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El mayor espectáculo del mundo

Aventuras Con el fin de conseguir una exitosa temporada, el empresario circense Brad Bramen, contrata al famoso trapecista Sebastián para emparejarlo con Holly, una de las trapecistas favoritas del público. (FILMAFFINITY)
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Críticas 28
Críticas ordenadas por nota
23 de junio de 2011
7 de 9 usuarios han encontrado esta crítica útil
Acabo de ver EL MAYOR ESPECTACULO DEL MUNDO Recuerdo que cuando era niño, en los sesenta, la vi por primera vez...y hoy cuando tengo los años del film (59) juzgo sin prejuicios una idea, un argumento, unas interpretaciones (Heston, Hutton, Gloria Grahame) extraordinarias y James Stewart colosal. El año 52, a solo 7 años del final de la segunda guerra mundial, el espíritu americano, la lucha, el bien, el mal, el volver a levantarse, la justicia...si, todo muy americano pero encarna unos valores de aquellos años imposibles de darse hoy en ningún país. Han sido dos horas y media mágicas, de buen cine, de acción, vitalidad, de esperanza. Lo digo sin nostalgia, de auténtico cine. Solo sobra la voz en off...el resto perfecto.
MARIANO
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2 de febrero de 2012
7 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
A la hora de escribir esta crítica, me quiero referir a uno de las mejores películas sobre el tema del circo en la historia del cine, pero no al mejor film del año 1952. Es una magnífica película, eso sí. Es un clásico indudable y todo un gran entretenimiento para el que les guste el cine en mayúsculas. Pero si comparamos este film con otros grandes clásicos del mismo año 1952, aquí nos damos cuenta de que la competencia era muy dura, tanto en lo que es llevarse premios y galardones -los Oscar de Hollywood- como en las taquillas de todo el mundo o en lo que respecta a recaudaciones o películas más vistas por espectadores. En los Oscar de 1952 competían por la mejor película míticas obras maestras como "El hombre tranquilo" o "Solo ante el peligro" que quizás para mí eran las que más se merecían ese premio. Lo más incomprensible es que quedara fuera de la competición el excelente y eterno musical "Cantando bajo la lluvia", otra justísima merecedora del Oscar al mejor film del año. No quiero entrar en polémicas. Ante todo esto, quiero decir que "El mayor espectáculo del mundo" es una película modesta, aunque muy entretenida como he afirmado antes. Y no quiero desmerecerla ni desdeñarla, porque también conlleva el aroma de los grandes clásicos de la era dorada de Hollywood. Eso sí también: "El mayor espectáculo del mundo" es uno de los mejores y más míticos filmes de la propia carrera del director Cecil B. De Mille, junto con la más colosal y admirable "Los diez mandamientos", también con Charlton Heston como Moisés. Aquí el inolvidable Heston hace de jefe de la carpa de circo con una imagen a semejanza de Indiana Jones: sombrero, cazadora y látigo. Tal vez, Steven Spielberg o Harrison Ford se inspiren en la imagen de este personaje en el momento de crear e interpretar al famoso héroe.
Otra cosa que no pongo en duda es que "El mayor espectáculo del mundo" es una película muy bonita y que la puede ver todo tipo de públicos, desde niños hasta mayores. Los momentos más entrañables de la película los protagoniza el siempre sublime James Stewart; aquí caracterizado como payaso y acusado de un crimen. Fijáos en las escenas de ternura que protagoniza el "clown" Stewart en compañía de su simpático perrito.
Todo el resto de personajes del circo están muy bien dibujados o creados, además de interpretados convincentemente por sus respectivos actores. Quiero destacar a Cornel Wilde en el papel de chulesco y fanfarrón trapecista francés que cada vez se arriesga más en sus números de trapecio, así como la rubia Betty Hutton o la morena Dorothy Lamour que aportan sus rasgos de "glamour" femenino clásico a esta colorida película que se suele ver con agradecimiento. (En cuanto a lo de los trapecistas Wilde y Hutton, el film parece una premonición de otro magnífico y grandioso clásico del cine que trata sobre el circo, con igual lujo y colorido: "Trapecio" con Burt Lancaster, Tony Curtis y Gina Lollobrigida.)
Alfredo
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17 de septiembre de 2012
4 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
Notable película que cuenta con grandes actores en su reparto y con la siempre espectacular producción y dirección de Cecil B. de Mille. La cinta enfoca el mundo circense desde otra perspectiva, donde se aprecian los aspectos y problemas personales de los personajes. La actuación de Charlton Heston es muy notable, donde nos muestra un tipo de una profesionalidad admirable, donde antepone sus deberes antes que su vida personal. El papel del arrogante Sebastián, interpretado magníficamente por Cornel Wilde no está exento de dramatismo. Pero quien más me impresionó, y gratamente, fue el papel del excelente James Stewart como Botones, el payaso. La fotografía de la película, a pesar de su antigüedad, es notable, con magníficos. Recomiendo firmemente verla.
dpedemonte
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26 de diciembre de 2013
5 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
Hubo un tiempo en el que no existía la televisión, ni los ordenadores, ni las videoconsolas, y en las pequeñas ciudades, el cine solía ser el divertimento familiar por antonomasia, salvo una vez o dos al año en el que la gran caravana ambulante llena de vida, luz y color que era el circo llegaba a tu ciudad. Generalmente en verano o Navidad, era un fin de semana de representaciones, mañana, tarde y noche, apto para todos los públicos, te asustabas con las fieras, te reías con los payasos y te asombrabas con la precisión de los malabaristas, pero quedaba por llegar el más difícil todavía, el trapecio, donde el público guardaba un silencio respetuoso con un redoble de tambores que anunciaba el doble o triple salto mortal. DeMIlle rinde homenaje esas personas que dedicaron su vida, transitando de ciudad en ciudad, a hacernos felices y disfrutar de lo que llegó a ser el mayor espectáculo del mundo.

El film constituye, desde su título, un homenaje al mundo de cuyas huestes formaba parte DeMille. Un mundo nómada, aventurero, caótico, abigarrado, pintoresco, lleno de drama y pasión, desbordante de actividad y entusiasmo, envuelto en apariencias engañosas, que el cineasta supo reflejar con un vigor que no cabía esperar de sus setenta años. No había en el mundo ninguna institución comparable a un circo, era como un ejército, una familia, una ciudad que se desplazaba sin cesar. Era un gigante ágil, que se montaba y desmontaba cada semana, el propio cineasta se enroló en uno de ellos en 1949, para vivir y palpar esa filosofía de vida.

Film emblemático sobre el mundo del circo, a pesar de no ser la mejor obra de Cecile B. DeMille, uno de los pioneros del cine de Hollywood “El mayor espectáculo del mundo” es una obra nada despreciable. La construcción dramática del film, se apoya en la idea de un espectáculo – un espectáculo que representa casi una vida aparte – que debe transformarse a diario de función en función. Sobre esta base, el cineasta y sus guionistas elaboraron una historia de motivaciones y ramificaciones amorosas que articula no el enfrentamiento de dos mundos sino el de dos conceptos del circo, de dos posturas distintas frente a él: la representada por Brad (Charlton Heston) director de la compañía, del que se asegura que “lleva el circo en las venas” sin necesidad de actuar y la representada por los demás, encabezados por los trapecistas Holly (Betty Hutton) y Sebastián (Cornel Wilde) y por el payaso Botones (James Stewart); mientras para Brad la vida es la organización del circo, unos – Holly y Sebastián – sublimarán las suyas mediante la rivalidad en el trapecio y botones toma el trabajo como refugio de un pasado oscuro.

DeMille narra en tono épico, los entresijos del mundo del circo, un microcosmos donde habitan personas, sentimientos, dudas, triunfos y fracasos, pero siempre trabajando en equipo y todo aderezado con la fantasía de luz, color y emoción que siempre ha tenido el circo, con un buen pulso narrativo que nos mantiene expectantes ante el devenir de sus problemas y circunstancias de esa gran familia. Un gran espectáculo, evocador de un arte que desgraciadamente se ha ido extinguiendo, pues la tradición del circo era de estirpe casi familiar, pasando de padres a hijos. Esta sociedad de la información y la tecnología, ha perdido su ingenuidad y su nobleza, arrinconando la ilusión y la sorpresa, despreciando la magia y la emoción, por otros tipos de ocio, menos fraternales, cibernéticos, a veces mezquinos y violentos. Nuestros padres nos llevaron al circo cuando éramos niños, pero nosotros ya no podremos hacerlo, el circo prácticamente ha desaparecido y con él parte de nuestra infancia.
Antonio Morales
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21 de noviembre de 2017
2 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Se llenan los páramos de una masa humana dispuesta a levantar de la nada un mundo sin igual, bajo telas inmensas que alzadas al cielo por diversos mástiles formarán una carpa. Los artistas más variopintos y los animales más exóticos se meteran bajo ella para encandilar con sus proezas a otra masa muy importante para su existencia: los espectadores.

Es el circo, pasatiempo itinerante, sufrido, duro, ampuloso, divertido y desconsolador a partes iguales; fácil imaginarlo como la principal atracción de la Norteamérica de los felices años '20, pero difícil tras los oscuros tiempos de la 2.ª Guerra Mundial. Aun así, incluso a principios de los '50, y a pesar de numerosos accidentes, escándalos, condenas y recesiones económicas, el negocio de los hermanos Ringling (fusionado al de esos pioneros Phineas Barnum & James Bailey) proseguía su carrera, cuando la gente ya había encontrado en el cine y la televisión otras fuentes de entretenimiento ya muy habituales.
De hecho, cinco años antes de dar su última actuación bajo carpa móvil, volvería a fusionarse como llevaba haciendo desde sus orígenes en 1.881, y esta vez con el cine precisamente, de la mano del dios del espectáculo de Hollywood Cecil DeMille, quien ha salido triunfante, como era de esperar para tal hacedor de éxitos, de su epopeya bíblica "Sansón y Dalila", no sólo la película más taquillera de Paramount, sino del cine en general en el momento de su estreno, y afirmando aquél que se trataba de la cúspide de su carrera. Pasará entonces varios meses, en su empeño por rendir un merecido tributo a este show de masas al que poco le falta para perder su esplendor, siguiendo las funciones de los Ringling.

Más tarde, en Florida, una gigantesca producción se organiza acorde a los estándares de su cine y del Hollywood de la época. Pareciera que hace las funciones de un voceador para atraernos a los dominios del circo, o de un cronista, por la realidad documental con que nos lo presenta, desde el instante en que se posicionan los camiones, se reúne la multitud, se levantan los escenarios. A todo Technicolor, la fastuosa masa humana y mecánica nunca se detiene alrededor de un Charlton Heston que (prácticamente) acaba de iniciar su carrera, en la piel de ese adusto y rígido gerente Braden, combinación de Barnum y el aventurero Frank Buck (quien trabajó para la misma compañía).
Aun contemplando este pequeño universo desde el prisma maquillado de Hollywood, se siente la autenticidad del homenaje de DeMille, con todos los trapecistas, domadores, payasos y caravanas de animales de los Ringling Bros. (John Ringling hasta aparece interpretándose a sí mismo) mezclándose entre la troupe interminable de actores que llena la pantalla. Durante ese extenso 1.er acto de preparación del largo viaje también se revelan sin muchas dificultades las artimañas del guión escrito y reescrito por Alfred Edgar, Theo St. John y Fredric Frank, enfocado en personajes principales que arrastrarán sus propios problemas mientras dura la tournée.

Tournée para nuestra desgracia acompañada de un tedioso narrador que nos irá informando de su itinerario siempre que puede (uno de los mayores hándicaps del film, y se trata de la voz del mismísimo Edmond O'Brien...). Los protagonistas son cinco, contando a Braden: los trapecistas Holly y Sebastian, el payaso "Buttons" y Angel, quien trabaja en un peligroso número de elefantes; DeMille (que sintió los rechazos de Burt Lancaster y Lucile Ball) no pudo escoger de mejor manera a Betty Hutton, Cornel Wilde, James Stewart y Gloria Grahame, cuyos personajes eran el perfecto reflejo de sus auténticos caracteres fuera de la pantalla.
Pero lo que sobresale en este guión es la total transparencia de su melodrama, construido sobre la base de una película dedicada plenamente al entretenimiento visual y sonoro (porque para el director el público de las salas no es nada distinto del que se queda boquiabierto con los números de saltos en el aire, las imposibles coreografías de caballos y perros o las exóticas y no poco ridículas danzas). Por eso rápidamente conocemos los amoríos y las decepciones que descansan bajo la carpa, ocupados por un trío tan poco creíble como ese Braden cuya cabeza sólo mantiene ocupada en el negocio, la competitiva y enérgica Holly y el recién llegado Sebastian, famoso por sus habilidades de mujeriego empedernido; a ellos se suman Angel y el domador de los elefantes Klaus (Lyle Bettger), que la trata más como una posesión que como una mujer.

(CONTINÚA LA CRÍTICA EN ZONA SPOILER)

Nada estaba en contra de DeMille. El puro espectáculo gratuito, pues se diga lo que se quiera las imágenes que aquí presenciamos, gracias a una labor titánica de diseño artístico, coreografía, fotografía, diseño de producción y vestuario, tienen el poder de transmitir las emociones más viscerales en el sentido más estricto del término, hicieron de "El Mayor Espectáculo del Mundo" un homólogo en la pantalla, alcanzando el récord de taquilla del año.
Tanto artificio, banalidad y sentimentalismo, y a lo largo de tan abultado metraje, son sólo algunos impedimentos para que nos veamos arrastrados por el frenesí de las funciones bajo carpa, pero el director, porque para eso era el dios del espectáculo, al final consigue su propósito. No es extraño que sucediera con Spielberg cuando vio por primera vez esta película...
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Chris Jiménez
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