El autoestopista
6.4
1,717
Thriller. Cine negro
Roy Collins y Gilbert Bowen, ambos de mediana edad, dejan atrás la gran ciudad para dirigirse por carretera hacia México. A varios kilómetros de la frontera que separa México de los Estados Unidos, el conductor Roy acepta la proposición de su compañero Gilbert para que lleven en el asiento de detrás del automóvil a un autoestopista llamado Emmett Myers. Todo pasa a un estado de tensión creciente cuando Roy y Gilbert, después de ser ... [+]
10 de junio de 2018
10 de junio de 2018
5 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
Las horas que trascurren sobre el celuloide como una condena y cuyo final nadie puede adivinar, proporcionan a I. Lupino la ocasión de afrontar un thriller meticuloso del que ella misma es guionista, junto a C. Young.
A la producción le falta cierto grado de intensidad narrativa y también de credibilidad, por lo artificioso de algunas situaciones, pero esas carencias se diluyen parcialmente porque el espectador las asume a medida que avanza el metraje.
Curiosamente llega un momento en que el desenlace importa poco y el final de la historia se convierte en mero trámite que cada cual puede modelar a voluntad con un simple ejercicio de imaginación.
En ningún caso, mejor que en esta película, puede afirmarse con propiedad que la meta es el camino y que el camino es la meta.
A la producción le falta cierto grado de intensidad narrativa y también de credibilidad, por lo artificioso de algunas situaciones, pero esas carencias se diluyen parcialmente porque el espectador las asume a medida que avanza el metraje.
Curiosamente llega un momento en que el desenlace importa poco y el final de la historia se convierte en mero trámite que cada cual puede modelar a voluntad con un simple ejercicio de imaginación.
En ningún caso, mejor que en esta película, puede afirmarse con propiedad que la meta es el camino y que el camino es la meta.
29 de diciembre de 2022
29 de diciembre de 2022
5 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
Dirigida por toda una pionera, una mujer que dirigía en los años 50, encima con talento y originalidad. Aparte de eso, encima era una buena actriz, una película muy original en su época, que hace de la necesidad virtud, con pocos medios y actores poco conocidos, pero competentes,la acción no decae en ningún momento, con un espacio y unos paisajes muy bien aprovechados y filmados, todo un clásico de la serie b, a reivindicar.
3 de diciembre de 2020
3 de diciembre de 2020
5 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
Se alza una sombra, amenazante y tenebrosa, sobre el ardiente y sucio asfalto. Una sombra dispuesta a asaltar a todo aquel que se cruce en su camino.
La víctima podría ser cualquiera, podría ser usted. En ese caso prepárese para el viaje más desesperante de toda su vida...
No empezaba rezando estas palabras, pero se le aproxima en la catalogada por muchos "primera película de cine negro hecha por una mujer". Y ésta no podía ser otra que Ida Lupino, una de las grandes actrices del Hollywood clásico aunque no seguramente una de las más conocidas a día de hoy; nativa de Londres, llamada la Jean Harlow británica y (por ella misma) la Bette Davis de los pobres, se ganó a pulso su puesto interpretando personajes fuertes, decididos y ambiguos junto a cineastas de la talla de Michael Curtiz, Nicholas Ray, Delmer Daves o Raoul Walsh (cuyo clásico "El Último Refugio" le catapultaría definitivamente).
Sin embargo otros intereses ubicados en el mundo detrás de las cámaras la asaltan, llegando de súbito su momento como directora al caer enfermo Elmer Clifton durante el rodaje de "Not Wanted"; funda entonces junto a su marido Collier Young la pequeña The Filmakers Inc. y se lanza a probarse como realizadora pionera, sobre todo por abarcar temas espinosos para la época. Bajo el amparo de RKO, "El Autoestopista" pasaría por su obra más célebre, un desvío de sus anteriores títulos, muy femeninos, para inmiscuirse en los terrenos duros y masculinos del "noir"; podría ser "Autostop al Infierno", de Felix Feist (y también de RKO) una gran fuente de inspiración, pero también lo fueron hechos reales.
Hechos concernientes a William Cook Jr., famoso criminal de carácter pendenciero que en 1.950, a la edad de 21 años, fue presa de un arranque psicótico y, simulándose un autoestopista, asesinó a todo aquel con quien se cruzara; ejecutado en 1.952 en San Quentin, parte de su sangriento trayecto final sería plasmado por Lupino y Young, modelando los sucesos a partir del secuestro de dos cazadores, Forrest Damron y James Burke, y su urgente huida a Santa Rosalia. La escalofriante advertencia inicial nos pone sobre aviso y la tensión no tarda en aparecer, del mismo modo que la imponente silueta del asesino en la carretera, aquí rebautizado como Emmett Myers.
Tampoco se demoran las víctimas, ahora Roy Collins y Gilbert Bowen, quienes se aventuran a México para ir a pescar...para su desgracia, pues Myers les espera en el camino. Lupino, gracias al uso impactante de la fotografía de Nicholas Musuraca, nos atrapa, nos asfixia entre sombras y esconde en sus entrañas a un monstruo propio de un film de la Hammer con forma humana, blandiendo un revólver como instrumento de la muerte y prolongación de su brazo; la descripción del criminal, tanto física como psicológicamente (aunque con el acierto de no profundizar demasiado para mantener la incógnita), es soberbia.
Horrorosa apariencia, con detalles tan apabullantes como ese ojo que no se cierra del todo durante la vigilia (deformación real del propio Cook), voz viscosa y carácter explosivo y a la vez minucioso, ante todo despiadado; frente a él, Collins y Bowen doblegados, a merced de las burlas y las órdenes, representando así el perfecto opuesto de los héroes duros del cine negro. La directora también desnuda al género con su cámara como si fuese papel de lija; las calles oscuras, los bares elegantes, las luces del paisaje urbano nocturno y los muelles son reemplazados por la aspereza del desierto y el calor sofocante.
El espacio abierto como perfecto recurso claustrofóbico (nadie te escucha y en ningún sitio te puedes esconder). Lupino ha aprendido la lección de sus mentores: su relato posee la visceralidad de Siegel y H. Lewis, el atrevimiento de Walsh, la oscuridad de Hitchcock y Siodmak y las imaginativas formas de Ulmer, y sin muchos medios traza de manera concisa este recorrido infernal por colinas, páramos y pueblos mexicanos llenos de polvo a lo largo de unos 70 minutos escasos (si bien algo más de profundidad se agradecería), siempre haciéndonos seguir los extenuantes pasos del trío protagonista hacia un destino incierto.
Pasos como los que daba aquel desesperado Frank Bigelow en el clásico de Maté "Con las Horas Contadas" (interpretado también por O'Brien). En "El Autoestopista" hay otra carrera contrarreloj por la supervivencia, salvo que aquí las vidas de las víctimas no dependen de ellos mismos, sino del monstruo que les acecha a sus espaldas; en la piel de este villano sin escrúpulos brilla la convicción del magnético William W. Talman (el coronel Parker de "Corea, Hora Cero" y más conocido como el abogado Burger en la serie "Perry Mason"), capaz de helar los huesos con sólo un gesto.
Frente a él un correcto y contenido Frank Lovejoy y un Edmond O'Brien desquiciado y al borde de la locura en ese último tramo intenso y facturado con oficio pero al que mucho le falta para llegar a memorable (viendo esta precipitación se podría pensar que la cineasta tuvo la intención de finiquitar la historia de un modo mucho más violento...pero que no le permitieron hacer, no se sabe). Las demás participaciones corresponden a Clark Howat y decentes actores mexicanos como José Torvay o Nacho Galindo; entre todo esto destaca la dramática música de Leith Stevens y, cómo no, el pulso y sentido del ritmo de la sra. Lupino.
Hundido en las raíces de la más pura serie "B", este film, recibido con bastante entusiasmo en su época, exhala nervio, tensión y desasosiego, y sin ser perfecto queda como una pequeña joya del suspense clásico, sin duda precursora de posteriores títulos como la japonesa "Ocho Horas de Terror", la alemana "El Asesino de la Autopista" (también basada en hechos reales) o los más modernos "Carretera al Infierno" y "Kalifornia".
A la hora de la verdad, ni Hitchcock ni Siegel habrían firmado una mejor película.
La víctima podría ser cualquiera, podría ser usted. En ese caso prepárese para el viaje más desesperante de toda su vida...
No empezaba rezando estas palabras, pero se le aproxima en la catalogada por muchos "primera película de cine negro hecha por una mujer". Y ésta no podía ser otra que Ida Lupino, una de las grandes actrices del Hollywood clásico aunque no seguramente una de las más conocidas a día de hoy; nativa de Londres, llamada la Jean Harlow británica y (por ella misma) la Bette Davis de los pobres, se ganó a pulso su puesto interpretando personajes fuertes, decididos y ambiguos junto a cineastas de la talla de Michael Curtiz, Nicholas Ray, Delmer Daves o Raoul Walsh (cuyo clásico "El Último Refugio" le catapultaría definitivamente).
Sin embargo otros intereses ubicados en el mundo detrás de las cámaras la asaltan, llegando de súbito su momento como directora al caer enfermo Elmer Clifton durante el rodaje de "Not Wanted"; funda entonces junto a su marido Collier Young la pequeña The Filmakers Inc. y se lanza a probarse como realizadora pionera, sobre todo por abarcar temas espinosos para la época. Bajo el amparo de RKO, "El Autoestopista" pasaría por su obra más célebre, un desvío de sus anteriores títulos, muy femeninos, para inmiscuirse en los terrenos duros y masculinos del "noir"; podría ser "Autostop al Infierno", de Felix Feist (y también de RKO) una gran fuente de inspiración, pero también lo fueron hechos reales.
Hechos concernientes a William Cook Jr., famoso criminal de carácter pendenciero que en 1.950, a la edad de 21 años, fue presa de un arranque psicótico y, simulándose un autoestopista, asesinó a todo aquel con quien se cruzara; ejecutado en 1.952 en San Quentin, parte de su sangriento trayecto final sería plasmado por Lupino y Young, modelando los sucesos a partir del secuestro de dos cazadores, Forrest Damron y James Burke, y su urgente huida a Santa Rosalia. La escalofriante advertencia inicial nos pone sobre aviso y la tensión no tarda en aparecer, del mismo modo que la imponente silueta del asesino en la carretera, aquí rebautizado como Emmett Myers.
Tampoco se demoran las víctimas, ahora Roy Collins y Gilbert Bowen, quienes se aventuran a México para ir a pescar...para su desgracia, pues Myers les espera en el camino. Lupino, gracias al uso impactante de la fotografía de Nicholas Musuraca, nos atrapa, nos asfixia entre sombras y esconde en sus entrañas a un monstruo propio de un film de la Hammer con forma humana, blandiendo un revólver como instrumento de la muerte y prolongación de su brazo; la descripción del criminal, tanto física como psicológicamente (aunque con el acierto de no profundizar demasiado para mantener la incógnita), es soberbia.
Horrorosa apariencia, con detalles tan apabullantes como ese ojo que no se cierra del todo durante la vigilia (deformación real del propio Cook), voz viscosa y carácter explosivo y a la vez minucioso, ante todo despiadado; frente a él, Collins y Bowen doblegados, a merced de las burlas y las órdenes, representando así el perfecto opuesto de los héroes duros del cine negro. La directora también desnuda al género con su cámara como si fuese papel de lija; las calles oscuras, los bares elegantes, las luces del paisaje urbano nocturno y los muelles son reemplazados por la aspereza del desierto y el calor sofocante.
El espacio abierto como perfecto recurso claustrofóbico (nadie te escucha y en ningún sitio te puedes esconder). Lupino ha aprendido la lección de sus mentores: su relato posee la visceralidad de Siegel y H. Lewis, el atrevimiento de Walsh, la oscuridad de Hitchcock y Siodmak y las imaginativas formas de Ulmer, y sin muchos medios traza de manera concisa este recorrido infernal por colinas, páramos y pueblos mexicanos llenos de polvo a lo largo de unos 70 minutos escasos (si bien algo más de profundidad se agradecería), siempre haciéndonos seguir los extenuantes pasos del trío protagonista hacia un destino incierto.
Pasos como los que daba aquel desesperado Frank Bigelow en el clásico de Maté "Con las Horas Contadas" (interpretado también por O'Brien). En "El Autoestopista" hay otra carrera contrarreloj por la supervivencia, salvo que aquí las vidas de las víctimas no dependen de ellos mismos, sino del monstruo que les acecha a sus espaldas; en la piel de este villano sin escrúpulos brilla la convicción del magnético William W. Talman (el coronel Parker de "Corea, Hora Cero" y más conocido como el abogado Burger en la serie "Perry Mason"), capaz de helar los huesos con sólo un gesto.
Frente a él un correcto y contenido Frank Lovejoy y un Edmond O'Brien desquiciado y al borde de la locura en ese último tramo intenso y facturado con oficio pero al que mucho le falta para llegar a memorable (viendo esta precipitación se podría pensar que la cineasta tuvo la intención de finiquitar la historia de un modo mucho más violento...pero que no le permitieron hacer, no se sabe). Las demás participaciones corresponden a Clark Howat y decentes actores mexicanos como José Torvay o Nacho Galindo; entre todo esto destaca la dramática música de Leith Stevens y, cómo no, el pulso y sentido del ritmo de la sra. Lupino.
Hundido en las raíces de la más pura serie "B", este film, recibido con bastante entusiasmo en su época, exhala nervio, tensión y desasosiego, y sin ser perfecto queda como una pequeña joya del suspense clásico, sin duda precursora de posteriores títulos como la japonesa "Ocho Horas de Terror", la alemana "El Asesino de la Autopista" (también basada en hechos reales) o los más modernos "Carretera al Infierno" y "Kalifornia".
A la hora de la verdad, ni Hitchcock ni Siegel habrían firmado una mejor película.
7 de diciembre de 2021
7 de diciembre de 2021
4 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Y a la vez agorafóbica, ya sea dentro del auto o afuera por el árido paisaje que lleva a México.
Mantiene el interés en todo momento aunque puede hacerse algo pesada.
Prácticamente tiene solo tres intérpretes que hacen muy real esta historia, esta road movie a bordo de un Plimouth a través de unas solitarias carreteras secundarias.
Bien rodada en blanco y negro es una interesante película de suspense.
Mantiene el interés en todo momento aunque puede hacerse algo pesada.
Prácticamente tiene solo tres intérpretes que hacen muy real esta historia, esta road movie a bordo de un Plimouth a través de unas solitarias carreteras secundarias.
Bien rodada en blanco y negro es una interesante película de suspense.
24 de enero de 2023
24 de enero de 2023
4 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
De las ocho películas dirigidas por la actriz Ida Lupino, esta es la de mayor repercusión popular junto con "El Bígamo" (1953).
El inicio es realmente prometedor y engancha al espectador con un acertado planteamiento muy de cine negro, presentándonos con una loable capacidad narrativa y talento visual el modus operandi de un psycho-killer en serie que como bien indica el título del film se dedica a asesinar a sus víctimas tras practicar autostop y subir a sus coches.
La introducción del psicópata encarnado magníficamente por William Talman es fantástica (primero solo vemos sus pies y cuando entra en el coche de los otros dos protagonistas su cara permanece en la sombra hasta que se incorpora en el asiento para dirigirse de manera imperativa a sus nuevas víctimas), pero desgraciadamente y a pesar de unos maravillosos planos exteriores de las imponentes localizaciones desérticas en tierras mexicanas que otorgan a la película la apariencia de western, el desarrollo de la misma se hace monótono, pesado y carente de algún giro sorprendente de guión que mantenga el interés en una trama demasiado plana con un final altamente previsible.
Además los caracteres interpretados por Edmond O'Brien y Frank Lovejoy carecen del carisma y la profundidad necesaria para ofrecer un buen contrapunto al perverso personaje de Talman.
El inicio es realmente prometedor y engancha al espectador con un acertado planteamiento muy de cine negro, presentándonos con una loable capacidad narrativa y talento visual el modus operandi de un psycho-killer en serie que como bien indica el título del film se dedica a asesinar a sus víctimas tras practicar autostop y subir a sus coches.
La introducción del psicópata encarnado magníficamente por William Talman es fantástica (primero solo vemos sus pies y cuando entra en el coche de los otros dos protagonistas su cara permanece en la sombra hasta que se incorpora en el asiento para dirigirse de manera imperativa a sus nuevas víctimas), pero desgraciadamente y a pesar de unos maravillosos planos exteriores de las imponentes localizaciones desérticas en tierras mexicanas que otorgan a la película la apariencia de western, el desarrollo de la misma se hace monótono, pesado y carente de algún giro sorprendente de guión que mantenga el interés en una trama demasiado plana con un final altamente previsible.
Además los caracteres interpretados por Edmond O'Brien y Frank Lovejoy carecen del carisma y la profundidad necesaria para ofrecer un buen contrapunto al perverso personaje de Talman.
Cancelar
Limpiar
Aplicar
Filters & Sorts
You can change filter options and sorts from here