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Columbus

Drama Jin se encuentra atrapado en Columbus, Indiana, donde su padre arquitecto está en coma. Allí conoce a Casey una joven de 19 años, bibliotecaria y muy apasionada a la arquitectura que quiere quedarse en la ciudad con su madre, una adicta que se está recuperando, en lugar de perseguir sus sueños. (FILMAFFINITY)
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Críticas 24
Críticas ordenadas por utilidad
15 de diciembre de 2017
57 de 60 usuarios han encontrado esta crítica útil
El arquitecto Mathias Goeritz formuló en 1953, el Manifiesto de la Arquitectura Emocional, comprimiendo brevemente el discurso sobre el que se sostenía el Museo ECO de la Ciudad de México. En dicho manifiesto, Goeritz defendía que "el arte en general, y naturalmente también la arquitectura, es un reflejo del estado espiritual del hombre en su tiempo". Casi 65 años después, el artista Kogonada, respetado por sus montajes audiovisuales, que reflexionan sobre algunas de las claves del arte cinematográfico, debuta en el largometraje y en la ficción con un manifiesto audiovisual que viene a secundar los postulados de Goeritz. Para Kogonada la arquitectura debe ser capaz ya no sólo de reflejar el espíritu de una época, si no también debe contribuir a generar, por sí misma, sentimientos, liberándose del tiempo en el que fue pensada o construida, para pegarse al tiempo en el que es usada y, sí, sentida.

Columbus, Indiana, es una ciudad pequeña (no llega a los 50.000 habitantes) que sin embargo alberga una amplia colección de edificaciones que suponen un riquísimo muestrario de la arquitectura americana del último siglo. Ello hace que Columbus sea un caso de estudio particularmente estimulante para urbanistas, arquitectos y artistas. Kogonada, construye su análisis arquitectónico-emocional, a través de la historia de dos personajes que se encuentran y reconocen el uno en el otro, una chica brillante que se niega a ir a la universidad porque no quiere abandonar a su inestable madre, y un hombre que se aproxima a la cuarentena que acude a la ciudad porque su padre, un reputado arquitecto, se encuentra ingresado en un hospital de la misma. Estas dos historias se cruzan y fusionan, con los diversos edificios y espacios públicos de Columbus como escenario y, en última instancia, como tercer personaje protagonista. Así, la arquitectura funciona en Columbus como catalizador de emociones, pero también como productor de sentimientos y facilitador de catarsis emocionales. Para Kogonada la arquitectura no sólo es emocional si no también curativa. A través de su contemplación y ocupación, los personajes son capaces de gestionar su dolor y seguir adelante. Columbus es una hermosa carta de amor a la arquitectura como arte. Una defensa radical de su poder y de la necesidad de pensar en los sentimientos que produce en las personas que le van a dar uso y no sólo en su funcionalidad. Precisamente Goeritz aseveraba en su manifiesto que "el hombre del siglo XX se siente aplastado por tanto “funcionalismo”, por tanta lógica y utilidad dentro de la arquitectura moderna". Ponía así el acento en denunciar el movimiento funcionalista que había pasado a dominar la arquitectura a comienzos del S.XX. En Columbus, Kogonada no es tan explícito, pero su defensa de la arquitectura como catarsis emocional deja poco lugar a dudas a la hora de afirmar que se adscribe a las tesis de Goeritz.

La ópera prima de Kogonada reivindica, a través de su análisis de las posibilidades que ofrece la arquitectura para entender la psicología humana, la importancia de comunicarse, la relevancia del espacio público a la hora de entablar relaciones personales entre nosotros. Gracias a los maravillosos espacios de Columbus, esta mujer y este hombre, ambos dolidos por las complicadas relaciones que mantienen con sus padres, son capaces de verse reflejados en el otro, conversar y vomitar sus frustraciones al cielo libre de una ciudad extraordinaria. Kogonada filma una película que transpira humanismo y un fascinante amor por el arte arquitectónico. Plagada de diálogos inteligentes, personajes construidos con sumo cuidado y cariño y una puesta en escena delicada y hermosa, que muestra en toda su grandeza los espacios que retrata, Columbus es una pequeña obra de culto en potencia.
odaesu
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18 de diciembre de 2017
35 de 38 usuarios han encontrado esta crítica útil
Columbus es la ópera prima del director Kogonada, reputado cinéfilo y crítico de cine que ha realizado numerosos vídeo ensayos para las revistas Criterion Collection y Sight & Sound sobre directores de la talla de Francois Truffaut, Jean-Luc Godard, Federico Fellini o Ingmar Bergman entre otros, pero su favorito, sin lugar a dudas, es Yasujiro Ozu, hasta el punto que su nombre artístico proviene del guionista Kôgo Noda, un habitual en las películas de Ozu. De ahí se fundamenta la clave del estilo de esta atrevida película, cuya peculiaridad radica en el papel desempeñado por la arquitectura moderna de los edificios de la ciudad de Columbus. Es una de las 10 películas independientes del 2017 recomendadas por la prestigiosa revista IndieWire.

Jin quiere huir, Casey quiere quedarse. Él tiene una relación fría y distante con el padre, en cambio, ella es cariñosa y protectora con la madre. Jin llega a Columbus para acompañar a su padre, un arquitecto muy conocido en la ciudad que se encuentra en coma, víctima de algo que no nos será aclarado, pero tampoco importa mucho. Casey vive en Columbus, por algún motivo, no quiere marcharse y, como veremos más adelante, su porqué, si es muy importante. La madre de Casey se está recuperando de una adicción a la metanfetamina, de ahí no salir volando de la ciudad.

La arquitectura es una pasión para Casey. Ella ahora está lista para ir a la universidad y tiene muchos sueños. De momento trabaja en la biblioteca de la ciudad. Jin vive en Corea del Sur, se graduó en literatura y ahora es traductor. No es el trabajo que realmente hubiera querido. Dos personas aparentemente diferentes que se conocen accidentalmente en Columbus, comienzan a hablar. Y resulta que tienen más en común de lo esperado.

La trama de Columbus aparentemente es muy sencilla y, precisamente ahí es donde reside su encanto. Aunque la belleza de Columbus no está solamente en su simplicidad, meticulosidad o en el ritmo de la narración sino en la propia ciudad en sí. A lo largo de todo el metraje se nos irán apareciendo todo tipo de proyectos arquitectónicos, iglesias, bancos, casas, etc.. Será en la arquitectura donde encontremos no sólo el hilo conductor, sino también su principal y creativo elemento narrativo, con edificios increíblemente hermosos, singulares, con personalidad propia, de formas perfectas y agradables a la vista.

Desde las primeras escenas, tanto Kogonada como su directora de fotografía, Elisha Christian, parecen estar más interesados en la estética de los interiores con agradables espacios y en la calidad visual de los edificios que en las figuras que están en o alrededor de ellos. Se nos muestra a los personajes como una pequeña parte dentro de una imagen más grande en la que el espectador deberá enfocar su mirada para seguirlos, incluso a menudo aparecen ocultos en su entorno o simplemente se presentan como trivialidades que se desvanecen frente a las impresionantes panorámicas.

La arquitectura aparece como un amigo conciliador que consigue llevar los sentimientos de los personajes a un estado de armonía. Kogonada utiliza el poderoso poder de la arquitectura para exponer y transmitir los sentimientos de sus personajes. En Columbus se intercalan las historias de las personas con la de los edificios de una manera tan tranquila y contemplativa, que exige un grado de atención máxima por parte del espectador. Con todo, los verdaderos protagonistas de Columbus no son los actores ni sus historias, sino los edificios.

Nos damos cuenta enseguida que cada toma es una escena artificial, cada plano parece estar perfectamente enmarcado y en donde la relación entre simetría y asimetría rige tanto en las imágenes como la estructura narrativa. Todo se centra en la búsqueda de la perfección, cada imagen es impactante, muy pensada, donde las formas arquitectónicas son siempre el centro de atención. Las escenas basadas en planos generales, observaciones detalladas y un encuadre maravillosamente calculado.

Por ejemplo, hay una escena en la habitación de un hotel donde aparecen Jin y Eleanor hablando de sus sentimientos y del pasado. Toda ella está filmada viendo el reflejo de dos espejos que actúan casi como pantallas de televisor. Una escena perfectamente planificada y pensada.

En otra escena, de las más hermosas de Columbus, Casey explica a Jin el trasfondo histórico de un edificio que significa mucho para ella, pero a él no le interesa los hechos históricos y no quiere una explicación como si fuera una guía turística, por lo que la pregunta específicamente porque ese edificio significa tanto para ella. De repente, la cámara cambia su posición para colocarse en el interior del edificio, de forma que vemos a los personajes de frente, detrás de unos cristales. Las palabras que Casey utiliza ahora para explicar a Jin, el espectador no puede escucharlas. En cambio, el director utiliza el lenguaje corporal de la actriz principal Haley Lu Richardson para capturar a través de su rostro todas las palabras de la explicación.

Kogonada escenifica los encuentros entre dos personas, con personalidades claramente diferentes, en entornos estéticamente muy bellos. Al mismo tiempo, la película es una oda a la fascinación por la arquitectura y un drama sutilmente narrado y cargado de diálogo entre dos personas atrapadas y estancadas temporalmente en diferentes momentos de sus vidas.

Además, Kogonada esquiva hábilmente las típicas etiquetas de las películas independientes evitando los clichés románticos y la purificación moral. Más bien, le preocupan los momentos individuales, los encuentros entre sus personajes, rodeados y envueltos entre edificios que no solo contienen sus propias historias, sino que además actúan como espejos para abrir el interior de sus almas y sacar sus recuerdos, sueños, emociones, e inspiraciones.

Hermosa fotografía, buenas interpretaciones, y diálogos muy bien escritos y sofisticados.
https://cinemagavia.es/columbus-pelicula-critica-kogonada/
Eduargil
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30 de diciembre de 2017
16 de 19 usuarios han encontrado esta crítica útil
A veces se nos olvida que nuestra vida se encuentra enmarcada en el espacio y que ordenar dicho espacio suele ser la tarea de los arquitectos. Y en el cine la situación se vuelve aún más rebuscada y confusa, ya que los personajes se mueven en un entorno - real o fingido - y la mirada del director se presta a fragmentar y reconstruir a su libre albedrío aquello que considera relevante, dejando fuera (de campo) los desechos o descartes, según su criterio y antojo. Pocos han sabido entender mejor esta diáfana simpleza que el maestro nipón Ozu, tan insustituible como incomprendido, tan inmarchitable como necesitado de una inmediata revisión.

Este sencillo relato sobre la finitud, la belleza, la pasión, las simetrías, el olvido y las segundas oportunidades nos confronta, a su manera, con todo un fascinante catálogo de imágenes: tan sutiles como primorosamente elaboradas, tan sobrias como complejas, tan hermosas como filosas, tan elípticas como profundas. Pocas veces he visto en el cine occidental una mirada en apariencia tan despegada y fría, bullir y alborotarse por todo lo que las palabras ocultan y disimulan - porque se pasan las casi dos horas sin parar de decirse naderías - y que un espectador atento sabrá discriminar y calibrar en su justa medida, comprendiendo que la vida es un mero jeroglífico de proporciones y medidas... Encontrar el equilibrio es la incógnita a despejar.

Quizás adolezca de muchos tics del cine independiente yanqui, pero también es verdad que en este caso sus limitaciones y modestia juegan a su favor. Pocos personajes, estudiadas elipsis y opacos silencios: todo suma y nos ofrece un acerado estudio sobre el temor cotidiano, sobre el mundo que habitamos, sobre los fantasmas que nos acechan y las pesadillas que nos encadenan, sobre los sueños que desatendemos y los cigarrillos que compartimos por cortesía (o ilusión)...No hay mayor pérdida que las oportunidades negadas. Arriesgarse es vivir y hablar nos ayuda a dar el salto mortal.

La vigencia de Ozu no se limita al mínimo espacio de esta reseña... Redescubrirlo es abrirse a una arquitectura misteriosa, indescifrable e infinita.
antonalva
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24 de febrero de 2018
9 de 9 usuarios han encontrado esta crítica útil
Hablando en el FICLPGC acerca de sus ‹supercuts› —esos en los que la obra de Ozu, Tarantino o Kubrick era percibida a partir de una búsqueda estética—, Kogonada decía entender el cine como «un punto para la discusión, en el que concurren las miradas de todos». En Columbus, el norteamericano de origen surcoreano se dirige a grandes rasgos a esa discusión a través de un punto de partida cuanto menos insólito: la arquitectura confrontada con el espacio emocional; aquello visto desde una perspectiva lógica, racional, descrito en definitiva mediando un vínculo más afectivo. El encuentro, en ese sentido, de dos personajes sin aparente relación —más allá del lazo casual propiciado por el progenitor de uno de ellos—, el hijo de un famoso arquitecto y una estudiante que encuentra precisamente en ese arte una de sus grandes devociones, se propone como punto de partida de un estimulante debut tras las cámaras.

La arquitectura, pues, predomina en un film donde además de tomar un papel importante en su tesis, lo hace a través de una forma que encuentra en el plano y su simetría un modo de dibujar los espacios en los que se mueven los personajes y disponerlos como algo trascendental. Así, la crónica de Jin (con n), ese surcoreano que visita la ciudad de Columbus para estar al lado de su padre enfermo, y se ve atrapado en un escenario del que no puede huir pero en el que parece improbable avanzar, y la redundancia en esos emplazamientos a los que sus protagonistas vuelven vez tras otra, como si todo estuviese conectado, en una forma de explorar esa frustración, contrasta con la decisión de Casey de seguir presa de un marco en el que se siente cómoda pero no es sino un reflejo de sus temores e inseguridad por seguir avanzando. El retrato de ambos personajes se hace patente mediante el diálogo y también en la consecución de esos pequeños detalles a través de los que Jin y Casey se descubren mutuamente, encontrándose y reflejándose el uno en el otro. Esa conexión que establece el cineasta a nivel de espacios, queda extrapolada en una correlación que también vincula a los protagonistas con los edificios acerca de los que se constituye una emoción, llevando su transparencia y luminosidad a una extraña concomitancia para con la relación de ambos.

La razón queda contrapuesta a una emoción que es recogida por Kogonada con una sutileza imperceptible, ya sea a partir de la introspección realizada por sus personajes o apoyándose en la imagen independizada del diálogo —como en ese maravilloso momento en el que Casey (maravilloso descubrimiento, por cierto, el de una Haley Lu Richardson que otorga otra magnitud tanto a su personaje como al film) se dispone a responder a Jin y no vemos otra cosa que el entusiasmo reflejado en su rostro—. Si su apartado visual funciona como motor de una propuesta en la cual el sentimiento huye de la exaltación y reposa en su sosegado carácter, la narrativa deconstruye a través de su disposición los escenarios por los que Columbus va transitando, escapando así de una sensación de temporalidad que sin duda complementa todos y cada uno de los encuentros entre sus protagonistas. La ópera prima de Kogonada traza así y desde la vía estética una profunda reflexión sobre los mecanismos del arte y nuestra respuesta ante ellos, pero sabe del mismo modo dotar de profundidad a un relato donde el recorrido importa tanto o más que su discurso. Porque, al fin y al cabo, tanto la postura establecida por Jin y Casey como su destino final marcan un camino que el arte no siempre puede comprender o abarcar, y en el que la vida debe abrirse camino, para bien o para mal.


Crítica para www.cinemaldito.com
@CineMaldito
Grandine
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15 de octubre de 2022
7 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
La sensibilidad con la que Kogonada construye su obra es abrumadora. Combina la frialdad impasible de la piedra con el sufrimiento humano más contenido. Su estética ordenada contamina a unos personajes que se encierran en jaulas de introspección flagelantes. El tempo es pausado pero de inevitable avance.

Las referencias que toma el director son talentosas y respetadas. Implantadas en la obra con sutileza. Son camino y carga. Agradecimiento artístico con presencia honorífica. Es amor de alumno.

La tormentosa sensación de impasividad. Tolerancia del alma abandonada. El refugio que da un confort impuesto. Monumentos con alma despachando vidas ancladas. Miedos que dependen y dependencias temerarias. Amores tan altos que empequeñecen al osado. Reclamos sin perdón. Olvidos que se graban esculpidos en muros de piel.

No hay mayor aventura para el inerte momentáneo que ser lanzado al océano que se extiende por el tiempo. Alejarse de la costra y olvidar la herida. Desordenar el alma y disfrutar de la armonía que la vida ofrece.

La ópera prima de Kogonada es como el silencio reflexivo que comprende la escucha y se desvanece cuando toca. Es un delicado poema de reflexión reclamando vida.
La puerta de Tannhäuser
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