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Todas las mañanas del mundo

Musical. Drama Francia, Siglo XVII. Narra la historia del maestro de viola más importante de todos los tiempos y su relación con un alumno en la corte de Luis XIV de Francia. (FILMAFFINITY)
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Críticas 29
Críticas ordenadas por utilidad
23 de febrero de 2012
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
En mi modesta opinión 1990-91 fueron dos grandes años para Depardieu. ¿Quien no lo recuerda en Cyrano de Bergerac?. Aquí vuelve a aparecer, pero poco, en otro papel de época.

Estamos en el S. XVII: Cuenta la historia de la relación entre un anciano Monsieur de Sainte-Colombe, sumido en una profunda melancolía por la muerte de su mujer, y el todavía joven Marin Marais, decidido a ser su discípulo para perfeccionar el uso de la viola, y que a su vez mantiene una relación con su hija.

El comienzo no es muy atractivo. Larguísimo, más de 6 minutos, primer plano de Gerard Depardieu, Marin Marais, ya anciano, contando la vida de su maestro, y la suya propia.
Pero es solo el principio porque con sencillez, elegancia, dramatismo controlado, nos vamos sumergiendo en la música de viola (principal protagonista del film) y en la dicotomía de dos personajes contrapuestos: El aislado, solitario Sainte-Colombe. Decidido a mantenerse alejado de las vanidades del mundo, frente a Marin Marais, ambicioso, cortesano, mujeriego,...

Lo curioso es que Gérard Depardieu aparece demasiado poco como para justificar la cabecera de cartel. Son su hijo Guillaume como Marais joven, Jean-Pierre Marielle como Sainte-Colombe y Anne Brochet como su hija mayor, los grandes protagonistas.

En mi modesta opinión: Película sobresaliente. Como dijo Woody Allen: "Resulta curioso que una película dedicada a la viola de gamba consiguiera llevar mas de 2 millones de espectadores en Francia".

Pero hay que ver mas allá: La verdadera discusión está en que si un artista debe compartir su arte con los demás (Marin Marais) o guardarlo para sí (Sainte-Colombe).
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
PeteSalinger
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4 de agosto de 2020
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
La historia versa sobre dos realidades humanas: la del maestro Sainte colombe y su discípulo, Marin Marais.
Para Sainte Colombe, la música era algo indescifrable, que devenía desde la fibra más íntima de su ser, lo cual no puede ser ni escrita, ni explicada. Es lo real, en términos lacanianos, que “no cesa de no inscribirse”. No deja de ser “marca”. No pretende ser algo o alguien para un otro, ni busca reconocimiento por nadie, ni por el Rey ni por Dios. No hay Dios a quien seguir, él se transforma en su propio Dios, en la Música. Instrumento y cuerpo son una misma cosa. Marais reflexiona: “Tengo vergüenza porque ambicioné la nada. Él era la música”.Lo convierte en la metonimia más absoluta. En cambio “El hace música -dice el maestro- no es músico”. Marais puede hacer algo con eso, (aunque sea cortejar al rey). En cambio Sainte Colombe se encuentra en el agujero de lo Real trae “su conocimiento”, el cual no se puede explicar, en palabras. Así como también su relación con su órgano “ la viola”, la cual es una prolongación de su propio cuerpo. Cuerpo de goce, no de deseo. El está entrampado en el Goce. No hace nada con ese Goce, es todo para él y para nadie más. Es la experiencia extática, representada por lo dionisíaco según Nietzche, de carácter inconmensurable, eterno e interminable. Según este autor el dolor y el sufrimiento sólo pueden ser comprendidos desde el placer (goce), la vida desde el sello de lo eterno. El es todo (dice Marais de su maestro), porque representa el Dasein, el Ser-ahí de Heidegger, lo que se opone al artefacto de la técnica . La verdad está, en sentido heideggeriano, ligada a la nada, al desocultamiento del Ser. El maestro profundamente convencido de lo que hace, se liga a esa nada. En cambio, Marais vinculado al mundo y sus significantes queda entrampado en la tecnica y en los significantes..
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
IAM
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4 de febrero de 2022
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
El artista puro y verdadero que huye del mundanal ruido y se retira para crear en soledad y gran austeridad, el auténtico, el ascético, el samurái, monje de clausura, alérgico al poder y la gloria, la fama y la facilidad, a la adulación del gusto vulgar de la gran mayoría, a hablar para no decir nada, a la compañía horrorosa, al trajín recurrente/constante, al barullo o jolgorio, hilo tan visible, a la cosa pasajera, a las palmadas en el hombro, al prestigio y al reconocimiento, al común aprecio (mínimo común múltiplo), al arte elevado como algo bonito y agradable, proporcionadamente en su sitio, adorno, boato, confitería, artesanía/orfebrería de oro, perfecto, bien construido, culto y elegante, fruslería, llevadero, un entretenimiento ligero para espíritus delicados o fofos, no algo en verdad riguroso o serio, versus el que hace arte y no es artista, fabricante de churros o salchichas que da el pego, el que se vende, el cortesano, el disoluto, sin verdadera pasión ni disciplina, no la necesita, el cuerpo no se lo pide, el trepa, el que lo utiliza como un medio, no como un fin en sí mismo, de hecho, lo deja si no consigue lo que quiere o que pretendía con ello, el frívolo/precioso, el banal e insustancial, mono de feria, trapecista, mago de barraca, bufón de los nobles, el que se entrega sin apenas resistencia, de cabeza, a cualquier tentación que le distraiga y entontezca más si cabe, gula/lujuria/vanidad, que se le presente.
Como en Amadeus pasaba con Mozart (el elegido por Dios) y Salieri (el tipo alto medio sin verdadero genio) de otra manera o en Cyrano de Bergerac con el que está detrás apuntando el texto porque es monstruoso o impresentable según el parecer habitual y el que da la cara pero está vacío tan niño bonito, la eterna lucha entre la apariencia y la verdad, la máscara y lo que esta oculta, entre dejarse la vida en el intento o parchearla y falsearla; el arte es duro, difícil y feo, su ejercicio, bestia, incómodo, violento, virulento, irascible, salvaje, no da ejemplo, no sirve para nada, no es moral, va más allá, bombástico, asombro, bárbaro, hay que matarse o morir por dentro, no es para la gente, casi todos, que huyen de la parca, de todo lo otro; o como también sucedía en Ábrete de orejas entre el que lo conseguía como si estuviera predestinado y tanto no lo mereciera y el compañero que lo tenía todo para lograrlo pero le faltaba algo, ese desdoblamiento o doble cara de la creación artística que nunca da en la diana y es tan caprichosa o arbitraria.
El que triunfa públicamente y se viste de gala, de colores, y se pinta como un payaso, viva la peluca, se convierte en un ridículo petimetre frente al que los echa a patadas a todos, a su potencial público o mecenas, y no conoce ni quiere a nadie, va siempre de luto, el relaciones públicas o comercial y el huraño o taciturno, la nada y lo eterno.
Muy francesa. Una hija es más pragmática y fuerte y superviviente, como el arribista un poco, la pequeñaja pelirroja tan testaruda, y la otra es más artística, como el padre, los polos opuestos se atraen, por eso con el otro cae, se imantan, a tumba abierta, todo o nada, débil, feroz, desvalida, tremenda.
La vida es bella y atroz, el cuento del maestro y el discípulo, el mayor y el joven, el más fiel, de veras ama a una sola mujer que representa a todas, o el efímero amante que sustituye a tal vez la primera por un montón difuso e intercambiable porque realmente ninguna le interesa, el amor, otra metáfora.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Ferdydurke
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17 de noviembre de 2023
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
En ocasiones, el que no ve muertos, se topa con una película que parece hecha para uno. Una película que entra hasta el fondo. Un ventarrón de sugerencias, ideas, proposiciones. TODAS LAS MAÑANAS DEL MUNDO, para este "uno", es el ventarrón.
Jean de Sainte-Colombe, compositor, violagambista y oriundo del sudoeste de Francia, fue de esos personajes que, en algún momento, pulularon por las ondas cuando Clásicos Populares nos alegraba las sobremesas a unos cuantos afortunados. No tanto porque si lo hubiera llegado a saber habría compuesto su padre, sino, por contra, como desconocido célebre. Y es en la cinta de Alain Corneau, con base en la novela de Pascal Quignard, que a este desconocido célebre se le pinta además como un sabio que, huyendo del mundanal ruido, se refugia entre cuatro tablas con la única compañía de su Música y, como si de una reminiscencia de Prudencio Aguilar se tratase, del espíritu de su mujer, que lo viene a visitar, de tanto en tanto, desde la muerte.
Espléndido vestuario, mimimalismo pretendido, banda sonora sublime y un Gèrard Depardieu enorme que le devuelve a la Roxana de aquel Cyrano no pocos desdenes y algunos disfavores componen una obra, majestuosa, que hace nacer un amor no aminorado por el tiempo.
PROT
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27 de noviembre de 2015
14 de 28 usuarios han encontrado esta crítica útil
Auténtico bodrio pretencioso y comercial -para su público-, donde nadie habla normal (quién ha escrito los diálogos, ¿Sartre?), los actores jóvenes son muy guapos y los viejos muy famosos, se ven genitales y escenas eróticas y el sol desaparece después de quince minutos para dar paso a los filtros "melancólicos". Se salva la música, claro está (sólo faltaría), si bien el director se empeña en estropearla con su supuesta sofisticación estética. Y además a los actores les habrían hecho falta algunas clases más para que parezca que están tocando... (no se puede ser tan detallista con un lunar y tan despreocupado con algo que es, supuestamente, el centrísimo centro central de la película).

Un aburrimiento que no cesa en todo el excesivo metraje de la película porque de hecho no es una película, es una redacción escolar de alguien que conoce bien a la "maestra" y sabe cómo ganársela de antemano. Yo no conozco mucho a Depardieu pero me ha parecido francamente malo, poniendo esas caras intolerables de carnero degollado; los chavales lo hacen mejor, aunque es relativamente fácil porque prácticamente no hablan, y como son tan guapos sólo tienen que poner el palmito.

Después de leer algunas de las críticas a la película parece que hubiera una guerra entre los forofos del barroco y los demás... bueno, pues para forofa del barroco yo -escuchado y tocado-, pero esto no hay quien lo aguante. Que se lo vendan a su abuela, que seguro que da una cabezadita de vez en cuando y así puede soportarla entera. Yo prefiero ir al auditorio o comprarme un disco.
Helena
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