El espejo tiene dos caras

Con diálogos muy pulidos y algunas observaciones no exentas de humor, esta interesante película del francés André Cayatte es un buen exponente del género denominado drama psicológico.

En efecto, la cinta ilustra con acierto los dilemas que puede suscitar la cirujía plástica en un paciente y en las personas de su entorno familiar y social, en una época situada a finales de los años 50, en la que dicha práctica estaba aún en sus inicios.

Mientras el actor Bourvil encarna a la perfección la figura del marido conservador y empecinado, inflexible en sus valores personales caducos, la conocida protagonista Michèle Morgan refleja convincentemente los problemas de adaptación y aceptación a los que se ve sometida la mujer poco agraciada que decide cambiar de cara, y de vida.

La presencia de Bourvil parecía presagiar una comedia y la de Michelle Morgan una hora y media de éxtasis ante uno de los pares de ojos más electrizantes de cuantos jalonan el mundo de las candilejas. Pues no, ni es una comedia ni el éxtasis, que lo hubo, duró noventa minutos. Sorpresas te da la vida. La primera, este excelente film de André Cayatte del año 1958 al que oscurece un tanto su "remake" del 96 con la presencia de Barbra Streisand, Jeff Bridges y, hablando de ojos electrizantes, una Lauren Bacall acaparando nominaciones y premios a la mejor actriz secundaria, la segunda la calidad artística e interpretativa de un Bourvil en un papel psicológicamente muy duro y, por último, el sobresaliente trabajo de maquillaje que, exigencias del guión, nos priva de la madura belleza de Michelle Morgan durante gran parte de la película.

Un apunte más antes de continuar: No se si resulta adecuado conceptuar como remake el partir de una idea original anterior para después de unos cuantos giros, vueltas y revueltas, supuestamente para adaptarla a una diferente realidad especio-temporal, dejarla absolutamente irreconocible. En absoluto cuestiono la calidad del supuesto remake, simplemente considero que sería más honesto bautizarlo como "inspirado en..." Por ello he preferido entrecomillar la palabra en el párrafo anterior.

Bourvil interpreta a Pierre Tardivet, un profesor de escuela soltero, poco agraciado y bastante simple que un día decide poner un anuncio en el periódico buscando una mujer para entablar relaciones formales. Es muy significativo el momento en que, sobrepasando el número de caracteres que, económicamente, se puede permitir le dice al empleado que recorte el anuncio poniendo simplemente "No importa físico". 3 palabras mágicas que marcarán dramáticamente el destino de una pareja. Porque, realmente ¿Importa o no importa? Para Tardivet, contrariamente a lo publicado, sí importa y mucho. Él no se ve a si mismo junto a una mujer hermosa y necesita la mediocridad física (y no únicamente física) de su esposa para esconder la suya propia. Marie-José sufre su poco agraciado rostro mientras busca la belleza en la mùsica (Beethoven) o en el arte (Venecia). Un día, así de repente, como siempre ocurren las cosas, la cirugía estética y la posibilidad de modelar su rostro se cruzan en su camino. Y a la pregunta ¿Importa o no importa? responde sí con contundencia. Y el patito feo se torna cisne, bello y majestuoso al tiempo que aquella pareja, marido y mujer, mediocres y frustrados, queda solo como un extraño recuerdo en la enmarcada foto de bodas. Sin embargo al levantarse la plástica mascarilla facial ambos se encuentran ante un precipicio personal de insondables proporciones.

Hasta aquí el planteamiento y el nudo. ¿El desenlace? Pueden imaginarlo, suponerlo o mejor verlo deslumbrados por los ya sí ojos más bellos del cine francés, un cine siempre seductor, comprometido e inteligente donde Bourvil parece recordarnos que el genio no puede encasillarse en género alguno y donde los ojos de Michelle brillantes por los sueños cumplidos nos hacen a su vez soñar.

Este bastante ignoto drama acerca de los efectos no deseados e incluso devastadores en su entorno que puede tener la conversión en cisne de un patito feo, no tiene nada que ver con la almibarada y artificiosa comedia romántica que en 1996 dirigió Barbara Streissand, recogiendo de aquí alguna idea, que se considera su remake. Y no solo porque la trama sea mucho más seca, realista y sin los artificios de papel celofán de aquella (a fin de cuentas nos encontramos ante un drama psicológico y no ante una comedia), sino porque es completamente distinta.

Y la cinta logra atrapar, convencer y emocionar gracias a un guión original preciso, unos excelentes diálogos y una más que adecuada puesta en escena en la que sobresalen la ambientación, la fotografía y la elegancia y ligereza con que se mueve la cámara y sabe estar en los sitios idóneos.

Su director, André Cayette, fue un abogado que tras practicar el periodismo y la literatura incursionó en el cine con muchísimo éxito, pues basta ver su ficha en FA para comprobar que tiene una larguísima filmografía que incluye un buen número películas tan poco conocidas como excelentemente puntuadas por los pocos que han visto algunas. Y es que aunque ahora esté total e injustamente olvidado,entre otros muchos premios (Oso de oro en Berlín, en una ocasión, David de Donatello en otra, premios en Cannes), ganó en dos ocasiones el León de Oro del Festival de Venecia: en 1950, por "Justicia Cumplida", en donde se abordaba nada más y nada menos que el tema de la eutanasia; y en 1960 por "El Paso del Rhin", un drama bélico de esos de ambición y enjundia.

Su preferencia por los dramas sociales y el cine de tesis o de denuncia le valió el calificativo del "Sidney Lumet francés" pero, sobre todo, pone de manifiesto lo rica y variada que fue siempre aquella cinematografía. Y que aunque a partir de los años 60 quedara eclipsada en la historia por el tsunami de la 'nouvelle vague', no tenía nada que envidiar a la hollywoodiense.

Centrándonos más en la película, digamos que otra de sus cumbres es el trabajo interpretativo de Bourvil y Michele Morgan, de una autenticidad difícil de superar encarnando a Pierre y Marie José, la pareja protagonista que se casa sin pasión y por descarte (la borrachera de Bourvil la última vez que ella vuelve a casa es digna de una antología), y con la dificultad añadida para ella de tener que interpretar, en cierto modo, gracias al maquillaje, a dos personajes distintos.

Y es que Michelle Morgan vuelve a desplegar aquí de modo esplendoroso su belleza y talento, a lo que probablemente ayudase que su marido, Gerard Oury (otro nombre emblemático del cine francés), no solo fuese uno de los guionistas sino que interpretase al cirujano plástico que lleva a cabo la transformación con la asistencia de una ayudante encarnada por una joven Sandra Milo en uno de sus primeros papeles (en la ficha de FA no figuran ni Oury ni Milo entre los actores, pese a que sus roles tienen relevancia).

Dividida claramente la película en dos partes, por el paso de patito feo a cisne, agregaré que aunque las dos sean brillantes, personalmente a mí la que más me sorprende y conmueve es la inicial, con las secuencias del viaje a Venecia. Cuando ves a Bourvil rechazando la habitación con aquellas vistas al Gran Canal por no pagar unas liras más, y la carita que se le va quedando a ella, hasta que comprende que van a pasar la noche de bodas en la trastienda de una peluquería, separados de la habitación de los niños por una cortina, te dan ganas de coger y pegarle a él una bofetada (1).

O tal vez sea que por lo que me gusta más esa parte inicial es por los apuntes de comedia triste que tiene. Después ya todo, hasta el final, es un drama de los gordos. El del hombre que no soporta que su mujer sea bella y pueda destacar más que él. Y quién sabe si acceder a otros. Y que emparenta bastante a Bourvil, por su trastorno mental a causa de los celos, con el Arturo de Córdova de "Él" (Luis Buñuel, 1953) y con tantos otros celosos que en la ficción y en la realidad han sido.

Por cierto, que es curiosa la querencia que últimamente aprecio en las películas francesas que veo porque sus protagonistas femeninas trabajen en tiendas de discos, como aquí ocurre con Marie José (Michelle Morgan)y poco después sucederá con Nana (Ana Karina) en "Vivir su vida" (Jean Luc Godard, 1962).

Y poco más que decir de este gran clásico oculto, cuyo descubrimiento me ha permitido volver a constatar la cantidad de buen cine que a uno le queda por ver.

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(1) Será probablemente casual, pero viendo todo lo del viaje en tren a Venecia y el peregrinar por allí en busca de alojamiento para la Noche de bodas, no pude dejar de pensar en "Un rincón para querernos" (Ignacio Iquino, 1964), de la que hace no mucho hice en FA crítica. Este filme realizado con muy bajo presupuesto, a partir de un guión escrito por Rafael Azcona, está construido íntegramente sobre la esencia de esa premisa. Aunque ahí ambos miembros de la pareja sí estén ansiosos por consumar su casamiento, el itinerario tenga lugar en una Pamplona abarrotada por los Sanfermines, y donde acaben, en vez de en un trastero, sea en el vestíbulo de una mala pensión en la que los clientes están de fiesta.

Es difícil que Azcona o Iquino se inspirasen en las secuencias de Venecia de "El Espejo tiene dos caras" para "Un rincón para querernos", pues al parecer la película no se estrenó en España comercialmente. Pero tampoco es imposible.