Guillermo del Toro es el alma gemela de Alex de la Iglesia. El orondo realizador mejicano – al igual que su cuate vasco- es capaz de tejer una apabullante imaginería visual en cada una de sus películas, y siempre se revela como un profundo conocedor de todos los trucos del oficio de la A la Z. Pero una vez más – y “La Cumbre Escarlata” lo corrobora- sus propuestas naufragan en un pozo de lugares comunes. La caligrafía pulcra no consigue enmascarar la mediocridad de sus relatos, burdas resonancias de la obra maestra que creen estar soñando y que nunca se acaba haciendo realidad.

La gran virtud de Charlie Brooker, a lo largo de la fascinante propuesta de Black Mirror, ha consistido en lanzar planteamientos narrativos brillantes, que solían resolverse de forma satisfactoria y ejemplar. En este último capítulo, intenta poner sobre las cuerdas el populismo y la demagogia de la clase política, mediante un oso virtual que glorifica la impunidad retórica y el nihilismo de quien no tiene nada a perder. El resultado – y esto es noticia- es una denuncia un tanto farragosa que carece de la lucidez habitual de las parábolas de Brooker, e incluso se permite el lujo de algún que otro subrayado innecesario. En todo caso este ligero resbalón, no puede ni debe empañar la inmensa aportación de Black Mirror, desde ya un clásico instantáneo de la cinefilia militante.

Obra maestra. Kafka se hubiera deleitado con esta pieza insuperable, que retrata los excesos de una sociedad cruel y deshumanizada. La justicia es un aperitivo incapaz de saciar nada, y el poso que demanda el imaginario colectivo es retroalimentarse con la vejación y la tortura ad infinitum. Espeluznante retrato de la monstruosidad de aquellos que odian a los monstruos.

Parece que en este primer episodio de la segunda temporada de Black Mirror, Brooker se desmarca un poco del tono gélido e implacable de la primera temporada, insuflando un poco de vulnerable humanidad a sus sufrientes personajes. El resultado está muy cerca del campo gravitatorio del melodrama, y a pesar de que la premisa es brillante, poco a poco el relato sucumbe a un cierto convencionalismo. Brooker decae, y su falibilidad revela que a pesar de todo es mortal.

Tu historia completa: Obra maestra. La intrusión de la tecnología en los recovecos de la afectividad, se erige como el punto álgido de Black Mirror, dónde la evidente descompensación entre la evolución tecnológica y la connotaciones éticas derivadas, vertebran un ejercicio de narrativa magistral.