La tentación

Viggo Mortensen, continua confirmando con sus trabajos la versatilidad de que está dotado para enfrentarse a personajes alejados entre si. Gran actor con el que cualquier director puede contar, pues sacará adelante sin duda, el proyecto que se le ofrezca.

Es una deliciosa película con un guion bien construido, personajes creíbles perfectamente enmarcados. Resulta agradable, fiel en su desarrollo a la idea original dentro de un planteamiento sencillo que hoy día ya no interesa.

Quisiera reflexionar sobre el abandono de los principios que durante décadas desarrolló la aristocracia de Hollywood, en aquellos films en blanco y negro; cuando los actores, los guiones y el director se encontraban por encima de planteamientos efectistas que son la base del cine actual...

Hoy muchas de aquellas películas de culto, creadas durante los años treinta, cuarenta o cincuenta forman parte de cualquier lista entre las más valoradas. También LA TENTACIÓN podría enmarcarse en aquel respetado cine, pero lamentablemente pertenece al final de la década de los noventa y ya se sabe... Lo que ahora se necesita para que una película llegue, son buenos efectos especiales amparados por actores robóticos, muy admirados y respetados por los actuales grandes palomiteros y consumidores de hamburguesas.

Puede ser que debido a las limitaciones de su presupuesto y el convencionalismo de su guión, haya gente que al juzgar el drama independiente “La Tentación” confunda modestia con intrascendencia y es allí donde yo discrepo. En efecto, la película dirigida por Tony Goldwin con deliciosa sensibilidad, es sencilla pero no por eso es menos que grandiosa en sus propios términos.

El argumento de la cinta se centra en Pearl (Diane Lane), una mujer que renunció a los placeres despreocupados de la juventud, demasiado pronto, para dedicarse a su labor de madre. El esposo de Pearl (Liev Schrieber) es bueno y la crianza de su hija adolescente (Anna Paquin) se desarrolla con normalidad, sin embargo, la sensación de que algo falta en su vida la impulsa a desatar sus impulsos sexuales – cruelmente contenidos por ella misma – en la persona de un comerciante (Viggo Mortensen) que le brinda el goce carnal necesario para dejar de percibirse a sí misma como una esposa correcta o como una madre ejemplar para redescubrirse como una mujer, una auténtica mujer.

“La Tentación” está ambientada en la California de 1969, contexto temporal que ofrece posibilidades interesantes que el guión de Pamela Gray felizmente sí desarrolla. Por un lado, la euforia del Festival de Woodstock nos presenta al personaje de Pearl en el ambiente ideal para abandonar sus reservas y entregarse a la locura imberbe de la que jamás pudo participar en su momento y, además, mientras el mundo tiene sus ojos posados sobre la gran proeza de Estados Unidos con Neil Armstrong en la luna, nosotros tenemos los nuestros sobre el hipnótico retrato de una mujer extraordinaria, vital y deliciosa que se debate entre su raciocinio y su incontenible necesidad de un amor que le proporcione resonancia a su existencia rutinaria y de una pasión que la arrastre a ese placer sexual que la haga sentir de carne y hueso otra vez.

Diane Lane es la protagonista absoluta de esta maravillosa película, ella personifica con respeto a Pearl y logra comunicar sus frustraciones y necesidades de una manera indudablemente sincera y profundamente sentimental, a la vez que manifiesta su adorable sensualidad a flor de piel con la intensidad necesaria en los momentos donde el argumento lo amerita. A Lane le acompañan con mucha dignidad Liev Schrieber, Viggo Mortensen y Anna Paquin en sus correspondientes papeles de reparto.

Absolutamente recomendada, “La Tentación” es una de aquellas joyas del cine independiente que poca gente ha visto y que, a mí me parece, que todo amante del buen cine debería ver.

Con una notable dirección a cargo de Tony Goldwyn y un buen elaborado guión podemos presenciar una película un tanto desconocida con una extraordinaria interpretación de Diane Lane, arropada por un reparto correcto donde también brilla, como siempre Viggo Mortensen.
La película nos sumerge, con gran atracción, en los sentimientos íntimos de una mujer casada y con hijos mostrándonos su insatisfacción y el sentiminto de pérdida de su juventud. Simplemente observando la gran interpretación de Diane Lane, muy bien dirigida, podemos vivir muy de cerca su nostalgia e insatisfacción y su pasión carnal, sin apenas palabras, recordándonos lo que es el buen cine, aunque esta producción parece más bien hecha para la televisión.
Es un film muy recomendable para todos los amantes del buen cine, de ese CINE de siempre que va quedando muy poco por desgracia.
Es digno de resaltar la versión española (doblaje), pues posee una calidad artística notable.


José Antonio ZG

No es una gran película, de eso no cabe duda, pero tiene algo de sentimental, de inocente, se reflejan tan bien las emociones en el bello rostro de Diane que, ¿a quien le importa que sea una película pequeña?Liev y Viggo para mi dan el tipo; para verla una tarde tonta y soñar que podemos vivir la escena del festival de Woodstock, con toda su locura hippie y su amor libre...Yuuuooooh!

Diane Lane es una estrella a su modo y se merece el título de la crítica. Tiene una belleza doméstica, algo marchita, que otorga calidez a sus interpretaciones. Siempre hay algo más detrás de su presencia y eso realza guiones mediocres o filmes, sencillamente, insolventes. Con ella de por medio las naves se salvan siempre de la quema. Tal vez ese sea el motivo por el que este “A walk on the moon”, burdamente “La tentación” en nuestras carteleras (como si fuésemos unos espectadores necesitados de muletas para transitar por la ficción), resulta tan agridulce. La actriz aporta sabiduría y pesar, como si realmente ella misma nos contase una vida hogareña trufada de fracasos e incertidumbres, pero un poco más de desgarro y menos sensiblería de telefilm hubieran mejorado la historia. Sobran tosquedades argumentales, asunciones de culpa y perdones. Cambiar de blusa no siempre implica mudar de piel. Incluso el erotismo roza el anuncio de colonia o desodorante, cuando podía haber sido algo subversivo, la espoleta que tornase la narración menos hipócrita. Ni hay gran amor ni el sentimiento de pérdida, a pesar de los esfuerzos de la Lane, nos retrotraen a la escena final de “Esplendor en la hierba”.

El problema, insisto, está en el guión: demasiados acontecimientos fortuitos (algunos, como el del festival de música, directamente desechables), demasiada información que perjudica al lenguaje de miradas de los actores. Sobran llegadas a la luna, sobra Woodstock y ese afán, casi molesto, por situar la película en una época, con un Vietnam aterrador en la lejanía; hasta estaría de más la historia adolescente, ese atropellado devenir en busca del mundo adulto y sus primeras consecuencias. A cambio hubiera hecho falta más desnudez en las acciones, puesto que hablamos de seres convencionales que se desgarran dulcemente, dejando asomar sus insuficiencias. No es que todo chirríe, pero la sensación final es de autocomplacencia. No se corren verdaderos riesgos y aunque todos en el reparto suman esfuerzos, la autenticidad no surge a la vuelta de la esquina sólo porque una actriz maravillosa luche por revelarla. Hace falta ese algo más que sólo un guión y un director pueden aportar. Diane Lane es el faro de la película y cuando éste se apaga, todo languidece. Aunque resulta difícil enemistarse definitivamente con una cinta en la que ella, y aquí vuelvo al principio, a su modo, a su manera, logra que sintamos el pálpito de una vida.