Black Mirror: El momento Waldo (TV)

Ya me asustaba tanta perfección en esta serie. Pero llegó un final de temporada correcto que queda en un mal momento al comparar con sus antecesores.

La temática está muy vista, la historia es predecible y el ritmo monótono. No te hace saltar del sofá o plantearte cosas que estando tan de actualidad llega tarde. La masa, voluble, tonta y simple. Fans de la famosa frase "hablar sin decir nada".

Un descenso considerable en el conjunto de "Black Mirror" donde la angustia y la mala leche dejan paso a lo habitual. Esperemos que remonte en próximas temporadas.

La gran virtud de Charlie Brooker, a lo largo de la fascinante propuesta de Black Mirror, ha consistido en lanzar planteamientos narrativos brillantes, que solían resolverse de forma satisfactoria y ejemplar. En este último capítulo, intenta poner sobre las cuerdas el populismo y la demagogia de la clase política, mediante un oso virtual que glorifica la impunidad retórica y el nihilismo de quien no tiene nada a perder. El resultado – y esto es noticia- es una denuncia un tanto farragosa que carece de la lucidez habitual de las parábolas de Brooker, e incluso se permite el lujo de algún que otro subrayado innecesario. En todo caso este ligero resbalón, no puede ni debe empañar la inmensa aportación de Black Mirror, desde ya un clásico instantáneo de la cinefilia militante.

Y con este capítulo llega a su fin la 2ª temporada (veremos si hay más en un futuro, ojalá) de la mejor miniserie para televisión que recuerdo en mucho tiempo. Si decía comentando el capítulo anterior que todos me habían parecido (décimas arriba o décimas abajo) y había excesiva obsesión con ordenarlos o acabar de verlos para decir si es mejor o peor que el anterior, este que nos ocupa si me atrevería a catalogarlo como el más flojo de los emitidos hasta ahora, un peldaño por debajo del resto, aunque siendo de todos modos y cuanto menos, interesante.

Menos impactante en su mensaje, menos potente en lo visual, menos mordaz en su crítica y con un toque más presente que futurista. Con ello no pierde la esencia que ha acompañado a toda la serie, criticando a la clase política por un lado y a la sociedad en general como siempre por otro. Viendo los políticos que tenemos en nuestro país, viendo la repercusión que tienen algunos personajes televisivos que no serán digitales pero si parecen muñecos y que se ha hablado de que se presentaban a elecciones y que gente los iba a votar en masa (Carmen de Mairena, Belén Esteban...) no es difícil imaginar como un símbolo de la indignación aunque no sea de carne y hueso podría llegar a tener la repercusión que tiene en la serie. La crítica pasa también por los tiburones del mundo de la publicidad y la televisión y las caras humanas que hay detrás. Quizá quiere abarcar tantos frentes que al dividir sus esfuerzos en todos ellos, no tiene la fuerza de otros capítulos.

Pese a todo, aunque pudo ser mejor de lo que fue, (pena que aumenta cuando te enteras que el guionista es el creador de la absolutamente genial Four Lions) es un broche no de oro, pero si en consonancia a lo visto hasta ahora aunque como digo sea el más flojo. Y al contrario del anterior donde los créditos finales significaban un innecesario reiteramiento y explicación para torpes, estos significan una buena guinda a lo visto, dejando una amargura que es una pena que no acompañe el resto de la trama pero que más vale tarde que nunca.

"The Waldo Moment", tercer episodio de la segunda temporada de la serie de TV británica "Black Mirror", sitúa la muy creíble ciencia-ficción relacionada con las pantallas y las nuevas tecnologías dentro del campo, tan estimulante, de la política-ficción, a través de la historia de un humorista cuyo personaje, Waldo, un oso de peluche de color azul turquesa, soez y deslenguado en la conversación, entra en el juego político de una campaña electoral de ámbito local.

El episodio muestra cómo el punto de vista de Waldo, que es el punto de vista de los desencantados de la política tradicional, de los "indignados", de los contrarios a la política de partidos, puede ser aprovechado, y de hecho es aprovechado, para una sutil manipulación política de las masas. La aparición del agente de la CIA, y sus sugerencias, es un momento clave en el desarrollo de la historia, hasta un desenlace demoledor, y muy pesimista.

El partido de Waldo es cualquier cosa: basta con pasar del nihilismo al optimismo. Al ser algo carente de ideas, pero atractivo y nuevo, eso que en principio está contra el sistema bien puede convertirse en algo muy útil para el sistema. Los movimientos de disidencia controlada surgidos en España en los últimos años, como el 15-M o Podemos, son la versión real de la ficción narrada en este episodio. Al menos visto desde España, "The Waldo Moment" es un episodio de política-ficción rigurosamente real. Y escalofriante. Muy escalofriante.

Aquí tenemos el esperado broche a la segunda temporada de la magnífica Black Mirror. Broche algo escueto para lo que se esperaba, firmando una temporada más endeble que la anterior, siendo el primer capítulo el más distinguido y dando la impresión de una pérdida iterativa de frescura. Aun así, no deja de ser un capítulo aceptable a pesar de no cumplir con las altas expectativas, algo que era bastante difícil, he de reconocer. Al igual que sus cinco hermanos, te hará reflexionar sobre nuestro entorno y la manipulación sufrida gracias a nuestro "borreguismo" a la hora de enfrentarnos a la realidad, en parte producido por una desconfianza hacia los representantes del pueblo en gobiernos cada vez menos creíbles y más cargados de falacias.

El eje central del capítulo abraza la situación política actual (o de cualquier otro momento) donde los políticos se muestran ante la gente corriente como estereotipos manipulados y donde algún resquicio de rebeldía puede alentar a la multitud enfurecida. Así aparece Waldo, un oso animado azul de carácter grosero y avispado, una marioneta digital sin tabúes y simpática de cara al público (recordando bastante al repulsivo muñeco Ted de Seth MacFarlane en momentos en los que el guión se excede). Waldo gana popularidad rápidamente y su equipo decide presentarle a un proceso electoral, conviertiendo a este osito en todo un símbolo contra la política, llegando a alzarse como el candidato más "real" de todos en cuanto a sus palabras. ¿No es eso lo que buscamos tantas veces? Esta vez lo encuentran en un ser irreal, pero al menos sus palabras son sinceras. Él pondrá los puntos sobre las íes y terminará conviertiéndose en uno más de ellos, en un producto más de control social, de manipulación.

El guión se apoya una vez más en las últimas tecnologías y en cómo estas nos afectan. Twitter forma parte esencial del capítulo, haciendo crecer a Waldo mientras la persona que lo maneja se encarga de poner el toque sentimental, más personal, que todos los capítulos tienen. Es una entrega que sabe a poco, que deja con ganas de más y mejor, y que hace esperar que Charlie Brooker aún tendrá algún as en la manga para futuras entregas.