí no me llega, igual que gran parte de la pintura del radiador de Antonio López no me llega. Parece que Víctor Erice como siempre quiso rodar más, y poner más escenas simbólicas, pero gracias a que el sensato y "mediocre" productor no se lo permitió: 139 minutos dan de sobra y se hacen pesados en muchas ocasiones.
29 de marzo de 2024
29 de marzo de 2024
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Los trabajos y los días.
Otoño 1990/Primavera 1991.
Sentimiento y orden. Metal y ceniza. Cariño, cariño mío.
Lo quiere todo, i want it all, I want it now, el eterno retorno, lo grandioso y el átomo, contar/cantar la vida, elegía, pérdida, el arte, el trabajo, la familia, la amistad, el tiempo (el principio/final de Robin y Marian) pudriéndose/ensanchándose/expandiéndose, y el muere y, a la vez, horadar los intersticios, contemplar los escondrijos, devanar las esquirlas del mar, filtrar, decantar.
También un juego de espejos entre el que mira y lo mirado que a su vez es observado por otro voyeur que igualmente es mirado por todos (también nosotros) o el resto o los demás que son vistos, echar el ojo, por Dios o la (ahí es) nada.
Y es un ejercicio de estriptis, exhibición vanidosa pura, tan pudoroso y discreto.
Trabajar. De eso se trata. De verlo. Manual. Con el cuerpo (presente).
Naturaleza. Ese es el medio.
Distintas formas de trabajo, ¿el ideal?, el que se incorpora a la vida, es la vida, y el asalariado polaco que es a costa ajena, ¿impersonal?, y es solo un trozo/una porción de tiempo, segmento, aparcelado/alquilado/arrendado/amartelado.
El arte como materia, comestible, tocable, manejable, que huele, que tiene tacto, que se pudre o hiede.
La terquedad (ahí está cada día), la paciencia (caiga quien caiga, no se pone nervioso no se viene abajo, sigue, el pulso no le tiembla), el sentido (el proceso, estar -con el árbol-, el trabajo, el método), la renuncia (cuando no se puede, hay que aceptarlo, ni linde ni tonto no como otros, tantos) de este samurái o místico pagano.
Es fascinante y tediosa, a ratos maravilla y asombra y ves dónde quiere llegar (hasta el infinito y más allá), pero es como si algo le faltara o falta, el famoso aire de Las meninas, (un) no sé (qué que quedan balbuciendo), es como un ensayo ensayado que se está ensayando todo el tiempo o rato (mata relato), demasiado consciente o frío o timorato o (amante) distante, severo no tan humoroso, dónde está la gracia o el chiste, quién nos ha robado el verano, no encarna, o solo poco, cuando cantan, los chinos (ahí se explica, magnífico), las hijas, el resto es más formol, forense, tanatorio, anestesia, cirugía, alarde, gélido.
Él, Antonio (mucho mejor que Banderas), es un gran actor, hace muy bien de sí mismo, el papel, se come la pantalla (y el árbol y el membrillo, caníbal lecter), y demuestra que con su sola presencia se impone (punto filipino, enano pistonudo, fama y cronopio), emana seguridad, voluntad, decisión, inteligencia, templanza, su amigo (su interpretación es más torpe, hace demasiado de él, es literal, se olvida de ser, se le ven las costuras, es muy majo, demasiado humano) es la otra parte (no tan contratante, alegal), más relajado, insustancial, ligero, informe, inarticulado, impreciso, difuso y simpático, no tan todo como el otro, solo hay que fijarse cuando hablan de probe Miguel Ángel (el uno tira a voleo, a lo que salga, el otro da en el blanco, lo ve distinto y claro), o solo hay que verle a él cómo no deja a su mujer que le ayude a duras penas en un determinado momento cuando se ponen a ello, deja, le dice, quita, que ya me hago yo cargo, me basto y me sobro poco más o menos, Juan Palomo.
Otoño 1990/Primavera 1991.
Sentimiento y orden. Metal y ceniza. Cariño, cariño mío.
Lo quiere todo, i want it all, I want it now, el eterno retorno, lo grandioso y el átomo, contar/cantar la vida, elegía, pérdida, el arte, el trabajo, la familia, la amistad, el tiempo (el principio/final de Robin y Marian) pudriéndose/ensanchándose/expandiéndose, y el muere y, a la vez, horadar los intersticios, contemplar los escondrijos, devanar las esquirlas del mar, filtrar, decantar.
También un juego de espejos entre el que mira y lo mirado que a su vez es observado por otro voyeur que igualmente es mirado por todos (también nosotros) o el resto o los demás que son vistos, echar el ojo, por Dios o la (ahí es) nada.
Y es un ejercicio de estriptis, exhibición vanidosa pura, tan pudoroso y discreto.
Trabajar. De eso se trata. De verlo. Manual. Con el cuerpo (presente).
Naturaleza. Ese es el medio.
Distintas formas de trabajo, ¿el ideal?, el que se incorpora a la vida, es la vida, y el asalariado polaco que es a costa ajena, ¿impersonal?, y es solo un trozo/una porción de tiempo, segmento, aparcelado/alquilado/arrendado/amartelado.
El arte como materia, comestible, tocable, manejable, que huele, que tiene tacto, que se pudre o hiede.
La terquedad (ahí está cada día), la paciencia (caiga quien caiga, no se pone nervioso no se viene abajo, sigue, el pulso no le tiembla), el sentido (el proceso, estar -con el árbol-, el trabajo, el método), la renuncia (cuando no se puede, hay que aceptarlo, ni linde ni tonto no como otros, tantos) de este samurái o místico pagano.
Es fascinante y tediosa, a ratos maravilla y asombra y ves dónde quiere llegar (hasta el infinito y más allá), pero es como si algo le faltara o falta, el famoso aire de Las meninas, (un) no sé (qué que quedan balbuciendo), es como un ensayo ensayado que se está ensayando todo el tiempo o rato (mata relato), demasiado consciente o frío o timorato o (amante) distante, severo no tan humoroso, dónde está la gracia o el chiste, quién nos ha robado el verano, no encarna, o solo poco, cuando cantan, los chinos (ahí se explica, magnífico), las hijas, el resto es más formol, forense, tanatorio, anestesia, cirugía, alarde, gélido.
Él, Antonio (mucho mejor que Banderas), es un gran actor, hace muy bien de sí mismo, el papel, se come la pantalla (y el árbol y el membrillo, caníbal lecter), y demuestra que con su sola presencia se impone (punto filipino, enano pistonudo, fama y cronopio), emana seguridad, voluntad, decisión, inteligencia, templanza, su amigo (su interpretación es más torpe, hace demasiado de él, es literal, se olvida de ser, se le ven las costuras, es muy majo, demasiado humano) es la otra parte (no tan contratante, alegal), más relajado, insustancial, ligero, informe, inarticulado, impreciso, difuso y simpático, no tan todo como el otro, solo hay que fijarse cuando hablan de probe Miguel Ángel (el uno tira a voleo, a lo que salga, el otro da en el blanco, lo ve distinto y claro), o solo hay que verle a él cómo no deja a su mujer que le ayude a duras penas en un determinado momento cuando se ponen a ello, deja, le dice, quita, que ya me hago yo cargo, me basto y me sobro poco más o menos, Juan Palomo.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
Me hubiera gustado más que hubiese acabado él en la tumba cama, rigor mortis, memento mori, los que van a morir, te saludan, ave césar, trastea, y se hace de noche y se apagan las luces y él duerme muere y ya está, o resucita y es un vampiro, Nosferatu, que chupa toda la sangre, mientras se enfrenta al doctor Víctor (Frankenstein no necesariamente Erice) en un duelo a muerte por el péndulo (de Foucault o no, vaya usted a saber) y la vara de medir, zahorí, di sí.
Demasiadas codas o candados o corolarios remates o juegos o subrayados oscuros o metáforas y símbolos al retortero, el árbol (planta uno), el alcalde y la mediateca, era eso.
El hombre y la tele que mira, la cámara que agoniza y el membrillo ya fuera de juego, en off, la ciudad y la noche, cubículos, ratoneras, espacios, tiempos, jaulas, cajas, líneas verticales y horizontales que se cruzan (para nada), pongamos que hablo de Madrid, (chupa el) pirulí.
El sueño es una pesadilla y vuelta a empezar. Mi infancia son recuerdos de un patio de Sevilla.
El mito de Sísifo.
No hay nada que esconder, los entresijos, todo está a la vista. Di no al romanticismo/malditismo. Di sí al materialismo histórico al arte obrero proletario, que se moja y se mancha las manos, al albañil que trabaja con sus manos llenas de callos y flores y pinta con el alma, se la parte, y la crisma, anda, canta.
Demasiadas codas o candados o corolarios remates o juegos o subrayados oscuros o metáforas y símbolos al retortero, el árbol (planta uno), el alcalde y la mediateca, era eso.
El hombre y la tele que mira, la cámara que agoniza y el membrillo ya fuera de juego, en off, la ciudad y la noche, cubículos, ratoneras, espacios, tiempos, jaulas, cajas, líneas verticales y horizontales que se cruzan (para nada), pongamos que hablo de Madrid, (chupa el) pirulí.
El sueño es una pesadilla y vuelta a empezar. Mi infancia son recuerdos de un patio de Sevilla.
El mito de Sísifo.
No hay nada que esconder, los entresijos, todo está a la vista. Di no al romanticismo/malditismo. Di sí al materialismo histórico al arte obrero proletario, que se moja y se mancha las manos, al albañil que trabaja con sus manos llenas de callos y flores y pinta con el alma, se la parte, y la crisma, anda, canta.
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