Extraordinaria. Exploración de los cambios que se producen en los sentimientos, cuando por medio hay una guerra, una separación. Una historia de amor que, aunque compartida, intuyo que la distancia convierte en unilateral. Pero por encima de la historia o historias de amor que cuenta la película, brilla la de una amistad entre los dos soldados.
Hay muchas películas sobre soldados que regresan, y amistades heroicas, pero no importa, las grandes cintas son únicas aunque el tema central se prodigue en muchos espejos. Hablando de espejos, bellísimas las dos escenas donde el espejo es protagonista. La sutileza domina la narración, hay momentos sabiamente enlentecidos, de suspense emocional. Y de humor. El humor en manos de Gustav Fröhlich (el protagonista de Metropolis y Asfalto) nada sobreactuado, resulta refrescante y enternecedor. Los tres protagonistas de este triángulo que nos mantiene en vilo, realizan una magnífica actuación.

Cuando se trama un guión sobre los viajes en el tiempo, ya sean pseudocientíficos, simbólicos... y teniendo en cuenta la cantidad de veces que hemos "viajado en el tiempo" mediante películas, series, libros, y muchas de esas veces con un trasfondo romántico o amoroso, pues cuando uno emprende una historia así, tiene la obligación, diría yo, de aportar algo más de lo ya aportado, sea en el sentido que sea. Y no tengo muy claro que esta película lo haya hecho: en muchos momentos me venían a la mente escenas, ecos de otras películas, y no es un buen síntoma. Algo nuevo hay, desde luego, aunque solo sea por el sello del director. Y también, en todo caso, una segunda paradoja: que una persona intente recuperar a otra valiéndose de los mismos medios que la han alejado de ella, es decir, la inmersión en el trabajo de investigación. Eso es un punto de vista interesante, pero no lo suficiente como aportación. La película mantiene el interés (aunque no te mantenga en suspenso) y no es ajena a eso la interpretación de María Leon, dicharachera en uno de los tiempos y dramática (pero muy bien contenida) en el otro. Creo que es una película con diversos momentos acertados, pero en conjunto... Reconozco que quizá me hubiera dejado una mejor impresión si la música hubiera sido otra. Para mi gusto, endulzaba en exceso, muy en exceso. En cualquier caso, no me arrepiento de haberla visto.

Historia que interpela (a quien se deje): ¿Que habría hecho yo? ¿Sería capaz de ciertas traiciones o generosidades? Más allá de los aspectos políticos que toman una cruda fuerza durante la primera parte de la película, me ha interesado, y mucho, la historia humana que se despliega durante y después de éstos. En alguna crítica he leído que aparece el tema del alzheimer, y es evidente que la falta de memoria de la protagonista tiene orígenes más complejos que no se corresponden exactamente con un alzheimer. También he leído que las personas de lágrima fácil lloraran, y es cierto, pero me gustaría matizar que ser de lágrima fácil no equivale a conformarse con provocaciones sentimentales fáciles, y de éstas carece la película. También, en otro lugar he leído que la película tenía que haberse terminado en la escena del piano. Es decir, final convencional y feliz. No, la historia va mucho más allá, por suerte. Tiene tanta poesía como realismo, y no voy a revelar si el final es feliz o no, pero no solamente por no hacer spoiler sino porque cada espectador, según su sensibilidad y percepción, le dará un significado u otro, y esa es otra de las maravillas de esta película. Para algunos será un final triste, para otros agridulce, y para otros hasta quizá feliz, si se ahonda en la palabra felicidad hasta despojarla de todos sus ingredientes previsibles.

A mi entender, esta película tiene sus grandes valores en los micro valores: los detalles. Y sus carencias se revelan más bien en lo "macro". La historia que explica, la del choque entre el mundo de la educación (no cruel, pero sí claustrofóbica, rancia) y el mundo de afuera, en pleno 1992, es interesante. Sobre todo cuando descubres, a través de entrevistas con la directora, que ella vivió ese choque en propia piel. Porque lo sorprendente es que lo viviera en el 92, cuando algunas personas (entre ellas yo) que teníamos la edad de la niña protagonista antes de los años 70, ya hubiéramos calificado de anacrónicas ciertas cosas.

Parece, por la parte de la educación, y viviendo lo que yo personalmente he vivido, y viendo el cine que he visto, una historia de los años cuarenta (dejando aparte, naturalmente, la muy conseguida ambientación de la época). Eso desconcierta. Pero bien, si eso existía en el año 92 en algún colegio, es curioso el cruce de sensaciones contrapuestas que debía producirse en las alumnas, "el choque", y en ese sentido, sí que la película explica una historia única. Hay una dimensión de la historia muy positiva, extremadamente positiva, pero la dejo para el final.

Volvamos a las monjas: el hecho de que sea una experiencia verosímil, en la medida que la directora dice haberla vivido, no nos resta la sensación de tópico: escenas de colegios de moral estricta que te hablan de la sexualidad para llevarla al terreno matrimonial, o que te proyectan "Marcelino, pan y vino", tengo la sensación de haberlas visto muchas veces, casi con las mismas palabras y gestos, y eso va en detrimento de la curiosidad que pueda generarte (al menos a mí), la película. Escenas de un pueblo que también parece de mucho antes del 92, con personajes rígidos casi de ultratumba, otro tanto. ¿Son clichés? No lo sé. Pero lo cierto es que en "lo macro" la película no me ha aportado mucho, o dicho de otro modo, me ha emocionado poco. Ahora bien, y a riesgo de contradecirme, como lo macro no puede separarse de lo micro, sí que me ha aportado cierta satisfacción, en conjunto, a fin de cuentas.

Y ahora viene la parte positiva que yo he disfrutado: el finísimo e irrompible hilo que cruza la historia y la sustenta, son las excepcionales actuaciones de las niñas, unas actuaciones que se intuyen fruto de un casting inteligente y de una dirección de actrices afinadísima en psicología. No son las típicas actuaciones "naturales" de niños o adolescentes, donde se confunde naturalidad con sosería. Aquí, las niñas, transpiran una naturalidad genuina, llena de matices, llena de algo muy hondo que no sabría ni expresar aquí. Muy especialmente Celia (que por cierto se llama, en la ficción, como yo), Andrea Fandós merece, más que un aplauso, un abrazo de agradecimiento. Aparte de ese hilo irrompible excepcional, que va enlazando escenas y consiguiendo que los posibles clichés se neutralicen en parte, la película tiene detalles magníficos, y solo mencionaré la escena del principio, con el coro (no deja de ser una metáfora del silencio contrapuesto a verbalización) y la del final, que cierra el círculo brillantemente, a través de la misma metáfora construida con una memorable sutileza.

A pesar de las dificultades para verla cómodamente, ya que solo se conserva una copia en muy mal estado, de 16mm, la película, muy desconocida, se paladea. Del mismo director que al año siguiente realizaría la mítica "El demonio y la carne", con Greta Garbo.
Plantea temas profundamente humanos, atemporales, con sensibilidad y valentía: el amor (el de pareja, el fraternal), la vulnerabilidad, los prejuicios, la necesidad o no de un sacrificio y la manera de llevarlo a cabo. Todo con una exquisita sutileza y más de una escena (en especial, una) memorable.
Pauline Frederick, con su interpretación, dota al personaje de una brillante verosimilitud.