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Elegy

Romance. Drama David Kepesh (Ben Kingsley), un carismático profesor, está orgulloso de seducir a alumnas deseosas de probar experiencias nuevas, pero sin ningún compromiso. Pero, cuando la hermosa Consuelo Castillo (Cruz) entra en su clase, sus precauciones se esfuman. Esa belleza morena consigue, al mismo tiempo, cautivarlo y desconcertarlo. Consuelo es para él algo más que un objeto de deseo. Su fuerte personalidad y su carácter apasionado ... [+]
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Críticas 113
Críticas ordenadas por utilidad
2 de mayo de 2008
29 de 48 usuarios han encontrado esta crítica útil
Intentar razonar porqué esta película es tan mala es perder mi tiempo y el vuestro (suponiendo que alguien me lea), porque ciertamente Coixet (o como dice Txarly la Coiñet) no ha juntado dos escenas con algo de sentido. Todo es un gran pastel con almíbar y merengue envuelto en frases que creen ser trascendentales y citas de gente que si supo hacer arte.

Si bien pudiéramos decir que el personaje de Kingsley tiene algo de interés, el de Penélope Cruz está fuera de órbita. Es un mero acompañamiento, es lo más absurdo que recuerdo. Y hablo del personaje, ella no lo hace mal, pero creo que ya no necesita papeles como esto que son más acordes a pequeñas muchachas dispuestas a enseñar sus encantos para saltar a la fama.

Escenas que pretenden ser hermosas pero que la mera pretensión estropea, palabras que intentan ser locuaces pero que el mero intento las ensucia, planos que buscan ser armoniosos pero que la búsqueda afea; película que trata de ser y que acaba por no ser nada.

Coixet, me caes mal y eres cada vez peor directora porque tu ego te impide ver con la frescura y nitidez con la que afrontabas antes los retos.
Chagolate con churros
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1 de mayo de 2008
25 de 40 usuarios han encontrado esta crítica útil
El título de mi crítica citado por Ben Kinsgley en un momento dado, me parece lo más destacable de este bodriete horriblemente filmado bajo bandera yankie. La Coiñet no sabe dirigir. No tiene ni repajolera, caballeros. No digo que la película sea fácil, que no lo es, pero mi intuición me dice que cualquier caballero anglosajón de ésos de los que nos mofamos tan a menudo, hubiese firmado algo de más relumbre. Las constantes coletillas morales que nos adormecen durante el visionado cargan por sí sólas una obra destinada creo yo, a los corazones más sensibles del público americano. Aunque tengo mis dudas de que este peñazo puediese rozar siquiera alguno de sus ventrículos.

La Coiñet se suelta el pelo y se pega sin ningún remilgo sus gafas de pasta con el súper glue más potente del mercado, abrumándonos con un trillón de primeros planos y con su personal visión de la diferencia de edad. Y digo personal siendo sarcástico a tope, of course. Ignoro si la chupalatas esta acometerá más desgracias como la que nos ocupa en un futuro. Rezo para que sea en un futuro muy lejano, o si es menester, en una galaxia muy lejana, del tipo Afganistán. En serio, aguantar una historia de amor carente de espíritu es una de las cosas que peor soporto en una película del género.

Lo único salvable es la recuperación de un gran Dennis Hopper, al que celebro que haya vuelto al consumo de drogas diario, porque aunque interpreta de puta madre, sin el uso masivo de varios cócteles de estupefacientes dudo muchísimo que hubiese aceptado participar en semejante peñazo. Coño!! que es Dennis Hopper.
Txarly
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18 de diciembre de 2008
23 de 36 usuarios han encontrado esta crítica útil
Hay películas que requieren ser vistas con gafas. Por un lado, encontramos las del tipo Parque Jurásico, que se disfrutan más con unas gafas de 3D. Por otro, las de Víctor Erice por ejemplo, que se ven mejor con gafas de pasta. Esta biografía no autorizada de Fernando Sánchez Dragó pertenece al segundo grupo.

Para el papel de nuestro insigne intelectual se optó por Ben Kingsley, que no se parece nada físicamente pero es muy buen actor. Su esfuerzo y el del resto del reparto es lo que mantiene la atención hacia la historia de un señor muy culto al que le encanta el sonido de su voz y cometer actos impuros con chiquillas a las que triplica o cuatriplica en edad.

Se opta no obstante por un tono romántico que se vuelve resbaladizo porque:
-Da rienda suelta a esa fantasía femenina de que se puede reconducir a los alérgicos al compromiso.
-Está muy bien que Isabel Coixet crea en la belleza interior -que remedio-, pero el mensaje queda difuso si el ejemplo es Penélope Cruz. Apuesto a que el número de hombres que la seguirían queriendo igual aunque le faltara una teta se aproxima a cero.

Con lo que sí me quedo es con la exquisita selección musical y con el buen hábito anti-melodramático de no utilizar música en las escenas de más tensión emocional. Y para terminar una cita que me ha gustado mucho: "Los hombres nos vengamos de todo lo malo que nos ha pasado cada vez que hacemos el amor".
Felipe Larrea
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23 de abril de 2008
12 de 14 usuarios han encontrado esta crítica útil
Algo hay en la historia que nos cuenta Coixet en su última película que atrapa. No sé si el morbo de una relación entre hombre maduro y jovencita o si el juego dialéctico del protagonista consigo mismo o por el mero hecho de ver en pantalla un romance protagonizado por Penélope Cruz y Ben Kingsley. El caso es que Elegy despierta algunas de las sensaciones con las que tarde o temprano deberemos convivir, los miedos frecuentes del ser humano.

El paso del tiempo es sin duda el más aterrador. Todas las acciones y reacciones del profesor Kepesh se mueven en torno a ese reloj biológico que le recuerda constantemente que los años pasan y que con ellos marchan también las oportunidades. En su lucha contra la edad a veces sale ganador, logrando por ejemplo que su capricho en forma de joven estudiante termine arrojándose a sus brazos. Pero en tantas otras ocasiones son los años los que terminan venciéndole y frenando lo que de joven de bien seguro hubiera derivado a final feliz.

El argumento de esta extraña historia de amor puede que resulte más satisfactorio desde las páginas de un libro que en forma de filme intimista. Las reflexiones que va vertiendo el protagonista sobre la vejez y su relación con Consuela seguramente sean más reveladoras en la novela El animal moribundo, de Philip Roth, en la que se basa la película. Sin embargo, los de la productora independiente Lakeshore parecían muy interesados en llevarla al cine y por el camino se encontraron a una Isabel Coixet entregada que gustosa aceptó el reto.

Se nota que la directora catalana ha renunciado a gran parte de su creatividad con este encargo. Por primera vez se ha enfrentado a la adaptación de una exitosa novela y, aunque asegura que los productores le dieron carta blanca, finalmente ha pesado la fidelidad al autor original. El guión no le ha permitido jugar con los silencios ni con las miradas ni con las músicas como Coixet solía hacer con todas sus obras. Sin embargo, ha sabido hacer suyos esos miedos que refleja la novela original y que tanto la inquietan, como la enfermedad, la soledad o la muerte, y les ha proporcionado entidad.

Un experimentado Ben Kingsley y una Patricia Clarkson que se come a Penélope Cruz con patatas –nuestra actriz demuestra una vez más que el inglés no es su lenguaje más creativo- son el fiel reflejo de cómo influye el paso del tiempo sobre nosotros y de hasta qué punto el amor finalmente sí tiene fronteras.
polvidal
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21 de abril de 2008
18 de 27 usuarios han encontrado esta crítica útil
Cada vez que miraba a Penélope me parecía estar viendo un póster de MANGO. Aparte de esa brutal y ya preocupante obsesión por hacer que una película sea una consecución de imágenes bellas de cliché-adolescente, no soporto que no me dejen ni un solo hueco en mi cerebro para pensar.
Hacía tiempo que no veía una película tan vacía, facilona y hasta hiriente a la inteligencia de los espectadores. Intuyo una buena historia pero para eso ya nos hemos leído libros que nos lo dicen mucho mejor, o nos cuentan cómo es debido la decrepitud y miedos típicos de un hombre típico (culto) en los albores típicos de la vejez. ¿Por qué se pierde más el tiempo en estas cosas?

Me temo que esta directora siga triunfando y nos siga haciendo creer que es la reina de cómo expresar los sentimientos universales. La conclusión es que me aburrí mucho y me alegra pensar (secretamente, claro) que todavía tengo criterio para distinguir algo que no es creíble.
Payotina
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