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Una dama en París

Drama La historia de Frida, una anciana señora estonia que emigró a Francia hace muchos años y ahora se encuentra con que la cuidará una joven inmigrante de su país de origen llamada Anne. (FILMAFFINITY)
Críticas 3
Críticas ordenadas por utilidad
6 de enero de 2016
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Tercera cinta y primera fuera de su país que nos llega con tres años de retraso del director estonio poco conocido por estos lares a pesar de haber estrenado ya dos trabajos mas.
Es un trabajo de sobriedad y contención, un drama vital donde lo que no se cuenta, lo que no se ve, lo sugerido tiene una importancia determinante a la hora de dibujar una encrucijada en las vidas de un triangulo peculiar en el París actual y eterno.
Jeanne Moreau, mito del cine francés y mundial, con un palmares profesional y existencial de órdago, a sus 87 años demuestra que quien tuvo retuvo (incluso dirigió algunas escenas), componiendo un personaje riquísimo en su contención, a la que da una excelente replica la estonia Laine Mägi (trasunto de la madre del director), a las que se une sin desmerecer Patrick Pineau.
Sin grandes alardes estilísticos Raag narra una historia con poso sobre los emigrantes de su país, su propia madre, el amor y el paso del tiempo.
ELZIETE
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23 de julio de 2015
4 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
Nota: Esta opinión está escrita en la misma semana de su estreno en España (2015):

Cuando una película se estrena con tres años de retraso en nuestro país, uno no puede evitar preguntarse -salvo que esté hecho a propósito, como con Saraband (2003)- si los propios distribuidores confían en que funcione bien en taquilla. Cabe pensar que si creyeran de verdad en ella, la habrían estrenado antes, aunque también puede deberse a que este sea el momento indicado y que ellos lo supieran de antemano. Como hay varias cintas que no llegan a estrenarse nunca en nuestro país, hemos de dar gracias porque Una dama en París sí, aunque sea tan tarde.

Quizá se deba a que estamos en la mejor época (verano: finales de julio, principios de agosto), esa en la que la gente de más de 40 años va al cine con mayor asiduidad, debido al calor que hace fuera de las salas, una vez que ya han hecho la fotosíntesis de las 11 de la mañana, si es que están ya de vacaciones. Uno nunca sabe, pero lo que está claro es que Una dama en París es la clase de filme que gusta de ser visto por gente más mayor o serena, que opina de lo que ve pero sin demasiado entusiasmo, que dice cosas como «está bien, aunque un poco rollo» o «un poco rollo, pero está bien», que la frescura le asusta. Porque Una dama en París es también así, no demasiado disfrutable, tampoco una mala película, sí algo formal y clásica, pero que no ofrece nada especial, memorable o diferente de las cien películas que también hablaran sobre la vejez, el amargamiento y la amistad en el pasado, de esas historias en las que el anciano encabronado putea con bastante gracia al protagonista o cuidador hasta que acaban como todos sabemos que terminan estas historias.

Pero claro, como digo, la historia está ahí para no disgustar ni arriesgar, y apela además a cierto tipo de público, ese que conoce el trabajo y sabe quién es y ha sido Jeanne Moreau, porque Una dama en París ha sido realizada para ella, para su lucimiento y el de París, esa ciudad tan bien vendida en el cine. Porque si me muestran a una anciana de 87 años -84 tendría entonces- en la ficción, intentando que sea veraz, a mí, que aún no sé lo que se debe de sentir, me gustaría que fueran un poco más allá del simple "están amargados por ser viejos, por haber dejado atrás lo mejor de sus vidas y por tener cerca la muerte, los dolores y la soledad", sobre todo si la vejez está siendo tratada con tanta seriedad. Con esa música triste, además.

Hay gente que es mala sin más, en verdad, pero si es así, tampoco van a cambiar, aunque les acabes cayendo bien; y si son buenas personas pero actúan mal por cansancio vital, tampoco es que el guion vaya a dar para mucho más. Por eso este tipo de películas, que van sobre malas personas que resultan ser buenas en realidad, o parecido, me dan un poco igual. No me interesan sus motivos. No me las creo demasiado, o sí, pero no me meto en la historia, ni en la bondad y paciencia de unos ni en la maldad e impaciencia de otros. Ni en esa música triste, aunque se vuelva bonita siempre que aparezca París de fondo. Porque cuando la protagonista más joven camina por París, sobre todo cerca de la Torre Eiffel, las notas musicales cambian. Qué bonito.

¿Acaso caminar por París es la clave para ser feliz?

En cualquier caso, y a pesar de que es un placer ver actuar a Moreau con tanta energía, a pesar de los años, y a Laine Mägi, aunque su personaje no permita demasiados alardes, la verdad es que a Una dama en París le falta fuerza, narrativa, visual y argumental; está agarrotada. Le falta empatía por ambos personajes, que es lo que busca, a través de su pasado, su presente y la relación que se ha de tejer entre las dos mujeres protagonistas. Le falta ser un poco más El crepúsculo de los dioses, un poco más de mala leche. La corrección formal lo impregna todo, y eso aburre al final, la maldita corrección.

Por eso lo que habría sido una nota de 6 ó 5 se ha convertido en un 3, por el aburrimiento. Habría preferido que la película se pareciera un poco más a la Jeanne Moreau del principio y no a la del final, antes de contar su pasado a los demás.
Fendor
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24 de febrero de 2020
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
El camino al intimismo es un viaje que transcurre despacio, por curvas mil veces recorridas pero que siempre acaban revelando algún detalle que demuestra la profundidad de una mirada cuando ya han caído todos los velos desde los que asomarse. Jeanne Moreau, 87 años, una filmografía tan larga como el horizonte y unos ojos en eterna combustión, sabe mejor que nadie cómo provocar el rubor cuando es ella la que acaba de desnudarse. Ante semejante virtud, el director estoniano Ilmar Raag solo tenía que encerrarla en un piso, enfrentarla a una cámara y dejar que la musa de infinitas pasiones lo empujara por ese camino mil veces andado y por el que, falte lo que le reste, jamás se perderá.
El adalid de la 'Nouvelle Vague' encarna a una inmigrante estoniana que, en su juventud, huyó de su país buscando un sueño y que ahora, perdida en la ciudad que le iba a abrir todas las puertas, se encuentra aprisionada en una vida solitaria que ya ha jugado todas sus cartas. Pero la protagonista de 'Una dama en París' es otra mujer, también rubia, estoniana igual que ella y que a su vez salió huyendo de una existencia vacía. Contratada para cuidarla y evitar que asalte sin plan de escape el armario de las medicinas, deberá aguantar su temperamento hasta que ambas comprendan que, pese a la diferencia de edad, comparten los mismos anhelos.
El filme no oculta en ningún momento que convirtió la sencillez en su seña de identidad. Tanto en la puesta en escena como en el aspecto narrativo, la película potencia la eficacia de un espacio reducido y de una trama sin sobresaltos, sabedora de que pretende recrearse en la descripción interior de los personajes. Raag lo fía todo a un subrayado emocional con el que lograr que el espectador comulgue con los caracteres de sus dos mujeres: una, ensimismada en un pasado de recogimiento; y la otra, peleada con la humanidad por haber fracasado en sus aspiraciones de una vida plena. El realizador domina el ritmo pausado y la sobriedad estilística en pos de diálogos certeros y una correcta selección de escenas para desarrollar el argumento sin recrearse en los clichés de una historia abordada en multitud de ocasiones. En sus planos, la relación entre la malhumorada anciana que sermonea desde el pedestal de la experiencia a la inocente sirvienta propicia destellos de lucimiento cuando las actrices encaran sus miradas en un duelo de supervivencia. Sin embargo, llama la atención que, al contrario de lo acometido en los primeros compases -cuando se reitera la sensación de soledad y vacío de las protagonistas-, se llegue al final de un modo abrupto y con una acelerada evolución del modo de ser de las dos mujeres, como si parte del metraje se hubiera extraviado en las labores de montaje.
Y huelga decir que la película hubiera perdido un sostén incomparable sin la aportación de Moreau, una actriz que agranda su personaje y que, más allá del sentimiento de abandono que ha de transmitir, sale triunfante del desafío de mostrar una sexualidad adulta aún palpitante. La estoniana Laine Mägi aguanta sus embates en sus duelos dialécticos e irradia la candidez y retraimiento que le exige la fémina a la que interpreta, pero es la estrella francesa la que gana todas las batallas. Moreau domina la escena y se echa el peso del filme a las espaldas para conseguir que una historia sobria y sin ínfulas de ambición eche el vuelo y haga levantar la mirada.

Diario de Navarra / La séptima mirada
Asier Gil
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