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Siempre hay un mañana

Drama Clifford Groves (Fred MacMurray), es un fabricante de juguetes, cansado de la rutina y con la impresión de no ser debidamente apreciado por su mujer (Joan Bennett) y sus hijos. Se reencuentra con una antigua amiga, Norma Miller Vale (Barbara Stanwyck), a la que no ve desde hace veinte años, y a raíz de ello comienza a replantearse su vida. Su hijo (William Reynolds) comienza a sospechar que puede haber algo más entre ellos. (FILMAFFINITY) [+]
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Críticas 14
Críticas ordenadas por utilidad
14 de octubre de 2015
8 de 9 usuarios han encontrado esta crítica útil
En un blanco y negro de duros contrastes, mucho más cercano al propio del cine negro que a la dulzura ultraluminosa de los melodramas que hizo en color para la misma productora y con el mismo fotógrafo, Douglas Sirk da aquí otra muestra de su inmensa habilidad para el género, convirtiendo una historia de aparente mensaje conservador (el típico y generalmente fraudulento “no estropees lo que tienes, revitalízalo”) en un canto a la coherencia y la generosidad propias del individuo consciente (sin contender tampoco, eso es cierto, con lo políticamente correcto, puesto que el justificable adulterio no sale del terreno de lo platónico y el protagonista masculino no llega a rebelarse contra la jaula de rutina en que está metido, pese a que se reconozca en ella).
La narración, impecable, nunca redunda en lo ya expresado y tampoco deja ningún aspecto por tocar, y concluye justo cuando debe (es una película bastante corta, para la media). Barbara Stanwyck interpreta con su solvencia habitual a una diseñadora, de gran éxito profesional pero de pobre vida personal, que se reencuentra con el que veinte años antes fue su amor irrealizado, el ahora fabricante de juguetes Fred McMurray, al que se describe como descuidado por una esposa e hijos que se vuelcan en la rutina y dan por hecho con demasiada displicencia que tienen un marido y un padre estupendo.
Capitan Ahab
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8 de marzo de 2019
6 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
La vida de Clifford Groves parece un camino de rosas. Un matrimonio estable desde hace veinte años, hijos, una casa bonita, un trabajo que le permite ganar un buen sueldo. Todo un entorno idílico y satisfactorio para un hombre que llega ya a la cincuentena y que no podía pedir nada mejor para afrontar su madurez. Todo fachada.

Porque en la película de Douglas Sirk predomina una ironía pesada y difícil de digerir, y sin duda el más claro exponente de ello es esa subversión emocional de la estabilidad de los lazos familiares y del sueño americano en general. La normalidad se vuelve asfixiante, la familia no proporciona el apoyo que necesita Cliff y su apego hacia ésta se va minando, se va sintiendo gradualmente más lejos de ellos. Y entonces aparece Norma. Una vieja amiga a quien no ve desde hace veinte años, por la que siempre sintió un gran afecto. Norma es una solterona desencantada con el ideal que encarna la vida de Cliff, que parece casi un reverso de la situación de éste. Al poco de conocerse, ambos recuperan intacto ese viejo afecto mutuo, la confianza y el apego emocional, y al mismo tiempo comienza a resurgir el amor de juventud entre ellos.

En realidad, sabemos cómo va a terminar esta historia. Un amor súbito y pasajero contra los lazos familiares y el sistema de valores que empujan a aferrarse a éstos está condenado al fracaso. La cinta no rehuye del fatalismo, no sucede un milagro conciliador y no existe realmente nunca la voluntad de abrazar, realmente, el cambio. Lo que hay es una ilusión y una vía de escape, algo temporal que terminará inevitablemente cuando los personajes decidan aterrizar de nuevo en su realidad. Pero sería incluso injusto reducir todo lo que tiene que decir la película a esto, porque en "Siempre hay un mañana" no hay un enfoque exclusivo en la pareja ni una desfiguración del trasfondo familiar como si de un mero contexto sin forma se tratase. Sirk da voz también a los hijos y de manera más indirecta a la esposa de Cliff, y su papel en esta historia es frustrante y doloroso. El miedo a que esta nueva situación destruya la estabilidad familiar y a perder un referente paterno, unido a las dudas de sus primeras experiencias románticas propias, es un discurso lúcido y emotivo, casi tanto como el de Norma y Cliff.

La complejidad de los personajes en relación con el conflicto de la cinta es algo realmente fascinante. Sirva de ejemplo la conversación que mantienen Vince y Ellen con Norma. Cuando una Norma enfadada y cargada de razones arremete contra la falta de afecto que demuestran éstos hacia Cliff, no hay ni una sola palabra falsa en sus declaraciones, porque ella entiende a Cliff mejor que nadie. Pero sus palabras rezuman egoísmo y cortedad de miras, y una simple reacción natural de la joven Ellen la devuelve a la realidad. Así se resume la película, en realidad. No hay buenos o malos aquí, ni posturas inherentemente correctas o incorrectas. Simplemente sufrimiento, miedos o claudicaciones por parte de personajes humanos, empáticos, fruto de su contexto y arrastrados por conflictos constantes entre sus emociones y su escala de valores.

Como corresponde a una historia que no pretende elaborar coartadas morales y emocionales fáciles para sus personajes, ésta no carga las tintas nunca ni se deja llevar por la excentricidad o el shock emocional. Es sobria y calmada, un melodrama elegante que deja espacio para conocer a fondo a sus personajes e individualidades, y que enfatiza siempre en la dimensión humana de todos ellos y en la naturalidad de sus interacciones, apoyada por unas interpretaciones magníficas de absolutamente todos pero en especial de Fred MacMurray y Barbara Stanwyck como la pareja de amantes. La película está, además, rodada exquisitamente, con un notable dominio de las metáforas visuales y un énfasis narrativo en los espacios, los encuadres y la posición relativa de los personajes que alcanza niveles de evocación profunda sin necesidad de gritarlo a la cara; pocas veces, sin ir más lejos, se ha transmitido con tanto acierto la angustia emocional casi asfixiante a través de unos encuadres, una expresión corporal y un espacio amplio que se siente de repente confinado y alienante. Y cada uno de estos elementos, visuales, interpretativos, de enfoque y ritmo narrativo, contribuyen de manera esencial a hacer de "Siempre hay un mañana" una obra maestra imperecedera y un hito del melodrama clásico que se eleva como un prodigio de firmeza y contención narrativa, con un discurso melancólico que resuena siempre con fuerza por su sinceridad.

Texto escrito para Cine Maldito.
Ghibliano
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29 de noviembre de 2015
14 de 23 usuarios han encontrado esta crítica útil
Vaya por delante que nunca he sido de los que van rompiendo alegremente sus promesas, entre otras cosas porque las consecuencias suelen ser imprevisibles. Una de las últimas que rompí, sin ir más lejos, me costó un matrimonio. Trece años y tres hijos después que aquel soleado día de julio, sigo preguntándome qué hubiera ocurrido si en vez de jurar y perjurar, ante doscientos invitados y una docena de feas estatuas de escayola que representaban a otros tantos señores barbudos, que defendería, aun con los puños, la fe católica, apostólica y romana, le hubiera dicho a aquel extraño hombre ataviado con faldas verdes qué pensaba en realidad de él, de su fe, de sus faldas y de su irritante e interminable retahíla de inquisiciones y dónde podía meterse, uno tras otro, a los barbudos señores de escayola. Trece años y tres hijos después de aquel soleado día de julio, tras descorchar una botella peregrina que ha caído hace poco en mis manos, romperé de nuevo una promesa. Y otro dios y otra fe habrán tenido la culpa.

“Siempre hay un mañana” transcurre también, como se nos indica nada más empezar, en una soleada California donde siempre está lloviendo y ocasionalmente escondida bajo la niebla. El dato no es baladí: es una película que pertenece a un tiempo y a un director que decidió rodar lo más feo y confuso de las emociones humanas de la más elegante, delicada y sutil forma posible. Nada más lógico, por tanto, que esa lluvia y esa niebla, que la soledad de quien nunca está solo, que el acongojado corazón de plástico y metal de un juguete parlanchín a quien nadie parece escuchar. No, nada de eso es casual; nada lo es, de hecho, en una película que, en muchos aspectos, es un canto al oficio de cineasta, aquel que una vez consistió en elegir un sitio donde plantar la cámara y dejar que fuera ella la que hablara. Qué lejanos tiempos aquellos, en que no era necesario vociferar para hacerse entender. En que todo podía decirse a media voz. En que un delantal y una cafetera poseían el don de la elocuencia. En que no nos tomaban por imbéciles.

No creo equivocarme al pensar que esta es una película que representa todo lo que cinematográficamente admira el misterioso e incorruptible personaje que me ha hecho llegar un mensaje en una botella: la concisión narrativa, el sobrio despliegue de recursos técnicos, la sabia planificación de escenas, la riqueza de significaciones asociadas a encuadres e imágenes. De hecho, conociéndole, no resultaría extraño que el hecho de verla despertara en él un profundo sentimiento de nostalgia. El mismo que ahora me invade mientras cierro otra vez la botella y la devuelvo al agua con su nuevo contenido: un responso por el Dios del melodrama y una promesa rota. Nada del otro mundo, me temo, y mucho menos de éste.

https://lespedresdelcami.wordpress.com/2015/11/29/botella-al-mar-para-el-dios-del-melodrama/
Normelvis Bates
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13 de marzo de 2014
5 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
Una visión realmente certera de un hombre que se siente ignorado por su familia y realmente quemado por la rutina, y una mujer con éxito profesional pero que en el fondo se siente muy sola. Es fácil entender la soledad de ambos.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
luislt
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18 de marzo de 2013
4 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
¿Quién podría discutir lo excelsa de Bárbara Stanwyck?
Desde la historia, que seguramente irá in crescendo aumentando el interés de quien ve esta película, hasta una muy buena interpretación de todos los actores.
Una historia sencilla, de un padre abandonado en su propia casa, a la rutina y la falta de cariño de los suyos. Inconscientemente, pero dejado solo al fin.
Y la aparición de la tentación, siempre presente, de una antigua novia.
Para ver en pareja, cerca de un fuego ardiente.
Sigfrido2
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