Todas las mañanas del mundo

De entre la cantidad de títulos elogiosos que esta extraordinaria película admite para titular la crítica, me parece éste bastante acertado, porque dice mucho con poco y porque expresa, efectivamente, su naturaleza.

No me gustaría extenderme demasiado desgranando el film, porque es de una belleza realmente indescriptible y es mejor verlo. Unos breves apuntes.

Basada en personajes reales, se sitúa en el siglo XIV en Francia, y recorre en un enorme flash-back interesantísimos pasajes de un importantísimo músico, Marin Marais, cercano a la corte de Luis XIV que cuenta el secreto de su arte y su maestría con la viola, aprendida gracias a su irrepetible maestro, el señor Saint Colombe, absolutamente excepcional.

Pocas veces he visto una fotografía más perfeccionista, con imágenes que son auténticas obras pictóricas, con un gusto por el encuadre y un dominio de la luz y las sombras tan portentoso.
Pero su perfección técnica no sería tanto si no se viese acompañada por una prodigiosa narración de una historia, casi un cuento (una lección de ritmo y montaje) de un músico extraordinario, que, literalmente vive para y por la música, entregado a su amor de toda la vida. La sabia elección de los actores y la sutil dirección hacen el resto.

Para amantes de las historias únicas.

Para amantes de la belleza.

Para amantes del cine.

Por fin he podido ver esta película, veinticinco años después de su estreno. Para amantes de la música clásica, especialmente de la barroca, es interesante presenciar la locura creativa de un genio que, además, se complica con la locura que le provoca el fallecimiento prematuro de su esposa. Locura controlada, no excéntrica ni demencial pero, al fin y al cabo, locura, de ésa que recluye al individuo en su mundo particular, del que sólo asoma de vez en cuando para relacionarse con los demás, obligado por las contingencias de la vida. A pesar de la calidad de la producción, multipremiada por la Academia Francesa, la película es demasiado lenta, los personajes apenas evolucionan, salvo el protagonista, y el director se recrea en los tiempos largos de la acción, acompañados adecuadamente por una banda sonora en la que predominan los adagios de compositores franceses, que no son precisamente mis músicos favoritos del barroco. Aunque no me arrepiento de no haberla visto en el cine, me abre el apetito, eso sí, para volver a ver "Amadeus" y "Farinelli"

Elegante y exquisita en el plano formal, película francesa, ganadora el año 1991 de los principales premios Césares galos.
Es interesante y sofisticada, y aspectos técnicos como ambientación e interpretación son de gran calidad, así como, claro está, su música, su banda sonora.
Es una sabia adaptación de la novela de Pascal Quignard, a cargo del propio autor y del realizador.
Quizás lo menos bueno, aunque siempre según para quiénes, sea su ritmo, premioso en todo momento, incluso, hay que aceptarlo, muy lento.
Lo mejor, para mi gusto, es la relación entre el maestro de viola y sus dos hijas, y la del joven violista con ellos. Ahí, el desparpajo del joven Guillaume Depardieu (QEPD) le otorga vitalidad y frescura a la cinta, con sus amoríos, desprecios, humillaciones, relación muy especial entre maestro y sufrido alumno.
La parte final se hace emotiva, aunque no apasiona por eso mismo, por la frialdad formal.
Pero es una buena película, representativa de aquello que se solía llamar en la década de los ochenta y noventa: grand qualité française (y según sus detractores, en las que se podía ver crecer la hierba).

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Cuando la profundidad es el estado natural del alma humana, y en este caso la comparte toda la familia, pocas cosas son necesarias decir, si acaso escuetamente, para entenderse. Pues en el el silencio hay observación de las cosas y del "otro" y conocimiento profundo.

Así, en esta película, nos encontramos con una familia contenida, pero cariñosa, no ocultando un vacío, sino conteniendo como en un susurro confesional mutuo, una gran gama de sentimientos y fuerzas que bullen y se expresan, cada cual, a su manera, con la música predominantemente. Tres o cuatro fases hay en la vida: nacer y la infancia; crecer y aprender; madurara y encontrar un sentido a tu vida (vocación) y afrontar el final. Y estas cuatro etapas, la familia de la película, fortalecida en la escucha callada y en contacto con lo que hace de la existencia un pozo de sabiduría inagotable (la música entre ellas), consigue, sin mezcla de engreimiento ni discursos altivos, sino sencilla y elegantemente, una forma de vida encomiable por su silencio respetuoso y lleno de comprensión; y por su ausencia de pretensiones.

Viéndola ahora no me extraña que me la recomendase una amiga que andaba sobrada de silentes dones como los descritos, tan poco en boga en un sociedad en la que impera el ruido, llamar la atención, y opinar de todo en base a fundamentos ni mínimamente elaborados.

Es que hipnotiza, y tengo la mala costumbre de ver películas estirado en el sofá.
Cuando una peli tiene la capacidad de relajarme hasta dormirme y luego al despertar me da rabia y no entiendo poqué me dormí.... La vuelvo a ver y me vuelvo a dormir...
Me pasó con Blade Runner y 2001 de Kubrick.
Y ahora con esta. Y es preciosa... La volveré a ver hoy, quiero estar seguro de no perderme los diálogos (casi monólogos) de Saint-colombe.

Recomendable para dejar la mente en blanco y aprender, sin darse cuenta, a disfrutar.