La ironía del dinero

El título no hace referencia a la película, la cual acusa ser una coproducción con ese episodio francés metido con calzador, traicionando el espíritu de los otros 3 episodios, trufados con personajes memorables: Frasquito (Fernan-Gómez), el limpiabotas sevillano que no come cangrejos por tener que pelarlos, Estefaldina (Irene Caba), la ama de casa salmantina y su peculiar forma de administrar el dinero o el apoderado madrileño (Rafael Alonso) que unta al público para que anime a sus toreros en Las Ventas.

El verdadero valor de esta película es metacinematográfico: Es un viaje en el tiempo (50 años nada menos) por las calles de dos bellísimas ciudades ibéricas: Sevilla (La Real Fábrica de Tabacos, El pabellón de Portugal, La Torre del Oro, La Giralda...) y Salamanca (La Fachada de la Universidad, la Plaza Mayor, la Catedral, el Convento de San Esteban... ), además de un divertido recorrido por la cultura castiza: flamenco, vino, mujeres, picaresca, toros y arte, mucho arte.

Una cinta que junto con "El último caballo" (con un maravilloso recorrido por el Madrid de los 50) constituye un inmejorable testimonio para comprobar, como decían Presuntos Implicados, cómo (y cuánto) hemos cambiado.

Neville ensaya la comedia de episodios, cuatro, y hace, sin duda, una de sus mejores películas, quizás la más divertida, la que es más comedia en estado quimicamente puro. Está llena de humor ligero, costumbrista y saludable. El segundo episodio, el peor, está firmado por el cineasta francés Guy Lefrauc.
El tema de la cinta es cómo cambia la vida de las personas al encontrarse, azarosamente, una gran cantidad de dinero. En el primer episodio es un limpiabotas vaguísimo (Fernán Gómez); en el segundo un simple empleado ferroviario; en el tercero un pobre hombre; en el cuarto un joven labrador que viaja a la ciudad para hacer fortuna en el mundo del toreo.
El primer episodio es magnífico, henchido de gracejo andaluz y de un sentido del humor amplio, liviano y dónde Fernán Gómez vuelve a demostrar su talento para la comedia; el segundo es el menos divertido y más enrevesado, el que resta algo de coherencia al tríptico de Neville; el tercero es el mejor, hilarante y genial, una pequeña obra maestra, con un delicioso y genial duelo de actores entre Antonio Vico e Irene Caba Alba; el cuarto resulta francamente divertido también, con eficaces trabajos de Antonio Casal y Rafael Alonso y un "sketch" magnífico (aquel en el que para poder aplaudir tras una faena de toros, una mujer pasa a su niña al hombre de al lado y así sucesivamente hasta que ésta recorre la fila entera para volver con su madre; lo mismo hace una sofisticada francesita con su perrito).
Un título a reivindicar en la obra del gran Neville.

Edgar Neville fue uno de esos seres cuya humanidad, talento y sentido del humor, sobrepasaba incluso los logros de sus propias obras. Y es que, Neville fue un cineasta singular y atípico porque supo hacer un cine sencillo sin ser vulgar, culto sin ser pedante, divertido sin ser trivial, profundo sin ser pelmazo, inteligente sin ser intelectual, autóctono y folclórico sin ser provinciano, o lo que es peor… ser paleto y casposo. Este artista polifacético realiza esta coproducción con Francia en tres episodios y un cuarto rodado en París por el director Guy Lefranc que no desmerece en absoluto. Una deliciosa comedia cuando menos insólita, bajo su apariencia amable y costumbrista, encierra sin pretensiones ni petulancias, una autentico manifiesto sobre la condición humana, una reflexión risueña sobre los mecanismos de la codicia, algo insólito en el cine español que desconcertó a crítica y público.

Escrita por el propio Neville, narra cómo puede cambiar el destino para bien o para mal, a un grupo de personajes pintorescos (un betunero poco recomendable, una quiosquera frívola, un oficinista apocado y un torero poco dotado), tras el hallazgo circunstancial de una cartera con abundante dinero, la duda, la tentación, el despilfarro, los sueños con una vida disoluta. Una comedia negra y ácida, quizá muy atrevida para su época, plena de matices que contagia entusiasmo y critica los convencionalismos sociales. Una comedia coral con multitud de personajes interpretados por un grupo de actores inolvidables, de distinto carácter, casi todos entrañables y cercanos. El Madrid castizo, la Salamanca castellana, la cultura sevillana del baile que siempre amó y recreó el cineasta con cariño y ternura. El flamenco y el folclore español que siempre estuvo presente en su cine.

Neville nunca fue pedante ni presuntuoso, no buscó nunca la intelectualidad sino el arte popular, pero siempre sin menospreciar la inteligencia del espectador, por eso sus películas perduran inalterables al tiempo, como documentos históricos que testimonian una época. Porque el cine de Neville, es elegante y de buen gusto, nunca grotesco ni soez, se advierte la pasión, el humor, amante de sus castizos orígenes y volcado por ello en el vasto mundo del costumbrismo, el cineasta siempre reivindicó todo lo que sabe a español, pero hundiendo las raíces de su madrileñismo en el aspecto psicológico, sin acomodarse en la superficie de lo típico o lo tópico, una visión novedosa del casticismo que pretendía aunar audacia creativa y tradición sin quedarse únicamente en la anécdota, o en el chiste cruel y fácil. Un feliz descubrimiento para el buen aficionado al cine que puede apreciar una pequeña joya oculta.

Historias morales sazonadas con picardía española para contar el desarrollo y salida de una situación, cada vez menos habitual por la aparición de las tarjetas de crédito, pero que en la España franquista marcaban un antes y un después del hecho: el encontronazo con una billetera repleta o un maletín.
Los episodios presentados por Pedro Porcel no pasarían de entretenimiento costumbrista de no ser por el interés que aportan las tomas cinematográficas de calles, plazas (como la de Salamanca), bares y cosos taurinos; y por las interpretaciones de actores como Fernán Gómez, Irene Caba Alba o Antonio Vico (Mi tío Jacinto).
La peripecia parisina, imagino que la haría Guy Lefranc, chirría dentro del tono general; aunque como curiosidad hay que apuntar la aparición de un elemento desconocido en aquellos días para la mayoría del público: la cocaína.

Cuatro historias de distinto calado y desigual intensidad cinematográfica unidas por el denominador común de cierta ternura y un impulso sazonado de humanidad y de buenas intenciones.
Comedia entretenida, variopinta, versátil y de desarrollo más previsible de lo deseado.

Su costumbrismo resulta interesante y posee notable valor descriptivo pero también adolece de cierto simplismo, presenta signos de tendencia hacia lo hiperbólico y, por momentos, la acción carece de dinamismo.

E. Neville presenta una película amena, distraída y válida a mediados sel siglo XX pero en la actualidad ha perdido su vigencia conceptual y formal.
Curiosidad.