Cómo robar un millón y...

Básica, sencilla, elegante, ingeniosa, dinámica, audaz, divertida y genuina producción centrada en el mundo del robo; bajo la astuta batuta de su director, William Wyler, con diversas figuras de la interpretación como protagonistas absolutas.

Los responsables de la película consiguen darle un tono desenfadado y ligero a una historia de robo en la que hay espacio para la familia, el amor y las sorpresas más ingeniosas y divertidas.

William Wyler, vuelve a dejar pinceladas de su maestría a la hora de manejar los tiempos del entretenimiento y la química entre sus protagonistas.

Es esta una comedia romántica amable y sofisticada muy propia de los años 60,

Y su autor, William Wyler: un maestro que hizo: los mejores años de nuestra vida, la heredera, Vacaciones en Roma, Ben-hur... entre otras maravillas.

Y te encuentras ante una cinta que es mucho menor que las películas que he comentado anteriormente.
Reciclaje?, La industria en los 60 estaba cambiando de forma frenética, y los grandes maestros como él intentaban acomodarse a los nuevos tiempos. y le sale esta película que bajo esa apariencia de comedia "amable" en la que en algunos momentos resulta ser algo estrafalaria, sobretodo en el papel del padre.

Es una película que no ha envejecido del todo bien, pero que merece verse por la sensacional química que hay entre .Peter O'Toole y Audrey Hepburn. y la escena de ellos 2 en el cuarto.

William Wyler dirigió para la Fox esta discreta y por momentos lánguida comedia romántica con falsa identidad, robo con suspense y reminiscencias de otras cintas como "Charada" (1963) o "Topkapi" (1964).

La película despliega una historia trivial y no especialmente brillante de ambiente artístico y familiar, con encuentro casual de una seductora pareja que se ve involucrada en un complicado embrollo, contando también con la simpática presencia de un pícaro caradura que acaba embaucando con ánimo de lucro a los más clasistas "amantes" del arte (y a los menos también).

Lo mejor es el envoltorio exquisito y la elegancia que rodean al film, además de la atractiva pareja protagonista formada por Peter O'Toole y una distinguida Audrey Hepburn vestida por Givenchy (atención a sus icónicas gafas de sol ovaladas o al espectacular vestido lencero con antifaz incluido).

Son igualmente destacables las divertidas caracterizaciones de Hugh Griffith como padre de Audrey, y de los guardias de seguridad, quienes protagonizan algunos momentos verdaderamente cómicos.

Llama la atención negativamente la escasa y bastante intrascendente participación de unos desaprovechados Eli Wallach y Charles Boyer.

La banda sonora supone una de las primeras creaciones musicales para el cine del posteriormente afamado y aclamado John Williams.

Me depcionó sorprendentemente la película, dado el excelente reparto y su gran director. El comportamiento de los personajes es ilógico y forzado al objeto de permitir avanzar la historia hacia donde se pretende, que es un robo con escaso un par de momentos realmente ingeniosos. Los diálogos son a menudo absurdos y sin gracia, y en muchos momentos no llego a creerme a Audrey Hepburn, debido a las frases y expresiones que le obligan a hacer. Apenas me recordó a la Hepburn de Charada. Se me hizo algo larga y deseé que fuera terminando. Igual soy muy crítico porque esperaba mucho de ella.

Hay películas fáciles de criticar, como ésta.

Hay verla:

Audrey Hepburn está esplendorosa, como lo que era: una diosa del estilo y la elegancia. Es ella quien realza el prêt a porter de Givenchy y el lujo de Cartier y no al revés.

Peter O'Toole está gracioso, aunque no es Cary Grant. Nadie es Cary Grant, salvo Cary Grant. Por su parte, Hugh Griffith es perfecto.

Los decorados del gran Alexander Trauner son dignos del mejor musical, así como la fotografía de Charles Lang y la dirección de Wyler, tres maestros en su oficio que en esta película se confabulan para ofrecer un "look" visual colorista, variado, dinámico y clasicista. Hoy resulta tan pasado de moda que es inevitable ceder a su encanto.

Hasta John Williams proporciona una banda sonora evocadora y sinfónica, en consonancia con ese magnífico trabajo visual.

Y París, claro, París.

Es mala:

El agurmento es una chorradita. Pero es que el guión que lo desarrolla es directamente una basura, obra del prolífico y poco inspirado Harry Kurnitz, lleno de diálogos idiotas presuntamente ingeniosos. Por mucho que disfrutes con los actores, con la música y todo lo demás, si no hay historia, no puedes decir que la película sea buena.

Pero hay que verla.