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Sin amor (Loveless)

Drama Una pareja que atraviesa un divorcio debe aunar fuerzas para encontrar a su hijo, desaparecido tras una de sus peleas. (FILMAFFINITY)
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Críticas 70
Críticas ordenadas por utilidad
12 de febrero de 2021
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Se dice de Andrei Zvyagintsev que es el azote de la Rusia de Putin. Cuando en 2014 estrenó "Leviatán", la película se vendió en todos los festivales por los que pasó como un alegato contra la corrupción que parasita las instituciones del sistema ruso y la prensa no paró hasta elevar a su director a la categoría de archienemigo del Kremlin. Mucho de verdad hay en todo eso, por más que Zvyagintsev se esmere en sacudirse responsabilidades y no se canse de decir que sus historias están ambientadas en Rusia, pero que podrían ocurrir "en cualquier país con cualquier hombre oprimido por cualquier gobierno". A Moscú no debe de hacerle mucha gracia que las películas de este señor nunca pierdan la oportunidad de denunciar las consecuencias nefastas de sus políticas, pero quizá habría que hacer caso a Zvyagintsev y empezar a decir en voz alta que su cine no es sólo un retrato de las miserias de la Rusia contemporánea, sino un reproche brutal a las perversiones que acompañan a la sociedad moderna en general.

Con "Loveless" lo ha vuelto a hacer. En la película hay thriller, drama, discurso político y todo lo que uno quiera, pero aquí no sólo sale mal parado el sistema ruso: aquí recibe palos todo el entramado social occidental. La desaparición de un niño funciona como el mcguffin perfecto para mostrar lo que en última instancia le interesa hacer visible a la narración: la deshumanización del individuo moderno. Mientras buscan al crío desaparecido, esos padres en vías de divorcio están contándonos con sus gestos, sus broncas y su comportamiento qué es lo que falla en el día a día de su matrimonio, cuáles son los males que lastran su convivencia: la tecnología como vía de escape - uno pierde la cuenta de las veces que los personajes se olvidan de una conversación para bucear en la pantalla de sus teléfonos -, la incapacidad para adoptar decisiones maduras - todos los personajes, incluidas las respectivas parejas de cada uno de los padres separados, hacen gala en algún momento de emociones caprichosas o egoístas, más propias de un niño que de un adulto -, la falta de compromiso con el otro - esa "ausencia de amor" que da título a la película es una constante en todas las relaciones: de marido a mujer, de mujer a marido y de ambos padres hacia el hijo -... Pero el dibujo que hace Zvyagintsev de esa pérdida de valores, de la alienación de sus personajes, no se limita únicamente al ámbito privado. Lo que hace de "Loveless" una obra mayor es su diatriba contra unas instituciones que con su burocracia y su anclaje en el pasado perpetúan esa imposibilidad para avanzar hacia el bienestar de la sociedad rusa. Esa insensibilidad hacia el otro, esa "falta de amor", se revela como una consecuencia inexorable de un sistema laboral caduco, en el que la influencia de la Iglesia ortodoxa es todavía insalvable para sus trabajadores, y de un aparato estatal inoperante e incapaz de velar por sus ciudadanos, ilustrado en la película con el cinismo de un inspector de policía que no oculta la pasividad de su departamento a la hora de avanzar en la búsqueda del niño desaparecido.

"Loveless" es todo eso y mucho más. A Zvyagintsev le da igual rodar en el interior de un bloque residencial que en un bosque de las afueras de la ciudad: no existe contexto que altere la potencia de las imágenes, no hay escena que consiga olvidar la ansiedad. La angustia, la atmósfera opresiva y el frío que congela toda esperanza de conectar con el otro (otra vez esa "ausencia de amor", de eso iba la película, ¿no?) están ahí en cada plano, no importa si el entorno es urbano o natural. Y habrá que volver a ver "Loveless", porque uno sale del cine con la sensación de que hay mucha carga simbólica que se queda sin pillar a la primera. Como ese epílogo en el que vemos un trozo de cinta de plástico olvidada en las ramas de un árbol, el único elemento de la historia que remite de alguna manera a un momento de paz y de inocencia. Cada espectador es un mundo y cada uno de nosotros podrá descubrir en ese plano una idea diferente. Yo lo tengo claro. En esas ramas estoy viendo un trineo con una palabra grabada: Rosebud.
Tú a Móstoles y yo a Calamocha
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14 de marzo de 2019
8 de 15 usuarios han encontrado esta crítica útil
Es la primera película que veo de este realizador, aunque tengo pendiente Leviathan, pero desde luego el sabor de boca que me queda es amargo, con ligeros toques de rancio...
Entiendo al cine como arte que es, que necesita avanzar, recursos nuevos, productos nuevos en el cine de autor que tanto público como crítica alaben, pero no es el caso...
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
pelilla7
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26 de agosto de 2018
3 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
La película está bien rodada y se aprecia una inteligente producción, de eso no hay duda. Por eso le doy un aprobado.

Entiendo que la gente que le da tan buena nota es porque es padre o madre y de alguna manera se pueden ver reflejados en los personajes principales. Para los que no lo somos, pienso que la vemos de manera más objetiva.

El cine social se suele topar con los mismos inconvenientes: es un dramón que te quiere contar algún tipo de denuncia pero en el fondo es gore sentimental. Buscando lo más escabroso y situaciones desesperantes para dejarte emocionalmente impotente.

El cine debe ser ante todo entretenimiento. Si luego además tiene un componente social, de denuncia, de crecimiento personal, etc. pues bienvenido sea. Nadie puede estar en contra de eso.

A todas las personas que les preocupa lo social, les aconsejo que visiten organizaciones donde buscan desaparecidos y que las personas que lo viven a diario les cuenten su historia. Ver esta película para decir "lo mucho que me ha llegado" y luego recomendarla por Instagram para ganar likes me parece de chiste.

Esta película es un tostón. Es lenta y monótona. Tiene momentos aburridos. Por otro lado, como ser humano deseas que "sin amor" se convierta "con amor" y que todos ellos encuentren la felicidad.

En definitiva, el cine social es inútil. No aporta soluciones, solo cuenta lo peor de lo peor y te lo intenta vender como real. Y si a lo mejor te despierta un sentimiento de querer revertir la situación, suele ser muy efímero. Se apaga con el paso de los días.
10contra1
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25 de febrero de 2019
3 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
Mucho podría hablarse de lo que tiene esta película de crítica, ya sea a la Rusia contemporánea, o a los malos padres o a la sociedad contemporánea en general que atienden más (como la protagonista de la película) a sus móviles que a sus propios hijos. La crítica, sin embargo, es un gesto de distancias, quien critica se mantiene fuera y señala, con aire superior a aquél al que critica. Crítica proveniente del verbo κρίνειν “krínein” – “separar, decidir, juzgar”. El mismo crítico puede hacer un meta-ejercicio de crítica y separar efectivamente lo que esta película tiene de crítica teniendo, así, encapsulados sus diversos juicios, y pudiendo tomar a la película como un arma más para lanzar al gobierno de Putin.

Sin embargo, el que quiere realmente localizar un problema no lo critica, estableciendo las distancias, sino que se viste de él, y lo construye desde dentro, nunca desde fuera. Si la película puede ser interesante es precisamente cuando logra ser menos obvia (no siempre lo consigue) cuando logra deshacerse de la obviedad de las metonimias y logra vestirse con el traje del vacío. En ese sentido la película consigue transmitir esa gran presencia física que esconde, en su interior, un enorme vacío. Brutal presencia de una mayor ausencia. Cuando la película brilla es cuando la sentimos no en su referente didáctico ni aleccionador sino cuando nos golpea brutalmente con ese vacío.

Es difícil no ver por un lado a Antonioni y por otro a Tarkovsky, dos de los directores más importantes del cine moderno. De Antonioni vemos la comprensión de que lo interesante de una desaparición no está en la intriga de descubrir dónde está la persona en cuestión, no está en la asunción de un futuro al que las aristas del film conducen, sino que se construye a través de una huella, una mancha que se dirige hacia el futuro con un ritmo desesperanzado, ensuciado por la falta de perspectiva, recorriendo espacios contaminados de vacíos y dirigiéndose hacia un futuro igualmente vacío. Lo que importa no es, por tanto el futuro, sino como la imposibilidad de éste mancha el presente como la imposibilidad de cerrar la historia condena cualquier efectividad de las acciones de los personajes, los tortura y los evidencia en su impotencia y en sus dimensiones más oscuras pero, a su vez, más humanas.

De Tarkovsky, por otro lado, tenemos el gran cuidado por la puesta en escena, la sabiduría de los tempos, los ligeros movimientos de cámara que otorgan un penitente ritmo sobre las masas, el gusto por los colores alegóricos, por transmitir todos los estados de ánimo a través de las sutiles coreografías de cuerpos y de cámara.

Sin amor es una serie de espacios vacíos que no esperan ser llenados, que están ensuciados por la imposibilidad de ser llenados (como el final de El eclipse) y de espacios llenos que están vaciados por dentro. El padre que por una vez quiere hacer de padre, pero que sus intentos, completamente desapasionados, solo desvelan una inercia impostada, aparente; la madre que busca desesperanzadamente encontrar el amor que no pudieron darle ni su marido ni su hijo ni su madre y que cree encontrarlo en un hombre muchos años mayor que ella, que a pesar de siempre estar ahí, nunca le otorga ninguna palabra de cariño, dando la sensación de que solo ve en ella (como en esas miradas paternalistas en el restaurante) la posibilidad de acercar el cuerpo de su hija (a quien se parece), que vive a miles de kilómetros de ella y cuyo único contacto es a través de Skype "a ver si vienes a verme un día hija" le reclama "pero si ya te estoy viendo" le responde.

Sin amor es una película que atiende a esa imposibilidad, mostrando como incluso las escenas de sexo están rodeadas de una sensación gélida que pareciera imposibilitar la culminación. El horizonte perdido del niño desaparecido no es más que un horizonte perdido en cada hueco de los personajes, pero cuyo mensaje trasciende a estos protagonistas puesto que la propia película es construida como un vacío a través de las formas, sin piedad.
Feu Follet
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27 de enero de 2018
2 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Terminando de ver “Нелюбовь (Loveless)” (2016) de Andrey Zvyagintsev con Maryana Spivak, Aleksey Rozin, Matvey Novikov, Marina Vasilyeva, Andris Keishs, Alexey Fateev, entre otros. Drama ruso ganador del Premio del Jurado en El Festival Internacional de Cine de Cannes, y nominado al Premio OSCAR en la categoría de Mejor Película de Habla No Inglesa, sigue a 2 padres que viven separados, cuyo relación se ha convirtió en el desamor del título, y viven llenos de amargas pretensiones y sueños incumplidos; y se reúnen después que su único hijo, no deseado, desaparece… el resto es el proceso de búsqueda, y las historias paralelas de ambos padres en su intento por rehacer sus vidas. La ironía es que ellos se detestan, y buscan a un niño que nunca han amado. Aquí hay mucho vacío, impotencia, rabia y reproches, se añaden elementos sobrenaturales e imágenes de gran significado simbólico y artístico sobre una Rusia deshumanizada y sin alma, llena de familias egoístas, que sólo piensan en sí mismos, rindiendo culto a la personalidad que tanto combatieron en el pasado. Al tiempo que muestra una sociedad ahogada en superficialidades como el sexo, la belleza, el dinero y el trabajo. Es como un reflejo de la vida rusa, la sociedad rusa y la angustia rusa, pero es posible relacionarla con otros países; pues la historia refleja que a la policía moderna no le importan las personas. El año de la historia no es casual, pues en octubre de 2012, el pueblo ruso se sentía optimista acerca de una reforma política beneficiosa, y terminó en una decepción en 2015; y se diría que en la Rusia de Putin, la del neocapitalismo salvaje, las personas pierden el tiempo en tecnologías que aparentemente sirven para unir y encontrarse, pero que no sirven ni para hallar a un niño, y que por tanto son totalmente indiferentes de lo que ocurre a su alrededor. Es curioso que la historia empiece con imágenes invernales, y luego pase al otoño, para acabar otra vez en invierno. Es una idea clara del gran impacto emocional que aporta la ausencia constante del niño, o la relación enfermiza que los unía, y que no han podido seguir con sus vidas: La madre corriendo sin ir a ningún lado, como la Rusia actual que no prospera en lo social, y que sólo toma interés en la guerra, olvidándose de la gente; y el padre, que le da igual si pierde un hijo, tampoco desea más... Del reparto, los debutantes Aleksey Rozin y Maryana Spivak como los padres brindan un avasallador “tour de forcé” que no da lugar alguna a la sobreactuación. El final es desolador, un vacío que ahoga al espectador. “Nadie sabe lo que tiene hasta que lo pierde”
RECOMENDADA
NO tendrá nota en Lecturas Cinematográficas.
http://lecturascinematograficas.blogspot.com/
Alvaro Zamora Cubillo
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