No mires arriba

Me encantaron las dos películas más conocidas de este director, y Leonardo di Caprio y Jonah Hill me gustan, así que esta peli prometía mucho, pero ha sido una decepción total.

No funciona como comedia; ningún gag me ha arrancado ni una sonrisa. Tampoco como drama, no hay suspense (y eso que el argumento propicia que lo tenga), la crítica social, política, de los medios y las redes sociales es burda (por lo que resulta inofensiva) y, para colmo, le sobran bastantes minutos, lo que hace que en algunos tramos llegue a ser aburrida.

Las interpretaciones tampoco están a la altura; he visto a los actores descolocados, como si no se creyeran de verdad sus papeles (que diferencia con el dúo Di Caprio-Hill en El lobo de Wall Street).

En suma, me ha parecido una pérdida de tiempo.

Que sí Netflix, que ya te vimos! Que ya entendimos que sos progre! Ya está, dejá de revolear el poncho multicolor cual gaucho de ojota rosada que ya te vimos! Calma mi vida, calma... ya pasó... tranquilo... o tranquila. Tranquile?

De un guión tan barato y pedorro como la petulancia insultante de Streep en los pantalones (nunca mejor dicho) de su personaje trumpista, el cual no llega ni siquiera a intento de crítica del propio ex-prescindente de amarillo bisoñé ya que, irónicamente, termina por exponer la verdadera cara de la idiosincrasia yanqui(loide), nace esta (auto)crítica. Tan eficiente como bocina de avión.
Un tsunami sin olas que juega al billar con una soga, así de impactante su historia.

Y esa crítica posmoderna al capitalismo que agarrada de los pelos es traída al plató en pos de adoctrinar a las masas, banalizando la prosperidad que genera el trabajo y adosándole a la misma un pseudo-cataclismo en ciernes, extinguiendo el concepto de la trama cual aerolito a los saurópodos: predicción dentro de la predicción.

Lo mejor: que funciona como sátira y comedia propiamente dicha, lo único rescatable junto a las actuaciones de Lawrence y DiCaprio, más allá del esfuerzo infructífero de la dirección en postularla como una gran obra indie.

Lo peor: la encerrona autoimpuesta tan evidente, a plena luz del post-apocalipsis, manifestando (in)conscientemente la entropía verdadera, la del relato en bucle que se patea el orto a sí mismo.

Te levantas de la siesta, esa que sienta tan bien después de una copiosa comida navideña. Ya está oscureciendo y piensas en lo poco que vas cenar esta noche (por dios, con las gambas todavía atravesadas en la garganta). Miras un rato el móvil y decides ponerte la última superproducción de Netflix, que hay mucha estrella en el cartel. Resulta que, sorprendentemente, te gusta. Y piensas en qué ocurriría realmente si se nos presentase lo narrado en la película. Menos mal que, de pronto, del cielo que no has mirado en semanas cae un meteorito antes inexistente para ti. Y das gracias porque pensar...pensar es incomodo. Casi tanto como lo del meteorito.

Afortunadamente, y aunque ante el pensar nos es mucho más sencillo caer en la negación, el conflicto, la desidia y el descorazonamiento, Adam McKay te regala, envuelto con el paseo de las estrellas hollywoodiense, este caramelito amargo - o veneno azucarado- para que te entre toda la info en forma de carcajada. No nos queda otra que levantar la vista de la pantalla (aunque pasemos de la del móvil al televisor) para darle las gracias. Gracias por recordarnos con un ficticio meteorito los apocalipsis en potencia que nos quedan por resolver. A él, o al cielo

No mires arriba es un regalo en el mundo en que vivimos.
Pocas veces, por no decir nunca, nos habíamos encontrado con una cinta que se riera tanto y con tanta acidez y acierto de todas las cosas que nos rodean. Porque No mires arriba se ríe y satiriza la política, de los políticos, de sus promesas incumplidas y su egoísmo; de nuestra obsesión por las redes sociales y los likes (ver la tronchante escena post- créditos); de nuestra superioridad moral sobre otras especies y nuestra relación con la naturaleza (ver la otra escena durante los créditos); de los medios de comunicación y cómo nos hacen tragar lo que quieren por la garganta a la fuerza mientras no nos damos ni cuenta y las cadenas de televisión se pelean por las audiencias; de la forma actual de vivir la música y de la necesidad de "estar" en el momento más que de vivir el momento; y, por supuesto, de la estupidez humana y de cómo nos devoramos unos a otros, de una forma u otra, cuando la necesidad o el peligro apremian. De todo esto habla y se ríe Adam McKay con enorme acierto y mucha, muchísima inteligencia y mala baba, en la que es su cinta más lograda hasta la fecha, sin ninguna duda, aunque quizás no vaya a recibir tanta atención como Vice o La gran apuesta. Además, no todos los días uno tiene la oportunidad de ver en la misma película a un reparto como el que se ha reunido para la ocasión. Cojan aire: Leonardo DiCaprio, Jennifer Lawrence (fabulosos ambos y formando una gran pareja), Meryl Streep (pasándoselo en grande), Jonah Hill, Rob Morgan, Mark Rylance, Ron Perlman, Timothée Chalamet, Tyler Perry, Cate Blanchett, Himesh Patel o incluso Ariana Grande.
Por supuesto, el peculiar estilo como cineasta de McKay aparece también, para bien y para no tan bien. El porqué de su manía por esas estructuras narrativas tan extrañas y por qué introducir de pronto créditos finales en mitad de la película es algo que quizá sólo él entienda, y además la película se hace eterna. Este es su mayor problema. ¿Por qué tenía que ser tan larga? Con 90 o, si me apuran, 100 minutos le hubiera sido más que suficiente para ir al grano y resultar todavía más divertida y punzante. Es por ese exceso de metraje por el que no se lleva el sobresaliente. Una lástima.
Con todo, la mejor película de Adam McKay hasta la fecha, y una de las más originales, valiosas y, por tanto, mejores del año.

Lo mejor: Su descarnada y divertida crítica a toda la sociedad actual, y por supuesto su excepcional reparto.
Lo peor: ¿Por qué tenía que ser tan larga, Dios santo?

La parodia, el sarcasmo, la crítica mordaz, tiene su gracia en el ingenio y la habilidad de mostrarla con sibilina astucia. El problema es que entre lo grotesco o esperpéntico y lo patético o ridículo hay una linea muy fina que la brocha gorda y desmedida lo emborrona transformando el humor vitriólico en una patochada para espectadores poco avezados que parece que no se han enterado a estas alturas de la sociedad del siglo XXI que sufrimos. Esta cinta cree descubrirnos con ese humor tan poco sutil, tan primario o más bien chabacano que estamos rodeados de políticos idiotas, programas de televisión basura e informativos que deforman la realidad al amparo de un sueldo bien remunerado. No hablemos ya, de capitalismo voraz, de imperialismo patológico, descerebrados científicos, emprendedores avaros, presentadoras ninfómanas, redes sociales donde todo iluminado anda sentando cátedra con ocurrencias absurdas que compiten entre ellos por ver quién ofrece la aberración más estúpida, mientras cientos y miles de cretinos le siguen el juego con la boca abierta intentando digerir la trola más absurda.

Soy de los convencidos en que el talento de los guionistas se ha trasladado a las series televisivas, brillantes muchas de ellas en detrimento del cine actual, algo infantilizado que navega a la deriva de sagas de superhéroes y pirotecnia digitalizada, ruidosa y sincopada, aunque no siempre las plataformas aciertan, como es el caso de esta peli que pese a su vitola de gran producción, a su catálogo de actores de primer nivel, ninguno de ellos está a la altura de su prestigio, todos desaprovechados lamentablemente. Porque el argumento es ridículo y prosaico, sin malicia ni una pizca de ácido satírico con qué empatizar, porque el film adolece de brillantez para abordar la reflexión con aguda pericia, y sobre todo no valora la inteligencia del espectador, menospreciando su capacidad de análisis de nuestra sociedad que nos abruma con tanta zafiedad.

Me parece que la gente no es lo exigente que debiera y se deja embaucar con productos poco brillantes donde todo es previsible y tosco, de una simpleza bochornosa que te obliga a sufrir estoicamente dos horas de tedio y sopor, sin gracia ni algo que se le parezca. Huérfana de un mínimo sentido tragicómico, en consonancia con lo que aborda, creo que la inspiración brilla por su ausencia, todo huele a desgana, apatía, desidia por lo que nos quieren recrear, lo siento por los que crean que es un gran hallazgo creativo, pero me parece un fiasco, por no recurrir a algo más fuerte, que no aportará gran prestigio a la comedia satírica. Parece ingeniosa pero le falta talento, lástima de mis dos horas padecidas para tener que escribir esta reseña que siendo sincera no pretende más que expresar un punto de vista personal de un amante de la comedia en todas sus facetas, pero desde el oficio de entretener y divertir, tomándolo muy en serio y respetando la pericia del espectador. Un espanto de presunta comedia satírica.