Aitor Merino ha dicho que este es un documento expresamente diseñado para que sus amigos de Madrid comprendan cómo es posible que él fuese amigo de un terrorista. Es justo lo contrario de lo que se dice en todas las críticas de la prensa generalista y especializada: es innecesario.

No es necesario hacer esta película para comprender ese extremo, ya que se trata de dos amigos de la adolescencia. Uno puede tener amigos de los más variado. ¿Por qué entonces esta película?

Porque los terroristas pueden ser seres humanos, con ideas sensatas y pensamientos profundos. Eso es lo que intenta decir Aitor Merino. Gente con sentimientos verdaderos pero ideas equivocadas.

¿Quién iba a dudar de esto? Lo que no intenta explicar Merino es por qué Asier merece este documental y Saenz de Ynestrillas no. Por qué el primero debemos sus amigos de Madrid esforzarnos por verlo bajo una perspectiva distinta a la que generalmente se concede a un terrorista y el segundo carece de esa oportunidad. ¿Porque Asier es su amigo y Sáenz de Ynestrillas su enemigo?

¿Ves, Aitor, cómo tu amigo Asier sabe muy bien a quién se ha dirigido todos estos años?

Os pido que consultéis los distintos complots internos de que hay noticia contra Hitler. Todos los cabecillas tienen un "von" antecediendo su apellido. Eso significa que son de sangre noble. Claus Von Stauffenberg.

Los nobles prusianos se la tenían jurada a Hitler, pero no por gasear a los judíos, sino porque éste los culpó directamente de la traumática derrota en la Primera Guerra Mundial y cuando llegó al poder los ninguneó y humilló. Los oficiales aristócratas por su parte estaban realmente molestos por tener que aguantar a un cabo austríaco como jefe militar supremo. Ese es el trasfondo de estos complots, y no una pretendida resistencia interior contra el tirano El del 22 de Julio de 1944 fue el último serio, y tuvo más apoyo que ninguno porque ya era evidente que los rusos venían a arrasar Alemania y que el cabo de marras no iba a rendirse nunca.

Pero la historia es más bonita como la cuentan las películas, yo también lo reconozco. Aunque uno se pregunte por qué no se confabularon en el 33, o en el 36, o en el 38. Es embarazoso responder, ¿verdad?

La historia de las responsabilidades por el Holocausto supongo que está por escribir. El único debate que parece interesar es si todos los alemanes fueron culpables o sólo unos cuantos. Nadie habla de los aliados que sabían la ruta de los trenes de la muerte; ni de la Unión Soviética, que consintió la invasión de media Polonia a cambio de invadir la otra media (sorpredentemente ambos ejércitos detienen su avance exactamente en el mismo punto). Está bien eso de poner en un lado a los malos y en otro a los héroes. Nos sentimos todos mucho mejor.

Por cierto, para interpretar a un aristócrata, Tom Cruise..., la verdad...

No tiene sentido buscar errores históricos y de ambientación, la cosa es un culebrón, no una serie histórica. ¿Una hermosa chica musulmana que va suelta por ahí ligando con cristianos, que estudia en la escuela de traductores, que tiene el poder de decidir sobre su casamiento? ¿Moros que tienen su propio ejército en la misma capital del Reino cristiano? ¿Estamos de coña? Pues sí, estamos de coña, y aquí acaba ese capítulo.

Al igual que otras muchas -"Amar en tiempos revueltos", "Hotel", "La señora", "Bandolera", "El puente viejo" etc.- "Toledo" utiliza una época anterior para ofrecer una historieta de buenos y malos, amor interclasista, reivindicación de la condición femenina, canto a la fraternidad de los pueblos, crítica a la influencia de la Iglesia Católica y un montón de cosas que pueden ser hermosas pero que servidas de manera tan sectaria y maniquea se convierten en estúpidas.

Es una pena lo de la escuela de traductores, que en la serie aparece como una especie de centro cultural en manos de los judíos, cuando en realidad era un proyecto cristiano para traducir al latín las obras de los clásicos griegos que sólo se conservaban en lenguas orientales. La Iglesia promovió esa actividad -qué estupidez la manía de presentar los mandatarios eclesiásticos como presencias demoníacas- por la muy simple y llana razón de que en la Edad Media la Iglesia era la Cultura, sólo los clérigos sabían leer y escribir y no había separación entre Filosofía y Teología. Podía haber dado lugar a una interesante historia, esta vez sí que muy instructiva.

Hay películas fáciles de criticar, como ésta.

Hay verla:

Audrey Hepburn está esplendorosa, como lo que era: una diosa del estilo y la elegancia. Es ella quien realza el prêt a porter de Givenchy y el lujo de Cartier y no al revés.

Peter O'Toole está gracioso, aunque no es Cary Grant. Nadie es Cary Grant, salvo Cary Grant. Por su parte, Hugh Griffith es perfecto.

Los decorados del gran Alexander Trauner son dignos del mejor musical, así como la fotografía de Charles Lang y la dirección de Wyler, tres maestros en su oficio que en esta película se confabulan para ofrecer un "look" visual colorista, variado, dinámico y clasicista. Hoy resulta tan pasado de moda que es inevitable ceder a su encanto.

Hasta John Williams proporciona una banda sonora evocadora y sinfónica, en consonancia con ese magnífico trabajo visual.

Y París, claro, París.

Es mala:

El agurmento es una chorradita. Pero es que el guión que lo desarrolla es directamente una basura, obra del prolífico y poco inspirado Harry Kurnitz, lleno de diálogos idiotas presuntamente ingeniosos. Por mucho que disfrutes con los actores, con la música y todo lo demás, si no hay historia, no puedes decir que la película sea buena.

Pero hay que verla.

1984. Eres Bob Geldof. Es decir, nadie. Fuiste alguien cuando la película “The wall” pero eso no tuvo continuidad. Y sobre todo cuando hiciste cinco años antes “I don´t like Mondays”, una obra maestra absoluta, que, aún no puedes saberlo, se seguirá escuchando más de tres décadas después con el mismo estremecimiento de entonces. Pero volvamos a tu realidad de 1984: eres el líder de un grupo que nadie quiere oír, porque el talento se te acabó. ¿Así de simple? Sí, así de simple.

Joder, tus amigos cantantes, todos ellos, no hacen más que sacar éxitos y vender discos. ¿Cómo lo harán? Hablas todas las semanas con el cabrón de Bono y tienes que soportar su paternalismo. ¿Quién se habrá creído ese niñato? Cuando tocaba la guitarra por las calles de Dublín, tú eras ya número uno en todo el mundo. Y ni siquiera lo invitaron al concierto aquel de Amnistía Internacional en el que, todo el mundo lo dijo, tu versión de “I don´t like Mondays” fue lo mejor.

Necesitas alguna idea. Llevas tres años intentando acabar tu canción “Sunday afternoon in my room”, una precuela de “I don´t like Mondays”, y está claro que no lo conseguirás. Estás condenado de por vida a cantar tu gran éxito en conciertos de homenaje, benéficos y similares, hay que joderse.

Piensa un momento…

Je. Puede funcionar.

¿Por qué no? A todo el mundo le caes bien. Y sólo tendrás que cantar “I don´t like Mondays”.