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In the Crosswind

Drama 14 de junio de 1941. Sin previo aviso, decenas de miles de personas en Estonia, Letonia y Lituania son expulsadas de sus hogares. El objetivo de esta operación -llevada a cabo por orden del líder soviético, Joseph Stalin- es purgar los países bálticos de sus habitantes nativos. Erna, estudiante de filosofia, felizmente casada y madre de una hija pequeña, es deportada a Siberia. (FILMAFFINITY)
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Críticas 13
Críticas ordenadas por utilidad
19 de enero de 2016
51 de 54 usuarios han encontrado esta crítica útil
Es una pena que el cine se haya convertido en un arma de entretenimiento vacío y desechable.

Es una pena que haya gente que vaya al cine con prisa, mirando el móvil a cada rato.

Es una pena que arriesgar sea revitalizar de nuevo Spiderman con otro actor.

Es una pena que cueste aceptar a la belleza como una cualidad fundamental y suficiente para alabar una obra.

Es una pena que la emoción sea tan impuesta en nuestros días.

Es una pena que haya gente que jamás vera esta película.

Es una pena que no la vean porque es en Blanco y Negro.

O porque hablan una lengua extraña.

O porque es “otra historia de la Segunda guerra mundial”

O porque esta obras tardará años en llegar a nuestras salas.

Es una pena porque la ópera prima de Martti Helde merece ser vista, admirada, distribuida, contemplada. Risttuules es osada en tantas formas que parece increíble que exista. Cada uno de los 21 Tableau Vivant es de una belleza apabullante, Risttuules a veces se ve, pero la mayoría de las veces se admira. La emoción escala. Escala porque es una historia dura, que destroza. Pero también emociona porque la belleza emociona, nos turba. Síndrome de Stendhal. Las palabras llenas de dolor de Ema se mezclan con una pirueta artística, si se puede llamar de alguna forma a lo que Martti Helde hace. Parar la locura, la emoción, el dolor, la desesperanza, la perdida, la humanidad, la vergüenza. Parar el momento justo en que todo ocurre. Calmarlo. Recorrerlo. Con su cámara. Con nuestros ojos.

Dicen que en el cine, ya está todo inventado, y quizás sea cierto, pero aún quedan tantas formas de usar estas invenciones, aún quedan tantas formas diferentes de narrar lo mismo. Aún quedan tantas cosas por narrar. Pasarán otros 120 años y el cine seguirá siendo el arte más vivo, libre y contemporáneo. O al menos mientras haya locos como Helde.
Charlotte Harris
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2 de diciembre de 2015
20 de 22 usuarios han encontrado esta crítica útil
Martti Helde, en su primer largometraje, firma una obra “perfecta”. Es difícil empezar a hablar de la película porque la cabeza se llena de escenas inolvidables, de imágenes bellísimas, de sutileza, de ritmo –lento, eso sí-, así como de sorpresa y tensión; de todo lo que te envuelve durante su visión y que conduce a un final sublime, enorme en su sencillez, digno de un poeta más que de un director de cine.
“Risttuules” narra la tragedia vital de Erna y su familia cuando Stalin ordena las purgas y expulsión de los nativos de los países bálticos, en el año 1941. La tragedia de centenares de miles de estonios se presenta en la película, acompañando a la propia tragedia de Erna. Dicho esto, es fácil pensar en un documental, en una historia espeluznante, en una película violenta… Sin embargo, Martti Helde nos ofrece una obra de arte. Su evidente pretensión de hacer una obra de arte, se nos da con una autenticidad, con una convicción tal, que conmueve y fascina por la sencillez con que presenta lo complejo, así como aquello que no vemos.
La poderosa narración visual se refuerza con la voz en off: las palabras que dejó escritas Erna durante su desgracia. Y hay que decir que la lengua de los estonios, en la dicción y el tono de Laura Peterson, es puro placer (Heldur…). El texto es de una calidad poética que puede resultar fría, pero que por dentro estremece, de tanto calor como transmite el dolor.
La narración visual es de una originalidad artística que fascina y cautiva. No diré más porqué en cierta manera es el hilo conductor de la obra. Sólo añadiré que se percibe el delicado trabajo del director en todos los detalles… Sí, también hace poesía con la imagen. Y hasta creo que dedica algunos homenajes a pintores como Goya, Brueghel el viejo, y a todo el barroco… En cuanto a la fotografía, los cuadros y escenas, la película es sobresaliente en todos los sentidos.
La música acompaña adecuadamente a las imágenes, sin reforzarlas más allá de lo necesario, simplemente acompañando. No me cautivó la música, pero acompaña muy bien y no tapa los demás sonidos, que también nos hablan.
Y en el fondo… es una historia de amor. Una profunda y triste historia de amor en medio de la tragedia, de la vergüenza y de la desgracia. No nos habla de Stalin y el terror, nos presenta la injusticia más cobarde destruyendo la vida, la libertad y el amor.
Cuando parece que todo está explorado, surge Helde y nos cuenta que no, que aún hay mucho cine por hacer... Su cine es el cine que te llega al alma por lo bello, al estómago por lo duro y al corazón, en agradecimiento a la experiencia maravillosa que te ha hecho vivir. Este cine “estético” me parecía casi extinguido. “Risttuules”, si te gusta el cine que arriesga y acierta del todo, no te la pierdas, me lo agradecerás, como es justo que yo se lo agradezca a David Tejero, que gracias a él la hemos podido ver en el Festival de cine de Gijón.
El dolor y la injusticia, la supervivencia, la soledad, la esperanza (Heldur…)… Sin libertad es como si la vida se quedara helada… Y al final, la realidad, ¡que duele tanto! por tantas cosas a la vez, que Martti Helde consigue que te replantees como ser humano. Y parece decirnos, o eso entiendo yo, que sólo el amor es inmortal y el motor del mundo.
Es de aquellas películas que cuando acaba, por unos momentos te deja contuso. Algo se ha revuelto dentro de ti. Pareces sentir como todos los personajes de Risttuules: Todos son seres a los que les han robado el alma, siguen siendo humanos, pero les han robado el alma. Erna i Heldur transmiten (ella sobretodo) esa pérdida y el deseo vano de recuperarla.
No la olvidarás. Aún en el dolor, la poesía persiste.
gerard
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17 de mayo de 2018
12 de 14 usuarios han encontrado esta crítica útil
[Advierto a quienes piensan que el interés de una película radica en saber cómo acaba que este comentario revela detalles del argumento.]

Según sus propias declaraciones, Martti Helde ha pretendido con este film mantener vivo el recuerdo de sus compatriotas que sufrieron la barbarie estalinista en lo que él llama «el holocausto soviético». Pero, más que política o histórica, su mirada es básicamente poética.

El cuerpo central de la película lo constituyen trece «cuadros vivos», es decir otros tantos planos de duración variable entre tres y seis minutos, en los que los personajes quedan inmovilizados, congelados en su movimiento, lo que no implica la detención de la película en un determinado fotograma, pues vemos cómo el viento agita la vegetación y las ropas, y, sobre todo, cómo la cámara se va deslizando en continuo tránsito por entre los personajes buscando siempre reencuadres nuevos y multiplicando los centros de atención en unos escenarios generalmente amplios. Tampoco la banda sonora, compleja y trabajada, se detiene, y, además de la voz en off de Erna, la protagonista, que acompaña a toda la narración, seguimos escuchando ruidos, voces lejanas, cuchicheos, sonidos animales...

La mayor parte de los experimentos en busca de innovaciones en los modos de representación suele concluir en fracaso, probablemente por nacer de una voluntad extrínseca de originalidad más que de unas necesidades internas de expresión que los determinen y justifiquen. Aquí estamos ante una clara ruptura con los códigos narrativos habituales que no tiene nada de experimento gratuito. La voz de Erna cuenta: «Los años más hermosos de mi vida pasaron como si estuviera congelada». Es esa congelación o paralización del tiempo la que nos transmite la fijación estática de las figuras humanas. Así, el lenguaje visual no utiliza metáforas, sino que es metafórico en su misma estructura, y es la propia forma de la metáfora la que significa, lo que excluye la sensación de artificialidad, tan habitual en los experimentos formalistas.

Ese modo de representación cubre otra función importante: el extrañamiento del espectador respecto de la realidad representada, pues se le recuerda de modo permanente que lo que está viendo es «solo» una representación de la realidad, y se lo enfrenta, por tanto, con el discurso fílmico en cuanto tal. Extrañamiento muy probablemente necesario para evitar la manipulación emocional e intelectual a que el cine con tanta facilidad se presta.

Si Tarkovski quería «esculpir el tiempo», Helde lo que hace es congelarlo y dedicarse más bien a «esculpir el espacio», tarea en la que a veces llega hasta su misma desestructuración, en la que acaso se podría percibir un cierto aliento cubista: se nos muestran a la vez distintas perspectivas de una misma situación en coexistencia «imposible» desde unos esquemas narrativos realistas: por ejemplo en el tercer cuadro, en el interior del tren, veremos tres veces a Erna y a su hija, en actitudes distintas, posibilidad que, en términos reales, quedaría excluida por la propia instanteneidad de la toma.

En el primero de los cuadros hay una peculiaridad que no volveremos a ver: un elemento de la «acción» [de la «no-acción», diríamos más bien], el camión, se mueve, y la cámara se mueve con él y sobre él, y contemplamos así el distanciamiento de los protagonistas alejándose de su casa, de su mundo, de su vida. El minuto y medio que dura ese travelling me parece uno de los momentos más afortunados de la película: momento decisivo, de tensión profunda, contado con dramatismo sordo, contenido, y con una sencillez extrema.

Otro travelling muy distinto pero igualmente memorable es el del momento no menos crítico, en el segundo cuadro, en la estación, donde Erna y Heldur van a ser separados para siempre uno del otro. Los veremos, primero, abrazados, rostro contra rostro y con Eliide agarrada a las piernas de su padre. La cámara los rodea en un giro de 360º, pasa por detrás de otro personaje que oculta por breves segundos a los protagonistas, y cuando inmediatamente volvemos a encontrar a Heldur, este está ya solo; la cámara se distancia de él y nos lleva hasta Erna, con su hija, en uno de los vagones, mirando hacia donde se encuentra Eldur. Momento de especial intensidad, rodado con gran habilidad —lo mismo que todo el plano, especialmente brillante—, que, por su dramatismo explícito, contrasta con el momento del alejamiento de la casa, a que aludía en el párrafo anterior. Plano filmado con notable patetismo, acaso innecesariamente subrayado por la música, que no deja de conferirle un aire relativa y lejanamente hollywoodense. Helde parece a veces forzar peligrosamente las cosas para llevarlas hasta un límite —su propuesta es, sin duda, arriesgada en varios sentidos—, aunque, en general, sabe detenerse antes de cruzarlo.

Es loable la evitación de la truculencia que caracteriza el cine contemporáneo al abordar temas de esta índole. Y quizá uno de los grandes méritos de la película es el evitar el sentimentalismo, que bordea con limpieza, a pesar de estar continuamente referida a los sentimientos. Buen ejemplo de ello es el cuadro que narra la muerte de Eliide. La gravedad de la niña se nos había transmitido ya en el plano anterior, en que la veremos en la cama, dormida o inconsciente (en una de las imágenes más pictóricamente barrocas del film), con su madre, evidentemente abrumada de dolor, a los pies del lecho. Un largo fundido en una luz blanca deslumbrante parece simbolizar la muerte de Eliide, luz que se transmite al cuadro siguiente y que, al atenuarse progresivamente, va convirtiendo unas formas inicialmente espectrales en un bosque de abedules. La cámara sigue su lento desplazamiento hacia la izquierda hasta encontrar a Erna, apoyada en un árbol, y, a su lado, medio disimulada entre los árboles, una cruz. La voz en off de Erna nos transmite de forma indirecta y progresiva la muerte de su hija. .../...
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Ludovico
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3 de diciembre de 2015
9 de 12 usuarios han encontrado esta crítica útil
En el lapso de tiempo que va desde el pacto Ribbentropp-Mólotov entre la Alemania nazi y la URSS de Stalin hasta el inicio de la Operación Barbarroja por parte de las tropas de Hitler, multitud de naciones quedaron a merced de uno y otro bando. Una de ellas fue Estonia, cuyo carácter nacional, que había conseguido mantener con dificultades durante los años 20 y 30, fue aniquilado de golpe y porrazo por el régimen estalinista. La inestabilidad política que vivió el país, el más cercano a Rusia de los tres bálticos, no fue sino la punta de lanza de algo mucho más grande: en junio de 1941, miles de personas fueron expulsadas de sus hogares y de su territorio por las autoridades soviéticas, siendo trasladadas a la fría Siberia para realizar diversos trabajos. El objetivo de esta maniobra no era otro que purgar la población nativa de los países bálticos para evitar las revueltas y la oposición a Moscú que desde estas naciones se venían produciendo desde hacía dos años.

Para contar esta barbarie, una de las muchas que el gobierno de Stalin perpetró durante estos años (y que quedaron olvidadas por las aún más horrorosas fechorías de Hitler), el cineasta estonio Martti Helde ha dirigido Risttuules (In the Crosswind), un drama que recorre el exilio siberiano de la madre y esposa Erna a través de las cartas que esta mujer le escribió a su marido narrándole los pormenores de sus vivencias. Pero lo verdaderamente sorprendente se encuentra en la forma de contarlo; Helde dispone que su reparto al completo se quede paralizado mientras la cámara recorre el escenario. El sonido de fondo se mantiene intacto, con todos los ruidos naturales, artificiales y algún que otro diálogo. Pero los personajes que vemos en pantalla están plenamente inanimados, sin pestañear, gesticular o mover una sola articulación.

Se trata de una técnica tan sencilla como efectiva. Gracias a esta parálisis, Helde es capaz de transmitir la tortura física y moral de las víctimas de una forma directa y poética, que casa a la perfección, aunque suene paradójico, con la belleza de esos planos en blanco y negro que recorren varios pasajes de unas vidas condenadas a sufrir sin razón. No hace falta decir que la única voz que escucharemos en pantalla durante la mayor parte del metraje será la propia Erna, que irá narrando tanto los episodios más violentos de este exilio forzado como algunas pequeñas alegrías que siempre se encuentran incluso en los momentos de mayor decadencia.

Pero el director tampoco permite ser víctima de su propia idea. Cuando la situación concreta lo requiere, Helde no tiene problema en darle al pulsar el play en el mando actoral para que el movimiento vuelva a lucir en pantalla. Risttuules, en ese sentido, tampoco es una película que asfixie al espectador. Por mucho que se eche de menos algo más de veneno en situaciones concretas, Helde prefiere sacrificar el contexto para permanecer fiel a esta triste hermosura que denotan todos y cada uno de sus fotogramas.

El resultado, como no podría ser de otra manera, es excelso. Risttuules demuestra que existe otra vía para contar estos horrorosos episodios de terrorismo gubernamental sin necesidad de sacrificar aspectos del guión o sus propios protagonistas (¿acaso alguien puede terminar impertérrito ante el personaje de Erna?), consiguiendo de igual manera toda una master class en el arte de la puesta en escena. Los estonios (y, por extensión, todas las nacionalidades que sufrieron similar opresión) seguramente puedan estar orgullosos de cómo uno de los suyos ha impartido justicia cinematográfica para recordar a aquellas víctimas, muchas de ellas niños y niñas, que fueron desposeídas de una vida que no debería haber pertenecido a nadie más que a ellos.


Álvaro Casanova - @Alvcasanova
Crítica para www.cinemaldito.com (@CineMaldito)
53 Festival Internacional de Cine de Gijón
Kasanovic
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8 de diciembre de 2015
7 de 9 usuarios han encontrado esta crítica útil
In the Crosswind trata uno de los pasajes más desconocidos del siglo pasado: el genocidio soviético que sufrieron más de medio millón de ciudadanos bálticos. Lejos de ser una crónica histórica al uso, la película entiende que la mejor manera de actualizar tal injusticia es apelando a las emociones del espectador. Allá donde otros títulos responden con una sucesión convencional de fechas y eventos, In the Crosswind propone veintiún planos secuencia rodados en blanco y negro, como si la cámara fuera un pintor o un poeta que escudriña las criaturas de su 'tableau vivant'. En paralelo, la voz en off de Erna, una de las víctimas de la purga que promovió Stalin, da cuenta del dolor latente, de las esperanzas contenidas y del largo via crucis que sufrieron las miles de personas que fueron deportadas sin motivo alguno al frío de Siberia. Todo ello configura una propuesta única, sensorial y experimental, capaz de expandir los horizontes del lenguaje cinematográfico con tropos y formas de otras disciplinas artísticas. Un mérito mayor si tenemos en cuenta que se trata de un film levantado por estudiantes de cine recién licenciados en un país que, a pesar de habernos regalado joyas como Klass, The Temptation of St. Tony o Mandarinas, cuenta con una industria más que reducida. Martti Helde consigue aquello que no lograron los libros de historia: que las atrocidades que tuvieron lugar en Estonia, Letonia y Lituania durante los años 40 queden grabadas a fuego en la memoria del espectador. Por su novedoso lenguaje y el aplomo de todo su equipo, In the Crosswind merece ser reconocido como uno de los hallazgos más interesantes de la temporada.

@Xavicinoscar, Cinoscar & Rarities
http://cachecine.blogspot.com
Xavier Vidal
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