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Navajeros

Drama José Manuel Gómez Perales, alias “El Jaro”, vive en Madrid con su banda y sus “novias”. Un día conoce a una prostituta de origen mexicano que se enamora de él y le ofrece su casa para apartarlo del mundo de la delincuencia. Jaro acepta el refugio, pero sigue dando golpes con su banda. Un día conoce a una adolescente drogadicta y se enamora de ella. (FILMAFFINITY)
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Críticas 35
Críticas ordenadas por utilidad
22 de marzo de 2011
5 de 11 usuarios han encontrado esta crítica útil
Entretenido retrato del Jaro, mítico delincuente juvenil. Cómica por trozos y con reflexiones y muestras sobre la sociedad del momento en esos estamentos sociales.
Aunque no me pareció demasiado bien enlazada (por veces es algo rápida) me agrada la autenticidad que deja ver.
PepinVHC
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21 de noviembre de 2017
4 de 9 usuarios han encontrado esta crítica útil
¿Es bueno remover el recuerdo, volverlo a la actualidad, o es más conveniente dejarlo como está, intacto, seguro, sano y salvo, en su falsedad? ¿Hay que echar la vista atrás o que el tiempo corra con toda libertad? ¿Hay que volver a visitar las películas que un día fueron algo en nuestra realidad o procurar que no las roce ni un atisbo de la malsana curiosidad, estatua de sal?
Todos quisimos ser El Jaro (ahora quieren ser funcionarios, nos han salido mucho más listos y honrados), una leyenda de extrarradio, de la delincuencia del lumpemproletariado, un mito juvenil, el James Dean español, el Rimbaud sin poesía (o con otra poesía o verdad, mucho más auténtica), pura acción sin gotica de conocimiento, movimiento ciego y perpetuo, la otra cara de los sueños de los niños de buen comportamiento. El chico precoz, el de los rizos y el hablar sincopado, el fibroso y vidrioso, el que tenía la polla tan grande, tan grande como la Pantera Rosa. El que se follaba a una puta que era la señora más buena y hermosa y valiente y sincera y sabia y generosa que el Madrid, y el mundo entero, de los ochenta hubo conocido, esa mexicana rotunda de nombre Isela Vega con voz de Charo López (son las cosas del querer, y del doblaje) que tanto le cuidaba y amaba. El que se lía con la vampiresa eternamente drogada, otra mexicana (qué hembras) que pasaba por allí (es lo que tienen las coproducciones, supongo, que hacen extraños, maravillosos compañeros de cama), femme fatale de barrio obrero, arbitraria, caprichosa, egoísta, necia, crapulosa y muy quejosa.
Ese chaval de los mil y un robos y asaltos y saqueos, con la navaja fina, sus puños locos, patadas volanderas o la inefable recortada de lanza en ristre y altos vuelos. Sin presente ni futuro (el pasado es un solar, un entierro). Muerto en vida. Sin salida, esperanza ni consuelo.
¿Pobreza es igual a delincuencia? ¿La delincuencia, al igual que el terrorismo, así se plantea, la potencia, crea o por lo menos la permite el Estado con el fin de tener a la población acojonada, a todos sus súbditos con el miedo metido en los huesos y, por lo tanto, convertidos en un rebaño de fácil manejo, sin capacidad de protesta o enfrentamiento, ni del abuso respuesta?
En muchas de estas películas, también en alguna del insigne José Antonio de la Loma, se ofrecía una especie de ensayo periodístico de aire moralizante como fondo o decorado de las correrías y fechorías de estos pobres desgraciados mozos de pocos años y muchos robos. Muchas veces, también aquí, daba la sensación de que ese prólogo/epílogo con voz en off ocasional, a la buena de Dios, no era más que una simple excusa, hipócrita coartada (cierta obligación progre, como de cuota de la época, que trataba de explota, sobre todo, comercial y, si había suerte o maña, artísticamente la miseria de unos penosos desharrapados, y que se cubría de buenas intenciones, a ver si nadie se daba cuenta de los verdaderos intereses, con el manto de la denuncia o crítica social, pero que en realidad hacían justamente lo mismo que pretendía criticar, aprovecharse de gente débil y sin defensa, utilizarlos para hacer unas películas morbosas y estrepitosas, truculentas, sádicas y tremendistas. Eso era así en general, la misma fórmula compartida por todos, pero claro, como en todas las situaciones humanas, todos no actuaban exactamente igual ni contaban la historia de la misma manera. Como pasa ahora con todos esos sanos programas de televisión sobre prostitución, drogas, cárceles y demás infiernos modernos que son expuestos en el bazar de nuestra actualidad como si de salchichones y su venta se tratara, un producto grueso que quiere hacerse pasar por fino para que todos sigamos con la conciencia tranquila, cosa la mar de sencilla, nuestra moral es de pon y quita, de pan y moja, usar y tirar, si no le gustan nuestros argentinos principios, tengo estos otros que nos vienen al pelo, y que la vida siga su rutina sin que se pare ni un minuto la maquinaria que todos esos horrores e injusticias que nos muestran provoca cada día) para poder mostrar la suma cruenta de tropelías con la mirada de la izquierda limpia y rasurada, la que contempla sin mover un músculo de la cara (es el alma la que tiembla, el corazón de melón) la fuerza bizarra de estos buscavidas de medio pelo, como si se abriera una esclusa y saliera a presión a cholón toda la mierda tanto tiempo acumulada, puro chorro de vida mostrenca y desaforada, cutremente salvaje y condenada.
Película lírica en sus mejores momentos, no muchos, como si fuera el retrato de un mal de bajo vuelo, el cantar de gesta sobre un desvencijado héroe de chichinabo cantado por un trovador averiado o un juglar ebrio que recitara impertérrito las andanzas fabulosas de un desgarramantas o símbolo pendenciero, epítome de todos los púberes bandoleros de aquella España posfranquista tan brutal, morrocotuda y alucinada.
Y película tosca, burda y demasiado cruda el resto del tiempo, la mayoría. Sorprende, teniendo en cuenta quién es el director, el tratamiento horripilante, tan chusco y esperpéntico, que le da a la homosexualidad y sus ejecutantes. En cambio, el tono voraz y descalzaperros es el habitual en estos casos forajidos, chapuceros y verbeneros; un realismo apoteósico e histérico, casi documental y bastante embrutecido y arrabalero.
En resumen, se puede decir que casi mejor hubiera sido haberla olvidado con la ilusión de que era otra cosa, mucho más grande, sincera y poderosa, increíblemente maravillosa, no, como sucede con el correr de los años que todo se acaba miniaturizando, jibarizando de forma pavorosa, perdiendo brillo y belleza a pasos agigantados de muerte y derrota, esta pobre cosa, basta, ruda, campanuda y algo penosa.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Ferdydurke
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25 de noviembre de 2021
1 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Siendo veinteañero me vi todas las pelis de cine kinki con placer culpable. Era más joven y al no haberlas visto, el elemento sorpresa hizo que me entretuviera, sin mayores pretensiones. No quería volver a verlas porque intuía que la ficción no se iba a sostener más y así ha sido. El otro día me vi colegas y no pasó de un entretenimiento nostálgico de sobremesa. Pero muy demodé y kistch. Y explico lo de la nostalgia.

Yo me vi todas estas películas (junto con algunas de las de Almodóvar de la época, que obviamente envejecen mucho mejor) porque me traían a mi primera infancia en el barrio de la Concepción, al lado de la m30. Barrio que, por cierto, también sale en Qué he hecho yo para merecer esto. Recuerdo los paseos con mis padres, cómo era todo en los ochenta, cuando yo acababa de salir del horno. Es decir, un gran atractivo de todas estas pelis era ver cómo era mi Madrid cuando yo lo conocí. Entonces el cine era lo que era, y aunque reivindico a Eloy de la Iglesia y su gran aportación a un cine más desprejuiciado y fresco, el tiempo hace mella y se le ven las costuras a unas películas un poco filmadas con medios escasos y conocimiento limitado.

Me da ternura verlas pero todo esto está desfasado, las expresiones callejeras suenan cómicas, los guiones son muy de andar por casa y la realización es la que es. Pasa como con las pelis de Pajares y Esteso. En la época serían una bocanada de aire fresco y un tipo de comedieta ligera muy renovador, pero hoy apestan. A viejo y a sobado. Pero es lo que hay, como dijo el poeta, al lugar donde fuiste feliz, no debes regresar jamás.

Pues eso. Que no regreséis, nunca será igual.
Alvart el terrible
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19 de junio de 2010
6 de 14 usuarios han encontrado esta crítica útil
Navajeros es la historial real de muchos jóvenes de los años 80. Por aquella época la heroína inundaba las calles de los barrios obreros y nadie mejor que los hijos de aquellos barrios para interpretar su propia vida. Cine critico y actual a pesar de tener 30 años.
Joxean
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30 de diciembre de 2012
4 de 10 usuarios han encontrado esta crítica útil
Primera película de Eloy de la Iglesia sobre la delincuencia juvenil y las drogas, que imagino que tuvo éxito vista la retahila de películas que sacó después con la misma temática ('Colegas', 'El Pico', 'La Estanquera de Vallecas', etc.)

Para darle más solemnidad, se dice que está basada en hechos reales (ya ves qué cosa, como si eso significara algo) y ponen a José Sacristán como periodista documentando el caso, que en todo momento afirma que los chicos no nacen delicuentes, si no que se hacen. Cuenta la vida de José Joaquín Sánchez Frutos, alias 'El Jaro', aunque desconozco su biografía más allá de lo que he leido en la wikipedia (y donde no dice que su madre o su amante fuesen prostitutas). Lo de la ETA se nota que es inventado y metido con calzador.

Como película, no me ha gustado mucho. En primer lugar porque el protagonista parece un chuleta acelerado, que se mueve por impulsos y sin cabeza. Dudo mucho que un chico así se hiciera el lider de una banda de más de 30 integrantes. En la película su banda es de 4 personas (será que no había presupuesto para más). En segundo lugar, porque los personajes no tienen profundidad. Si lo que quería darnos como moraleja es que la miseria es la que lleva a la delincuencia, debió humanizarlos más.

Me gustó más 'Colegas', quizás porque la historia me parece más cercana y las actuaciones más reales (y con la sorpresa de una Rosario Flores sexualmente atractiva, algo que no hubiese creído si me lo cuentan).
echulin
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