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Las uvas de la ira

Drama Tom Joad (Henry Fonda) regresa a su hogar tras cumplir condena en prisión, pero la ilusión de volver a ver a los suyos se transforma en frustración al ver cómo los expulsan de sus tierras. Para escapar al hambre y a la pobreza, la familia no tiene más remedio que emprender un larguísimo viaje lleno de penalidades con la esperanza de encontrar una oportunidad en California, la tierra prometida. (FILMAFFINITY)
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Críticas 123
Críticas ordenadas por utilidad
7 de octubre de 2017
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Ambientada en la época de la depresión económica de los años treinta, basada en la novela homónima (1939) de John Steinbeck. Se centra en la numerosa familia Joad, granjeros que pierden sus tierras y tienen que trasladarse desde Oklahoma hasta California, lugar que pareciera ser una tierra prometida con abundante trabajo para todos. Claramente, esto no es cierto y las vicisitudes del viaje se complicarán aún más cuando tengan que buscar trabajo en este lugar.

Específicamente, se centra en Tom (Henry Fonda), un joven que vuelve a su hogar tras salir de prisión con libertad condicional. Al regresar, se encuentra la propiedad de su familia completamente abandonada, pronto dará con ellos. Es apenas en ese inicio donde la poderosa fotografía de Gregg Toland comienza a deslumbrar, ofreciendo unas imágenes de gran vigor, planos abiertos que muestran una tierra desolada, como si una catástrofe apocalíptica hubiera pasado por ahí.

La desolación externada por los personajes, en una situación vivencial lamentable y en un contexto donde el capitalismo más sanguinario hacía de las suyas, misma que se encontraba en una crisis terrible. Donde la sobreexplotación de las personas pareciera algo inherente a su condición de “pueblo”, vistos únicamente como un medio para producir, que puede ser desechado y al que se le puede variar la lamentable paga para sacar mayores ganancias, eso sin mencionar las flojas condiciones de vida.

The Grapes of Wrath es una obra que desborda realismo, un filme con casi ochenta años pero aún vigente, que muestra la lucha de las clases bajas, no por tener dinero y cosas materiales, por algo más simple como tener un trabajo digno para subsistir. Dirigido con una maestría titánica de parte de John Ford, estamos ante una obra imponente.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
10P24H
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24 de octubre de 2017
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Voy a ver esta película. A ver.......

Película americana de la Twentieth Century-Fox. Huy, que pelígro. De la industria americana de cine,.. y de 1940

Produce un tal Darryl F. Zanuck. Debe ser un magnate ricachón de la industria americana.

Dirigida por John Ford. Fijo, la típica exaltación del héroe americano.

2 horas después.
Sin palabras.
jossal
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30 de enero de 2018
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
John Ford, máximo exponente del cine americano, traduce a imágenes —y qué imágenes— una de las obras cumbre de la narrativa de aquel país. El resultado, lógicamente, está más allá del adjetivo. Aun así, lo voy a intentar.
Con ser una película de tesis —lo mismo que la novela de Steinbeck— y, en cuanto tal, un tanto maniquea, “The Grapes of Wrath” invita a una reflexión sobre lacerante, ciertamente oportuna, especialmente en los precarios días que nos ha tocado vivir. Esto es, puede que las mal llamadas “crisis económicas” no constituyan sino una excusa, a todas luces fraudulenta, para que los ricos lo sean todavía más, y ello a costa de los pobres. Las recientes, enervantes cifras del 1% de la población apretándose el 82% del patrimonio mundial hablan por sí solas.
Independientemente de lo cual, y coincido con lo dicho por otros plumillas antes que yo —probablemente mucho mejor también—, Ford entona aquí un emotivísimo canto, dolorosamente humano, a la dignidad con que los desfavorecidos sobrellevan los implacables palos que les da la vida, si es que cabe llamar así a tamaña ristra de infortunios. Claro que, precisamente caracteriza a la Vida con mayúscula el abrirse paso entre las circunstancias menos propicias para el éxito, con la especie humana como ejemplo palmario.
En el universo fordiano, la lucha por la supervivencia se acompaña, además, de una alegría a brazo partido y hombro con hombro, probable herencia del acervo católico irlandés y su tradición de penas compartidas. La populosa familia de inmigrantes de la que el propio Ford era el benjamín no debía de diferir demasiado de esos Joad cuya homérica peripecia nos desgrana “The Grapes of Wrath”. De hecho, los elencos de sus películas siempre parecen más un clan perfectamente avenido que un grupo de profesionales reunidos meramente “ad hoc”.
Admirables muestras de retórica sin cursilería, han quedado para la posteridad los discursos con que el díscolo bracero encarnado por Henry Fonda y su inquebrantable madre hacen sendos e inmortales mutis por el foro. Asimismo memorable es la fotografía con que Gregg Toland nos regala la mirada, más si se ha tenido, como yo, la ocasión de disfrutar de una versión restaurada. Ya desde el plano inicial, con la figura de Tom Joad recortándose en la lejanía de una de las tantas carreteras eternas que atraviesan los Estados Unidos, asistimos a una colección de estampas de la Gran Depresión tan bellas como desgarradoras y, en cualquier caso, prodigiosas: sólo el “travelling” subjetivo de la llegada al campamento chabolista vale por la entera carrera cinematográfica de la mitad de los directores que en el mundo han sido.
Carorpar
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10 de julio de 2018
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
La influencia de John Ford en el cine moderno es incalculable. En el caso de Grapes of Wrath, lo que llama la atención es el trabajo de puesta en escena. Los planos son meticulosamente calculados, la fotografía se desprende, autónoma y envuelve, a la vez, a la narración, como si se tratara de un comentario sobre lo que estamos viendo, antes que un artilugio técnico. Nada de esto sorprende al descubrir que detrás de la cámara está Gregg Toland, quien un año más tarde trabajaría con Orson Welles en Citizen Kane. Los primeros planos sólo son utilizados cuando el director los necesita.

La temporalidad emula el tiempo de la vida y del trabajo (de eso se trata la película, de trabajo y sacrificio). A la vez, somos testigos de la forma de vida de los campesinos de EEUU después de la Gran Depresión. La dimensión temporal se pierde, podemos ver la película en la actualidad y sentir que estamos presenciando situaciones universales. Las mismas grietas sociales de hoy, representadas en una película de 1940.

Alguna vez escuché a alguien que le atribuía a Ford la frase “cuanto más local, más universal”. Eso es exactamente lo que vemos en esta película. Se trata de un drama social pero también de una road movie. Lo más interesante es el deambular de los personajes. Deambulan porque no tienen trabajo.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
htouzon
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3 de enero de 2019
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Un reto abrumador, sin duda, el que encaró la Fox en 1940 cuando se hizo con los derechos de la enorme novela de John Steinbeck y se dispuso a adaptarla a la pantalla. ¿Cómo convertir un tema tan doloroso, tan crudo y tan cercano en el tiempo en una película que resultara atractiva para el público y que, además, despertara su sensibilidad? Es por eso por lo que hay que decir que cuando se habla del cine «de los grandes estudios» (concepto que suele ir asociado al dudoso epítome de «cine por encargo»), hemos de reconocer que los productores elegían de manera inmejorable al realizador encargado del proyecto. Ahora claro, cuando el elegido resulta ser el director más grande de todos los tiempos, es difícil equivocarse. Zanuck, en este caso, optó por John Ford, una elección obvia, ya que ningún otro director ha demostrado una sensibilidad más aguda para retratar a los pueblos (americanos o no) y transmitir emociones familiares a través de una cámara de cine.

Pero, aun contando con Ford como director y con Toland como operador fotográfico, no cabe duda de que el desafío era mayúsculo. Se trataba, básicamente, de conseguir una película estéticamente bella y visualmente agraciada a través de postales de desolación, miseria, desarraigo, expatriación, impotencia, explotación laboral, penurias y, finalmente, muerte. Y se trataba, también, de que el mensaje que como hilo conductor había utilizado Steinbeck en la novela permaneciera vivo y latente en la trama, y que se sostuviera no a través de las imágenes ni de los diálogos, sino mediante una serie de mensajes silenciosos inmanentes a la sensibilidad de la película en sí, una especie de lenguaje intangible y etéreo que cala muy hondo en el ánimo del espectador pero que casi ningún otro director hubiera podido utilizar. El resultado está a la vista de todos: una de las obras más conmovedoras y fascinantes de la historia del cine. Una película perfecta, redonda, insuperable por su peso específico como obra cinematográfica, como documento de una época y como receptáculo de una profundísima reflexión social.

Decir que Ford logra que cada uno de los planos sea sublime no es decir nada nuevo de este director, pero sí resultaría interesante añadir que la sucesión de fotogramas cumple no sólo la función narrativa, sino también ese otro papel tan importante en la fotografía documental de la época: la emulsión de una realidad terrible para el ojo del espectador y, a través de ella, la profundidad sociológica en cada gesto, en cada rostro apesadumbrado, en cada palabra dicha a medias, en cada milla recorrida a lo largo de ese viaje a ninguna parte. El viaje de los desheredados en busca de una supervivencia, un viaje que carece de valor y de coraje porque, como bien se dice, el valor y el coraje no aparecen cuando no tienes otra alternativa. De esta manera, y gracias también al soberbio trabajo de los actores, John Ford compone una de las pioneras y probablemente la «road movie» más grande jamás rodada.

Para finalizar, diré que «Las uvas de la ira» retrata quizá como ninguna otra película la línea divisoria entre Ellos y Nosotros. Ellos son monstruos invisibles, deformidades incorpóreas que, de repente, se materializan en la silueta amenazadora un tractor que arrasa tu hogar y te despoja de tu tierra. No importa que cojas un rifle y les apuntes. Ellos son cobardes y pusilánimes, y se protegen tras unos escudos a los que llaman Banco, Compañía, Corporación, Agrupación, Lobby… Se trata de una entidad oscura y sin nombre, una especie de gigante bobalicón que hará lo que sea por seguir alimentándose. Te expulsarán como a un animal y, como son ases en el arte de la especulación, no permitirán que te asocies con otros desgraciados. No, eso jamás. Nunca permitirán que «Tú» te conviertas en «Nosotros». Si lo intentas, organizarán una trifulca y pondrán el grito en el cielo y traerán a la Justicia, esa que siempre les protege. Y si les explicas amablemente que con su actitud están ayudando a que unos niños mueran de hambre, te partirán la cabeza con un garrote. Y será mejor que no intentes tomar represalias y vengar semejante afrenta, porque entonces te perseguirán incansablemente, te acosarán, te acecharán, y no tendrás más remedio que ir a esconderte allí de donde has salido. Es decir, en el vientre de tu madre.

Ellos, por desgracia, nunca se extinguirán. Siempre están allí, con el azote preparado, con la Justicia de su lado, sin clemencia, babeando, gruñendo, exigiendo su sobrealimento, cebando y nutriendo a esa mascota monstruosa que han creado, llamada Individualismo. En cuanto a Nosotros… Nosotros aguantamos y sobrevivimos. Porque, como dijo Ma’ Joad, Nosotros somos el pueblo, y siempre estaremos aquí.

Una de las películas más grandes de todos los tiempos.
Arsenevich
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