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Fanny y Alexander

Drama La historia está ambientada en 1907, en Uppsala, Suecia, y se centra en los Ekdahls, la familia del joven Alexander y su hermana Fanny. Los padres se dedican al teatro y son felices, hasta que el padre muere de forma repentina. Al poco tiempo, la madre decide casarse con un líder religioso conservador, una decisión que cambiará sus vidas. (FILMAFFINITY)
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Críticas 91
Críticas ordenadas por utilidad
22 de mayo de 2020
10 de 12 usuarios han encontrado esta crítica útil
El río que nos lleva.
El poder de la ficción como antídoto frente al mal del mundo (ladrones y horrores).
El teatro como lugar de refugio de los cómicos que se acurrucan en el seno protector de la invención. El pequeño mundo del teatro contra el gran mundo exterior.
Dios como el mejor personaje creado por el hombre para poder sobrellevar el dolor de vivir.
Lo laico y corrompido frente a la rigidez eclesiástica de la verdad. El dulce y amoral desorden versus la muerte que todo lo ordena y puede.
Hombres débiles, ridículos, anodinos, miserables, desgraciados o terribles frente a mujeres poderosas en su mayor flexibilidad, sabiduría, generosidad e inteligencia. Con sus necesarias y abigarradas excepciones, esto no es un sermón ni propaganda gubernamental.
Pis, meados, orinal, puta, coño, mierda, mierda y mierda.
El niño, que es obviamente Bergman, lo observa todo con asombro, rabia y alucinado éxtasis. Se abre al mundo con una mezcla de estupefacción, dolor y libre capacidad creativa.
Prodigiosa película llena de opuestos, de mundos contrapuestos, de ideas y antagonías; bellísima, profundísima, ligera y grandiosa, total; que toca todos los palos, que no sabe si reír o llorar, que asume la comedia y la tragedia, que todo lo ve, comprende y perdona, que es un enorme juego y una gigantesca aventura.
Y de fondo los judíos, mágicos, usureros, fantásticos, los que mueven los hilos, los marionetistas, los grandes creadores. Dinero e ilusión, materia y espíritu.
Y de cerca Suecia, los cómicos y su burguesía pudiente llena de recovecos, fracasos, gracias y desgracias. Aquí los actores no son unos muertos de hambre, tienen ciertos dineros, posesiones y su ejército de servicio.
Una gran matriarca que dirige con dulzura y sabiduría un mundo de mujeres (sus nueras más todas las criadas) y que tiene tres hijos cada uno de aquella manera, el buenazo mequetrefe de sexo desparramado (el maravilloso sentido del humor y la libertad con la que aquí se trata el sexo), el fracasado ampuloso y borracho de mujer alemana buena y el moribundo hombre de teatro que tiene a todos con el alma en vilo en su última actuación.
La película es un canto de amor al teatro, la ficción y la vida. Abraza el temblor de la realidad (o la realidad como temblor), difumina las fronteras entre lo real y lo imaginario, la muerte y la vida, la verdad y la mentira, lo vivido y lo soñado, y ensalza la libertad ambigua y la debilidad humana frente a la hipocresía religiosa y el afán idealista de falsa perfección.
Comedia, drama, tragedia, terror; fiesta y reflexión, melancolía y humor, desgarro y celebración, rito y muerte. Toda la gama.
Poe en ese cuento gótico en castillo maldito. Mozart por su alegre tristeza juguetona y honda. Chejov y su costumbrismo profundo, ligero y severo. Strindberg por su capacidad dramática para representar la vida como un juguete diabólico. Edith Wharton ("La edad de la inocencia" es una cita obligada, de ida y vuelta, como literatura y cine, antes y después) y su capacidad analítica y su mirada escéptica, clínica. Melville y Hamlet. "Los muertos" de Joyce y "Dublineses" de Houston. Hasta en España "El sur" de Erice (o incluso, válgame Dios, "Arrebato", de Zulueta en su reflexión con reproducción casera de las imágenes y, por tanto, el estudio apasionado de la imagen y la creación como únicos modos posibles de salvación) como amada herencia.
Todos somos marionetas, actores representando papeles con los que tenemos que lidiar aunque no nos gusten (y es necesario, muy conveniente tener/hacer más de un personaje durante la vida).
Perfecta en su totalidad más allá de ciertos quiebros o desvíos más o menos abruptos, por su capacidad de unir lo más diverso y darle sentido pleno, por esa amalgama de géneros y miradas y por la claridad y la belleza expositiva.
Es un cuento abismal y a la vez un riguroso estudio humano.
Es profunda, bella, musical y llena de contrastes. Comienza como una deliciosa comedia de leve amoralidad, gira al terror gótico y acaba con agridulce, reconciliada humanidad.
Emocionante. Apoteósica. Amable (teniendo en cuenta que todo es dolor y desolación, solo nos quedan la amabilidad de unos con otros y la invención).
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Ferdydurke
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5 de mayo de 2023
9 de 10 usuarios han encontrado esta crítica útil
Semblanza. Capas y oficio. Mochilas mágicas con víveres de personalidad. Aglomeración artística por honores resplandecientes. Desagravio y maduración existencial. Refugios internos con balcones soleados.

Bergman compone su obra más completa y emotiva. Los ejercicios de equilibrio emocional se expanden a cualquier escala. Batallas entre lo correcto y lo malvado. Las corrientes impuras del corazón desembocan
en un precioso océano de compensaciones. Introspecciones de salvamento. El baile de realidades al que Bergman nos invita es tan épico y personal como universal. Técnicamente deliciosa. Artísticamente exuberante.

Juego de lágrimas para sonreír con el alma. Balanzas de sabiduría experimental.
La puerta de Tannhäuser
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11 de enero de 2021
7 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
Upsala, Suecia. Nochebuena de 1907. Casa noble de la familia Ekdahl. En torno a la figura de la anciana madre, se van reuniendo los tres hijos con sus correspondientes familias. Los sirvientes comienzan a depositar las bandejas de la cena sobre la gran mesa del comedor. Al fondo, el árbol de Navidad luce, adornado con un puñado de pequeñas velas. Bajo ese resplandor amarillento y cálido, se eleva una montaña de regalos. Cada uno de ellos aguarda, envuelto en papel y atado con un lazo. Cada uno espera su momento. Cada uno lleva escrito el nombre de su afortunado destinatario. Sin embargo, ninguno de los comensales conoce la identidad de la persona que los ha depositado allí, tanto los regalos como a ellos mismos. Nosotros, en cambio, como espectadores, sabemos quién lo ha hecho, quién maneja los hilos de estas marionetas de carne y hueso. Es el pulso de alguien que bucea en sus recuerdos y en los de su familia, un creador que está (en 1982) a punto de jubilarse como director de cine, un maestro de marionetas llamado Ingmar Bergman.

“Fanny y Alexander” es un retrato familiar de puertas abiertas, con alegrías y tristezas, secretos y mentiras, miserias y complicidades. La familia irradia, pues, un calor de hogar al que siempre se puede regresar. Sangre de nuestra sangre, parece decirnos Bergman mientras nos invita a echar un ojo a la mansión burguesa de los Ekdahl. Habitaciones y dormitorios que él conoce bien, pues están decorados con las memorias que le legaron sus abuelos y padres. También las suyas propias. De hecho, el cineasta se reserva el papel de Alexander, el niño cuya infancia y paso a la adolescencia sirven de hilo conductor a lo largo de los ciento noventa y dos minutos de película.

Tras una primera parte descriptiva, donde Bergman detiene el tiempo (la ya citada Nochebuena de 1907) y disecciona los lazos familiares de los Ekdahl, pasamos del rojo de unas estancias sobrecargadas de objetos refinados a un pasaje cargado de tristeza. Se adueña de esta segunda parte el negro, siempre en contraste con el blanco, color que nunca deja de estar presente en la obra.

En la tercera y última parte, desaparece todo el barroquismo previo. Debido a la presencia de cierto personaje. Nos mudamos de casa. La acción se traslada a una finca austera y tenebrosa a las afueras de Upsala. De las paredes blancas apenas sobresalen ahora las notas de color, tan solo el tono marrón perteneciente a las maderas de los bosques o a las terrosas parcelas aledañas.

Es sorprendente como la narración se desliza entonces, como quien no quiere la cosa, al cuento de terror gótico. Lo fantástico hace acto de presencia. Situaciones irreales dentro de una opresiva realidad, con un toque muy oscuro, siempre psicológico e incluso metafísico, donde se pone en duda la existencia del espacio y del tiempo. Asombroso. Desconcertante. Al igual que la mirada de Alexander cuando contempla, al arranque mismo de la película, el diminuto teatro de juguete que le sirve de diversión y escenario donde escapar de la realidad.

"Fanny y Alexander" son tres horas de vida donde caben tantas cosas. Es sensual. Es melodramática. Es meticulosa. Es exigente. Es perturbadora. Es, incluso, a ratos, irreverente. Y todo haciendo uso de una puesta en escena que traspasa la pantalla y te hace partícipe de cada escena. Una obra inolvidable, con el eco teatral de sus diálogos, la cadencia suave de su discurrir sereno y el gusto pictórico de un reflejo único.

“Fanny y Alexander” es el triunfo de la imaginación. Ni más ni menos.

https://cautivodelmal.wordpress.com/
Cautivo del mal
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13 de diciembre de 2008
6 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
"Fanny y Alexander" (1982) es, al menos por cuatro razones, una obra maestra.

En primer lugar está la dirección del propio Ingmar Bergman. En ella recoge toda la sabiduría acumulada a lo largo de toda una vida dedicada al cine y al teatro. Aquí nos cuenta además una historia salpicada de elementos autobiográficos, con la que se siente extraordinariamente comprometido y que es también, tal vez, un resumen de sus obsesiones personales. Obsesiones que han llenado horas y horas de extraordinario cine, desde “Crisis” (1942), a "De la vida de las marionetas" (1980), pasando por “La sed” (1949), “Fresas salvajes” (1957), “El manantial de la doncella” (1960), “Gritos y susurros” (1972), y tantas otras obras maestras.

Bergman dirige admirablemente a los actores, selecciona con precisión de orfebre los tiempos, los encuadres, todos los elementos de una puesta en escena brillante y teatral, en el mejor sentido de la palabra, para describirnos el contexto de una familia sueca y el interior sicológico de los personajes complejos que la integran.

La segunda razón es el propio guión. La película dedica un tiempo necesario a presentarnos con precisión a esos personajes. Parece que apenas hay acción propiamente dicha, hasta que, en un segundo momento, la muerte de uno de ellos y la aparición de uno nuevo, representación de la intolerancia y el fanatismo religioso, hace que se desencadenan una serie de acontecimientos que consiguen que la tensión, la emoción y el interés argumental vayan en aumento. Una vez logrado este propósito, la película de una tercera vuelta de tuerca, y nos introduce abiertamente en un mundo con unos contornos menos definidos que el de la realidad. Ahí ya son posibles las cohabitaciones entre la realidad y los sueños, los vivos y los muertos, el presente y el pasado, los recuerdos y el futuro. Es aquí donde se expresa con nítida claridad la admiración de Bergman por la obra del dramaturgo sueco Strindberg, de quien recoge al final de la película un fragmento de su obra "El sueño".

La tercera razón es el trabajo extraordinario de Sven Nykvist, habitual colaborador de Bergman, creando la fotografía de la película y manejando la cámara con una sutileza y una maestría fuera de lo común. Precisamente por su trabajo mereció uno de los cuatro Oscar que ganó la película en 1983.

Encontramos la cuarta razón en la magnífica labor de unos actores excelentes con muchos de los cuales el director sueco había trabajado con anterioridad. Se nota esa relación: conocen las claves del genio, hacen exactamente lo que éste les pide. Sería difícil destacar a algunos porque el conjunto interpretativo está empastado, es coherente y armónico, pero, sin duda, esta película es lo que es también por la participación de unos niños con un talento natural fuera de lo corriente: Ewa Froeling, interpretando a Fanny, y Gunn Walgren, encarnando a Alexander, el niño que nos presta sus ojos para adentrarnos en ese extraordinario universo cinematográfico.
Paco Ortega
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21 de agosto de 2016
6 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
Fanny y Alexander es la obra maestra de Ingmar Bergman. Como si de un manual de la Vida se tratara desentraña las numerosas manifestaciones que se producen en la vida (religión, arte, economía, sociedad, magia) así como las múltiples formas para afrontarla, es decir, las distintas máscaras o papeles en los que actuamos según nuestras circunstancias.

Fanny y Alexander se sitúa en la Suecia de principios del siglo XX, en una familia aristocrática cuyos miembros ven la amenaza de los tiempos cambiantes. La película nos aparece bajo el punto de vista de Alexander (Bertil Guve), un joven sensible y rebelde y su hermana Fanny (Pernilla Allwin) obediente y fiel a Alexander. Un punto de vista semejante al atormentado príncipe de Dinamarca Hamlet con fantasma incluido.

Destacan los personajes de Helena (Gunn Wållgren) la matriarca de la familia, consejera de todos los integrantes de la familia y respetada por todos. Sus hijos Oscar (Allan Edwall) amante del teatro y del poder del arte sobre la vida, Gustav Adolf (Jarl Kulle) apasionado de los pequeños placeres y de las mujeres, disfruta del sexo y de la compañía y Carl (Börje Ahlstedt) amargado e infeliz que no se soporta a sí mismo ni a sus seres queridos. Así como sus respectivas esposas Emilie, Alma y Lydia (Ewa Fröling, Mona Malm y Christina Schollin) con más poder de decisión e intención del que le presuponen los encorsetamientos de la época y el género masculino. Al margen de la familia, Isak (Erland Josephson) judío prestamista, amante y confidente de Helena y el impresionante personaje del obispo Edvard (Jan Malmsjö) de una visión férrea, austera y fanática de la vida.

Ante este crisol de personajes, Ingmar Bergman con su oficio cinematográfico en su punto álgido, divide el relato en tres partes diferenciadas, gracias a sus colaboradores en la fotografía (Sven Nykvist) y diseño de producción (Anna Asp).

La primera parte sería la representada por la familia Ekdahl: suntuosidad y elegancia mostradas en el palacio aristocrático y en la casa de verano. Gusto por lo sensual y lo artístico. En segundo lugar la casa del obispo: gris, austera, parecida a una cárcel. En tercer lugar la casa-tienda de Isak: exótica, abarrotada y laberíntica representa lo sobrenatural y la magia.

La parte más difícil y simbólica del relato es la protagonizada en la casa-tienda de Isak en montaje paralelo con la casa del obispo. La religión hace acto de presencia, los nombres cargados de significado de Isak, padre del judaísmo, Aron (Mats Bergman), hermano de Moisés y fascinado por los ídolos (becerro de oro - títere de Dios) e Ismael (Stina Ekblad), el inicio de la rama musulmana, otra forma religiosa de la vida.

Y es que Ismael, el personaje andrógino de la película, interpretado por una mujer, conecta con la tía Elsa (Hans Henrik Lerfeldt) el personaje femenino interpretado por un hombre, fundiéndose en un momento sobrenatural y milagroso.

Aconsejo la visión de Fanny y Alexander pensada como una serie, donde cobran más importancia los personajes del teatro liderado por Gunnar Björnstrand, el personaje de Carl o los fantasmas de la antigua familia del obispo. La capacidad de síntesis y de elección de Ingmar Bergman es uno de sus mayores logros al convertir en obra maestra un material mucho más extenso que podría haber quedado mutilado.
Cthulhu
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