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Críticas de Vivoleyendo
Críticas 1.745
Críticas ordenadas por fecha (desc.)
9
25 de enero de 2015
5 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
Puristas del cine de samuráis o de Kurosawa, o de ambos a la vez, disculpad la pregunta. ¿Esto es una película de samuráis? Tenía entendido que esos guerreros se suicidaban tras una derrota, porque así estaba recogido en su código de honor, a menos que la institución en sí hubiera entrado en crisis, como sucedía por ejemplo cuando había un período de paz en Japón (muy raro, sí, porque el Japón medieval-feudal no era muy propenso a la paz), con lo cual los samuráis perdían su trabajo y muchos de ellos relajaban el código y elegían vivir entre otras cosas para mantener a sus familias. Un hombre muerto no ayuda a nadie.
Entre los datos de la película, pone que se desarrolla en el siglo dieciséis. Es sabido que había unas terribles luchas entre dinastías rivales y eso indica que la estirpe samurái no se encontraba en crisis en esa época. Eso me da a entender que los guerreros que intervienen aquí no son samuráis, pues no veo que nadie se dé muerte ritual tras una derrota. Empezando por el general Rokurota Makabe, que ha estado al servicio de un clan vencido. Y otros que tampoco se suicidan y que, según tengo entendido, tendrían que haberlo hecho. Y no es que no me alegre ver que no cometen esa barbaridad, que la verdad es que lo del código ese nunca lo he tragado. Lo comprendo, pero soy occidental, para bien y para mal.
En fin, es la única duda que se me ha quedado, que no empaña en absoluto la que para mí es la película más redonda y completa de Kurosawa. Puro género de aventuras con un sabio y magistral equilibrio entre drama, comedia y acción. En otras cargaba las tintas en algún género, sobre todo el drama (llegando a la tragedia, ahí tenemos “Ran” como mayor exponente), y “Yojimbo” no me terminó de cuajar como comedia, si es que lo era.
La acción se abre con dos campesinos que han participado en una sangrienta contienda y han acabado vagando, milagrosamente vivitos y coleando. Sus señores han perdido, así que están en territorio enemigo y se dirigen a su aldea, al otro lado de la frontera. Son dos amigos que lo mismo se quieren que se odian, movidos por la codicia de los pobres que, hartos de deslomarse cultivando la tierra, ambicionan una vida más cómoda. Son dos personajes bastante cómicos y el hilo conductor de toda la historia. Encuentran oro, que por el blasón pertenece al clan derrotado, y entre peleas y desconfianzas mutuas, se dan de bruces con otro vagabundo. Tiene algo intimidatorio; emana autoridad. No le creen cuando afirma ser el general Rokurota, y él no insiste. Entre los tres se crea un pacto fruto de la necesidad, y al grupo se acabará incorporando una chica, que resulta ser la princesa del clan perdedor, a la que el general piensa llevar a territorio seguro.
Los temas centrales son la amistad a veces bastante voluble (la de los campesinos), el honor de la palabra dada y de la responsabilidad que confiere el estatus (el guerrero entregado a su misión y la princesa que, observando el mundo exterior por primera vez, toma conciencia de que su obligación es proteger a su gente), frente a la traición (no muy preocupante pues los traidores suelen serlo nuestros dos patosos campesinos cuando se les cruzan los cables), el respeto frente a la falta de consideración (la escasa valía del pueblo llano y la forma en que las mujeres eran normalmente maltratadas y menospreciadas, de hecho el general es de los pocos que las ven como más que pedazos de carne), y el valor frente a la cobardía (los de estatus más alto dependen de causas más grandes que ellos mismos, mientras los campesinos tratan de salvar su pellejo).
Excelente puesta en escena, Toshiro Mifune soberbio en un papel que me ha gustado más que cualquier otro que haya interpretado, increíblemente magnética la chica (habrá sido un mito erótico japonés con esos pantalones cortos), muy jocosos los personajes de los accidentados y avaros aldeanos, y una narración que, salvo en algún pasaje, mantiene la atención muy concentrada.
Y me ha dejado un regusto optimista, extraño en una epopeya de Kurosawa.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Vivoleyendo
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7
24 de enero de 2015
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
El finlandés dio un paso más allá al filmar este musical que, desde luego, glamouroso no es precisamente. Si bien uno ya estaba acostumbrado a sus irónicas y estáticas comedias costumbristas, lo de “Leningrad Cowboys go America” ya es una sátira en toda regla. Oscila entre ese realismo cutre y destartalado de la estética de todas las películas del finlandés, y un surrealismo que traspasa lo descacharrante.
Una de las muchas peculiaridades de este director es el modo en que su cámara capta los ambientes degradados, huyendo de las vistas grandiosas y dirigiendo el objetivo hacia los sitios más feos. El cine convencional ya se encarga de vendernos las delicias paisajísticas. Aki las ignora y se fija siempre en ese desguace repleto de chatarra, en esas fábricas e industrias pesadas soltando humos, en los árboles secos, en la hierba grisácea, en el polvo que cubre las superficies, en los edificios desesperadamente necesitados de reformas, con manchas de óxido y humedad, maderas y planchas de metal castigados por la intemperie, basura y escombros aquí y allá, y muebles que ya hace bastante que deberían haber pasado a mejor vida.
Ya sea Finlandia o Estados Unidos, apenas hay diferencias, si acaso un fugaz panorama de los rascacielos de Nueva York o unos cactus o chumberas de vez en cuando, pero el resto de las localizaciones podrían haberse calcado de las de Finlandia. La marginalidad se parece en todas partes.
Por estos escenarios viajan, en una de las típicas road-movies de Aki, los “Leningrad Cowboys”, una banda rusa de frikis. Tienen un estilo, digamos, “picudo”, pues se peinan con las melenas hacia adelante en forma de pico de pájaro por encima de la frente, y llevan zapatos muy alargados acabados en punta. Les viene de familia, pues sus mayores y sus antepasados han lucido las mismas pintas durante generaciones.
Criados en las estepas siberianas, comparten su afición por la música y su mánager, un tío muy rata que también debe de ser algún pariente y que viste y peina igual que la banda, trata de conseguirles un contrato, pero nadie los valora. Les aconsejan marcharse a América, pues allí “escuchan todo tipo de chorradas” (el primer ataque de la película al American way of life). El patriarca familiar les financia el viaje y aterrizan en Estados Unidos con el ataúd de un componente del grupo que se congeló ensayando por la noche en las estepas, y un polizón que les sigue a hurtadillas porque desea pertenecer a la banda pero no se lo permiten por ser medio calvo.
Y continúan las burlas y las críticas, no sólo a través del despliegue de escenarios cochambrosos y antiestéticos, sino a través del comportamiento del grupo. El mánager trata a los demás como a borregos y se queda con la mayor parte de las recaudaciones, haciéndoles pasar hambre mientras él se pone las botas a sus espaldas. Cuando éstos se rebelan (representando al pueblo harto del sistema opresor), el mánager los intimida (reflejo del poder autocrático). El intertítulo “Vuelta a la democracia” que aparece tras estas escenas es de lo más sarcástico.
La compra del cochazo típico americano (abollado y con aspecto de no tirar mucho más), el ataúd con el primo congelado, las paradas para tocar en bares de mala muerte, el sonido del viento invernal que sopla igual que en Siberia, y estos nueve tíos (que llegarán a ser once) paseando toda su cachaza por las carreteras flanqueadas por vistas deprimentes, tocando para públicos casi siempre escasos e indolentes y dirigiéndose a México, donde les han asegurado que triunfarán… Si algo bueno tiene esta pandilla de inadaptados es su música, que van modificando según les conviene, y evolucionan desde el folclore ruso hasta el rock ‘n’ roll, el country, el rock y las rancheras. Una música de calidad que casi nadie aprecia.
Hay muchos detalles burlescos y absurdos en esta desvencijada road-movie donde se hace pasar a la sociedad americana por ese filtro tan especial de Aki Kaurismäki.
Si hay felicidad por algún lado, tal vez esté en conducir hacia ninguna parte en un coche viejo de segunda mano, disfrutar de una cerveza fresquita en amigable silencio (aquí la gente lo que menos hace es hablar), comer lo que se pille por el camino, fumarse un cigarrillo encima del escenario mientras se toca una canción, cantar en un inglés recién aprendido y matar el tiempo con los colegas que comparten algo parecido a un sueño.
Los “Leningrad Cowboys” continuaron en la vida real, y ahí están. Una banda surgida de una película para la que la realidad ha sido mucho más dulce que la ficción.
Vivoleyendo
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Searching for Sugar Man
Documental
Suecia2012
8,0
28.294
Documental, Intervenciones de: Sixto Rodríguez
8
24 de enero de 2015
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Qué cierto es el refrán de que nadie es profeta en su tierra. Sixto Rodríguez, como tantos antes que él, no lo ha sido.
Sudáfrica, años setenta. El apartheid continuaba aferrando a la nación con su garra implacable. No se sabe bien cómo, un álbum llamado “Cold Fact” de un artista cuyo nombre no le sonaba a nadie, fue introducido en el país y se difundió como el rayo. La gente hacía copias de cassette y así se pasaban aquellas canciones con letras que contenían verdadera poesía, pura lírica que ponía voz a la marginación, a la pobreza, a las dificultades de salir adelante en la alienante civilización actual, a la condena de la hipocresía del sistema, a la añoranza y la nostalgia, al amor perdido… Era más que música, era la mirada lúcida de un alma sin adulterar que observaba la realidad y conseguía que hasta las ásperas calles de su Detroit natal fuesen escenarios de fascinación. Sonaba a una llamada de libertad. Y así se convirtió en el himno de un pueblo cansado de tanta opresión. En toda Sudáfrica, Rodríguez era un símbolo de lucha y rebeldía. Una generación entera de jóvenes y niños se sabía de memoria sus líneas. Algunas productoras aprovecharon el éxito del artista y editaron copias que se vendieron como rosquillas, hasta varios cientos de miles.
Pero nadie sabía nada del misterioso cantautor. Corría el rumor de que se había suicidado en un concierto en Australia, y hasta ahí llegaba la información.
Un par de fans, intrigados y deseosos de conocer qué había sido de su ídolo, comenzaron una investigación que es la que se cuenta en este documental, que combina testimonios de las personas involucradas, imágenes de archivo y de videoaficionado, hermosa fotografía paisajística y secuencias animadas. Sin faltar, por supuesto, una espléndida banda sonora compuesta, como tenía que ser, por canciones de Rodríguez.
¿Cuál es la llave hacia el éxito o el fracaso? Nunca se sabe con certeza. Tal vez se trate de una compleja combinación de factores, pero el caso es que este compositor natural de Detroit es una figura muy interesante y entrañable, y un ejemplo de que el arte es como una botella con mensaje lanzada al mar, que puede llegar al lugar más alejado y dejar una huella profunda allá donde la gente lo experimente como parte vital de sus vidas, de sus espíritus, de su identidad y de sus deseos de habitar en un mundo más justo.
Vivoleyendo
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9
22 de enero de 2015
12 de 16 usuarios han encontrado esta crítica útil
Es una historia durísima. Tanto que en manos de otros autores menos capaces habría traspasado alguna especie de línea prohibida.
No lo hace. Te están hablando en primera persona sobre la enfermedad incurable y la muerte en plena juventud, algo tan terrible que dudo que alguien lo pueda asimilar, y sin embargo no sientes apenas el triunfo de la muerte acechando codiciosamente a sus próximos candidatos.
Están tan vivos que es como si su muerte fuera a ser un simple hasta luego.
No te endulzan el sufrimiento y el dolor. Hazel no te dirá tonterías para hacerte creer que palmarla de cáncer antes de los veinte años es menos malo de lo que es. Te lo contará como es, sin paliativos. Gus bromeará y estará demasiado embobado mirando a Hazel para entristecerse demasiado o soltar algún rollo autocompasivo, lo cual no es su estilo.
Sí notas la injusticia de esa lotería que decide quiénes se marchan pronto. El alivio de no ser ellos (o de no saber que puedes irte al otro barrio al momento siguiente de estar aquí ahora haciendo lo que sea) y de seguir estando sano un día más. La suerte de haber llegado hasta hoy. El deseo de que continúe así y que todavía queden muchos días buenos por delante. Que éste no sea el último.
Y un poco de vergüenza de quejarse por naderías. Tal vez quien no conoce el verdadero dolor tampoco conoce la verdadera felicidad. No ha aprendido a valorarla porque la tiene mucho más a su alcance.
Y tenemos la prueba de que la vida es vida hasta el final, si hacemos que lo sea. Hay quienes se entierran voluntariamente mucho antes de haber traspasado el umbral. Y hay otros que eligen vivir de verdad hasta que el aliento se les agota.
Ellos ven a la muerte planeando sobre sus cabezas. La miran a los ojos y tienen miedo, claro que lo tienen, muchísimo. Pero por ello son también muy valientes, porque vencen a ese miedo (casi siempre) y no permiten que los paralice y les impida disfrutar de lo que les queda.
Los ciegos somos nosotros, los que no queremos ver a la parca ahí encima, que está contando los minutos que le faltan para llevarnos, y nos creemos que tardará mucho en llamarnos. Pensamos que, como los niños que agachan la cabeza y tratan de pasar desapercibidos para que el maestro no los haga salir a la pizarra, de ese modo no se fijará en nosotros, se olvidará por un tiempo de que estamos aquí.
Nadie la engaña.
Hay que ser valiente para levantar la cabeza y espetarle con descaro, como se le dice al dios Muerte en Juego de Tronos: “Hoy no.”
Hoy va a ser un gran día. Podrás llevarme después, pero no me quitarás estas horas a su lado. No me arrebatarás la eternidad que él o ella me va a regalar, el pequeño infinito que será sólo nuestro, dentro de otros infinitos más grandes y que no nos recordarán, pero eso no importa, porque es suficiente con que esa persona me recuerde cuando me haya ido.
Todos somos pequeños infinitos dentro del gran infinito del universo, como los que hay entre número y número. Y todos, sin excepción, nos marchamos.
Así que… ¿Para qué lamentarse tanto por un hecho inevitable? Hazel y Gus ya lo aprendieron de niños.
Y nadie será más feliz que ellos dos juntos, unidos por un sueño que será el último que tendrán.
Vivoleyendo
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6
20 de enero de 2015
6 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
En parte me ha traído a la memoria aquellos momentos en que se me movía un diente y mi tía me engatusaba diciendo: “Déjame que lo vea, a ver cuánto le falta ya para caerse, tranquila que no te voy a hacer nada.” Y entonces palpaba el diente inocentemente y, zas, de repente lo agarraba y lo arrancaba en un visto y no visto. Una mentirijilla piadosa para que me confiara y así ella pudiera librarme de la pieza de leche de forma expeditiva. Lo suyo no era esperar a que se me desprendiera sin intervención.
Pues esta película es algo por el estilo, solo que Ender no tiene ninguna tía que lo engañe para quitarle un diente inofensivo, pero sí hay quienes lo engatusan y le mienten para algo nada inofensivo en lo que los niños nunca tendrían que participar: la guerra.
Un drama de ciencia-ficción de este tipo debería ser el sueño de cualquier adolescente. Protagonistas menores de quince años a los que se anima a jugar a unos videojuegos que ríete tú del Call of Duty o el Assassin's Creed (entiendo poco de eso, la verdad), y que son reclutados en un centro de entrenamiento de élite con el fin de prepararse para una guerra real contra unos alienígenas con pinta de hormigas gigantes.
Pero creo que ni tiene gancho suficiente para unos cuantos espectadores adultos entre los que me cuento, ni tampoco para buena parte del público más joven.
Como parte positiva, está su crítica antibelicista y el cuestionamiento de la guerra preventiva. Ender, al haber crecido junto a su turbulento hermano mayor, ha desarrollado un instinto de defensa con el que, al sentirse seriamente amenazado, ataca duramente no sólo para librarse temporalmente del peligro, sino para evitarlo en lo sucesivo mediante la advertencia de que nadie saldrá de rositas si lo atropella. Cuando el matón de la escuela, el de las primeras escenas, lo reta a una pelea en medio de un corro de curiosos, Ender le propina una brutal paliza, suficiente para disuadirlo (y también a cualquier otro que lo haya presenciado) de futuras provocaciones. La naturaleza de este chico físicamente esmirriado pero de inteligencia excepcional contiene una dualidad que lo atormenta. Por un lado, es bondadoso, comprensivo y altamente empático, muy dotado para la diplomacia. Por otro, es capaz de usar sus sobresalientes aptitudes para causar un daño terrible a quien considere su enemigo, aunque esto no le proporciona placer, sino un gran dolor y unos remordimientos aplastantes.
Ender ha desarrollado en su propia persona esa inclinación hacia la guerra preventiva; actuar de forma contundente para erradicar de raíz la amenaza. Pero sufre mucho si se ve en la situación de llegar a esos extremos. Porque él puede entender a su enemigo, percibir sus debilidades, los aspectos en los que es similar a él y a cualquiera; por eso no disfruta combatiéndolo. No es un sádico, lo único que desea es ser aceptado y querido, pero su condición de superdotado genera muchas envidias y rencores a su alrededor. Él intenta tender una bandera de paz y suavizar la atmósfera, pero los abusones suelen pasar de sus intentos conciliadores.
Todo eso alza la película.
La parte negativa está en alguna incomprensible incongruencia del guión (en el spoiler), en el plúmbeo lenguaje bélico-militarista y en el final, que a mí me desinfla de pura decepción.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Vivoleyendo
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