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Críticas de Luis Guillermo Cardona
Críticas 3.333
Críticas ordenadas por utilidad
3
9 de junio de 2012
12 de 21 usuarios han encontrado esta crítica útil
Pocas obras literarias han sido llevadas tantas veces al cine como, “Carmen” de Prosper Mérimée, inmortalizada luego con la maravillosa ópera de Georges Bizet. La primera versión se hizo, en 1909, con Victoria Lepanto en el rol de la rebelde gitana, y después, Marguerite Namara, Marion Leonard, Imperio Argentina, Geraldine Farrar, Edna Purviance, Theda Bara, Pola Negri, Raquel Meller, Dolores del Río, Viviane Romance, Niní Marshall, Rita Hayworth, Sara Montiel, Uta Levka, Mayra Alejandra, Julia Migenes-Johnson, Laura del Sol y otras tantas, han representado el rol de esta mujer que dejó para la posteridad su lucha por la independencia femenina. Con, Carmen, se enaltece a la mujer de carácter; toma forma la hembra dueña de sí misma; y el hombre da cuenta del sendero de tragedia que suele trazar, toda vez que se obstina en sentirse propietario de una fémina que, contra todo, ha elegido la libertad.

Ahora, el turno de adaptar este breve, pero significativo cuento -publicado en 1847- es para el realizador francés, Jean-Luc Godard… y tengo que decir que, el resultado es poco interesante. No es de extrañar que, Isabel Adjani, quien había asumido el rol de Carmen, inicialmente, hubiese abandonado tras escasos días de rodaje.

En primer lugar, y en un acto de absoluta locura (o rebeldía si se quiere), “l’enfant terrible” de Francia ha decidido tirar por la borda todos los progresos alcanzados por el arte cinematográfico, y con la añoranza a flor de piel de su querido, Roberto Rossellini, pero, con muy escasa lucidez narrativa, se ha aplicado mal al cuento de que, “basta un hombre, una mujer y una cama, para hacer una película”.

Una sola cosa parece cierta, <<NOMBRE: CARMEN>>, la hizo –y repito viejas palabras suyas- “con la mentalidad de un chico de 12 años, tratando de llegar a las imágenes como se me ocurrían”. Esto explica que todavía ose jugar al sonido directo dejando que entren en escena toda suerte de ruidos externos; que la iluminación sea natural o limitada a una o dos lámparas de mesa como suele ocurrir en las habitaciones comunes; y que muchas escenas luzcan totalmente improvisadas... y sin significado alguno.

Algunos directores creen que la imagen cinematográfica es, sobre todo, espacio; otros, como Godard, creen que la imagen es tiempo; pero, la verdad es que la imagen es espacio-tiempo y, sin una cuidada confluencia de ambas cosas, cualquier imagen se decanta a medias… o se hunde en la vacuidad.

La, Carmen, de Godard, hecha con música de Beethoven –estaba en su derecho-, pero, tocada en insertos de un ensayo entre tres muchachos sin trascender este hecho, es prolija en detalles superfluos; es fría como la nieve; desapasionada totalmente, aún con sus numerosos desnudos; está llena de repeticiones; los cambios a la historia de Mérimée nada añaden y mucho quitan... y la dinámica general hay que buscarla con lupa, y aun así, es imposible encontrarla.

Si, Maruschka Detmers, no consigue hacerse valer por algo más que su bello cuerpo, su carrera fílmica nunca ascenderá como se merece.

Título para Latinoamérica: << CARMEN, PASIÓN Y MUERTE>>
Luis Guillermo Cardona
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5
13 de mayo de 2011
11 de 19 usuarios han encontrado esta crítica útil
Humphrey Bogart, estuvo a punto de terminar como empezó, su carrera cinematográfica: En sus primeras 40 películas, lo metieron a la cárcel, lo ahorcaron, lo electrocutaron o lo mataron a balazos en no menos de 30 ocasiones. Por entonces, y casi siempre como actor secundario, la Warner Bros. solía pensar en él toda vez que se necesitaba a un tipo duro. Después, Bogart alcanzaría la cumbre y el protagonismo de sus películas, y tendría la ocasión de mostrar su corazón de mantequilla, su natural romanticismo, y otras bondades que también poseía en abundancia. Pero, en 1955, y cuando todavía figuraba entre los actores de mayor éxito, pues venía de hacer joyas como, “The Caine Mutiny”, “Sabrina” y “The Barefoot Contessa”, fue convocado por el director, William Wyler, para la que parecía ser su última película, ya que comenzaba a sentirse aquejado de un terrible cáncer de esófago. Pero, quizás la Providencia pensó que éste no era el final que se merecía un hombre tan notable... y luego, Bogart tendría otra gran oportunidad en ese brillante filme de, Mark Robson, titulado, “The Harder They Fall”.

No obstante haber sido hecha por un realizador altamente calificado, y de mi más alto aprecio como es, William Wyler, no creo que, <<HORAS DESESPERADAS>>, sea una película realmente importante. Primero, porque decepciona cuando, después de mencionar la policía que los presos fugados son tres tipos “con antecedentes que ponen los pelos de punta”, nos damos cuenta de que son tres buenazos que juegan a ser malos con la esperanza de que sus víctimas así lo crean. La única persona que los fugitivos matan en todo el filme (y quien lo ejecuta es el único delincuente cuyo apellido apunta tendenciosamente hacia el este), es seguro que fue más por miedo de que soplara y por haber intentado huir, que por el simple deseo de eliminarlo.

Después, y no obstante las increíbles ventajas que les conceden sus captores, las víctimas asumen unas salidas tan apocadas y poco comprometidas que, en vez de despertarnos sentimientos de solidaridad y comprensión, más bien producen rabia y frustración. Sólo el niño, Ralphie, demuestra que tiene cojones, pero su debilucho padre se los aprieta y, de no ser porque éste demuestra, al fin, algo de valentía, con ésta experiencia el niño hubiera quedado traumatizado o decepcionado de su padre por secula seculorum.

Ignoro las razones, pero tiene que haber habido cierto desgano en, William Wyler, a la hora de adaptar por encargo ésta obra teatral que escribiera, Joseph Hayes, y él mismo adaptara a guion, porque no se observa en la tarea su habitual esmero. Varias situaciones fueron resueltas con una simpleza que no convence, como cuando Hal, en su fuga, vota del carro a su propietario, o dejando abandonados recursos como la interceptación de teléfonos, cuando luego entra la llamada que se requería.

En fin que, cuando uno viene acostumbrado a ver filmes de tanta solidez como los que solía hacer este excelente director, de una obra que además tenía a Bogart, March y Kennedy, caminando a bordo, uno esperaba algo inolvidable.
Luis Guillermo Cardona
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10
20 de junio de 2013
9 de 15 usuarios han encontrado esta crítica útil
Una película no puede ser juzgada en términos de si es fiel, o no, a la novela en que se basa. Se puede mencionar éste hecho como dato accesorio, pero, no es lo que determina, en modo alguno, si la película está bien hecha o no. En un libro cabe cualquier cosa: se puede fantasear hasta lo imposible; se pueden hacer las disquisiciones filosóficas, psicológicas o políticas que se deseen; puedes incluir cuantos personajes se te ocurran; cualquier espacio puede concebirse… pero, un filme es bien distinto: tiene otra estructura y otro ritmo; se debe preferenciar la imagen al texto; cada espacio hay que materializarlo con un costo muchas veces alto… y está limitado a un presupuesto y a un cierto tiempo de duración, hechos por los cuales el director se obliga a reducir muchas cosas que aparecen en el libro. Escasas son las obras que han conseguido llevarse con rigor al cine, y ni siquiera cuando el guionista es el mismo novelista, logra que su novela se adapte rigurosamente.

<<LA HOGUERA DE LAS VANIDADES>>, tampoco podía ser la fiel adaptación de la novela de Tom Wolfe. Se basa en su obra y basta. Lo que hay que ver es si el director, Brian De Palma, con el guion escrito por Michael Cristofer, logró hacer una película relevante… ¡y yo estoy convencido de que lo ha logrado! Por otro lado, suelo preferir al director que "se basa en..." que al que "adapta a...", porque el primero arriesga y el segundo pretende ir a la fija.

Con toques de comedia mordaz, con algunos personajes que bordan la caricatura social (María, el pastor, y hasta el mismo, Peter Fallow), pero, con una magnífica recreación de un asunto en el que se involucran todas las desventuradas almas que mantienen este mundo al revés y a punto de estallar, Brian De Palma, vuelve a sus años de lúcido y crítico adolescente –pero sirviéndose ahora de un holgado presupuesto y de un excelente reparto-, para dejar recreada, a la perfección, a esa sociedad que le ha tocado padecer y que, desde hace ya demasiado tiempo, está gravemente enferma, moral y espiritualmente.

Colmada de realidad, cunde en esta historia el arribismo, el individualismo y el fanatismo; también el afán de mordida y de trampa que son cosa de cada día; pulula la explotación, el racismo y la corrupción política; el maltrato a la mujer, el abuso y la violación que ocurren cada minuto… y si la sociedad todavía sobrevive, es porque aún subsiste un buen número de almas que alientan la luz y fomentan la decencia contra todas las adversidades.

De Palma, da en el blanco (en varias acepciones); plasma con precisión su mosaico de representantes de la mentira y el oportunismo; y ante el preclaro juez White, las caretas dejarán ver el verdadero rostro, no siendo nada difícil que muchos espectadores sientan sus palabras como una bofetada que les alcanza la mejilla. Es harto comprensible pues, que el filme haya ganado tantos detractores entre críticos de cine, periodistas, hombres de iglesia, economistas, abogados, y gente sesgada de todos los colores: ¡¿Cómo puede ser un buen filme aquel que me hace ver el fango que llevo dentro?!... pero ¿y si acaso fuera el que te despierte?

Acepto con entereza la parte del juicio que me corresponda, y me atrevo a decir que, Brian De Palma, con <<LA HOGUERA DE LAS VANIDADES>>, ha hecho un filme que pasará a la historia como una película de culto. Todavía resuenan en mí las palabras del padre de, Sherman McCoy:

“La verdad es la compañera esencial del hombre de conciencia”.
Luis Guillermo Cardona
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10
9 de octubre de 2013
8 de 13 usuarios han encontrado esta crítica útil
La discriminación es una actitud de rechazo, exclusión o incluso maltrato, contra cualquier persona en razón de su género, raza, nacionalidad, condición social, orientación sexual, religión, discapacidad o cualquiera otra condición que tan solo la haga diferente. En resumen, es toda violación que se asume contra la igualdad de derechos de las personas. En tal sentido, la discriminación es por sobre todo un acto de ignorancia e intemperancia, porque se tiende a meter en el mismo saco a todas las personas de cierta característica o pertenencia, por la improcedencia de unas cuantas. Pues tan absurdo es creer que todas las personas por el simple hecho de ser negras, judías, homosexuales o de tal o cual nacionalidad son malas o abominables, como creer que el simple hecho de ser blanco, cristiano o europeo te hace digno.
La razón reclama que, en ambos casos, se debe ver más allá de estas particularidades para poder reconocer las buenas cualidades que pueda haber en cada ser humano, pues bien factible es equivocarse con los primeros, como con los segundos.

Encuentro maravillosa la película “LA BARRERA INVISIBLE”, porque -partiendo del antisemitismo que seguía imperando en los propios EEUU, aunque tan solo dos años atrás se acababa de derrotar al fascismo que agitaba la misma bandera- habla con gran profundidad acerca de la discriminación en razón de una causal cualquiera. La historia, brillantemente adaptada por Moss Hart (“Vive como quieras”, “Aquí durmió George Washington”...), basada en el exitoso libro de Laura Z. Hobson (1900-1986) una socialista hija de inmigrantes judíos que sufrió en carne propia toda suerte de improperios, sirve con marcada altura y dignidad, al esclarecimiento de los falsos pilares sobre los que se apoya cualquier acto discriminatorio.

El director Elia Kazan -quien se llevaría consigo un merecidísimo premio Oscar-, hace un filme de gran sobriedad, sin espacio para el sensacionalismo de ningún tipo, sin despertar sentimientos de odio o de venganza contra persona alguna, y con los más simples detalles e intachables argumentos, deja profundamente sentado un álgido problema que sigue causando graves daños morales y muchas veces físicos a incontables personas.

Valientes y muy sobrias actuaciones de Gregory Peck y Dorothy McGuire, consolidan un filme que deja sentado que “la igualdad y la libertad son la única opción para conservar la integridad del hombre y de cualquier nación”.

Esto es cine con el sello de la trascendencia.

Título para Latinoamérica: “LA LUZ ES PARA TODOS”
Luis Guillermo Cardona
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3
20 de mayo de 2011
8 de 13 usuarios han encontrado esta crítica útil
¡En cuantas ocasiones, la sabiduría de un hombre ha sido asumida como locura!, ¡Con cuán lamentable frecuencia, el ver más allá de lo que ven nuestros limitados ojos, genera repulsa y discriminación!, ¡Y cuántas veces, el afán de un hombre de seguir un fuerte y sagrado impulso que lo lleva por un rumbo mágico y nuevo, es entendido como un acto de soberbia!

Al seguir con firmeza la estrella que te guía, causarás dolor, porque este camino implica desprendimiento; despertarás malestar, porque estás obligado al abandono; y generarás ira y agresiones, porque muchos pensarán que, lo que haces, es un acto de egoísmo y de locura. Pero, cuando tu único objetivo es el Ser, no hay nunca en tu intención el hacer mal y, bien que sabes, que los que quedan atrás tendrán ocasión de resarcirse.

No sé cuanto de verdad y de ficción, sobre la vida del pintor francés Paul Gauguin, haya en la novela “LA LUNA Y SEIS PENIQUES” de William Somerset Maugham, pero el personaje que éste recrea, Charles Strikland -pese a ser un bocazas misógino como el resto de los personajes masculinos, y por supuesto, como el mismo autor, éste de inclinación homosexual-, me llega al alma y me remueve fibras muy recónditas, pues es evidente que está posicionado mucho más allá de los hombres comunes y de los cinco sentidos. Cuando lo leí, hace unos 30 años, y quizás comprendiendo muy poco, me sentí no obstante revolcado, pues presentía que algo grande había en el carácter, el desprendimiento, la definición y la sensibilidad de aquel artista. Desde entonces, conservé el libro como una de mis pequeñas joyas literarias. Por una motivación desconocida, pero luego entendida como necesaria a mi proceso vivencial, acabo de releerlo y siento que es una de las reflexiones más valiosas a las que un hombre pueda acceder en su vida, sobre todo, si consigue penetrar sin prejuicios, las acciones y sentimientos más allá de las palabras. Además, la misoginia verbal se diluirá sutilmente, cuando se vea como, contra los sarcasmos y agresiones verbales de Strickland, éste no consigue vivir sin ellas, y hace que ellas no puedan vivir sin él.

Poco que decir de esta adaptación cinematográfica, hecha por el debutante Albert Lewin, quien no va más allá de ilustrar, muy pobremente, los textos –que no las esenciales emociones- de manera casi literal, añadiendo conductistamente la palabra amor en boca de Strickland, y rotulando el filme con una salvedad al principio (“No es nuestro propósito defenderle) y con una condena, al final, que deja en claro que no entendió para nada al personaje, a la vez que deniega al espectador el derecho a formarse su propio criterio.

Y titular el libro y la película, en España, como “Soberbia” es un desatino de aquí a la Cochinchina.

Título para Latinoamérica: “LA LUNA Y SEIS PENIQUES”
Luis Guillermo Cardona
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