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El hilo fantasma

Drama. Romance En el Londres de la posguerra, en 1950, el famoso modisto Reynolds Woodcock (Daniel Day-Lewis) y su hermana Cyril (Lesley Manville) están a la cabeza de la moda británica, vistiendo a la realeza y a toda mujer elegante de la época. Un día, el soltero Reynolds conoce a Alma (Vicky Krieps), una dulce joven que pronto se convierte en su musa y amante. Y su vida, hasta entonces cuidadosamente controlada y planificada, se ve alterada por la ... [+]
Críticas 161
Críticas ordenadas por utilidad
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9
4 de febrero de 2018
606 de 652 usuarios han encontrado esta crítica útil
Me he animado a escribir porque no leo lo que yo he visto ni en las críticas profesionales ni amateur, indistintamente de si la aclaman o la aborrecen. Como hay tantas loando las virtudes cinematográficas me voy a centrar en el fondo del asunto, tal y como yo lo veo y con pocas dudas de lo que nos ha querido mostrar PT Anderson. Para quien no la haya visto y antes de entrar en spoilers, se me hace complicado recomendar esta película. Hay que tener diría que hasta una formación psicológica potente para entender el trasfondo. No, no es una película de una relación amorosa. Eso no es más que una arista más de la personalidad de Reynolds, del que se nos hace un cuadro diagnóstico completo en su estado mental y se nos da sin ninguna duda el origen del problema, que tiene mucho que ver con su película Magnolia. La clave está en el título, mejor aún en el original. Hay un hilo que no vemos, pero que controla cada aspecto de la personalidad de Reynolds, una persona totalmente atormentada.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
La clave está en la madre, con la que Reynolds mantiene un hilo incluso después de muerta. Decía lo del título original porque PT Anderson, que no es nada obvio en su película, nos desvela una pista clave al hablar de fantasma cuando en la película la madre aparece como uno. Anderson se encarga de hacernos un cuadro completo de Reynolds y su atormentada infancia: un padre ausente al morir pronto y una madre severa. De esto segundo tenemos datos sobre todo indirectamente, porque Reynolds no osaría hablar mal de su madre, aunque al hablar del vestido que le hizo casi se le escapa: qué fue del vestido? Seguramente criando polvo. La madre no lo apreció, no le recompensó. A la madre también la conocemos indirectamente a través de esa hermana controladora que cuando Reynolds se rebela lo trata implacablemente: no oses discutir conmigo porque te destrozaré. La hermana ha copiado el perfil de la madre, que probablemente vivió lo justo para ver los inicios de su hijo y explotar su talento.

El cuadro psicológico lo tenemos en el Reynolds adulto, o más bien un adulto que no ha dejado de ser un niño porque no tuvo una infancia normal: es incapaz de comprometerse porque no sabe amar, ya ama a su madre y no tiene espacio para más. Ni siquiera se nos habla apenas de su sexualidad, probablemente cargada de culpa e impotencia física. Es incapaz de relacionarse salvo como un crío, siendo brusco y violento. Alterna episodios de grandiosidad y depresión, típico de las personalidades geniales, pero atormentadas. No tiene autoestima alguna, como refleja cuando ve que su tiempo está pasando y ya no es "chic", reaccionando de manera infantil. No tiene relaciones con hombres porque solo se ha relacionado con dos mujeres, su madre y su hermana. Es definitivamente el cuadro de un genio atormentado por su infancia. Se describe de forma tan cuidadosa y brillante que no me cabe duda que Anderson o bien ha ido al psicólogo o bien ha leído mucho del tema, de autoras como Alice Miller (léase El Drama del niño dotado).

En estas aparece Alma, cuyo pasado no se nos cuenta, pero también tendrá miga. Alma de algún modo entiende finalmente este cuadro, aunque de un modo parcial. Al final de la película entendemos cuál es el proceso para aliviar en parte (que no solucionar o sanar) la atormentada vida de Reynolds: llevarle a un estado de cuasi-niñez, un estado en el que él se permita SENTIR, aunque sea al modo infantil, y en el que haya una figura materna (Alma) que le cuide y le mime. Solo entrando en ese estado, tras estar muy enfermo, Reynolds puede sacar a la luz sus verdaderos sentimientos, más allá de la grandiosidad de su vida pública. Alma no le salva, pero a diferencia de otras que pasaron por la vida de Reynolds tiene acceso a una parte vetada al resto del mundo en la que, aunque sea por unos instantes, Reynolds puede ser el niño que no le dejaron nunca ser.
8
6 de febrero de 2018
200 de 233 usuarios han encontrado esta crítica útil
(Seguro que hay spoiler. No lo pude evitar)
Cuento perverso y sofisticado de una exquisitez y belleza que extasía, hipnotiza y arrebata.
La neurosis, el perfeccionismo, el miedo a la vida y el juego del cazador y la caza.
Modisto enmadrado (la madre muerta) y hermanado (la hermana viva) hasta el delirio se refugia del mundo a través del trabajo.
Solo necesita una modelo/musa/amante/criada/madre/enfermera/matrona/dominatrix/víctima para soportar una vida que a duras penas aguanta, amurallado tras infinitas puertas, histerias y férreo control.
El deseo de orden frente al caos vulgar del mundo. El afán de belleza contra la agresiva fealdad de la vida. El silencio, la buena educación (casi siempre), las buenas formas, la buena vida y la apariencia de seguridad esconden a un niño pequeño, castrado (se supone que por su mamá y, también, su hermana), asustado, débil, temeroso, incapaz de hacer frente a los hechos de manera natural, sana o flexible.
Por otro lado, es una reflexión sobre el precio que hay que pagar para lograr desarrollar un oficio con verdadera pasión y excelencia, la vida misma, todas las fuerzas vitales sacrificadas en el altar del arte textil, de los grandes vestidos.
Película compleja, sutil, elevada, llena de capas, insinuaciones y vericuetos. Con dos líneas paralelas y recurrentes que a veces (muchas) se cruzan, la miniatura psicológica llena de matices y minucias, y la gran creación de hermosos vestidos, es decir, la intimidad y el trabajo alimentándose continua y mutuamente.
Es una gran sinfonía, musicalmente deslumbrante (banda sonora original y piezas clásicas y románticas en feliz comunión) y fotográficamente impecable, una delicada ópera llena de temas y detalles, de forma y fondo entrecruzados y enlazados, de voces, solistas y coro, de melodías, crescendos, clímax y reposos.
Un cine gozoso, culto, elegante, cuidado. Una calidez esmerada y educada que contrasta con el clima actual de sonrojante monserga ideológica y enorme zafiedad estética.
Quizás su peligro radique en la tentación de caer en la autocomplacencia formal, que esta se coma la historia y que los personajes desaparezcan aplastados bajo el peso de tan bello despliegue de alardes técnicos y barrocos.
A veces eso pareciera. Pero no llega a tanto. No malogra la obra.
El cazador cazado. La joven aprendiza (el mito eterno de Pigmalión: "My Fair Lady", por ejemplo) se venga, lo envenena y así se lo queda. Matrimonia y lo tiene atrapado entre sus garras humanas abyectas ("Misery").
La película juega con el espectador, con los tópicos melodramáticos y maniqueos habituales. Al principio, ella es una pobrecita utilizada por dos hermanos sin escrúpulos, engañada, seducida y seguramente abandonada. Primero ella es agasajada, tentada, escogida y manipulada, y después es simplemente una pieza más de la industria familiar. Otra chica más de las, parece (eso se sugiere al principio, como Fermín de Pas en "La Regenta" o Cayetano Salgado en "Los gozos y las sombras", ambos con amantes sucesivas y madres de aúpa también), muchas, que han estado en esa situación de rehén de lujo. Le valen hasta que se cansa o aburre de ellas y las echa.
Pero se da la vuelta. Esta no es como las demás. Y lo caza. Lo pesca. Lo secuestra. Lo destruye e inutiliza. Lo apresa y tortura. Ahora él es el pobrecito.
Pero tampoco. Porque lo sabe y se presta. Ya no hay víctimas ni victimarios. Ni buenos ni malos. Todo queda empatado. Neutralizado. Siniestro y hermoso.
Ese final es perverso, clínico, enfermizo, malévolo, juguetón, viscoso, inteligente, metafórico, fabulesco y cachondo.
Aunque también pueda ser banal, idiota, inverosímil y fuera de lugar.
O las dos cosas a la vez.
O alguna.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
Es una historia llena de grandes momentos y regalos:
- La narración de la captación de la chica. Cómo la encandila y fascina.
- Cuando aparece la hermana y rompe el hechizo de la Cenicienta. La cara de ella. Bravo.
- La historia de la gorda mecenas y cómo ella aprovecha la situación para ganarse el respeto y aprecio de él, al reclamar el vestido mancillado le demuestra que entiende y valora lo que supone el trabajo para él, la vida entera.
- Cuando se acerca con decisión y le dice a su alteza que ella vive allí.
- Cuando la hermana amenaza al modisto con su mayor fortaleza (te destruiría, ten cuidado, no me pongas a prueba). En verdad, todas sus tensas charlas son jugosas, llenas de miedo, cariño y estupor. Se necesitan, detestan y quieren a su perturbada manera. Relación de dependencia y crueldad amoroso fraternal. Dos terribles solterones, se da por supuesto, de ella poco o nada sabemos, atrapados, privilegiados y encerrados.
- Las escenas ruidosas durante los desayunos. Su evolución como reflejo de los cambios en su relación.
- El ruido y el movimiento como dos formas de agresión a una mente excesivamente sensible, delicada, enclaustrada y desequilibrada, los sentidos se convierten en antenas de dolor, susceptibles de considerar todo como un ataque del exterior, una paranoia quirúrgica y exacerbada. Dos tormentos sublimes e indiscutibles para el que teme la turbación, el bullicio y la vida en su discurrir horrísono, desorganizado y desvergonzado. Una persona cerebral encerrada en su mente enferma.
- El decoro y el buen gusto frente a la tosquedad desagradable y gritona de los demás, la quietud ascética en oposición al perpetuo movimiento idiota de los que viven felices, sin dirección, conciencia o motivo.
Sí, Day-Lewis está estupendo (completamente acertado, apabullante mezcla de debilidad y amoralidad). Ella, también (inocencia y ferocidad, sensibilidad y vulgaridad). Y la hermana (como un alcaide en un penal, fiera y larga, sabia, tenaz e indestructible).
Al final se demostró que ella tenía razón, aguantaba más la mirada, era más fuerte. Sabía, o se dio cuenta, que él no podía soportar todos los rituales y autoexigencias que tenía que arrostrar diariamente para poder funcionar, para sobrellevar la existencia y seguir produciendo, sabía, o aprendió tras mucha observación, que él quería abandonarse, relajarse, olvidarse, que necesitaba descansos, abandonos, y que nunca lo haría por propia voluntad, no podía (estaba enfermo de voluntad neurótica, obsesiva compulsiva), necesitaba la coartada de otro, de alguien que le obligase, que se lo impusiera a la fuerza, necesitaba una nueva madre a la que supeditarse, a la que respetara, quisiera y temiese, a la que odiaraamara. Es, la película entera, en verdad la búsqueda desesperada de la madre perdida y, quizás, ¿reencontrada?, ¿reencarnada?, ¿sustituida?
7
13 de febrero de 2018
82 de 100 usuarios han encontrado esta crítica útil
[Tema]

Pigmalión, misógino y soltero, esculpió, según relata Ovidio, una estatua perfecta de marfil. Una estatua de apariencia tan humana que “pensarías que vive y, si no lo impidiera el pudor, que quiere moverse: hasta tal punto el arte se oculta en su propio arte.”

Irremediablemente, Pigmalión se enamora de su obra, y Venus, conmovida, infunde alma a la estatua. “…entonces el héroe de Pafos pronuncia palabras muy elocuentes para dar las gracias a Venus; finalmente con su boca oprimió una boca no falsa: la doncella sintió los besos que le daba, se ruborizó y, levantando sus tímidos ojos hacia los suyos, vio a su enamorado a la vez que el cielo.”

Con una breve mención a los esponsales de Pigmalión y Galatea, concluye Ovidio su versificación del mito. Nada se nos dice de cómo fue su convivencia, ni de lo acontecido entre ellos, salvo que engendraron a una hija.

El paralelismo de este mito con la historia del modisto Reynolds Woodcock no puede ser casual, aunque alberguen significativas diferencias. Ovidio y Sigmund Freud vivieron entre siglos, en dos de las épocas más relevantes de la civilización europea; diecinueve centurias les separan. ‘El hilo invisible’ revisita a Pigmalión, lo sienta en un diván y juega al psicoanálisis. El resultado es delicioso.

Paul Thomas Anderson se detiene en los detalles –primeros planos visuales y sonoros–, recrea la fascinación del artista, la entrega absoluta, la devoción entre mística y maniática, el encuentro con la musa, la toma de medidas…

Y Freud entra en escena.

La madre ausente, vestida de novia –con un traje realizado a mano por el hijo– es presencia invisible y obsesiva. La hermana –encarnada por una inmaculada Lesley Manville– es educada e implacable; una segunda madre no carnal. El tándem que forman la madre muerta y la hermana asexuada resulta, en el fondo, insuficiente para Reynolds. Es el tiempo de Alma.


[1ª variación]

Alma, como Galatea, viene de otra parte (su acento, levemente foráneo, es un acierto indiscutible). No quiere limitarse a ser un eslabón de una cadena ilimitada de mujeres. Ella desea ser… la cadena misma. Cyril, la hermana, comprende (y acepta) que no puede competir con la extranjera.


[2ª variación]

Reynolds Woodcock creía ser un personaje de tragedia clásica. En un súbito y desconcertante giro tonal, se descubre a sí mismo como personaje de comedia. Y, sonriendo, asume su destino.

===

Paul Thomas Anderson firma con ‘El hilo invisible’ su obra más madura. Todos los apartados técnicos –dirección artística, sonido, fotografía, vestuario…– resultan exquisitos. Retrata con pasión y minuciosidad la personalidad neurótica del artista-huérfano.

Y en pleno mundo digital, elige el celuloide.
8
4 de febrero de 2018
43 de 54 usuarios han encontrado esta crítica útil
Paul Thomas Anderson es el “enfant terrible” del actual Hollywood, sus películas gustan más o menos (repasar filmografía), pero siempre son arriesgadas y originales, desde “Sidney” un excelente “film noir” con el que se dio a conocer. En esta ocasión me parece una historia atractiva y densa en el terreno moral, dos horas de buen cine para los amantes de las grandes pasiones amorosas y las relaciones destructivas. Las imágenes de sus películas son poderosas y siempre dejan huella, retratos marcados en su fascinación por personajes excesivos que reflejan pasiones humanas descritas con toda crudeza. Inspirada, al parecer en el modisto español Balenciaga, diseñador de alta costura en París, apasionado de la pintura española de Velázquez y Goya, fue contemporáneo de Coco Chanel y Christian Dior.

La prueba del talento de Anderson se fragua en este film por su elegante y clásica puesta en escena, la cadencia pausada con la que avanza la trama, con detalles de dominio técnico abrumador, como su maestría en el plano secuencia, sus travellings pausados y ceremoniosos. Una fotografía de luz tenue, de tonalidades sombrías, que reflejan las antagonistas ideas sobre la pasión por el trabajo y la creación artística de diseñar ropa para una clase social rica y poderosa, para mujeres maduras que no aprecian lo que lucen, sino que presumen de su estatus privilegiado. La película está impregnada de sensualidad y elegancia formal.

Reynolds Woodcock (magistral como siempre, de presencia física turbadora, Daniel Day-Lewis) es un modisto entregado en cuerpo y alma a su profesión, un neurótico reconocible pero apuesto, un perfeccionista obsesivo, como el director del film, que cuida cada detalle con metódica precisión. Un ser ensimismado y atormentado influenciado por los recuerdos maternos, quizás sea el hilo invisible que alude el título del film, ese hilo que le ata al pasado de su niñez, que se ve sorprendido por el amor hacia una camarera, Alma (Vicky Krieps, que en mi opinión le falta más presencia física como actriz) que se convierte en musa y amante, pero que se resiste a ser una simple modelo o maniquí, cuya relación desmonta su habitual vida cotidiana junto a su hermana controladora, celosa y protectora. Un papel, el de Day-Lewis, hecho a su medida, nunca mejor dicho utilizando un símil del mundo de la moda.

El film es enigmático por momentos, guardando similitudes con “Rebecca”, la obra maestra de Hitchcock, Max de Winter (Laurence Olivier) también era un hombre atormentado que comienza una nueva vida casándose con una joven ingenua. La ama de llaves, la señora Danvers, recuerda en cierto modo a la hermana del modisto, siempre vigilante de los gustos del diseñador, cuando le aconseja a Alma que no le prepare la fiesta sorpresa. Hay también un ambiente opresivo y viciado de incomunicación y de guerra de sexos. Una película sugerente que transmite una relación romántica y ambigua que deja muchas incógnitas a merced del espectador, para que nos respondamos según nuestro criterio, si estaríamos dispuestos o no a continuar esa relación.
5
4 de febrero de 2018
60 de 94 usuarios han encontrado esta crítica útil
Mi título no es la tesis de la película, sino lo que yo experimenté viéndola.
La película va del amor entre un reconocido artista de la moda, maduro, egocéntrico, maniático, trabajador obsesivo y envuelto en un caparazón que protege su vida y sus sentimientos, y una joven camarera, interesada y fascinada, al parecer, por la elegancia y la aureola del personaje, y frustrada por no despertar en él determinadas emociones ni poder participar de forma más activa en su vida.
El comienzo deslumbra visualmente, e interesa apoyado en la sólida presencia de Daniel Day- Lewis, bien secundado por la que hace de hermana suya, y por la joven actriz protagonista, que a mí me pareció suficientemente atractiva y sugerente (aunque a la persona que me acompañaba en el cine, no). Pero muy pronto, la película se límita a repetir el planteamiento inicial una y otra vez, en escenas cada vez más aburridas, desarrolladas sin sutileza y sin profundizar en la sicología de los personajes, y a veces con bobadas como las relacionadas con el doctor, o con la particular forma que tiene la joven protagonista de conseguir que su amado se abandone y se tome un descanso de su febril actividad creadora.
En fin, que media hora de emoción y más de dos horas de aburrida decepción no son como para recomendar esta película, ni para elevarla a los altares del cine
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