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Drama
Kanji Watanabe es un viejo funcionario público que arrastra una vida monótona y gris, sin hacer prácticamente nada. Sin embargo, no es consciente del vacío de su existencia hasta que un día le diagnostican un cáncer incurable. Con la certeza de que el fin de sus días se acerca, surge en él la necesidad de buscarle un sentido a la vida. (FILMAFFINITY)
7 de diciembre de 2007
7 de 10 usuarios han encontrado esta crítica útil
Ikiru es una reflexión sobre la muerte. Si traducimos la palabra japonesa surge esta frase “Vivir es una reflexión sobre la muerte”. Y alrededor de esta frase gira el film. Lo que ocurre es que el Sr. Watanabe, a través de la vicisitudes normales de un ser cualesquiera, como la muerte de su pareja, el distanciamiento respecto a los hijos, el acomodo en el puesto de trabajo, ha convertido la palabra reflexión en una realidad. La cotidianeidad de su vida, la pérdida de esperanza, le ha llevado a ser un muerto en vida. La reflexión se ha convertido en acción: “El vivir se ha mutado en muerte”. Kurosawa dibuja muy bien a ese ser momificado en vida, a ese ser desesperanzado, triste, pasado de vueltas. Ese ser que teme a la muerte y que el temor llega a tal extremo que solamente será capaz de reaccionar cuando le diagnostican un cáncer de estómago. Es en ese momento cuando sale de su mundo. Es en ese instante cuando transforma el drama en comedia para entrar en el mundo de la calle. Es cuando se relaciona con la gente. Conoce a la chica que trabaja en la oficina, conoce a ese artista en el restaurante, conoce la noche y el sueño, conoce y asume que su hijo es un don nadie pero por ello no deja de quererlo... La aceptación respecto a la proximidad de dejar la vida provoca una reacción inequívoca de responsabilidad en cuanto que a ser humano. En cuanto que a ser que tiene unas responsabilidades sociales en su trabajo. Esta reacción le llevará a luchar de un modo encarnizado por llevar a cabo un parque, símbolo de las ilusiones de infancia donde empiezan a crecer los hombres, que un grupo de mujeres ya había solicitado en las oficinas del Estado al propio Watanabe y que éste para quitárselas de encima les negó.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
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spoiler:
Finalmente consigue que se construya ese parque. Y con poco tiempo para más el sr. Watanabe muere.
El velatorio es un ejercicio cinematográfico interesantísimo, reflejo de una sociedad podrida. Los que beben y comen, critican al fallecido, los familiares parece que sólo están ahí como cabezas visibles de los que tienen que organizar el velatorio y ni siquiera se les ve derramar una sola lágrima. Son los que viene de fuera, los que pertenecen a estratos sociales precarios, como las mujeres que demandaron a voces el parque que finalmente el Sr. Watanabe acabó construyendo, los únicos que lo valoran de un modo humano y positivo. Son los desconocidos los que lloran al muerto. Y eso quiere decir que tanto compañeros de trabajo como familiares, al igual que el sr. Watanabe antes de conocer su enfermedad, también son seres prescindibles. Seres corruptos, seres irresponsables e indefinidos más allá del acomodo social y económico. Muertos en vida. Víboras capaces de matar las ilusiones humanas. El sr. Watanabe fue capaz de volver a encontrar la senda que le llevó a un lugar. A un lugar que se enmarca dentro de la dignidad humana. El sr. Watanabe murió mereciendo el reconocimiento de su pueblo, y por pueblo se ha de entender a la gente humilde de la población, tras la consecución de la obra del parque. Lástima que esa dignidad estuviese empujada por esa enfermedad mortal. Lástima que fuese la enfermedad lo que le llevase a la resurrección, y no la fuerza que cualquier ser humano debe mostrar en base a la aplicación constante de su grano de arena responsable por dejar unos bienes comunes y sólidos a las generaciones posteriores.
El velatorio es un ejercicio cinematográfico interesantísimo, reflejo de una sociedad podrida. Los que beben y comen, critican al fallecido, los familiares parece que sólo están ahí como cabezas visibles de los que tienen que organizar el velatorio y ni siquiera se les ve derramar una sola lágrima. Son los que viene de fuera, los que pertenecen a estratos sociales precarios, como las mujeres que demandaron a voces el parque que finalmente el Sr. Watanabe acabó construyendo, los únicos que lo valoran de un modo humano y positivo. Son los desconocidos los que lloran al muerto. Y eso quiere decir que tanto compañeros de trabajo como familiares, al igual que el sr. Watanabe antes de conocer su enfermedad, también son seres prescindibles. Seres corruptos, seres irresponsables e indefinidos más allá del acomodo social y económico. Muertos en vida. Víboras capaces de matar las ilusiones humanas. El sr. Watanabe fue capaz de volver a encontrar la senda que le llevó a un lugar. A un lugar que se enmarca dentro de la dignidad humana. El sr. Watanabe murió mereciendo el reconocimiento de su pueblo, y por pueblo se ha de entender a la gente humilde de la población, tras la consecución de la obra del parque. Lástima que esa dignidad estuviese empujada por esa enfermedad mortal. Lástima que fuese la enfermedad lo que le llevase a la resurrección, y no la fuerza que cualquier ser humano debe mostrar en base a la aplicación constante de su grano de arena responsable por dejar unos bienes comunes y sólidos a las generaciones posteriores.