Licorice Pizza

Si se tratara simplemente de redactar una sinopsis de "Licorice Pizza", no estaríamos ante una cuestión especialmente sencilla dado el delgado hilo argumental que une los diversos sketches que se suceden formando una estructura dramática nada convencional, si bien definitivamente inteligente, fuera de tópicos y formalmente exuberante. Bueno, estamos ante una película de Paul Thomas Anderson, uno de los grandes talentos del cine actual.

Sin la intensidad dolorosa de "The Master", "Pozos de ambición" o "El hilo invisible" (y tampoco su hondura, reconozcámoslo), PTA propone de forma más ligera una historia abiertamente sincera donde la avalancha de sentimientos de una adolescencia emprendedora y con ganas de estímulo constante, chocan con el conformismo nostálgico de una juventud aburrida y de la que se ha apoderado el hastío para conducirnos a un necesario final a través de aventuras en algunos casos realmente hilarantes y con una brillante gama de personajes que se van sucediendo.
Con una vibrante y luminosa puesta en escena en la que hay mucho de Altman y, por tanto, también mucho del Paul Thomas Anderson de "Boogie Nights" o "Magnolia" (el propio autor ha citado también a Tarantino entre sus referentes fascinado por "Once Upon a Time in... Hollywood"), el talento de este señor con los diálogos y la exclusividad de sus propuestas lo convierten en un director casi infalible.

Volviendo a lo que comentaba antes, imponente resulta la presentación de los personajes en esa escena inicial con "July Tree" de Nina Simone de fondo (muy de fondo, pero muy presente) en la que se acercan en sentido opuesto y se cruzan por primera vez, y que conecta directamente en ese final en el que ambos se vuelven a encontrar.

Ah, y la música (Anderson ha declarado que estaba obsesionado por incluir un fascinante set musical de los setenta al estilo Tarantino ensalzando momentos elevados). Y lo cierto es que "Walk Away" de James Gang, "Let Me Roll It" de Paul McCartney o "Still Away" de Clarence Carter suenan de escándalo, ya lo creo.

No haré spoilers porque no hace falta.

Tiene buen comienzo que a los 20 minutos se va "mareando". Sí, nos cuenta la historia de un chico adolescente que va haciéndose un hombre y la historia de una chica entre 25 y 30 años que no encuentra su sitio en la sociedad americana. La premisa es buena, pero se disuelve con secundarios que salen y entran (los chicos y chicas que ayudan en los desvaríos que se le ocurren al protagonista), con su homenaje al cine, con actores consagrados parodiándose, parece que pasan años mientras solo transcurre un verano, para llegar a un final romántico que al menos yo veía venir.

La visioné a trozos porque después de los 20 primeros minutos pasan cosas de manera rápida o más lenta, sin un ritmo acorde y no conseguía engancharme, así que me dormía. Como homenaje a los 70 y al cine me parece bien. Excelente fotografía, buenos planos, excelente música. Interpretaciones de los protagonistas... rayando el bien justito. Sean Penn, Bradley Cooper, Tom Waits, divirtiéndose, que, me parece genial, pero arreglar el intento de aventura amorosa entre dos personajes protagonistas tan dispares no arregla. No hay fondo, no hay trama, solo una sucesión de acontecimientos que repito pasan todos al parecer un mismo verano.

La recomiendo para gente que ve mucho más que yo y no se aburre si no pasa nada.

No la recomiendo si además de una buena fotografía, alguna interpretación que sobresale un poco, la buena música necesitas una buena trama que no te haga perder el hilo.

En cierto modo esta película parece transitar en unos años 70 un poco surrealistas. Es como una fantasía de la realidad. Sus personajes, caricaturescos y exagerados no llegan a ser creíbles aunque si en el mundo que se va creando conforme avanza el metraje. Sigo sin entender como puede haber gente tan espontánea, si esque de verdad existe. Su recaudación, poco más de la mitad de lo que costó, denota que no es más que un producto que juega a ser original con pinceladas de momentos enrevesados a veces casi sin sentido y bruscos. Habrá quien le guste, pero no ha sido mi caso.

La extrema delgadez del hilo argumental en Licorice Pizza hace casi imposible determinar su verdadera trama. Apenas existe una historia tangible, se trata más bien de un montón de pequeñas crónicas en las que un grupo de quinceañeros hacen lo posible para madurar de forma abrupta mientras uno de ellos cruza sus tribulaciones con la chica de sus sueños, una veinteañera de carácter incompleto que todavía busca su sitio en este mundo, de la que se enamora, con la que inicia una amistad platónica y desea un romance imposible. La ternura, los celos, el deseo se hacen latentes en todas las tramas, y es en realidad Paul Thomas Anderson quien las sublima con esas texturas marca de la casa y una banda sonora imprescindible. Licorice Pizza no está a la altura de los mejores trabajos de Anderson (Boogie Nights, Pozos de Ambición, Embriagado de Amor…), pero es una obra de ágil narración para deleitarse con las aventuras y desventuras de dos muchachos escarbando en sus sentimientos.

Hubo un tiempo en el que siempre entraba en esta página antes de ir al cine para leer lo que opinaban tanto los profesionales como mis compañeros, pero ahora he concluido que prefiero mil veces ir desnuda –metafóricamente hablando, claro-. Descubrir sin prejuicios, como se hacía antes, una película. Lo voy a llamar «ir al cine a la antigua» y reconozco que es, en la mayor parte de los casos, mucho más gratificante acudir así. Ayer disfruté de Anderson, como ya lo hice en su día con El Hilo Invisible, aunque lo que me dejaba aquel día un regusto amargo en la boca, ahora me deja una sonrisa bobalicona.

Puede que tenga demasiados minutos, pero el amor, cocinado a fuego lento, es así. Leo que alguien opina –con todo el derecho del mundo- que Anderson graba y dirige escenas dispersas, sin apenas conexión. Yo creo que todo está conectado. El amor no camina en línea recta y no es entendible casi nunca. Lo que vemos es a Alana Kane –en un gran trabajo- enamorándose, poco a poco, de Gary Valentine –y viceversa-. Las escenas que se cuelan entre medias son simplemente la vida, que va pasando. Porque lo normal es que ocurran otros hechos entre cita y cita o en este caso, entre tira y afloja.

La música es excepcional y reconocible. La fotografía es, como siempre, fantástica. Algunas secuencias, como la del principio, son magníficas y nos hacen sonreír, sin embargo otras, las tenemos en las noticas de hoy, como las de la gasolina y los coches haciendo colas interminables.
Todo lo secundario es simplemente genial. Sean Penn o Bradlley Cooper están fenomenal y tienen, ambos, momentos muy divertidos.

En general es cine en estado puro. Sin un montón de efectos especiales aquí y allá, sin actores físicamente perfectos. Un trabajo estupendo de todos.

Alana Haim y Cooper Hoffman no solo se enamoran ellos, también nos enamoran a nosotros.