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Bajo el volcán

Drama México, 1938. Celebración del día de Difuntos. Con su país al borde de la guerra con Alemania, el cónsul británico en México, Geoffrey Firmin (Albert Finney), corta todo contacto con sus familiares y se sumerge en un proceso de autodestrucción mezclando el alcohol con los recuerdos (FILMAFFINITY)
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Críticas 17
Críticas ordenadas por utilidad
12 de noviembre de 2009
36 de 42 usuarios han encontrado esta crítica útil
"Pero, repentinamente, la calle Nicaragua se alzó para encontrarlo... ".
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Como curiosidad previa, el proyecto pasó por manos de directores como Jules Dassin, Luis Buñuel o Joseph Losey, entre otros rutilantes nombres.

Al final, Huston se tiró a la piscina con escasísimos medios y un Albert Finney en plan estelar.

El espectador asiste a este paseo por un eterno y joyceano 'Día de los muertos' en Quauhnahuac un poco desde el chascarrillo del vapor etílico, y otro poco desde la admiración por la composición del protagonista y las sentencias del guión. Espectador-observador de un deliríum caracterizado estupendamente en lo interpretativo.

Y como intentona, reconozco que interesa más que otras películas de narrativa clásica quizás algo apolillada si de introducirnos en la primera persona de un alcohólico se trata. 'Días de vino y rosas' está muy bien, pero es una 3ª omnisciente la que señala con el dedo (aunque se disfrace de confesión). Está muy bien, pero es otra cosa.

Aún recuerdo la novela, aunque hace tiempo ya. El respeto reverencial, joven, y el extravío ante las referencias a la Cábala y Dante del prólogo, la contraportada o qué sé yo dónde lo vi. Al final, leyéndolo, creo que no me metí del todo en la médula del relato (pasa a veces con algunas historias que te llegan demasiado pronto o demasiado tarde). Fue algún tiempo después cuando empecé a apreciarlo por partes, en una deconstrucción revisionista de pasajes sueltos que me descubrió un libro que se me iba agarrando a la grisalla junto con la convicción de que hay que leerlo lo suficientemente borracho y lo suficientemente solo.

Y un poco eso es lo que le falta a la cinta de Huston: no meternos el mezcal en nuestro proceso digestivo, pese a que el director procura solventar el asunto con planos inclinados y leves balanceos de cámara. Pero se echa de menos una perspectiva alcohólica más intensa; sólo a ratos se respira cierta suciedad destilada por las mesas, el desamor y la empeñada autodestrucción como delación del perfil absurdo de la existencia... En la película los suelos no son sino plataformas horizontales en las que caer o resbalar entre adoquines, no paredes vaporosas que emergen verticales como las conurbaciones nimbadas de un volcán.

Interesante película, mediana adaptación. Enorme tentativa.

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"... El Cónsul yacía boca abajo en la calle desierta". Malcolm Lowry, 'Bajo el volcán'.
Bloomsday
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21 de mayo de 2009
33 de 37 usuarios han encontrado esta crítica útil
No sé de dónde había sacado yo que esta era una película menor de Huston.
Pues no. Una de las más infravaloradas, sin duda, en dura competencia con la incontestable Los Que No Perdonan, uno de los mejores westerns rodados por el ser humano sí o sí.
La vi ayer y me maravilló. Un guión que no hace prisioneros, diálogos maravillosos,un retrato fascinante del México de los años 40, una alargada sombra de fatalismo y perdición envolviendo todo el metraje, una gran dirección de Huston y, sobre todo, un trabajo impresionante de Albert Finney como uno de los alcohólicos más veraces vistos en pantalla. Una joya. Supongo que la obra en la que se basa, de próxima lectura, tiene también mucha culpa, pero...
Qué grande era Huston.
Peter Gabriel 77
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9 de octubre de 2011
17 de 17 usuarios han encontrado esta crítica útil
A Geoffrey Firmin (Albert Finney) le conocerán siempre como el Cónsul, aunque ya no ejerce su responsabilidad de diplomático británico, pero continua en México, y en especial el Día de los Muertos de 1938 se pasea por las calles de Cuernavaca sin buscar respuesta a sus delirios consecuentes en cada sorbo de botella que bebe como el aire que se respira entre las faldas de los volcanes Iztaccíhualt y Popocatepétl , convertidas en humeantes guardianes de su destino y compañeras de su soledad. En sus andares, descalzo y sin rumbo fijo, Firmin espera al amanecer de ése día como un fin más de su vida. Su orgullo y sinceridad no le evitan encararse a su mujer Yvonne (Jacqueline Bissett) que ha regresado de su larga ausencia y de su aventurero hermanastro Hugh (Anthony Andrews) que ha conocido la Guerra en España, entre otras aventuras, mientras en Europa está a punto de estallar la Segunda Guerra Mundial.

Huston, amante de los viajes, pero especialmente de asentarse en dos grandes países que marcaron su vida como lo fueron Irlanda y México, adaptó la compleja novela de Malcolm Lowry, extenso manuscrito de más de cuatrocientas páginas (incluso llegando a ser reescrito por su autor en más de una ocasión) y que describen en un día la agónica procesión de un diplomático alcohólico que se sincera con todo el mundo mientras ahoga el drama de su pasado. En México saben que desde la Muerte se exhala una fiestera vida dónde todos se congregan en reunión y comunión con los Muertos. Pero también con la Verdad. La Verdad de Firmin en no arrojar la toalla, pero tampoco a que nadie sienta compasión por él, con la sospecha de que su hermanastro y exmujer mantuvieron un romance a expensas de su orgullo. El Tequila le supone para Firmin no solamente un compañero de viaje de andares bailotescos, sinó también su oxigeno y su arma contra ese mundo que cree egoísta y en que él arroja su verdad (desde los acontecimientos políticos que se ciernan a su confrontación con Yvonne y Hugh).

Antepenúltima película de John Huston que no empezaría los ochenta con buen pie. Prueba de esas irregularidades de una filmografía que empezaba a decaer se muestran con el thriller psicológico “Phobia” (1980); la bélica y futbolera “Evasion o Victoria” (Victory, 1981); o la azucarada adaptación de Broadway “Annie” (1982), antes de recorrer nuevamente a la maestría, lo que implicaba dirigir con total libertad, en las notables “El Honor de los Prizzi” (Prizzi´s Honour, 1985) y “Dublineses” (The Dead, 1987). “Bajo el Volcán”, sin lugar a dudas, forma parte de éste segundo grupo. Y con la lastimosa idea de una muerte que se avecinaba a lo lejos.
Natxo Borràs
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22 de febrero de 2012
11 de 11 usuarios han encontrado esta crítica útil
En sus últimas películas, John Huston adaptó un par de clásicos modernos al cine con originalidad y solvencia. Se ocupó del último relato de los Dublineses de Joyce, "Los muertos", y también se atrevió con Bajo el volcán, la novela de Malcolm Lowry. Y digo que se atrevió porque son dos autores de especial dificultad en su lectura y aún más, por tanto, en su adaptación cinematográfica.
Bajo el volcán cuenta la historia de Geoffrey Firmin, un cónsul que pasa sus días en Cuernavaca (México), en 1938, con la II Guerra Mundial respirándose en el aire. Literalmente, el personaje encarnado por Albert Finney se pasa toda la película borracho, y entre bandazo y bandazo, descubrimos la enorme pena que arrastra, que no es otra que el abandono de su mujer.
Junto con sus miserias, Huston sabe pintar con solvencia el ambiente enrarecido de la época, y más concretamente en México: la amenaza nazi, la superstición y la religión a flor de piel, los ecos de la Guerra Civil Española, etc. El ambiente, poco a poco, empieza a absorber a nuestro protagonista, quien, embriagado constantemente, no es consciente del infierno hacia el que se dirige.
Bajo el volcán podría hacerse muy cuesta arriba de no contar con la maestría de Huston. Todo se sostiene sobre un único personaje, el escenario es complejo y difícil de retratar y el argumento no es muy amplio. Afortunadamente, los galones de Huston salen a relucir y Bajo el Volcán supera la prueba. Es una película rara, a ratos un tanto hermética, pero de una extraña belleza.
juanantlopez
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28 de junio de 2017
7 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
La película me la recomendó un psicólogo. Ahora que, varios años después, la he visto, me gustaría volver a hablar sobre la misma con él. Sin embargo, ya no mantengo el contacto.

Tiene algo especial, como lo tienen muchas películas de antes... con las que siempre me digo: "ya no se hacen las películas así". Debe ser el ritmo: lento para los tiempos que corren, pero que ayuda a introducirte en la atmósfera, a pensar mientras miras.

Una historia triste que me ha servido como alternativa a unos tequilas en esta calurosa noche de verano.
OpaqueeyeS
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