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El trapero (Historias para no dormir) (TV)

Drama. Intriga. Terror En un arrabal de Londres, en la época victoriana, vive un trapero llamado Edmon, junto a su madre, Berenice, y un hijo, Bernard, cuyo cerebro está trastornado a causa del alcohol. En el cementerio, que se encuentra situado cerca de la casa del viejo trapero, comienzan a descubrirse tumbas profanadas... Remake televisivo (en color) de un episodio homónimo dirigido por Narciso Ibáñez Serrador en 1964. (FILMAFFINITY)
Críticas 3
Críticas ordenadas por utilidad
27 de octubre de 2018
7 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
Tres grandes actores, un maestro del género del terror,(Edgar Allan Poe) y seguramente el mejor director de televisión que ha habido en cuarenta años de historia del medio en España. Eso es lo que se necesita para realizar una obra maestra de la pequeña pantalla.

Siendo un poco quisquillosos podemos criticar que la acción se haya situado en la inglaterra victoriana, chirrían un poco los acentos de los actores españoles cuando hablan de "Liverpul", "Guestminster" por ejemplo, que el trapero hable más bien como un catedrático de Cambridge y que sea la obra demasiado teatral ( solo hay prácticamente dos escenarios en toda la hora y quince minutos que dura).

Pero eso no quita un ápice para que podamos disfrutar de una historia de terror más psicológico que efectista, con su correspondiente dosis de misterio.
peleon
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12 de mayo de 2021
5 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
153/13(11/05/21) Inquietante cuarto episodio en color de la tercera temporada (14 años después de la segunda en b/n) de la serie de culto creada por Narciso Ibáñez Serrador para RTVE, donde el creador del mítico concurso “Un, Dos, Tres” dirige y guioniza (bajo su seudónimo habitual de Jaime Peñafiel), adaptando libremente el cuento de terror de uno de sus escritores fetiche, como es el bostoniano Edgar Allan Poe (1809/1849), “Berenice”, publicado por primera vez en el periódico Southern Literary Messenger, en el año 1835. Los lectores del SXIX tomaron el relato como sádico y espeluznante. Teniendo una estructura marcadamente teatral, con pocos escenarios claramente platós (mayormente el deprimente hogar del trapero, con su muda esposa y su alcohólico hijo), y escasos personajes. Una historia pesarosa que te cala por el patetismo de sus protagonistas, todos unos perdedores sin más futuro que lo aciago, donde cada uno intenta sobrellevarlo a su modo, el padre Edmond (encarnado por Narciso Ibáñez Menta), lo hace con una vena de optimismo y alegría impostada, mientras su hijo Bernard (Daniel Dicenta) lo hace volcado en el alcohol y la rebeldía agria, la madre (Aurora Redondo), e una ama de casa silente melancólica. Incluso aparece otro ser marginal como una prostituta (Amparo Baró) que su único objetivo es conseguir dinero para volver a su ciudad (Liverpool). En este sub mundo de podredumbre con la coronación de la Reina Victoria de Inglaterra (20 de junio de 1837) de fondo, para contrastar el boato del lujo de la monarquía con la pobreza de sus súbditos que veían la corona como algo suyo, respetándolo y queriéndola. En este contexto se produce un cruento asesinato de una meretriz, visto en ingenioso subjetivo, desde el punto de vista del asesino, con lo que sentimos el horror de la víctima que no puede escapar a su letal sino, esto en realidad es un auto-plagio de uno de los asesinatos vistos en la película de ‘Chicho’ de 1969, “La residencia”.

La cinta tiene su fuerte en el terror psicológico latente que genera en los ententes entre el carácter buenista de Edmond y su vástago Bernard, un tipo arisco y de aires violentos, ello llevado en un crescendo dramático donde el padre comienza a sospechar que su hijo es un criminal sanguinario, la tensión que se cuece en sus enfrentamientos es cortante; Hay una subtrama que se siente desconectada de la principal, que acontece en una taberna con prostitutas, parece un apósito para rellenar metraje con una sub historia parche, pues parece otro relato en sí, con epicentro en un asesinato que parece salido de ‘Jack el destripador’, maravillosamente rodado, con una intensidad de thriller del horror notable. Pero realmente, cuando lo piensas no tiene relevancia con la historia principal, es el modo de ‘Chicho’ de meter en la historia unos dientes (de oro), que están en la historia ‘poeniana’, “Berenice”, de hecho cuando termina y todo se resuelve genera una laguna narrativa. Todo esto coronado por un giro final ingenioso, que da un nuevo sentido a lo visto, aunque con una incongruencia (spoiler).

Daniel Dicenta borda su papel (me recuerda mucho a Gary Oldman), desborda testosterona, rabia interior, carácter pendenciero, con un poderío en su ira oral arrollador, muy buena labor; Narciso Ibáñez Serrador me chirría (como bien comenta Peleon FA) que un trapero hable tan bien y de modo tan locuaz, parece un profesor de universidad, cuando debería parecerse más a su hijo en el modo de expresarse con ‘bajería’ social, esto no es nada realista, y resta capacidad de inmersión.

Entre la puesta en escena destaca la cámara en primera persona mencionada para convertir al espectador en homicida y a la vez sentir el pánico ante la muerte de la inocente víctima; También es reseñable la siempre efectiva música del argentino Oswaldo Rios (“La Residencia” o “Curro Jiménez”), elevando la tristeza y la zozobra ambiental.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
TOM REGAN
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18 de septiembre de 2021
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Chicho nos camufla en un pantano mugriento de aguas marrones, verdosas y grisáceas, para que traguemos restos de paquetes de tabaco, plásticos, cosillas, estiércol. La estética feísta es aquí, desde el primer minuto, algo crucial para entender la historia y con "entender" no me refiero a la comprensión del argumento, sino a lo que quiere contar pues, como siempre, la disección psicológica que hace de los protagonistas es siempre una de sus virtudes. A ello ayuda su padre, "el hombre de las mil caras" español, Don Narciso Ibáñez Menta que, con una realista, y teatral cuando toca, interpretación consigue que el espectador tenga empatía por sus actos. Y es ahí cuando Chicho puede hacer lo que quiera con nosotros, espectadores que nos regodeamos en esos suburbios y sórdidos ambientes británicos del siglo XIX. Gente sin demasiada esperanza, alcohol, pobreza, suciedad, sangre, prostitución para percibir esta historia como una alegoría del presente. Porque Chicho siempre habla del presente, comparte esto con los grandes directores; da igual cuando veas sus películas, pues siempre habrá una lectura para cualquier época. Su legado es ese, de ahí que sus películas no envejezcan. Chicho nos habla de sentimientos y, sobre todo, desde el sentimiento.
gpiqueras
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