La fortuna de vivir

Garris y Riton viven en las marismas, a orillas del río Loira, en la Francia de los años 30. Ambos trabajan juntos, y comparten su vida con sus otros amigos: Tane, conductor de tren, y Amedée, un soñador y devorador de clásicos literarios. Los cuatro conocerán a Pépé, un anciano millonario que proviene también de las marismas, pero que no reniega de su humilde pasado. Garris se enamorará secretamente de Marie, y Riton desatará las iras de Jo Sardi, un boxeador que acabará en la cárcel, lugar donde urdirá una venganza que trastocará la tranquila existencia del grupo de amigos.

La fortuna de vivir es una maravillosa comedia del hijo de Jacques Becker, que comparte los criterios caprianos sobre la riqueza y la pobreza, sin caer en la sensiblería, pero sin dejar atrás la emoción. Divertida, nostálgica, amable, serena, La fortuna de vivir nos cuenta una historia muy simple en la que ocurren muchas cosas.

Tras la Primera Guerra Mundial, cuatro amigos llegan a la conclusión de que el paraíso se encuentra en el campo. Y tienen razón. Estos chicos de las marismas viven el día a día tranquilamente, con sus sueños, sus pequeñas inquietudes y angustias, sus pequeños placeres y por encima de todo, la amistad que comparten. Pequeñas peripecias que, aunque se queden en anécdotas, se contagian con facilidad.

El placer de cantar canciones populares a las tantas de la noche, de beber una copa de vino (o dos), de cazar ranas... Es el retrato de unas personas que ante todo, persiguen el vivir y vivir en libertad, a su aire, bendita mediocridad. De Jacques Villeret a Jacques Gamblin, todos están soberbios, Mención especial para Michel Serrault, un veterano que no necesita mover una ceja para expresar cualquier emoción.

Un fábula encantadora, de principio a fin.

282/09(21/08/09) Un maravilloso canto a los pequeños placeres de la vida que son los que dan la felicidad, una loa a la amistad con el marco incomparable de un onírico pantano cerca de un idílico pueblo donde la vida pasa lenta pero deliciosamente envuelta en un halo de nostálgica sencillez. La historia sucede durante un verano de los años 20 en Francia y es contada por una niña que vive con su padre en una cabaña junto a un pantano, lugar al que llega por casualidad un enigmático joven soldado, Garriss (un estupendo Jacques Gamblin), desmovilizado al acabar la Gran Guerra y que se queda a vivir en el pantano embrujado por su entorno, trabando una fuerte amistad con Riton (un magnífico Jacques Villeret), el padre de la narradora y con el que vivirá aventuras y desventuras, acompañado también por entrañables amigos del pueblo cercano, con ellos cantaremos serenatas el 1 de mayo, pelearemos con un campeón de boxeo (Eric Cantona), pescaremos ranas, cazaremos caracoles, beberemos vino escuchando a Louis Armstrong, viviremos amores infantiles y sobre todo disfrutaremos de la vida para una vez haya terminado el film estemos emocionados y seamos un poquito mejores que antes de verlo, de esas cintas que te reconcilian con el cine como medicina contra la depresión. Ayuda a este resultado la soberbia fotografía de Jean-Marie Dreujou y la dulce música de Pierre Bachelet, elementos imprescindibles para transmitirnos este relato de personajes que se te quedaran en el subconsciente. Recomendable película a todos los que gusten de antidepresivos. Fuerza y honor!!!

Hay películas que respiran (y nos hacen respirar) otro aire, un aire distinto que llena los pulmones, y nos hace sentir en paz con la vida.
Al menos por un rato este aire se queda dentro nuestro, y nos permite observar lo mal que elegimos vivir nuestra vida, lo mucho que nos perdemos por respirar ese otro aire, repleto de impurezas que confunde nuestras prioridades y contamina nuestras decisiones.

'Les enfants du marais' es una de esas películas.

Habla sobre la libertad (y la ausencia de ella), rescata los valores de la amistad, la humildad, la dignidad, el respeto. Pero más que todo esto, la película es una interesante reflexión sobre el mundo de los adultos (lleno de edificios, trajes, trenes, autos, etc.), y el de los niños (girando sobre una rueda hasta marearse, con el pantano como fondo).

Muchas veces en las críticas de películas de corte social, se utiliza el adjetivo "necesaria". A mi me gusta usar esa palabra para este tipo de películas, que limpian nuestro alma y que al aparecer los créditos nos sorprende con una sonrisa en la boca.

Después de ver esta preciosa película realmente te sientes afortunado de vivir y te anima a intentar ser un poco mejor persona. Hasta los "malos" son buenos en esta maravillosa historia.
Las interpretaciones de Gamblín, Dussollier, Serrault y del difunto Villeret son tan entrañables que te hacen envidiar su amistad y admirar la honestidad y la humildad con la que estos personajes viven.

Palabras con una sencillez de cariño y ternura, contadas a través de la madurez infantil. Una película con un sentido a la vida ambientada en un paisaje de gran valor humano. Una de mis películas favoritas que te enseñan a valorar más aún tu vida.