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Un ladrón en la alcoba

Comedia. Romance Lily, una carterista que se hace pasar por condesa, conoce en Venecia al famoso ladrón Gaston Monescu, quien a su vez se hace pasar por barón, y se enamoran. Gaston roba al aristócrata François Fileba y huye con Lily antes de que le descubran. Casi un año después, en París, Gaston roba un bolso con diamantes incrustados a la viuda Mariette Colet, pero se lo devuelve y la cautiva de tal forma que lo contrata como secretario. (FILMAFFINITY) [+]
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Críticas 21
Críticas ordenadas por utilidad
10 de marzo de 2011
25 de 25 usuarios han encontrado esta crítica útil
Comedia romántica realizada por Ernst Lubitsch (1892-1947), según guión de Samson Raphaelson, escrito a partir de la adaptación de Grover Jones de la obra teatral “The Honest Zinder”, del dramaturgo húngaro Aladar Laszlo. Se rueda en Paramount Studios (Hollywood, CA) con un presupuesto de 520.000 USD. Producido por Ernst Lubitsch para Paramount Pictures, se proyecta por primera vez en público el 21-X-1932 (EEUU).

La acción dramática tiene lugar en Venecia y París, en 1931/32. El ladrón de guante blanco Gastón Manescu (Marshall), vestido con extrema elegancia, que se hace pasar por barón, se reúne para una cena romántica en la habitación de un lujoso hotel de Venecia con la sofisticada carterista Lily (Hopkins), que se hace pasar por condesa. Instalados en París, ambos se ponen a trabajar en la casa de la millonaria Mariette Colet, (Francis), propietaria de una empresa de fabricación de perfumes y colonias.

Es la primera comedia sonora de Lubitsch. La construye con los elementos habituales de sus anteriores trabajos sonoros (varias operetas, como "El desfile del amor"). Confiere a la obra un aire ligero, liviano, frívolo y desenfadado, por demás atractivo, al que se añaden numerosos enredos diseñados con la habilidad y gracia que caracterizan al realizador. Envuelve la amalgama de estos elementos en una atmósfera de seductora sofisticación y elegancia, reflejo de su manera de entender y hacer las cosas, de su estilo propio y personalísimo, inimitable e irrepetible.

En este caso, los enredos se mueven en dos direcciones simultáneas: el amor a lo ajeno y el sexo. Abundan los malentendidos, sobreentendidos, supuestos, engaños y elipsis, que no se usan aisladamente o puntualmente, sino más bien en cadenas, que llevan las situaciones a posiciones culminantes de ingenio e hilaridad. Con una elegancia exquisita, los actores se echan en cara las verdades, se desenmascaran mutuamente, se intercambian reproches y denuncias, sin perder la serenidad, las buenas formas, la compostura y el culto a la exquisitez. El retrato que compone de la sociedad americana más distinguida y aristocrática contiene trazos descriptivos de refinada ironía y un fondo de crítica acerada, dicha con tanta elegancia como aquella a la que rinden culto sus personajes.

No falta el recurso a las puertas que se abren y se cierran, aportando indicaciones y sugerencias que el espectador puede entender como expresiones de juegos amorosos o románticos, del género más audaz. Una puerta abierta o cerrada puede hablar de deslealtades amorosas, incorrecciones sociales, licencias personales para nada inocentes y de mucho más. En el ámbito de la creación de hilaridad y comicidad no se echan en falta las suplantaciones, los cambios de personalidad, las falsas atribuciones de títulos nobiliarios inexistentes y los juegos que se componen con este tipo de recursos se llevan a límites en los que el realizador demuestra su gran capacidad de imaginación y creación.

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SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Miquel
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7 de diciembre de 2017
21 de 21 usuarios han encontrado esta crítica útil
“ El sentido del humor es una prueba de la inteligencia”, afirma Borges. Por tanto, el necio no tiene sentido del humor, si se me permite una vulgar conclusión silogística.
Si Borges viviese hoy, conservando la vista que perdió prematuramente y acudiese a una sala de cine para presenciar alguno de los engendros de humor soez y encefalograma plano con los que nos castiga el cine de los últimos años, saldría horrorizado a los cinco minutos de proyección, pero para curarse de espanto, en casa, se administraría una medicina infalible y reponedora, por ejemplo , una cinta de Lubitsch, y haría bien…
Existen diferentes tipos de risas. Hay risas deliberadamente ofensivas, destructivas, que emanan de infundados prejuicios, del recelo, de la envidia o de un patético complejo de inferioridad, vitriolo endémico que sufrimos hoy.
Hay risas vulgares y sucias, como la del parroquiano que cuenta chistes verdes en el bar que frecuentamos.
Otras tienen su origen en la simple alegría de sentirse vivo, como cosquillas del alma, nos reímos sin más, somos felices, aunque sea solo unos momentos, eso es todo. Hay risas cómplices, otras sardónicas, incluso de voluptuosidad sádica. Hay risas comprensivas, inteligentes, captamos lo que vemos u oímos y lo celebramos con ese “gesto correctivo”( así definía Bergson a la risa). A este último tipo de risa pertenece el cine de Lubitsch.
Con el sentido del humor trascendemos, salvamos obstáculos, desdramatizamos, alivio estoico, aunque su fuente sea la desesperación. En el fondo “no somos más que vísceras a medio pudrir", sentencia Celine. Riamos, por tanto.
Hay, naturalmente, una tipología para el sentido del humor. El absurdo, como el de los hermanos Marx o el de Samuel Beckett, colindante con el surrealismo y, si me apuran ,del dadaísmo. Aquí pueden entrar en juego la pirueta conceptual del juego de palabras, la pantomima, la mordacidad, la ironía e incluso el sarcasmo. Es un humor destructivo con las reglas, con la moral , pero nunca soez, todo lo contrario, lo inteligente radica en la forma, en la expresión. Con el sentido del humor negro, en cambio, bromeamos con cosas que maldita la gracia que nos hacen, como la enfermedad y la muerte, pero lo hacemos, precisamente para desdramatizar, en definitiva es un estoico consuelo (sirvan de ejemplos la escritura de Celine o el Verdugo de Berlanga). Hay también humor loco, disparatado y circense, el de las “screwball comedies”( La fiera de mi niña, Luna nueva o Al servicio de las damas). Existe también un tipo de humor que siempre he admirado por su sutileza y minimalismo, el humor abstracto, como el de Tati ( Mi tío, Las vacaciones de señor Hulot). Está también el sentido del humor soez, claro está, deleznable e idiota, desgraciadamente el de la mayoría de la películas actuales.. El sentido del humor elegante y sofisficado, donde pueden entrar en juego todos los señalados antes, salvo el humor soez. Y en este tipo, el sofisticado, recala el arte de Lubitsch.
Un ladrón en la alcoba es un prodigio de delicadeza, de elegancia, de expresión ( verbal y gestual), nada chirría, con una gracia alada que aún causa asombro habida cuenta del año de producción (1932).
La historia es lo de menos, dos ladrones de guante blanco (Herbert Marshall y Miriam Hopkins) que se escudan en falsas entidades se alían para un robo de joyas y se enamoran. Nada nuevo, hasta aquí. Pero Lubitsch saca de su varita mágica todo un banquete de juegos conceptuales, de circense y delirante pantomima (véase el final de la película que no voy a desvelar), de humor surrealista (Herbert Marshall, señalando en la terraza a la luna, le dice al mayordomo al comienzo de la cinta: “ Cuando llegue la marquesa, quiero que esa luna esté ahí, solo ahí” y el mayordomo, haciendo gala de su servilismo congénito, balbucea sorprendido un “ Sí señor…sí,señor.
No hay que soslayar la labor magnífica de secundarios impagables y exquisitos como Ruggles o Edward Horton, testigos de los equívocos molierescos de este tipo de historias.

No lo olvidemos, en Lubitsch, el gesto es de importancia capital, a veces, más incluso que la palabra ( y otra vez remito al final, uno de los mejores finales que uno haya presenciado, donde se dan la mano la comicidad y el fulgor romántico), Sin Lubitsch sería impensable un Billy Wilder, esta joya lo corrobora.
Si con Buster Keaton, encaramos todo tipo de adversidades ( guerra, masas de gente enloquecida, tormentas,etc) para conquistar a la amada, si con Chaplin soportamos todo tipo de humillaciones para lograr igual botín sentimental, con Lubitsch, apelando a la sensibilidad e inteligencia del espectador, nos hallamos ante una mayor exigencia, pero el esfuerzo, vale la pena.
Me comentaba uno de los usuarios de Filmaffinity, un competente cinéfilo, que el espectador actual padece de "alergia al cine en blanco y negro". Le doy toda la razón del mundo, el panorama es tan desalentador como el paisaje que Tarr nos muestra en El caballo de Turín.
Proust utilizó la atinada expresión " huérfanos del arte", que es casi como decir orfandad del alma, o de Dios. Una cura para librarnos de ese cáncer es el visionado de películas como esta, un saludable y altruista consejo.
pakos
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6 de febrero de 2010
14 de 19 usuarios han encontrado esta crítica útil
Los años treinta fue una década muy propicia para la comedia, por un lado teníamos la típica comedia americana de enredo y equívocos, (La fiera de mi niña, La picara puritana, Medianoche) y por otro la llamada comedia elegante y sofisticada (Ninotchka, Las tres noches de Eva) de la que Ernst Lubitsch y Preston Sturges fueron sus mejores exponentes.
Un ladrón en la alcoba, no es ni mucho menos una obra menor de su autor, fue una de las primeras películas sonoras de Lubitsch y era la obra preferida de su director.
Me encantan este tipo de comedias distinguidas, elegantes, con esa sensibilidad refinada presente en todas sus escenas, ese cinismo en sus diálogos, ese insinuar sin mostrar, esa puerta que se abre....esa otra que se cierra.
La cinta empieza con una melodía embriagadora, para después mostrarnos los enredos de una pareja de ladrones de guante blanco, en un lujoso hotel de la decadente Venecia.
Herbert Marshall y Miriam Hopkins están maravillosos, el primero con ese aire languido y desinteresado, haciendo gala de una elegancia suprema, y la segunda una rubia platino con aires de princesa (un poco plana para mi gusto, una lastima que en aquellos tiempos no se hubiese inventado todavía la silicona).
Concluyendo, una comedia estupenda, refinada, sutil, de diálogos ingeniosos, elegante y sobre todo muy romántica .
Para concluir, quiero romper una lanza a favor de Lubitsch, un genio de la comedia que era capaz de insinuar mas con una puerta cerrada, que otros directores de hoy con una bragueta abierta.
Walter Neff
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23 de junio de 2009
12 de 16 usuarios han encontrado esta crítica útil
Otra diana de Lubitsch, y me da que bastante infravalorada.

Casi todas las constantes del cine de este genio palpitan aquí con fuerza. Esto es, el finísimo cinismo, la agudeza, el humor elegante y el caústico y falsamente frívolo análisis de las tensiones entre hombres y mujeres, o penes y coños, según cómo se mire.

Miriam Hopkins, como en la igualmente brillante Una Mujer Para Dos, rebosa carisma, y Herbert Marshall está arrebatador, como ladrón de guante rojiblanco, que contribuye a imprimir un toque canalla, gamberro y de falsas apariencias al guión verdaderamente gratificante.

Bien, Ernst, bien.
Barfly
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10 de octubre de 2012
8 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
Otra gran obra de uno de los mejores directores de la historia del cine, a partir de un guión de Samson Raphaelson y Grover Jones. No se trata de comparar cada obra con “Ser o No Ser” (1942) o “Ninotchka” (1939), por comentar algunas de las películas más famosas del realizador; se trata de disfrutar de obras como esta menos conocidas pero con la genialidad del director en cada plano, en cada secuencia narrativa, en los planos sin diálogos que aportan argumento mediante sonidos o sugerencias.

Lubitsch siempre cuenta con el espectador como parte activa del film, con su inteligencia e interés, sabe que lo que enseña el espectador lo entiende, no le deja todo mascado mediante diálogos vacuos o superficiales. Con una imagen sabe decir y sugerir muchas cosas. Hay que estar en unión con sus films, es un artesano de la elipsis cinematográfica, es un artesano narrador de la historia donde todo tiene sentido, cada plano de objetos quiere decir y sugerir algo sin la palabra. Lubitsch tiene ese plus que sólo poseían los directores que crecieron con el cine mudo, sabiendo narrar visualmente y contar con el espectador para contarle algo visualmente sin necesidad de diálogo o de por ejemplo un plano contra-plano, o de un plano general.

El film es otra de sus comedias sofisticadas, muy bien realizada y muy recomendada para amantes del género, que pasarán un rato agradable con esta historia de amor entre ladrones y con unos guiños sexuales marca de la casa Lubitsch. De las primera grandes comedias sonoras del genio, recomendada.
Coverdale1987
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