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No llores, vuela

Drama Un accidente marca y distancia a una madre (Jennifer Connelly) y a un hijo (Cillian Murphy). Ella llega a ser una famosa artista; él, un peculiar cetrero que vive marcado por una doble ausencia. Una joven periodista (Mélanie Laurent) propicia un encuentro entre ambos, que los lleva a plantearse la posibilidad de entender el sentido de la vida y del arte a pesar de las incertidumbres. (FILMAFFINITY)
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Críticas 25
Críticas ordenadas por utilidad
24 de enero de 2015
2 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
A veces hay películas que sin llegar a saber muy bien el porqué, calan muy hondo en ti, aunque encuentres en ellas bastantes puntos negativos. No Llores, Vuela es una de estas obras; la nueva película de Claudia Llosa (La Teta Asustada, 2009), es la historia de una madre y un hijo, los cuales se distanciaron por culpa de un trágico suceso. Años más tarde, el destino se encarga de ofrecer la oportunidad de que se vuelvan a ver, por medio de una periodista que propicia su posible encuentro.

La historia se desarrolla mediante dos líneas narrativas: la de una madre que intenta salvar a su hijo menor por todos los medios; y la del viaje de su hijo mayor -21 años más tarde- junto a una periodista en busca de su madre, la cual es ahora una famosa sanadora. Probablemente funcionen mejor como películas independientes que como una única película, y no porque estén mal conectadas entre sí, pues el trabajo de dirección resulta impecable en este aspecto, sino porque no todo el contenido de las historias es relevante o tiene una conexión con la otra. Es una película llena de claroscuros, con momentos cinematográficos brillantes; pero también con una falta de fuerza narrativa patente en todo el metraje.

No Llores, Vuela es una película sobre cómo las acciones de uno pueden marcar su vida, y cómo con el paso del tiempo hay heridas que jamás desaparecen (éstas no se curan ni mediante milagros). Los personajes no tienen el desarrollo que requieren, pese a estar fantásticamente interpretados. La llegada al clímax de la película falla porque los cimientos no están bien construidos cuando éste llega, y aquí es donde reside el principal hándicap del film. Incluso puede pecar de tramposa, a través de un giro de guión que es creado para mantener el interés, lo cual deja un poco en duda cuáles son las verdaderas intenciones de Llosa; acción que a mi parecer no era ni mucho menos necesaria, pues mi inmersión en la obra era absoluta. Yo no veo esa película aburrida que tantos ven; veo un trabajo que destila cine mayúsculo en momentos determinados, diluyéndose en otros -cuando el componente más narrativo entra en juego-. La fuerza de las imágenes (estupenda fotografía a cargo de Nicolas Bolduc) de esos desiertos congelados y una banda sonora que se acopla totalmente a la imagen, resultando así prácticamente imperceptible; se encargan de conseguir la atención absoluta del espectador.

Por otra parte, no puedo negar su limitación a la hora de desarrollar la trama, la cual avanza torpemente y sin un rumbo fijo. Esto se acentúa conforme se acerca el final, con una resolución bastante facilona que me recuerda a la de la reciente Interstellar (2014), aunque no sea tan exagerada y ridícula. Aquí simplemente no tenía la importancia que podíamos intuir al comienzo del metraje. La directora quiere que su película sea accesible a un mayor sector de espectadores (desarrollo irrelevante de parte de la trama, incluso rozando el melodrama por momentos), perdiendo así parte de la magia con la que está impregnado su trabajo. Para otra ocasión, espero que se decida por hacer un trabajo enteramente personal, ya que en esta se ha quedado a medio camino.

Es más que probable que la película pase sin pena ni gloria por nuestras salas, y me apena bastante decirlo, pues para un servidor resulta un atrayente ejercicio, con detalles y destellos de buen cine. Además de que siempre es un placer ver a tres actorazos dejando unas geniales interpretaciones: Jennifer Connelly, Cilian Murphy y Mélanie Laurent están geniales, obviando que el personaje de la última esté algo desdibujado.
Marty Maher
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8 de febrero de 2015
2 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Cuando fui al cine, no tenía planeado en especial ver esta película, sin embargo no fui solo, y el ir con una mujer (mi mamá) pensé en las posibilidades de que ver una película "dramática moderna" con énfasis en las dificultades familiares de superar X problema, ya sea una separación temprana, o una enfermedad de algún individuo de la familia, no sería una mala propuesta para mis gustos.

Bueno, me equivoqué: actuaciones sobreactuadas (valga la redundancia), un guión algo fresco pero con elementos sacados descaradamente de otros filmes (tal vez no como yo pienso, pero ya saben, los dramas se parecen siempre, y eso no juega a su favor), unos actores que, aparte de participar sobreactuadamente, parecen estar peleando por el protagonismo en pantalla, un argumento que flaquea, y de qué manera, en algunas ocasiones, porque mientras en algún momento se desenvuelve muy rápidamente, en otros se hace lento y pesado, y es por esto que nunca supe cuánto duraba en realidad la película.

Una simple ecuación lo resuelve todo: peli dramática + sobreactuaciones + un tema cliché como lo es la pelea familiar en la gran pantalla= merece ser película de televisión en lugar de estar en cartelera en el cine.

Lo mejor: las palomitas acarameladas del cine.
Lo peor: la película.
Pierce7d
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6 de febrero de 2017
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
La ví anoche, en su emisión televisiva. No estaba en mis planes, pues el lirismo y los símbolos no se encuentran entre mis preferencias cinematográficas, pero me pilló haciendo la cena y cenando y ya me la ví hasta el final, incluido el coloquio subsiguiente. Y sí, había símbolos: los propios escenarios eran un símbolo, el halcón otro, pero ambos tenían una función narrativa. Encontré menos convincentes los recursos a un cierto esoterismo. Pero lo que me anima escribir esta crítica es que en el coloquio subsiguiente se le dieran tantas vueltas al concepto de maternidad.
Desde que cada vez más mujeres acceden a la dirección cinematográfica, se vienen prodigando las revisiones del estereotipo de la "buena madre". En "Tenemos que hablar de Kevin" una madre tardía y poco entusiasta comprobaba entre horrorizada y fascinada como estaba criando a un psicópata de libro. En "Pelo malo" asistiamos al despliegue de violencia emocional que ejercía una madre para reconducir a su hijo "rarito" al redil de la "normalidad". Como películas terribles sobre la maternidad me vienen a la memoria "El niño que gritó puta", tremebundo debut de Campanella, y la defintivamente perturbadora "Mater amatisima", ambas dirigidas por hombres. La reciente "Mommy" es un melodrama postizo. Y luego está "Psicosis", que es una película de posesiones infernales donde el diablo es sustituido por la madre. Indudablemente, Hitchcock guardaba cierto resentimiento hacia las mujeres.
En la peli que nos ocupa, una madre se da cuenta de que está criando un hijo egoista, envidioso y mezquino que le castiga a ella y a su hermano enfermo por sentirse preterido. Ella reacciona en principio con una reprimenda contenidamente agria pero realista. El niño persiste en su actitud y ella le muestra lo que eso le hace sufrir. Parece que el niño lo entiende. Pero cuando asiste a lo que él interpreta como una traición de su madre, su reacción desembocará en lo que podríamos calificar de trágico "acto fallido" de fatales consecuencias. Cuando su madre le pregunta "¿por qué?", él responde lo que ella y los espectadores nos esperábamos. Tras darle una última oportunidad, la madre llega a la conclusión de que se requiere una lección definitiva: la del dolor. Una lección que el niño tardará veinte años en aprender.
Optimista la directora que confía en el proceso del perdón. Puede que eso ocurra en ocasiones y todo se resuelva en un final luminoso. Pero también debería ser consciente de que hay niños que jamás aprenden.
Conclusión: respetemos "El cuarto mandamiento".
iñaki
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24 de enero de 2015
1 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Si hablamos de la poesía del mar, probablemente estaremos recreando uno de los tópicos más tópicos de cuantos tópicos han sido. Dos películas muy próximas en el tiempo, El cielo protector (1989), de Bernardo Bertolucci, y Bailando con lobos (1990), de Kevin Costner (sí, sí, Kevin Costner, así como suena) (Kevin Costner ha sido capaz de hacer una película buena) nos permitieron apreciar la poesía del desierto y la poesía de la pradera, respectivamente. Y ahora llega la última película de la directora peruana Claudia Llosa, No llores, vuela (2014), que se relame en la poesía del hielo. “Esto es como conducir sobre las nubes”, afirma Mélanie Laurent en su papel de Jannia, la joven periodista que busca a Nana (Jennifer Connelly). Es la poesía de los espacios infinitos. La poesía de la soledad. Ese malsano regustillo de sentirse una nadería en lugares ilimitados.

Hace poco recibí un link de los 34 lugares más bellos del planeta para visitar en invierno, en plena orgía de hielo y nieve. Todos ellos pertenecen al hemisferio norte, sin duda porque dicha lista ha sido confeccionada por viajeros de la mitad septentrional del planeta (en el hemisferio sur también hay invierno, sólo que en momentos diferentes). 6 de ellos pertenecen a Canadá y uno a España: Segovia, nuestra Segovia, Segovia de Perico Delgado o Segovia de Juan Bravo, pero no en una imagen del acueducto, sino del Alcázar. Cachis.

Tuve la ocasión de saludar a Claudia Llosa nada más recibir la Biznaga de plata a la mejor película de la Sección Territorio Latinoamericano en el Festival de Málaga de Cine Español de 2006 por su película Madeinusa, máximo galardón de la categoría. Estaba en un bar y llegó ella con la biznaga, acompañada de la protagonista Magaly Solier, con aire tímido y medio desorientada. Quizá por eso me permitió tocar la Biznaga y la pena es que por entonces mi teléfono móvil no tenía la opción de hacer fotografías. Cachis. Después de Madeinusa, Llosa rodó La teta asustada (2009), con la misma protagonista, pero una película para la que reconozco que necesito una segunda visión. No llores, vuela constituye su tercer y último largometraje hasta el momento.

Se trata de un co-producción hispano-canadiense, cuya acción transcurre en Canadá, pero no en la sofistificación y multiculturalidad de ciudades como Toronto o Montreal, sino en la inmensidad de las llanuras heladas. Tenemos el recuerdo de la Canadá francófona en el papel de Jannie, y la versión anglófona en todos los demás personajes, pero lo que verdaderamente importa a Llosa es la construcción del infinito blanco: todo en la historia transcurre en ámbitos gélidos, pero por si eso fuera poco, la búsqueda de Jannie e Ivan (interpretado por Cillian Murphy) se dirige hacia el Círculo Polar Ártico: el agua es el origen de la vida y el hielo la conserva parece que son los mensajes implícitos de esta película. Pero un lago helado puede ser también una trampa mortal cuando se resquebraja. Tensión, pues, de la vida y de la muerte en un mismo espacio, magistralmente descrito por Nicolas Bolduc, que no en vano obtuvo el premio a la Mejor fotografía en el Festival de Málaga de Cine Español del año 2014.

De alguna manera, la filmografía de Claudia Llosa se despliega sobre situaciones terminales: Madeinusa acontece en un pueblo perdido de la cordillera de Perú, donde hay “barra libre” para hacer lo que se quiera durante los días en que dios esté muerto, es decir, del Viernes Santo al Domingo de Resurrección; La teta asustada se refiere a una enfermedad que se transmite por la leche materna de mujeres maltratadas durante la época del terrorismo en el Perú; y No llores, vuela consiste en la delgada frontera entre la vida y la muerte, tan frágil como el hielo.

La historia consiste en el arte y la naturaleza como contexto para devolver la salud a personas médicamente desahuciadas. Es el asirse a la última posibilidad, cuando ésta ya casi no existe, y da igual que esas sanaciones superen con mucho las concesiones más benévolas de un pueblo esencialmente racional como es el anglosajón.

Por otro lado, se nos muestra también la amargura de Ivan, hijo de Nana, que sublima la ausencia de la madre criando halcones, cuyo vuelo en el cielo tiene lugar en un infinito de colores idénticos a los del hielo.

Es muy difícil comprender qué compensación obtuvieron los colonizadores europeos estableciéndose en regiones climáticamente tan desfavorables como los grandes hielos de Norteamérica. La abundancia de recursos naturales quizá sirvió como aliciente de las sociedades que ahí se establecieron. De la misma manera que la naturaleza es la medicina de la que se espera que cure enfermedades incurables. Es la última esperanza en unas coordenadas geográficas que inevitablemente evocan el último lugar del planeta Tierra. Es la necesidad del inicio justo cuando llegamos al final.

El hielo conserva la vida. El hielo conserva la esperanza, ¿por qué no?
Fco Javier Rodríguez Barranco
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6 de enero de 2020
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Hay quien escribe poesía con una cámara. Filma paisajes sugestivos, lentifica las imágenes, dramatiza la acción con una banda sonora edulcorante, aprisiona a los personajes en encuadres cortos para resaltar la lágrima que resbala por la mejilla... En el interior, aspira a lo más elevado en temas trascendentales: el perdón, el regreso a los orígenes, la fe ciega cuando todo es oscuridad, la maternidad de un hijo que no crecerá... Y siembra la narración de una intriga confusa, en la que los vacíos no siempre se llenan y la tentación de perder el interés ocupa el asiento de al lado. ¿Qué se consigue con esto? Momentos intensos e hipnóticos, un hartazgo emocional ante subrayados continuos, una profundidad moral que bordea la pomposidad y un conjunto bello y bucólico que no termina de satisfacer. Lleva por título 'No llores, vuela'.
La directora Claudia Llosa, a la que la Berlinale abrió en el año 2009 las puertas del éxito internacional gracias a su película 'La teta asustada', deja su Perú natal para colocar a la mujer sufrida de su cine en un paraje helado. Su último largometraje lo protagoniza una madre fría y ausente que cae en la ilusión de la sanación mística cuando no hay más caminos que recorrer. Después de un fatal accidente, se separa de un hijo que, años después y a través de una periodista, se enfrentará a ella en busca de perdón y una explicación a su conducta.
El filme se excede en sus tres apuestas principales. La fascinante fotografía encaja con el carácter de los personajes, puesto que la planicie congelada esconde peligros que escapan a la vista, al igual que los secretos ocultos en el pasado de los protagonistas. Enfermedades, traumas o locura saldrán a la luz cuando el hielo superficial se resquebraje. Pero esta analogía no sustenta por sí sola un esfuerzo tan desmedido en priorizar la forma, con un resabio poético que defrauda si el contenido no está a la altura. Y, precisamente, esa es la mayor traba del guion, su elevada aspiración a la hora de asomarse al espíritu humano. Todo debe exudar gravedad para dar pie a que cada secuencia contenga los diálogos más reflexivos, en una espiral de final incierto. Por último, Llosa emplea una narrativa dividida en dos líneas temporales, mezcladas con tino pero sin consideración alguna con el espectador, ya que la intención de mantener viva la intriga acaba generando confusión, al impedir al público comprender las reacciones tan exageradas de los personajes.
El drama que propone la cineasta peruana lo pueblan personas frías y cortantes como el paisaje en el que viven. En ese momento en el que cuesta mirar hacia adelante, el niño pequeño sucumbe en la depresión, mientras que la madre se desprende de sus creencias y raciocinio en busca de una esperanza. De ahí viene el título. De ahí y de la metáfora del vuelo de la mascota del pequeño, que aún tiene más aristas, puesto que fue la propia madre la que no lo quiso salvar, condenando a su hijo a un sentimiento de abandono envuelto en sollozos.
El reparto evita que el filme sucumba. Cillian Murphy exhibe un rostro lleno de enfado e incomprensión, y Mélanie Laurent va ganando peso a medida que se descubre la historia de su personaje. Pero es Jennifer Connelly quien mejor entiende el tacto de la realizadora, dando vida a una madre que aleja a su hijo para convertirse en un atisbo de salvación para los demás.

Diario de Navarra / La séptima mirada
Asier Gil
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