Me siento rejuvenecer

Uno de los directores que más me interesan del cine norteamericano es Howard Hawks, probablemente fue más versátil que John Ford, menos fallido que John Huston y con un sentido del humor que no tiene nada que envidiar a Billy Wilder.

Sin embargo en general sus películas no terminan de ser inmensamente conocidas, tiene algunas muy buenas que están muy mal valoradas o son semidesconocidas como “Tierra de faraones” y otras más clásicas como puede ser “Luna nueva” no terminan de verse lo suficiente.

Son muy pocas las películas que no me agradan de su filmografía, pero puesto a señalar alguna, podría cita esta que lleva por nefasto título en castellano “Me siento rejuvenecer” –ojo, que el original de “Monkey Business” es casi peor-, no digo que sea mala, pero comparándola con otras obras de Hawks, se queda en mera anécdota.

El dúo de protagonistas, Cary Grant y Ginger Rogers, carecen de chispa entre ellos, y muchos de los momentos cómicos (lo mejor del film), están descompensados con otras partes más plomizas.
También se pierde una oportunidad de hacer algo más sofisticado, tipo Lubitsch, al presentar todo el universo de la infancia y de la recuperación de la juventud excesivamente trivial, como un cliché. Los niños son los primeros que además de hacer el macaco, pueden estar fuertemente deprimidos, tener miedo y padecer unas inquietudes que muchos filósofos quisieran. Aquí sólo verán lo más festivo y por eso no es brillante ni real.

Como curiosidad fue el último papel como secundaria de Marilyn Monroe, a partir de entonces ella sería la estrella y actriz protagonista del resto de sus películas. Y con razón, vaya mujer.

Nota: 5,6.

Brillante comedia del siempre excepcional Hawks. Un reparto perfectamente elegido y un guión a medio camino del surrealismo. Resultado: humor inteligente y sofisticado.

Esta historia compuesta de equívocos y de enredos da como resultado una mezcla de screwball y slapstick en la que años más tarde el genial Jerry Lewis se inspiraría.
Si a esto le añadimos a Ginger Rogers en un papel en la que no estamos acostumabrados a verla (y en la que demuestra su calidad de buena actriz), a la Monroe haciendo de "secretaria-florero" y al magnífico Cary Grant, que en la comedia está "en su salsa"; tenemos como resultado una fórmula que merece la pena no perderse para pasar un buen rato en una de las mejores comedias del cine clásico.

¿Qué se puede esperar de una cinta de los dos "todoterrenos" de oro del cine clásico como son Hawks y Grant?

Howard Hawks recupera la "screw ball comedy", que tanto éxito tuvo en la década de los 30, en un film que guarda paralelismo con un de sus grandes éxitos ("La fiera de mi niña").
Cary Grant está como nunca en el papel de un despistado científico que busca arduamente la pócima de la eterna juventud. Un juguetón mono y montón de inequívocos darán lugar a una sucesión de hilarantes y disparatadas aventuras, en las que se verá inmiscuido el profesor, su prometida (Ginger Rogers), todo el grupo científico y hasta su sexy secretaria (una joven Marilyn haciendo sus pinitos en el cine).
Hawks transmite al film un tempo endemoniado y las escenas se van sucediendo vertiginósamente, dejando en el espectador una sensación de risa constante.

Las de Howard Hawks, uno de los cineastas a los que se le atribuye ser magnate de las comedias screwball, tan odiadas como admiradas si nos referimos al extraño género de comedia absurda mezclada con vodevil, situaciones esperpénticas, forzadas, extravagantes y acompañadas de muecas chocarreras de, para el caso, Cary Grant, son, en su mayoría estúpidas. Pero tan respetadas, tantísimo, que no ha llegado el día en que se las ponga en entredicho.

"La fiera de mi niña” como “Me siento rejuvenecer” podrían ser a día de hoy realizaciones cómicas para adolescentes, insufribles, de entre las que tanto destaca Ben Stiller, por poner un ejemplo, lo admito, sumamente desafortunado.

No le quito mérito a “Me siento rejuvenecer” por otras razones. Es alucinante la interpretación del chimpancé. Y Grant es garantía de, digamos, garbo, prestancia y demás epítetos con solera que se les pueda dar a las pelis de entonces y de las que carecen las del indeseable Ben Stiller.

Cary Grant, que anticipa al “doctor chiflado” se hernia de hacer payasadas y se harta de aspaventarse delante de la cámara. Ginger Rogers no baila todo lo que quisiera, está contenida, muy poco atractiva y…, con respecto a Marilyn Monroe…, dudo que haya invertido más de un par de sesiones en el rodaje: tiene cuatro frases. Por otra parte, el matrimoniar a Ginger con Cary Grant es, probablemente la peor idea que se le haya ocurrido a Hawks en su vida. Terrible fallo. Más aún erró Howard en las absurdas regresiones, tan conservadoras y mesuradas a la adolescencia y niñez que sufren ambos, por gracia de un elixir de juventud inventado por un mono. Eso sí, la escena de referencia, con mono incluido es alucinante.

El guión, sí, pasa por ser de lo más original. Le quedan genial los vaqueros a Grant, (todo hay que decirlo), al que nos hemos deleitado viendo con traje de chaqueta pero… como él mismo dice muy al principio de la película: “¡Qué forma tan estúpida de empezar el día!”. Lo mismo puede aplicarse al desarrollo del film, por entero y de cabo a rabo. No quiero redundar en el tópico de lo que mal empieza mal acaba pero con respecto a Hawks y a sus comedias, no hay excepción que cumpla la regla.

No es difícil comprenderlo: un cineasta hecho para el western poco pinta en el vodevil y viceversa. Eso sólo lo hubiese conseguido Wilder y ni se atrevió.

Dejémoslo en un buen intento, con todo el mérito que eso conlleva. Eso sí... lo que natura non da, Salamanca non presta.

Como ya he dicho otras veces, cada uno se ríe de lo que quiere. El humor es muy subjetivo y el sentido del ridículo también, así que debemos imaginar que en 1952 una película como «Me siento rejuvenecer» se consideraba graciosa, pero no ridícula. Lo que me sorprende es que en 2019 se siga pensando lo mismo.

Porque, mirad, yo lo siento de veras, pero no puedo desprenderme de cierta vergüenza ajena al ver a la bella y madura Ginger Rogers, un mito del cine de los años treinta, una bailarina angelical, haciendo de boba mientras trata de imitar a una niña; o al galán Cary Grant, que aunque no sea de mis favoritos es sin duda uno de los actores más importantes del Hollywood clásico, comportándose como un paleto para que nos creamos que efectivamente tiene la edad mental de dieciocho años. Esto es hacer el ridículo.

Quizá se parte del problema de base de que se relaciona lo joven con lo estúpido, lo infantil con lo tonto. Por eso no hacen gracias las situaciones, los comportamiento ni las travesuras, porque un niño o un adolescente no se comportaría así la mayoría de la veces, así que en definitiva se trata de gente haciendo tonterías. Es decir, ser joven o sentirse joven no es una cosa graciosa en sí misma; para que esto funcione la situación cómica tiene que trabajarse más y darle más ingenio, no solo poner cara de tonto y hacer payasadas que, bueno, quizás en los cincuenta hacían gracia pero que el paso del tiempo ha hecho envejecer, y mucho.

Sí destaco a una preciosísima Marilyn Monroe haciendo ya de rubia medio tonta, o tonta del todo, pero a quien es un placer mirar. De hecho, siempre he pensado que es una estupenda actriz.