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La casa de Jack

Thriller. Drama Estados Unidos, década de 1970. Seguimos a Jack durante un período de 12 años, descubriendo los asesinatos que marcarán su evolución como asesino en serie. La historia se vive desde el punto de vista de Jack, quien considera que cada uno de sus asesinatos es una obra de arte en sí misma. (FILMAFFINITY)
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Críticas 112
Críticas ordenadas por utilidad
13 de diciembre de 2018
2 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
Para ver una película de Lars von Trier tienes que ir preparado a choquearte, impresionarte, porque el señor busca la provocación algo que en automático llegamos a rechazar aunque para algunos nos pueda fascinar porque nos sacude literalmente, hace algo que se mueva y se dispare en el interior de nosotros. Reacción = respuesta, nuestro trabajo será durante la proyección y después de ella, pensar, razonar y cuestionar los temas que nos propone y esta película no es la excepción. A lo largo de su filmografía podemos detectar que ejerce un "tipo" de pedagogía donde nos va enseñando con su propio lenguaje una narrativa que tiende a ser particular y con sello único, para algunos será repetitivo (visuales, gráficos, audios, etc) pero para otros percibirán una continuidad en el discurso que inicio desde un largo tiempo atrás en donde siempre a puesto en duda nuestro comportamiento, la conducta humana. Es un critico social, un vocero duro, un gritón implacable pero recomiendo siempre escucharlo y voltearlo a ver aunque a veces no nos guste del todo y menos estemos de acuerdo pero eso sí seguro algo aprenderemos.
BajoCero
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30 de enero de 2019
2 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
Hoy he ido a ver la ultima de Yorgos Lanthimos, a la salida estaba entre 2 opciones, pedir que me devolvieran el dinero de la entrada, o ver la nueva de Lars -de gratis- en la sesión de las 19:00, he optado por la segunda opción y mañana volveré al cine para pedir que conste un espectador mas en la de Lars, y uno menos en la de Lanthimos, si no acceden a la petición me sentiré mal y compraré una entrada para la de Lars y se la regalaré a alguien que haya por la calle.
Pues si, quizás el bueno era Efthymis Filippou, porque las 2 grandes películas de Lanthimos, que son Canino y Langosta, donde mas destacan es en el guión y en el acting bizarro de los personajes, no tanto en la forma. Ahora Lanthimos no solo ha pecado de querer ser un virtuoso sin serlo, pero ademas nos aburre con algo mas soso que su ultima (la del ciervo sagrado) que ya me pareció un coñazo muy previsible. Mientras Lars, incluso mas malsano en lo psicológico que en lo gore, ya lo podríamos bautizar como el nuevo Anti-Capra (genial parodia), ya no recordaba su suerte de falso-docu (el supuesto Dogma, para que nos entendamos), los movimientos de cámara mareantes juntandolos con el hecho de que la cosa se va volviendo malsana gradualmente te hace remover algo, y eso siempre es bueno, aunque sientas asco o ganas de vomitar. Pese a pasarse de explicativo de vez en cuando, no miente a nadie, esta no le hará ganar premios y caerá mal a la gente, pero el es un depresivo loco genial de verdad con todos sus defectos, mientras Lanthimos, como tantos otros, cada vez me huele mas a la pose 'quiero ser el rarito de los comerciales' y ni eso, amigo tu no estas loco, la próxima no te la compro ya, de los Griegos a darle más bola a Athina Tsangari, Babis Makridis y, sobretodo, Argyris Papadimitropoulos.
Alex De Large
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5 de febrero de 2020
2 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
El amigo Von Trier está de vuelta y viene con más ganas de polemizar, de provocar y de incomodar que nunca. Es como un crío de doce años que intenta llamar la atención de sus papis de forma sistemática y compulsiva para que estos estén siempre pendientes de él. El problema es que ya uno está cansado de él.

A mí ya me cansa este danés. Es verdad que muchas veces (bueno, he exagerado, dejémoslo en algunas) he disfrutado con sus películas,por ejemplo "Melancholía" o incluso "Dogville",pero cuando se pone en plan provocador me fastidia mucho. Porque esa es su única motivación. Es cierto que se ve un pequeño mensaje de denuncia a una sociedad que no mueve un dedo en ayudar a sus semejantes, ya sea por desidia o por cobardía, aunque la verdadera razón por la que Von Trier ha realizadoeste film es para presentarnos las más abyectas imágenes que se puedan concebir, los crímenes más deleznables que se pueda uno imaginar,la violencia más gratuita que se pueda echar uno en cara... por el mero hecho de hacerlo. Ahora sí, de la forma más petulante y arrogante que uno se pueda imaginar. La humildad no es una de las principales virtudes de este director, pero lo de este film ya roza una egolatría egocéntrica narcisista digna de un análisis psiquiátrico pormenorizado y exhaustivo.

La idea de mezclar actos deleznables con actividades humanas científicas ya estaba en "Nymphomaniac", aquí lo hace con el arte. Se pone exquisito, el director, mezclando asesinatos repugnantes y deplorables con obras de arte. ¡Mira tú qué original!. Como si hubiese sido la primera vez que se le ocurre a alguien hacer semejante analogía. Pero es que ya el colmo de la arrogancia es que pone escenas de sus propias obras para hablar de Arte, así con mayúsculas. Un tipo modesto, sí señor.

En fin, violenta y repugnante al máximo,que es lo que quería. Quiere provocar al espectador y lo único que consigue provocar es desidia, hartazgo y aburrimiento con esa mezcla de horripilancia (perdóneseme el vocablo), arrogancia y pedantería. Tiene imágenes, bellas, sí, no se puede negar.Pero la forma no es todo.

PD: La valorarán muy positivamente los mismos que dicen que Mel Gibson realiza cine casi gore.
Ford Farleine
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17 de enero de 2019
1 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Lo mejor: la brillante actuación de Matt Dillon encarnando a, como bien se define en el filme, “un maldito neurótico lleno de compulsiones obsesivas con un sueño patético de ser algo más grande”, siguiéndose la evolución del mismo durante nada menos que doce años destacando, de entre todos sus “incidentes” (más de sesenta confesos), cinco elegidos al azar (por rebeldía, liberación, necesidad, ritualización y superación aprovechando, respectivamente, averías de coche, visitas de desagravio, cotos de caza, citas de pareja y experimentos de ejecución) perpetrados de las más variadas formas (golpeando, estrangulando, disparando, descuartizando y acribillando, no especificándose aquí en qué orden se dan para no desvelar la trama, por supuesto), culminando todo con un epílogo (“katabasis”) que enfatiza el componente teológico que destila (en mayor o menor medida) cada fotograma; la comodidad que denota el responsable al afrontar la plasmación de asuntos tan delicados como polémicos, desenvolviéndose como pez en el agua (analogía traída a colación por el ralentizado, caótico e inverosímil desenlace) en estos controvertidos e impopulares lares, en este caso valiéndose de un lustroso e inteligente hombre de bien reconvertido en despiadado e inmoral asesino en serie (en la comprensión de su psicopatía reside la intríngulis de la cinta) a causa de una sucesión de vivencias a cada cual más sádica que la anterior (el cénit tal vez se encuentre en el material de fabricación de cierto monedero); la profundidad de la que se dota al manipulador e insolente maniático de la limpieza y el orden (a medio camino entre arquitecto e ingeniero, siendo éste un debate que resta sin resolver) cuya compleja personalidad, muy a su pesar, enamorará al espectador, y es que a lo largo de prácticamente dos horas y media el encanto de la demencia y la nobleza de la putrefacción cristianizan entre alemanas terminologías y sofisticadas fechorías que, seguramente, harán las delicias de propios y extraños.

Lo peor: el montaje está plagado de cortes, lo cual afecta al visionado por la escasa fluidez que ello provoca en cuanto a empatizar con un protagonista que ensalza la belleza de la decadencia (si bien la violencia de algunas secuencias es demasiado explícita se justifica enriquecedora e ilustrativamente) como el director lo hace con el arte (en el más amplio sentido del término), trascendiendo la recóndita e implorada divinidad más allá de la pantalla con tanta simbología (pianistas, catedrales, calles, puertas, jurisdicciones, lluvias, carrizos, poemas, sombras, muletas, vinos, iconos, ruinas, alarmas y un largo etcétera) que, a la postre, uno duda de su adecuación argumental al saturar sin remedio; la metáfora como principal método narrativo (recurso sumamente característico del autor) no difiere en exceso de anteriores trabajos (el contraste de la inocencia del cordero y el salvajismo del tigre, sin ir más lejos, es tan típico como atentar contra animales o desarraigarse del seno familiar en edades tempranas en depravados como el tratado), afectando mucho al factor sorpresa y, por ende, a la originalidad de tan creativa e inspiradora propuesta; el comprensible pecado de caer en la tentación de visionar la película doblada debido a su duración, y es que la versión original de la misma aporta matices inapreciables en la traducida, en especial en lo referente al sufrimiento de las víctimas (mujeres en su gran mayoría, por cierto, y es que el machismo es una constante) y, más concretamente, a las tenaces e imprudentes técnicas que, con el paso del tiempo, el narcisista e impulsivo maníaco logra ir perfeccionando.

Daniel Espinosa
www.cementeriodenoticias.es.tl
Tithoes
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8 de diciembre de 2019
1 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
La película más terrorífica, incómoda, atroz y repugnante del año; un mérito que nadie puede quitarle a von Trier, capaz de asquear incluso al espectador más curtido.
Una comedia negra sin filtro, garantía de trauma para personas ultrasensibles y con la que el cineasta danés regresa a las controvertidas costumbres de su cine más reciente. Puede verse como una de las reflexiones sobre el arte más banales, violentas, cínicas, misóginas, grotescas, dilatadas, absurdas, malvadas y fascinantes que se hayan hecho jamás. También como un torpe salto hacia lo más profundo de la dualidad del ser humano que, no obstante, deja algunos planteamientos de interés.
Completamente dispersa e irregular, pretenciosa y algunas veces genial, su atrevimiento se acerca tanto a la estupidez como a la audacia, cayendo en la caricatura y la violencia gratuita mientras por momentos no pasa de existir en su propia indiferencia.
Trier desnuda todos los elementos de su narrativa desde el primer minuto, elabora una meta-reflexión sobre la transgresión y el sentido de su onanismo cinematográfico con un testamento obvio y narcisista que no solo trata de remarcar la crueldad y el conjunto de ideas que la rodean, también se empeña en explicar la brillantez de sus juicios a través de la repetición constante de sus recursos visuales y cuestiones recuperadas de anteriores propuestas de su filmografía.
El director dialoga consigo mismo a través de una verborrea irritante (hola Nymphomaniac) que empalma con todo tipo de temas a lo largo de un metraje excesivo, engendrando una curiosa dicotomía entre autopsia de sus propias entrañas artísticas y cuchillada al dorso de la podrida estructura social y su disfuncional y corrupta fachada moral.
Una suerte de descenso a los infiernos, hacia el puro horror, a fin de volverlo tangible y enfrentarlo para luego ascender purificado por el dolor y la conmiseración, casi de forma terapéutica.
Y sí, hay carisma, honestidad y hasta algo de desdichada poesía en la historia de Trier-Jack (un Matt Dillon monstruoso e inmejorable), pero habría que meditar seriamente si alguna ley divina, alguna mirada al abismo o alegoría sobre el infierno hacia el que nos dirigimos o algún tipo de arte merece 150 minutos tan deplorables.
Hit the road, Jack, and don't you come back no more...
ALESNAKE
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