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Vivir (Ikiru)

Drama Kanji Watanabe es un viejo funcionario público que arrastra una vida monótona y gris, sin hacer prácticamente nada. Sin embargo, no es consciente del vacío de su existencia hasta que un día le diagnostican un cáncer incurable. Con la certeza de que el fin de sus días se acerca, surge en él la necesidad de buscarle un sentido a la vida. (FILMAFFINITY)
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Críticas 104
Críticas ordenadas por utilidad
13 de abril de 2022
5 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
Dejando de lado "Dersu Uzala" (1975), respecto a Kurosawa, más allá de buscar como influyó su filmografía en la saga galáctica de George Lucas (como "La fortaleza escondida" -1958- o la misma "Dersu Uzala"), me parece soporífero. Sé que iré al infierno por decir esto, y me condenarán a ver la saga completa de "Sharknado" mil veces, y también sé, que probablemente me falte esforzarme más a la hora de valorar esta película en su década y país, pero como voy teniendo "horas de vuelo" en el Séptimo Arte, puedo aseverar que no entiendo el mérito del director japonés.

En la película que nos ocupa, Kenji Watanabe es un viejo funcionario público al que le detectan una enfermedad terminal y decide llenar su vacío existencial haciendo un sprint final para dar sentido a su vida. Para algunos parece ser más lacrimógena que "Hachiko" (Lasse Hallström, 2009)... pero a mi me parecen 143 interminables minutos de un largometraje plano.

Tampoco entiendo el hype que se le da a las actuaciones: la chica joven que enseña a vivir a Watabe sobreactúa, y Watabe... en fin... más allá de poner cara de pasmarote, pues mucho más no hace...

No me emociona en ningún momento y, dado el argumento, debía conseguirlo. Repito, soy consciente de que debería ser más condescendiente y evaluarla dentro de su época y la cultura japonesa, pero como en el cine se trata de disfrutar, esta película se ha situado en las antípodas de mi ideal de entretenimiento.
Alberto M Laguía
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7 de diciembre de 2007
7 de 10 usuarios han encontrado esta crítica útil
Ikiru es una reflexión sobre la muerte. Si traducimos la palabra japonesa surge esta frase “Vivir es una reflexión sobre la muerte”. Y alrededor de esta frase gira el film. Lo que ocurre es que el Sr. Watanabe, a través de la vicisitudes normales de un ser cualesquiera, como la muerte de su pareja, el distanciamiento respecto a los hijos, el acomodo en el puesto de trabajo, ha convertido la palabra reflexión en una realidad. La cotidianeidad de su vida, la pérdida de esperanza, le ha llevado a ser un muerto en vida. La reflexión se ha convertido en acción: “El vivir se ha mutado en muerte”. Kurosawa dibuja muy bien a ese ser momificado en vida, a ese ser desesperanzado, triste, pasado de vueltas. Ese ser que teme a la muerte y que el temor llega a tal extremo que solamente será capaz de reaccionar cuando le diagnostican un cáncer de estómago. Es en ese momento cuando sale de su mundo. Es en ese instante cuando transforma el drama en comedia para entrar en el mundo de la calle. Es cuando se relaciona con la gente. Conoce a la chica que trabaja en la oficina, conoce a ese artista en el restaurante, conoce la noche y el sueño, conoce y asume que su hijo es un don nadie pero por ello no deja de quererlo... La aceptación respecto a la proximidad de dejar la vida provoca una reacción inequívoca de responsabilidad en cuanto que a ser humano. En cuanto que a ser que tiene unas responsabilidades sociales en su trabajo. Esta reacción le llevará a luchar de un modo encarnizado por llevar a cabo un parque, símbolo de las ilusiones de infancia donde empiezan a crecer los hombres, que un grupo de mujeres ya había solicitado en las oficinas del Estado al propio Watanabe y que éste para quitárselas de encima les negó.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
caniggia
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29 de diciembre de 2007
6 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
Akira Kurosawa, triunfador en el Festival veneciano de 1951 con su film "Rashomon" permitió descubrir a Occidente una cinematografía que, hasta entonces se creía inexistente.
"A veces, pienso en mi muerte -declaraba en una ocasión nuestro autor- siento que me queda tanto por hacer, que he vivido tan poco... entonces, me quedo pensativo, pero no triste". Este sentimiento es la idea de partida de su película número catorce, "Ikiru"(Vivir), rodada en 1952, una obra maestra.
En "Vivir", Kurosawa nos pinta sin acidez, antes bien con infinito amor, desde su conocimiento profundo de las miserias y el corazón humanos, las lacras de una sociedad injusta, anclada en la mediocridad y el adocenamiento, en la rutina y la ineficacia de la administración pública, el papeleo y el trabajo inútil, denunciando la falta de ideales, la injusticia, la ingratitud y la incomprensión y lamentando que seamos tan ciegos que no veamos la belleza que nos rodea y el bien que podemos hacer. "Vivir" es un canto a la vida, pese al dolor de los humildes, a la incomprensión y a la soledad.
El protagonista es un modesto funcionario municipal que lleva más de treinta años fosilizado entre carpetas y expedientes y que un diagnóstico de cáncer de estómago le encara con la mediocridad de su vida pasada, que ha malgastado inútilmente. Y, sin embargo, la vida, que es "lo que hacemos y lo que nos pasa", proyecto vital, como lo denominaba nuestro Ortega, hay que vivirla conscientemente, darle un sentido. Vivir es estar despiertos, preocuparnos de nuestro entorno, hacer el bien; es, sobre todo, hacer algo por los demás, para que el final no nos coja con las manos vacías y un áspero sabor en el alma a ceniza y a metal. Kurosawa es un moralista impenitente que nos advierte de que la vida, a pesar de todo, merece vivirse y que nunca es tarde para descubrir la belleza de una puesta de sol y la felicidad que nos inunda cuando, por amor a nuestro prójimo, luchamos como nuestro personaje quien, al final, encuentra su camino, intentando levantar un parque infantil en un barrio obrero. Ni las negativas ni las humillaciones quebrantarán su tenacidad y su esfuerzo en conseguir su propósito.
Y, cuando la muerte nos llegue, como, a la postre, le llega a nuestro funcionario, feliz, por primera vez en su vida, por haberse dado a los demás, podamos recibirla confiados, plenos de calma interior, columpiándonos con suavidad en el parque recién inaugurado, mientras canturreamos, por lo bajo, una vieja canción de amor, y la nieve cae sobre nosotros, silenciosa y dulcemente.
El ermitaño
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7 de septiembre de 2008
5 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
Una película muy especial. Como una foto vieja, enmohecida, que uno encuentra en un arcón, y que por algún motivo nos cautiva, y ya no nos deja olvidarla. No es perfecta, quizás algo sobreactuada, es lenta, excesivamente larga, pero su mensaje universal y eterno se abre camino ante todas estas dificultades, del mismo modo que el señor Watanabe se abre camino con humildad en el laberinto de la burocracia, para dejar testimonio de que algo puede hacerse si uno se lo propone. En una parte dice: "no puedo odiar a la gente, no me queda tiempo..." Él descubre que ha perdido mucho tiempo, quizás demasiado, pero que aún cuando hayas recorrido ya mucho trecho, si te das cuenta que habías equivocado el camino, vale la pena desandarlo y cambiar; aunque te quede un minuto de vida. La película es larga y aburrirá a quien necesite entretenimiento y no pueda ver y oír con atención y sin apuro. Pero paradójicamente, aquel que, sabiendo que nunca conocemos cuánto tiempo nos queda, se olvide del tiempo y escuche esta historia con atención, difícilmente se arrepienta de su decisión.
Romantic Warrior
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23 de junio de 2010
4 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Si por algo destaca esta obra es por la visión sobre la vida y la muerte, o más bien, sobre la forma de vida que Akira Kurosawa nos presenta... un modo de vida basado en la búsqueda de la felicidad y el bienestar -tanto individual como colectivo- fundamentado por la dedicación al prójimo.
Asombra la evolución del personaje que interpreta (a la perfección) Takashi Shimura: un hombre que vive muerto (por denominarlo de alguna manera), que ve el mundo como un lugar en blanco y negro -muerto-, sin color, sin vida... que vive de la manera más autómata, sin corazón y de modo desalmado; y cómo ese hombre, a través de la manera más chocante posible, abre los ojos y redescubre los verdaderos placeres de la vida (el regreso del amor, la compañía humana...) y que recupera esa felicidad ausente por mucho tiempo por medio de la entrega a la humanidad.
Emociona el mensaje que nos enseña Akira Kurosawa a través de esta obra tan emotiva, pedagógica, viva y optimista...de esta obra tan humana.

Un mensaje que, sin duda alguna, ha quedado grabado en mi corazón de por vida.


Nota: Notable (8.0)

Un saludo, Vals.
Vals
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