El último Elvis

Elvis, calzado con su traje blanco y azul, hace su aparición estelar.. su voz magnífica y su dominio del escenario, sus poses y su entrega apasionada al show hacen olvidar que estamos en un club de mala muerte, en un bingo o en un casamiento de medio pelo en el conurbano bonaerense. Y Elvis no es que se olvide.. no señor, simplemente tiene una levísima molestia en su realidad que le dice que se llama Carlos Gutiérrez y es obrero metalúrgico, que su representante no es el Coronel Parker sino una "oficina" de colocaciones artísticas donde merodea penosamente y concurre a recibir su mísera y esporádica paga junto a Freddy Mercury, Iggy Pop o John Lennon. No señor, él es Elvis, de Memphis, su ex-esposa se llama Priscilla y trabaja en un supermercado, y su hija es Lisa Marie. Y justo cuando el Rey del Rock`n Roll está por cumplir su sueño, hacer su gira por USA, viene esta Priscilla a estamparse en un choque de autos y a quedar inconsciente varios días.. y a dejarle su pequeña Lisa Marie a su cuidado, tan justo a él, que ama a su hijita pero que no puede brindarle mas que un sandwich de mantequilla de maní y banana, y algunos consejos muy útiles para la carrera del espectáculo pero nada aprovechables para la escuela primaria..
Buena ópera prima de Armando Bo nieto, con excelentes recursos actorales, técnicos y estéticos, con una buena historia bien contada, con personajes nítidos y creíbles, lástima (y esto ya es una cuestión personal) esa pátina oscura, decadente, gris, amarga, que impregna todo el conjunto, y que por momentos llega a agobiar. Pero es innegable el hallazgo de su protagonista (que no es actor sino un arquitecto que tiene como hobby o carrera paralela su show de tributo a Presley), el trabajo de Griselda Siciliani (Priscilla) y Margarita Alonso (Lisa Marie) y la gran creación del clima general de la obra.

Película intrigante, de esas con las que piensas una vez salido del cine y meses después. Una reflexión perfecta entre la obsesión y la realidad de un auténtico fan.
Merece la pena verla, sin duda una de las mejores películas que pueden salir en verano.

Uno de los retratos más conmovedores y sinceros sobre la mitomanía, los sueños rotos y la triste amargura del fracaso.
Imágenes sin pulir, que tienen la aspereza de la vida corriente, que muestran a las personas del montón que quisieran haber sido otras mejores, personas que saben que no lo han hecho todo en la vida ni han sabido triunfar en lo que se propusieron pero sobreviven con la ilusión de poder alcanzarlo, tal vez, mañana.

Esta es una de aquellas películas en las que un solo personaje acapara toda la función. Un personaje al que su director, Armando Bo, rescata del patetismo que impregna toda su esencia insuflándole un soplo de dignidad. Y esa creo que es la palabra clave que define el film, dignidad. La dignidad que mantiene una persona cuya vida es un equilibrio constante entre su realidad fracasada y la liberada fantasía que se ha instalado en su mente. Un hombre consumido por su sueño al que se abandonará hasta sus últimas consecuencias. Y lo hará, y eso es lo realmente admirable, con un sentido de la profesionalidad a prueba de bomba . Una profesionalidad que le hará interrumpir una actuación si el sonido no es lo suficientemente bueno para minutos más tarde reprenderla por que, ante todo, el show deber continuar.

Todo esto que podría haber transitado por terrenos cercanos a la parodia adquiere tintes trágicos gracias a la habilidad de Armando Bo para mantener siempre un tono sobrio y dramático. En realidad Bo ama a su personaje, le aplica una capa de ternura que lo hace fácilmente accesible para el público, cuando no identificable (¿quién no se ha visto alguna vez reflejado en alguno de sus ídolos?) y lo acompaña en su particular viacrucis con cautela y respeto. Seguramente su ritmo lento, su estética sucia y su poco cartel no favorecerán la conexión con un público amplio, pero “El último Elvis” se presenta como uno de los retratos más puros y honestos que se han visto últimamente en nuestras carteleras.

Lo mejor: John McInerny, estupendo en todas las facetas.

Lo peor: que la figura de Carlos (Elvis) llegue a eclipsar la propia historia.

La historia que narra este film es sencilla y a la vez encierra su complejidad. Relata la vida de un hombre de cuarenta y pocos años, separado de su mujer y con una hija de unos siete años que le quiere y admira y a la que ve poco. Su existencia alterna entre un trabajo de montador en una modesta fábrica argentina y sus actuaciones en directo donde imita cantando con excelente y muy parecida voz a su alter ego Elvis Presley. Y quizá no esté bien decir su alter ego, pues su identificación con Elvis es masiva, tanto que él mismo se hace llamar así y firma así. Su vestuario escénico es idéntico al del último Elvis e incluso se cuida de engordar un tanto para estar tal cual el verdadero Elvis en los finales de su vida cuando tenía su propia edad. En definitiva, el protagonista es un mitómano patético.

Hasta aquí, cualquiera hubiera podido hacer una especie de folletín con más o menos exitoso. Pero su director Armando Bo ha realizado una película sencilla a la vez que excelente. Lo primero que hizo fue elegir en el casting a un profesor de La Plata (Argentina) lego en el tema de la interpretación actoral. A cambio, el protagonista canta realmente de forma magnífica imitando con soltura y emoción al mítico rokero. He leído que Darín le dio al Elvis de Bo (John McInerny) algunas clases de interpretación, y lo cierto es que el intérprete principal hace un rol dramático muy bueno, sin contar con las magníficas actuaciones musicales en bares y salas de juego.

La cámara sigue con precisión al “nuevo Elvis” a lo largo del film detallando las modestas condiciones de vida del personaje y sus relaciones singulares con su exesposa y con su hija quien por cierto interpreta también de manera excelente. Pero lo que más narra el film es la vida de un hombre que se siente su ídolo Elvis quien lo ha poseído por completo, siendo que su vida y su destino son Elvis, la vida de Elvis, sus maneras, sus canciones que nunca le abandonan, su estilo, etc. todo es Elvis en su vida. Creo, así, que es una película digna de verse por su sencillez y a la vez por su ternura y el fiel retrato de la vida de un hombre entregado a su sino rokero en el amplio sentido de la palabra, un drama tierno, natural y conmovedor producida por Iñárritu con un atractivo guión de Giacobone y Armando Bo.

Y para acabar me repito lo mismo: ¡para qué tanto presupuesto millonario de la industria norteamericana si luego un joven argentino con cuatro mangos hace una joyita del cine! Y entonces me digo: ¡el talento al poder!