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El hilo fantasma

Drama. Romance En el Londres de la posguerra, en 1950, el famoso modisto Reynolds Woodcock (Daniel Day-Lewis) y su hermana Cyril (Lesley Manville) están a la cabeza de la moda británica, vistiendo a la realeza y a toda mujer elegante de la época. Un día, el soltero Reynolds conoce a Alma (Vicky Krieps), una dulce joven que pronto se convierte en su musa y amante. Y su vida, hasta entonces cuidadosamente controlada y planificada, se ve alterada por la ... [+]
Críticas 161
Críticas ordenadas por utilidad
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9
9 de febrero de 2018
7 de 11 usuarios han encontrado esta crítica útil
Afianzando un estilo personal, con las influencias de grandes maestros como Kubrick, revolucionando de forma muy perversa y subversiva géneros cinematográficos, Paul Thomas Anderson nos presenta un Pigmalion que cae en su propia trampa y que empieza confundiendo amor con dominación, para acabar siendo domesticado en lo que es una magistral defensa de la igualdad de géneros y de clases sociales.
Como los grandes maestros del cine, Kubrick, Hitchcock, Wilder, que también transgredieron géneros cerrados, Paul Thomas Anderson nos presenta una fina línea entre orden y caos, amor y muerte, pasión y razón. Desde el arranque clásico y glorioso hasta las profundas perturbaciones de la mente que vamos observando a lo largo del metraje, como en las mejores cintas, nada es lo que parece: los miembros de la alta sociedad son unos miserables que esconden su simpleza y estupidez bajo unos diseños impecables, mientras que los advenedizos protagonistas sobreviven en ese mundo de impostura defendiendo su dignidad y su libertad personal.Magistral la escena de la recuperación del vestido, clave para entender la complicidad final.
Como ha hecho a lo largo de su magistral filmografía, a partir de detalles difíciles de ver, pero que existen o se reflejan en espejos, o tienen lugar cuando surge nuestra humanidad, escondida bajo una coraza de falsa seguridad, y lo hace bajo los efectos de una dosis fantasma...porque Alma será la médico, modista de nuestra alma. La obsesión por nuestra madre, el personaje que nos marcó para bien y para mal, y recordamos sin querer Psicosis de Hitchcock...
Anderson explica la mente y la conducta humana como son, con una complejidad que molesta por su autenticidad, porque sus películas muestran la máscara y lo que se esconde tras ella. Magnolia es quizás una de las mejores películas de la historia del cine, y en ella se encontraban todas las claves para entender su cine y su visión de la vida, una visión carente de falso humanismo, de moralina o sensiblería, que hace pocas concesiones a lo comercial, y menos concesiones a la estupidez esquemática. Como afirma el mismo director, una buena historia de amor es una buena historia de terror. Si entendemos esto y aplaudimos el guión, cada encuadre magistral y la soberbia banda sonora de otro genio, Jonny Greenwood, entendemos la frase clave de aquella obra de arte que sigue siendo Magnolia: son cosas que pasan. Pero hay que saber verlas porque son casi invisibles y son la verdad. Con ello, como ocurre con la filosofía de la sospecha, Thomas Anderson podría denominarse un cineasta de la sospecha, como lo han sido los más grandes que han transgredido los géneros, las categorías cerradas y fijas, y al mismo tiempo les han dado vida a partir de su transgresión revolucionaria.

Paul Thomas Anderson es historia del cine.
7
16 de marzo de 2018
6 de 9 usuarios han encontrado esta crítica útil
Tras la borrachera de los “Oscars”, los exhibidores han decidido que la carrera comercial de “El hilo invisible” está tocando a su fin. De sus seis nominaciones acaba de obtener un único premio por su impresionante vestuario, el mismo premio conseguido en los BAFTA. Parece que poco más va a aguantar en cartelera, cosa habitual en estos tiempos. Como hemos dicho ya en alguna otra ocasión, en el pasado queda esa oportunidad que una película pudiera permanecer meses dando pie al “boca a boca”. Por eso, en la actualidad, se estrena en centenares de salas, porque poco tiempo tienen para recaudar y ser rentable. “El hilo invisible” es de esa clase de películas que necesitaría tiempo, su “vía” para hacer caja no es la común, ya que tampoco se trata de la típica producción, para lo bueno y también para lo que tenga en su contra.

Desde su estreno, en este espacio de tiempo, ya muchos han hecho diferentes lecturas de la película, lo cual me libera de esa “obligación”. La expectación que un sector mantenía parece que, tras visionarla, les ha defraudado. Bien por desconocimiento o por esperar mucho de su director el caso es que una vez más, Paul Thomas Anderson ha despistado a más de un espectador. La crítica, en su mayoría, ha sido unánime, consiguiendo alzarse como una de las mejores del año pasado. Anderson, tras una brillante etapa inicial, ha ido cristalizando su madurez con una filmografía muy pensada y muy bien elaborada, ambiciosa y variopinta, aunque haya ido adquiriendo una frialdad que al principio parecía no tener. He de aclarar que, a pesar de su exaltación la cual comparto en parte, para mí “Magnolia” sigue siendo su obra maestra.

En cuanto a “El hilo invisible”, y ya nos adentramos en una visión personal y subjetiva, no es de lo peor como algunos ya han señalado. Para mí es un buen film, brillantemente dirigido, ya que es innegable que él es conocedor (y dominador) de todos los resortes que pudiera utilizar, pero aquí, una vez más, se supedita a su actor principal, a su egocentrismo, a su obsesión por la perfección y a su gusto por paladear cada paso de su trabajo. Daniel Day-Lewis, el cual ha vuelto a anunciar que retira definitivamente del mundo de la interpretación, hace una notable actuación, sin duda, pero debo decir también que él me cansa, me termina agotando, es de esa clase de actores que exige que su recreación sea escudriñada por la cámara en todo momento, casi de forma obligada sin llegar al éxtasis como espectador y sin dejar espacio para intercalar otros trabajos de sus compañeros. Aquí no me exaspera como en su celebrada labor en “Pozos de ambición”, donde su empecinamiento por mostrar todos los encajes de su obra de bolillos era insaciable, pero tras ser galardonado en tres ocasiones como actor principal no tenía muchas posibilidades para ganar más premios, sobre todo porque sí o sí era el turno de Gary Oldman, uno de los actores más infravalorados por la industria “hollywoodiense”. Es más, y al menos para mí, la triunfadora de la película es Lesley Manville que encarna a Cyril, su hermana en la ficción: su sutilidad, su contención y su saber estar se acaban imponiendo. La luxemburguesa Vicky Krieps en el papel de Alma hace un buen trabajo, pero ante tamañas bestias poco más puede hacer, excepto el recordarnos físicamente en ciertos momentos a Julianne Moore. Los demás actores, como es habitual en el cine de Anderson, están muy ajustados.

Lo más atractivo, aparte del vestuario de “El hilo invisible” es su clima, su fotografía, sus decorados, su trabajo de peluquería, su ambientación en definitiva, que además alardea de alto topete como exigía su historia. Es difícil encontrar tanto detalle fino en producciones habituales. Capítulo aparte merece la banda sonora de Jonny Greenwood, uno de los músicos favoritos de Hans Zimmer, brazo derecho de Anderson, miembro de Radiohead, considerado uno de los mejores guitarristas y, virtuosismos aparte, de gran formación, logra, al menos para mí, la que debería haber ganado el “Oscar”. Mezclando composiciones clásicas con trabajo original Greenwood remata el buen gusto que despide la película.

El ver la película a estas alturas, como antes indicábamos, me permite la licencia de librarme de diseccionar su historia y sus posibles interpretaciones. Me quedo con las sensaciones que pueda provocar que son más placenteras. El guión, desafortunadamente, me parece impropio de su director, y no es la primera vez que a Anderson le ocurre. Quiero decir que cuando esto ocurre la alarma debe avisar a su majestad Anderson, de que algo está fallando, pero él prefiere estar recreándose en otros menesteres o confiando en su talento, lo cual es un impedimento para lograr lo que conocemos como “la obra maestra”, la película redonda, la perfección a la que tanto aspira, porque hay huecos que va dejando sin aclarar o personajes a los que no termina por exprimir. En el espacio del “spoiler” al menos planteo una pregunta que se deja sin aclarar.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
¿Qué ocurre con la etiqueta de “never cursed” que Alma encuentra en el dobladillo? Con la de juego que podía haber dado y tantas dudas despejado... qué bonito, ha rimado.
8
29 de marzo de 2018
6 de 9 usuarios han encontrado esta crítica útil
No hay como sentarse a ver una película y que el tiempo desaparezca, o más bien, que el tiempo para el espectador sea el mismo que el de la historia en pantalla, que tu vida a lo largo del metraje de la obra lleve el ritmo de sus planos y su montaje. Es esto lo que me pasó con Phantom Thread. Me dolía el cuello y las nalgas de tanto mantener la misma posición corporal, absorto ante la belleza, delicadeza y profundidad de las imágenes creadas por el siempre genial Paul Thomas Anderson. La película es como un baile, al que somos llevados de la mano por Daniel Day Lewis despidiéndose de la actuación en lo más alto con un personaje lleno de matices y complejidad psicológica, que en todo momento se siente orgánico y vibrante. La estética recuerda a The Master, aunque en este caso el recorrido es por un camino menos pedregoso y menos empinado, pero no por eso menos intenso.

La trama, a mi entender, pasa a segundo plano en películas que pueden ser entendidas netamente en términos cinematográficos (puro cine). Phantom Thread se comprende desde su luminosa fotografía, desde las románticas y dolorosas melodías de un Jonny Greenwood en la cumbre de su talento, desde las miradas, los encuadres, desde lo que no vemos pero intuimos, desde el ritmo de un baile que no conocemos pero que seguimos con naturalidad, como si la coreografía ya la tuviéramos dentro.
6
9 de febrero de 2018
5 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
Todo el refinamiento que la envuelve, la barroca elegancia donde habitan los personajes, los sensoriales placeres que acompañan la vida de estas criaturas vestidas de alta costura, los encuadres precisos, las escenas como pinturas flamencas, las admirables y sutiles interpretaciones de un portento como Daniel Day-Lewis o la menos célebre Vicky Krieps no son suficientes para alentar una historia que a mí me resulta gélida en su brillante envoltorio, una frialdad que no es sólo intencionada formalidad sino vacío, incapacidad para de las imágenes y de la narración para enamorarme la mirada, para acercarme a unas pasiones y sentimientos que se sospechan poderosos y son, a mis ojos y a mi mente, hilos apenas visibles que flotan en la pantalla.
7
28 de febrero de 2018
5 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
A estas alturas, quejarse de que el cine de Paul Thomas Anderson no es precisamente una descarga de adrenalina se antoja absurdo.
El estilo del realizador de Boogie Nights siempre es sosegado, medido, contemplativo, y todo tiene su razón de ser. Cada mirada, cada palabra, cada silencio, cada plano. Con todo, El hilo invisible vuelve a ser una prueba para la paciencia del espectador, ya que fácilmente le pueden sobrar quince minutos y su ritmo puede ser a veces incluso demasiado espeso para los más acostumbrados al director.
Con todo, es innegable la elegancia de las imágenes que filma Anderson, y la madurez de su narrativa mientras nos cuenta la historia de ¿amor? entre Reynolds y Alma. Y entre interrogaciones lo escribo porque esta es la historia del peor tipo de amor, el enfermizo y enfermo (nunca mejor dicho), el posesivo, el basado no se sabe muy bien en qué, el de dominio y sumisión, aunque nada sea lo que parece a primera vista. Si funciona es también por la excelsa química entre una estupenda Vicky Krieps, a quien seguro vamos a empezar a ver mucho a partir de ahora, y un Daniel Day-Lewis fabuloso en su anunciado retiro del cine. No es mal personaje de despedida este para el actor más laureado en los Oscar de todos los tiempos, y uno de los mejores intérpretes de la historia. Como siempre, su trabajo está matizado hasta el extremo, y es asombrosa su forma de combinar la dureza y a la vez la vulnerabilidad de Reynolds. Leslie Manville, otra ilustre veterana, habla poco con las palabras, pero lo dice todo con los ojos y la expresión corporal. Fabuloso trabajo el suyo también.
En definitiva, un drama notable, pero poco fascinante en lo emocional.

Lo mejor: Day-Lewis, Manville y Krieps, superlativos, y la sensibilidad narrativa de Anderson.
Lo peor: Es demasiado lenta a ratos y le sobran fácilmente quince minutos.
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